La Casta (la Sindicación de la casta globalizada) – por Eric Verhaeghe

Hoy publicamos el primer capítulo del libro La agenda del caos (1), dedicado a la primera etapa de dicha agenda, es decir, la sindicación de la casta globalizada. En él descubriremos que cuando estalló la epidemia de COVID, más de treinta líderes mundiales eran “World Young Leaders” (Jóvenes Líderes Mundiales). Como el vicepresidente de Pfizer. Como muchos ex alumnos de Mc Kinsey. De los 10 países más vacunados de Europa, cinco están dirigidos por Jóvenes Líderes Mundiales. Esto es lo que llamamos trabajo a largo plazo.

Cuando la epidemia de COVID estalló a principios de 2020, el pequeño planeta Tierra estaba experimentando una conjunción astral particularmente favorable. Si aceptamos la hipótesis de que su centro geográfico está en Davos, entonces es una especie de milagro lo que ha ocurrido.

De hecho, si observamos los países del mundo de este a oeste, el sol salió ese día sobre una Nueva Zelanda cuya Primera Ministra, Jacinda Ardern, era una Joven Líder Mundial.

Como Ugyen Dorji, el Ministro de Cultura de Bután.

Como Muhammad Hammad Azhar, Ministro de Energía de Pakistán.

Como Shauna Aminath, ministra de Medio Ambiente de Maldivas.

Como Sarah Al Amiri, Ministra de Industria y Nuevas Tecnologías de los Emiratos Árabes Unidos.

Como Thani Ahmed Al Zeyoudi, ministro de Medio Ambiente de los mismos Emiratos, que se convirtió en ministro de Economía en la primavera de 2020.

Como Faisal Alibrahim, entonces viceministro, pero que pronto se convertiría en ministro de Finanzas de Arabia Saudí.

Como la princesa Reema Bandar Al-Saud, embajadora de Arabia Saudí en Washington.

Como Virginijus Sinkevicius, Comisario Europeo de Medio Ambiente.

Como Sanna Marin, primera ministra de Finlandia desde diciembre de 2019. Como Annika Saarikko, que se convertiría en su viceprimera ministra y luego en su ministra de Economía.

Como Nikki Kerameus, Ministro de Educación de Grecia.

Como Lea Wermelin, Ministra de Medio Ambiente de Dinamarca.

Como Haakon, príncipe heredero de Noruega.

Como Annalena Baerbock, presidenta de Los Verdes en Alemania, que iba a ser ministra de Asuntos Exteriores tras ser predicha como canciller.

Como Karien van Gennip, que se convertirá en Ministra de Educación de los Países Bajos el 10 de enero de 2022.

Como Alexandre De Croo, que se convertiría en Primer Ministro de Bélgica en octubre de ese año.

Como Ailish Campbell, que iba a convertirse en embajadora de Canadá ante la Unión Europea en noviembre de 2020.

Como Emmanuel Macron, presidente de la República francesa desde 2017. Como Amélie de Montchalin, ministra de la Función Pública de Emmanuel Macron.

Como Leo Varadkar, que iba a convertirse en primer ministro de Irlanda en junio de 2020.

Como Paula Ingabire, Ministra de Información de Ruanda.

Como Ronald Lamola, Ministro de Justicia de Sudáfrica.

Como Vera Daves de Sousa, Ministra de Finanzas de Angola.

Como Kamissa Camara, Ministro de Información de Malí.

Como Kojo Oppong Nkrumah, Ministro de Información de Ghana.

Como David Moinina Sengeh, Ministro de Educación de Sierra Leona.

Como François-Philippe Champagne, Ministro de Asuntos Exteriores de Canadá, más tarde Ministro de Industria. Como Chrystia Freeland, entonces viceprimera ministra canadiense y luego ministra de Economía. Como Karina Gould, ministra canadiense de Desarrollo Internacional, más tarde ministra de Asuntos de la Infancia.

Como Peter Buttigieg en los EEUU, que se convertiría en el Secretario de Transporte de Joe Biden.

Como Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook.

Como Eduardo Leite, gobernador de la provincia de Rio Grande do Sul, Brasil.

Como Martín Guzmán, Ministro de Economía de Argentina.

Como Jonathan Malagón, Ministro de Vivienda de Colombia.

Como Carlos Alvarado Quesada, Presidente de Costa Rica.

Esta larga lista no incluye a muchas personalidades importantes: diputados, senadores, altos funcionarios, líderes empresariales (como el vicepresidente de Pfizer), que son todas figuras clave en la crisis de la COVID.

Pero este conjunto ya da una representación de la influencia adquirida por Klaus Schwab, el autor del Great Reset y el fundador del Foro Económico de Davos, del que los Young Global Leaders son los emuladores, en los asuntos mundiales. Es justo decir que el sol nunca se pone en los Jóvenes Líderes Mundiales.

Hemos elegido estos emblemáticos Jóvenes Líderes Globales, pero podríamos enumerar igualmente la larga lista de Jóvenes Líderes identificados por Estados Unidos, o incluso más recientemente por China, cada uno con su propio programa de influencia.

Volveremos más adelante en este capítulo sobre el alcance de este sistema de “jóvenes líderes”, pues Europa es la única que no lo practica, y valoraremos sus éxitos y sus límites.

Pero me pareció bastante natural comenzar este capítulo sobre la sindicación con una ilustración clara y evidente de lo que significa: la extensión sin fronteras de una influencia en la que se mezclan intereses públicos y privados.

 

La llamada sindicación de las élites

Pero es cierto que, para comprender el alcance de esta influencia, es necesario establecer el marco teórico en el que ha podido desarrollarse tan rápida y ampliamente.

Para ello, examinemos la noción de sindicación de las élites, que ha permitido la aparición de una casta globalizada.

Por sindicación entendemos, en el sentido anglosajón del término, no la organización de las élites partidarias de la globalización en un sindicato de defensa, como un sindicato patronal, que obedecería a una lógica vertical y a “mociones” formales, sino su asociación en forma de casta consciente de sus intereses y capaz de organizarse para hacerlos prosperar, en particular para difundirlos en todos los lugares de poder que importan [el sindicato del crimen es un ejemplo de cooperación entre mafias italiana, irlandesa, judía, china, colombiana etc, en EEUU (ndt)].

En esta definición, hay varios pasos importantes, y tenemos que tomarnos el tiempo de medirlos.

En primer lugar, hablamos de asociación, en el sentido de una o varias estructuras informales basadas en la libre cooperación entre individuos.

El Foro Económico de Davos es un buen ejemplo de ello, aunque no es ni mucho menos el único.

Es, ante todo, una empresa financiada por sus clientes, mucho antes que una organización política.

Este aspecto a menudo no lo perciben los críticos del Foro Económico de Davos, pero es sin embargo esencial: si los participantes en el Foro no encontraran su esperado beneficio en dinero a cambio de las cuantiosas cuotas que pagan, abandonarían el lugar y Davos dejaría de ser sinónimo de globalización o del nuevo orden mundial.

Desde este punto de vista, el volumen de negocios del Foro Económico es un buen indicador del progreso de la globalización y de la sindicación de sus miembros, es decir, de su conciencia como casta.

Según el SüdDeutsche Zeitung del 17 de enero de 2017, el Foro de Davos es un cajero automático con una facturación de 200 millones de euros. La Tribune de Genève del 23 de julio de 2018 afirma que la facturación del Foro se ha triplicado desde 2005.

Estas pocas referencias financieras dan una buena medida de la escala que ha tomado la globalización, y de la necesidad que ha sentido la casta globalizada de reagruparse frente a las diversas amenazas que ha identificado: el auge del “populismo”, la fragmentación del mundo en entidades nacionales que dificultan la conquista de los mercados, la dificultad de superar las identidades locales.

Para el Foro de Davos, esta aceleración de la globalización se ha transformado en dinero contante y sonante, lo que indica la importancia que adquiere la influencia en un mundo en el que las reglas se disputan cada vez más con la cooperación multilateral.

La habilidad de Klaus Schwab es haber comprendido que, en el cambio de milenio, la globalización estaba entrando en una fase delicada, impulsada, por un lado, por fuerzas positivas, que exigían una mayor libertad de circulación de capitales, y, por otro, por fuerzas negativas cada vez más hostiles a este fenómeno de circulación capitalista sin Estado.

Klaus Schwab movilizó la red que había creado en los años 70 (¡el Foro de Davos data de 1969!) y le dio un buen uso: intensificar el trabajo en red entre sus miembros y los gobiernos de turno para acelerar la transferencia de soberanía a los organismos multilaterales, y desarrollar la influencia de la lógica globalista entre los responsables de la toma de decisiones.

Es el segundo aspecto el que hay que subrayar: la progresiva toma de conciencia de la ideología globalista, todavía demasiado difusa en el cambio de milenio, y la paciente elaboración de una “corriente principal” que dé un marco intelectual aceptable a la globalización.

No basta con la conexión en red, también es necesario aportar los argumentos que expliquen para qué puede servir todo esto.

La justificación fundamental del Foro de Davos reside en esta labor de legitimación, explicación y racionalización: aunque los acuerdos se cierren al margen de las reuniones anuales organizadas por Schwab, el núcleo del evento es proporcionar el lenguaje común que todos los participantes utilizarán para explicar los beneficios de la globalización en todo momento y lugar.

Aprovechar es bueno, entender y difundir es aún mejor.

De ahí esas mesas redondas en las que los beneficiarios de la globalización se felicitan intercambiando consideraciones benévolas y esperanzadoras sobre el futuro del planeta.

En este campo, nada está prohibido y todo está permitido. Está de moda repetir que hay que salvar a la humanidad rompiendo las fronteras, reuniendo a la familia humana en las “externalidades positivas” de la globalización, en los proyectos de vacunación, alfabetización y asesoramiento promovidos por los miembros del Foro.

Basta con leer las publicaciones diarias del sitio web del Foro Económico Mundial para reencantar la propia globalización.

Allí se encuentran todos los consejos para combatir el calentamiento global, mejorar la salud de todo el mundo y promover un crecimiento compatible con los grandes equilibrios ecológicos.

Así que todos aquellos a los que se les acusa de que les gusta la globalización porque les hace ricos pueden encontrar en Davos el argumento para explicar que ¡no! les gusta la globalización porque beneficia a la raza humana… y cuanto más se imponga la globalización, mejor vivirá la raza humana.

El sitio web de Davos no menciona los campos de deportación de uigures en China, ni ninguna forma de distanciamiento crítico de la violación de las libertades en las democracias occidentales debido al COVID y a la vacunación obligatoria, ni mención alguna de los efectos secundarios de las vacunas… Se describe una especie de mundo de sueños despreocupados, donde la globalización sólo trae cosas buenas, y sólo progreso.

Volveremos en otro capítulo a la construcción de este “relato”, esta “narración” como decíamos hace diez años, donde la globalización es feliz y sin matices.

Lo que nos interesa aquí es el destino de esta construcción ilusoria.

El objetivo no es comprender la realidad del mundo contemporáneo, sino permitir a los miembros del Foro situar su codicia en un marco cultural, intelectual e ideológico, para justificarla en términos aceptables en la “sociedad”.

Simbólicamente, se trata de tejer un vínculo, de “hacer casta”, como les gusta decir a los periodistas sobre el pueblo o la nación. Nos damos una conciencia, una comprensión común de nuestra acción para sentir mejor el vínculo que nos une en la lucha.

 

De la clase a la casta

Ha llegado el momento de subrayar un punto teórico importante, indispensable para comprender la Agenda del Caos: la constitución de una casta globalizada y su significado exacto.

Durante mucho tiempo, el discurso sociológico o político ha estado dominado por la noción de clase social, propagada y teorizada por Karl Marx.

La clase social se define de forma objetiva, es decir, independientemente de la voluntad de sus miembros.

Así, según Marx, el propietario de los medios de producción es un capitalista, y el asalariado es un alienado, en la medida en que alquila su fuerza de trabajo a un propietario que obtiene un beneficio de ella.

En esta definición, ni el capitalista ni el asalariado pueden elegir su estatus: éste se define objetivamente por su relación con los medios de producción.

La casta es un concepto diferente, porque la pertenencia es subjetiva, no objetiva: se puede pertenecer a una clase social sin saberlo, no se pertenece a una casta sin saberlo.

La casta es el grupo de los que eligen positivamente pertenecer a ella, abrazar sus tesis, defender sus opiniones e intereses. Básicamente, la casta es el conjunto de personas que se adhieren voluntariamente a una visión del mundo, a unos valores, a un código de comportamiento y pensamiento, a una forma de vida.

Esta dimensión de la elección positiva es fundamental.

Explica el poder de la ola “encierro general”, luego “vacunal” y después “genocida” que sumergió a las democracias liberales desde el comienzo de la epidemia.

Esta oleada movilizó a personas de niveles sociales muy diferentes: ministros, diputados, senadores, altos funcionarios, médicos, jueces, pero también escribientes, pequeños burócratas, a veces propietarios de bares o restaurantes, periodistas o asesores de segunda fila, que se convirtieron en actores cotidianos de una obra escrita en otro lugar.

Muchos de ellos sintieron que les habían crecido las alas para ayudar a recaudar miles de millones para Pfizer, Moderna, McKinsey, cuyos beneficiarios finales son Black Rock o Vanguard.

Siempre que podían, [los servidores de la casta así como los individuos de cualquier parte del mundo] llevaban espontáneamente máscaras, racionaban sus contactos sociales, recibían dosis de vacunas, evitaban las visitas a las residencias de ancianos, denunciaban a los “asociales”, a los “irresponsables” que amenazaban con contaminar a los demás o no obedecían al gobierno con suficiente celo.

En pocas palabras, la financiarización de la epidemia, que resultó ser lucrativa para el capital globalizado, se basó en la acción voluntaria y deliberada de una multitud de personas que “creyeron” en ella, a veces (pero no siempre) sin ganar un solo centavo en el proceso.

Para dar una visión muy fragmentada y modesta de este acontecimiento sin precedentes, el Banco de Francia repitió una y otra vez que los franceses habían liberado, en el año del encierro, cerca de 200.000 millones de ahorros adicionales, de los que los más ricos fueron los primeros beneficiarios. Los activos financieros se dispararon como resultado, y el mercado de valores subió fuertemente a lo largo de 2020, después del shock de marzo, y luego a lo largo de 2021.

En marzo de 2021, el CAC 40 superó los 6.000 puntos, es decir, su punto más alto antes del encierro. En noviembre de 2021, superó los 7.000 puntos.

En otras palabras, y en contra de toda expectativa racional, la crisis ha enriquecido a una multitud de personas, muchas de las cuales (pero no sólo ellas) se han convertido, durante este período, en ayatolás de las vacunas y de la salud.

Entre el juez administrativo y el consejero de Estado, que no tuvieron reparos en autorizar la flagrante violación de la libertad de circulación en nombre del COVID, y el ahorrador que confió su patrimonio a un fondo para el que la subida de la bolsa fue un regalo del cielo, nació todo un ecosistema para el que la globalización era la brújula del norte.

Esta es la casta.

Oficinistas, gestores de fondos, altos funcionarios, jueces, cargos electos, médicos que, cada uno por su lado, sentían una pertenencia común a un mundo basado en la contención, la vacunación, el ostracismo de los opositores.

Todo este pequeño universo tenía a menudo niveles de vida, intereses sociales y modos de vida extremadamente diferentes, aunque este mundo reunía inicialmente los elementos de lo que los marxistas llamaron en su día la “burguesía”.

Pero su hilo conductor no era tanto su conciencia burguesa como su convicción de que la epidemia era global y que sólo una respuesta coordinada a nivel mundial podría derrotarla.

En esta casta, las personas que antes creían en el progreso humano a través de la ciencia, así como las personas que estaban convencidas de que Francia ya no podía existir fuera de Europa, tomaron conciencia.

En las filas de esta casta, nos encontramos con el capitalista obsesionado con la bolsa, el médico trotskista convencido de que las vacunas son el progreso, el profesor temeroso de morir joven y desobediente a su administración. Todos ellos, como un solo hombre, creyeron en la palabra oficial y la obedecieron sin inmutarse.

 

Una visión platónica de la sociedad

Todo este pequeño mundo no ha surgido por casualidad o sin una preparación ideológica inconsciente de muchos años.

La gran habilidad de la casta globalizada, y sobre todo de sus gurús como Klaus Schwab, consistió en activar, en la angustia de la muerte causada por el virus, y en la conmoción de la crisis sanitaria, el gran impulso histórico de nuestra sociedad: el repliegue en el escenario histórico, por así decirlo atávico, de la élite que dirige el mundo.

En efecto, es una especie de reflejo generalizado en las sociedades humanas entregar el propio destino a una élite ilustrada en caso de que se experimente un problema que amenace la supervivencia del grupo.

En cuanto surge una crisis, abandonamos nuestro libre albedrío y “confiamos” ciegamente, abandonando nuestro espíritu crítico, en los líderes competentes, aquellos que se supone que pueden sacarnos del atolladero.

Este mecanismo es tan antiguo como las colinas, y su teorización filosófica tiene más de 2.500 años.

Platón tiene el mérito de haberla formalizado en su República, enseñada en todas las instituciones educativas para la élite, y fuente inagotable de inspiración para la casta globalizada.

Aquí, el lector debe tomarse el tiempo necesario para una comprensión teórica, pues el caso no carece de ironía.

Probablemente el mejor libro para entender el daño que la República de Platón hizo al espíritu democrático de Occidente es La sociedad abierta de Karl Popper, un tratado escrito en 1943 y publicado en 1945, en el que el filósofo austriaco muestra cómo el pensamiento platónico justificaba filosóficamente un autoritarismo político ejercido sin conciencia por las élites.

Lo que se ha llamado democracia se ha construido en gran medida sobre esta convicción de que una sociedad bien ordenada está iluminada por su clase alta, investida del poder de mandar y legislar, sin que se comparta realmente con el pueblo (aparte de un derecho de voto periódico, ya denunciado [por ineficiente] por Rousseau en el siglo XVIII en relación con Inglaterra).

La ironía es que entre los admiradores de Popper se encuentra George Soros, fundador de la Open Society Foundation, cuyo nombre se inspira directamente en la obra del maestro austriaco, pero cuyos logros expresan perfectamente todo lo que Popper denunció.

Pues el espíritu de la globalización está totalmente impregnado de la desconfianza hacia el pueblo y el sufragio universal, tal y como lo sintió Platón y lo expresó a su manera en su obra.

El pueblo es la bajeza, la ignorancia, la barbarie, la parte animal en cada hombre, exaltada en un principio vital.

El Brexit y la elección de Trump lo demostraron a los que aún buscaban pruebas.

La élite es la cabeza, la razón, el pensamiento, la medida, la prudencia, como hubiera dicho Santo Tomás de Aquino.

En su loca ambición por dominar el mundo, la casta no esgrime su codicia, sino su superioridad intelectual, su sentido de la razón y la medida, su educación, en contraste con las piedras ásperas, excesivas y oscuras que componen el paisaje del populismo y el nacionalismo.

Sobre todos estos puntos, Platón aporta una garantía filosófica, pues para él la sociedad política era como el cuerpo humano: había que confiar su gestión al cerebro, es decir, a la élite intelectual, y reservar los músculos (los productores, los artesanos) para el ejercicio de los trabajos inferiores.

Este paradigma platónico del Estado y la sociedad guía fundamentalmente la lectura globalista de la sociedad.

Por ejemplo, el hijo del filósofo André Glucksmann, Raphaël, que llegó a ser eurodiputado de izquierdas, pronunció esta legendaria frase en octubre de 2018: “Cuando voy a Nueva York o a Berlín, me siento culturalmente más a gusto que cuando voy a Picardía [provincia norteña y agrícola de Francia]. Y ese es el problema”.

Este es el discurso de la élite: “culturalmente”, los pies en el barro del Picardo le inspiran desprecio, o un profundo malestar. Lo que más le gusta al globalista, ya sea de derechas o de izquierdas, es la cultura ecléctica y cosmopolita de Nueva York o Berlín, en los barrios “hype”. El agricultor local, por el contrario, es un pelele.

La gestión globalizada de COVID 19 no ha contado con ningún otro reflejo: el pobre del extrarradio es aborrecible, un ignorante, una opacidad, un rastrero, un “don nadie”, pero el rico globalizado del otro lado del océano fascina e impone respeto.

El campesino, el suburbial, es peligroso, y probablemente esté contaminado por el virus. Sólo el globalizado, el que cree en el progreso a través de la vacunación, debería tener derecho a expresarse.

¿Qué llamamientos hemos escuchado, además, en los barrios bonitos, para censurar las “fake news”, las “teorías conspirativas” que ponen en duda la eficacia de las mascarillas, la contención, la vacuna y el propio gobierno?

Y cuántas veces hemos escuchado, durante la epidemia, esta frase como un mantra: “si todos los gobiernos del mundo ponen un pase sanitario, es la prueba de que es un método eficaz”. ¡Tanta gente inteligente no puede estar equivocada al mismo tiempo!

Por supuesto, todos los que llevan dos años argumentando que los “gobiernos” no pueden estar todos equivocados al mismo tiempo, olvidaron mencionar que hace seiscientos años, todos los gobiernos del mundo sostenían que la tierra era plana y todos los populistas y conspiranoicos que sostenían lo contrario fueron alegremente quemados en sus respectivas plazas mayores.

En resumen, la casta globalizada se fundió descaradamente en el lecho del elitismo platónico, según el cual una sociedad bien gobernada es una sociedad gobernada por sus élites. Y la ironía es que este reflejo fue denunciado en su momento por los inspiradores de la globalización, como Karl Popper. Pero no importa: los viejos reflejos seculares han vuelto, y ante los tiempos inciertos, las élites nos salvarán.

 

Una pléyade de sindicaciones

La convicción de que la salvación del planeta depende del dominio de una casta ilustrada y educada no es nueva. La convicción de que esta casta ilustrada es necesariamente internacionalista, políglota, enamorada del progreso científico y partidaria de la gobernanza mundial, surgió en gran medida al final de la Segunda Guerra Mundial.

Pero fue a finales de los años 70 cuando la confianza en la cooperación entre los pueblos, primero en Occidente y luego en todo el mundo, se convirtió en un dogma.

Como es lógico, las ofertas de sindicación, primero transatlántica y luego mucho más amplia, comenzaron a florecer a partir de estos años todavía dorados.

Ya en 1954, la conferencia de Bilderberg se reunía cada año para garantizar el diálogo entre las élites europeas y estadounidenses.

A partir de 1973, la Comisión Trilateral se reunió, incluyendo a Japón.

Estos discretos foros de diálogo prefiguraron la posterior costumbre de la “sociedad civil” de reunirse para debatir asuntos mundiales.

En el mosaico que empezaba a tomar forma, el Foro de Davos fue tomando cuerpo. Pero no es inventar nada, per se. Simplemente es más abierto y más poroso a la influencia comunista china, ya que China vuelve a despertar sus ambiciones de conquista.

En 1981, EE.UU. lanzó su programa de Jóvenes Líderes, con el que Davos compite desde 2004 (pero se industrializa en la década de 2010), y con el que China compite desde 2013.

Pero, en realidad, esta idea de que la globalización debe difundirse como un comportamiento espontáneo está impregnando rápidamente toda la sociedad occidental. Por ejemplo, está en el centro del programa Erasmus, que promueve los intercambios de estudiantes europeos.

De repente, resulta inevitable que un estudiante tenga que hacer parte de sus estudios fuera de su país para poder presumir de un título de calidad.

Es el aliado americano el que primero comprendió el poder político de estos intercambios, un poder que es a largo plazo, pero que crea un crisol extraordinario para las generaciones emergentes, todas las cuales tienden a estar unidas por el sentimiento de pertenencia a una gran entidad antropológica sin fronteras internas, si hemos de creer la corrección política que empieza a tomar forma.

Por eso, cuando Klaus Schwab lanza los Young Global Leaders, dista mucho de estar inventando una fórmula, o de ser el único que la defiende y dista mucho de ser el mejor.

Pero tiene un punto fuerte: no lo hace en interés de un Estado, sino por amor a la propia globalización.

 

Los valores de los Jóvenes Líderes Mundiales

Emblemáticamente, los valores (públicos y transparentes) mostrados por los Jóvenes Líderes Mundiales en su página web específica valen más que cualquier estudio académico sobre el tema.

El sitio web de Klaus Schwab lo dice todo.

Por ejemplo, la presentación del programa dice lo siguiente:

“El Foro de Jóvenes Líderes Globales acelera el impacto de una comunidad diversa de líderes responsables a través de las fronteras y los sectores para dar forma a un futuro más inclusivo y sostenible”.

Que estas palabras digan mucho sobre el objetivo final de este programa.

Todo es cuestión de impacto. La influencia es lo contrario de la regla. La influencia no tiene ninguna formalización, ningún orden explícito, ninguna construcción visible. Es el mundo de la informalidad, del intercambio espontáneo y, fundamentalmente, del mimetismo y la connivencia.

El objetivo del programa Jóvenes Líderes Globales no es crear una casta globalizada, sino “acelerarla” y profundizar en su eficacia.

El argumento es claro: el Foro facilita los intercambios entre las élites de las distintas naciones que participan en el programa. Y esta facilitación no pretende unir a nacionalistas y populistas. Es sólo para aquellos que quieran un mundo “más inclusivo” y “más sostenible”.

De nuevo, las frases son esenciales para entender la verdadera naturaleza de la globalización soñada por Schwab.

Un mundo más inclusivo es obviamente uno en el que las fronteras ya no tienen sentido. Es, como defiende George Soros, un mundo de libre circulación de personas, pero sobre todo de libre circulación del Sur al Norte.

Un mundo más sostenible es aquel en el que la transición ecológica es la palabra clave de toda la acción política internacional.

Aquí encontramos tanto los temas favoritos de la izquierda derechista, que son también los de la élite globalista, como los temas favoritos de los gobiernos “infiltrados” por los Jóvenes Líderes Globales en todo el mundo. Y el tema favorito de las relaciones internacionales en Occidente hoy en día.

Pero hay sobre todo una dimensión que nos parece esencial en la presentación simplificada del programa de Jóvenes Líderes de Davos: la influencia “intersectorial”, que podríamos llamar la colusión entre los sectores público y privado.

Klaus Schwab no tiene pelos en la lengua: “El Foro de Jóvenes Líderes Globales acelera las soluciones a los retos globales mediante nuevos modelos de cooperación público-privada“, escribe en la página web dedicada a la influencia.

El gusano de la fruta emerge: el objetivo de Davos es, en efecto, forjar esta connivencia entre gobiernos, funcionarios, inversores, financieros, para elaborar soluciones globales en las que el dinero de los contribuyentes se utiliza para comprar productos cada vez más rentables.

No puede haber mejor definición del capitalismo de amiguetes que se desarrolla a la sombra de Davos: los “nuevos modelos de cooperación público-privada” son, obviamente, los de una forma de corrupción por influencia, en la que la intervención de actores privados en los contratos públicos, en nombre del interés general, por supuesto, es una oportunidad para hacer jugosos tratos con los líderes reunidos en las alas del Foro.

 

El ejemplo de McKinsey y COVID

La dirección del COVID ha proporcionado numerosos ejemplos de esta colusión y de juegos peligrosos.

Uno de los ejemplos más recientes es la intervención de McKinsey en Francia, como en muchos otros países, a favor del pase sanitario y luego vacunal, que aceleró el proceso de vacunación siempre que fue posible.

¿Esta intervención “global” fue fruto de la casualidad, o se basó en el trabajo preparatorio previo realizado especialmente por Klaus Schwab?

La cuestión está abierta, pero hay muchos indicios de que la “influencia” querida por Klaus Schwab desempeñó un papel importante en el éxito de esta generalización de métodos liberticidas similares al crédito social al estilo chino.

Por ejemplo, muchos de los socios de McKinsey, especialmente en Estados Unidos, han participado en el programa de Jóvenes Líderes, como Emmanuel Macron y Alexander de Croo.

Sería un error creer que los Jóvenes Líderes Mundiales han sido el único canal de difusión de estas políticas. La Comisión Europea o incluso Estados europeos como Italia, menos imbuidos del espíritu de Davos, han participado activamente en esta doctrina y en su aplicación.

Por otro lado, es un hecho que el Foro de Davos es uno de los canales privilegiados para asegurar la circulación de la influencia globalista, para “acelerarla” como dice Schwab. Resulta revelador que entre los 10 países europeos con mayores tasas de vacunación se encuentren Francia, Dinamarca, Irlanda, Finlandia, Bélgica y Noruega, donde los Jóvenes Líderes desempeñan un papel importante.

Por lo tanto, se puede concluir que la globalización ha tenido poderosos aceleradores en las últimas dos décadas, algunos de los cuales (pero no todos) se deben a la influencia de programas a largo plazo como el de los Young Global Leaders.

Este es un vívido ejemplo que nos permite deducir que la constitución de una casta globalizada fue un saludable trabajo preparatorio para hacer posible la Agenda del Caos.

Lo que queda por entender son los otros modos operativos que han permitido su rápida progresión.

Eric Verhaeghe, 8 febrero 2022

*

*Nota del autor: iré entregando a mis lectores los sucesivos capítulos de mi libro La agenda del caos a medida que lo vaya escribiendo, capítulo a capítulo, día a día, en un módulo de pago [para la versión original en francés], antes de su publicación en formato papel. Los mejores comentarios se publicarán en el libro.

(1) “El Great Reset es la palabra de moda de las élites globalizadas en torno al Foro de Davos. Pero, ¿qué significa exactamente? ¿Es, como a veces leemos, el último proyecto neoliberal para arrasar con nuestros servicios públicos? ¿O es la conspiración para la dominación del mundo de la que algunos hablan?

Este proyecto merece ser analizado y comprendido, ya que es probable que tenga un impacto real en nuestra vida cotidiana en los próximos años. El Great Reset es la llamada oficial a utilizar la pandemia y las restricciones relacionadas para cambiar los comportamientos sociales y el rumbo de la sociedad, una oportunidad histórica para acelerar la cuarta revolución industrial, la de la digitalización. También es un elogio a la intervención estatal para imponer la transición ecológica y la economía circular. También es una justificación para la vigilancia de todos los individuos a través de Internet y el reconocimiento facial. Lejos de las fantasías, este cuaderno ofrece una lectura literal del libro de Klaus Schwab, fundador del Foro de Davos, en coautoría con Thierry Malleret (antiguo asesor de Michel Rocard), “COVID-19: The Great Reset“, publicado en julio de 2020, y ofrece una interpretación conforme a su letra: ni una conspiración, ni una palabra vacía, el Great Reset formaliza una aspiración profunda, a la vez estatista y ecologista, que estructura el pensamiento dominante de hoy”. (Eric Verhaeghe, https://lecourrierdesstrateges.fr/le-great-reset-2/ )

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Original: https://lecourrierdesstrateges.fr/2022/02/08/payant-agenda-du-chaos-syndiquer-la-caste-mondialisee/

Publicacion original al espanol: Red Internacional (MP)

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