Cuba: Traición en Playa Girón – por Servando González

Muchos cubanos todavía piensan que la invasión de Cuba en la Bahía de Cochinos (o Playa Girón) en abril del 1961fue fracaso. Pero se equivocan. La invasión no fue un fracaso, sino todo un éxito, porque los conspiradores globalistas que controlan el gobierno norteamericano la planearon y la llevaron a cabo de esa forma.

Por supuesto, que todo depende de la premisa de que se parte, que para muchos parece ser la de que el objetivo de quienes planearon la invasión fue derrocar a Castro. Pero ese fue tan sólo el objetivo aparente. El objetivo real, secreto, de la invasión de Bahía de Cochinos fue consolidar a Castro en el poder, y eso se logró con creces.

Si alguien piensa que esto es un poco enrevesado, sólo basta recordarle que James Jesus Angleton, quien fuera jefe de contrainteligencia de la CIA por muchos años, lo llamaba así mismo: convoluted thinking, pensamiento enrevesado. Y, precisamente, como en el campo de la inteligencia y el espionaje — y también en el de la política—, las cosas rara vez son lo que parecen ser, sólo una lógica enrevesada conduce a la verdad o al menos nos acerca a ella.

Analicemos fríamente los hechos.

Antes de la invasión de Bahía de Cochinos, había en la Florida más de una docena de organizaciones anticastristas conspirando activamente para derrocar a Castro por la vía de las armas (que la historia ha demostrado con creces que era la única vía de combatir a Castro); varios grupos de guerrillas anticastristas se habían hecho fuertes en la Isla y controlaban gran parte de las montañas del Escambray, en la región central de Cuba; y un vigoroso movimiento clandestino anticastrista en las ciudades tenía en jaque al gobierno de Castro, mediante resistencia cívica, huelgas y sabotaje.

Entonces la CIA, so pretexto de una mejor coordinación, consolidó todas las organizaciones anticastrista de la Florida en una sóla, que ellos controlaban; le cortó la ayuda que le habían venido brindando, y prácticamente abandonó a su suerte a las guerrillas en el Escambray y, finalmente, dejó en el limbo al movimiento urbano sobre la invasión que estaban planeando. Fue entonces cuando ésta se produjo.

La invasión no fue una tragicomedia de errores y equivocaciones, como algunos alegan, sino un drama de aciertos y traiciones, pues todo salió tal y como lo habían planeado quienes en realidad controlan la política norteamericana tras bastidores.

Como se sabe, el punto inicial de la invasión en el plan militar original no era la Bahía de Cochinos sino Trinidad, una pequeña ciudad casi cien kilómetros al este de Bahía de Cochinos. Y Trinidad era el sitio ideal, pues está a menos de un kilómetro de una excelente playa, que iba a ser usada para el desembarco. Además, Trinidad no sólo está en las mismas faldas de las montañas del Escambray, lo que posibilitaba que, en caso de que algo saliera mal, los invasores podrían adentrarse en las montañas y comenzar una guerra de guerrillas, sino también que los vecinos de Trinidad y los campesinos de la zona eran en su mayoría anticastristas, por lo que se estimaba que muchos de ellos se unirían a las tropas invasoras.

Pero, ya cuando los planes estaban bien adelantados y los invasores habían comenzado su entrenamiento en Nicaragua, de la noche a la mañana, Kennedy, siguiendo los consejos de sus asesores, todo ellos miembros del nefasto Consejo de Relaciones Exteriores, cambió los planes, y éstos le sugirieron escoger Playa Girón en la Bahía de Cochinos como punto de desembarco. A diferencia de Trinidad, Bahía de Cochinos es una verdadera ratonera; un lugar aislado, rodeado por la Ciénaga de Zapata, y a más de 50 kilómetros de las faldas del Escambray. Allí vivían tan sólo varias decenas de campesinos, por lo que la posibilidad de un masivo apoyo a la invasión era imposible.

Otro de los “errores” garrafales fue que, ignorando la reciente experiencia militar norteamericana en ese tipo de operación durante la Segunda Guerra Mundial, el desembarco se efectuó de noche, lo que aumentó el caos y la confusión. Cuando las lanchas de desembarco se acercaron a la costa, descubrieron un peligroso arrecife, que destruyó los fondos e hizo naufragar a varias de ellas. En la investigación posterior se descubrió que el arrecife aparecía claramente en las fotos que habían tomado los U-2s, pero nadie le informó de esto a los invasores. Otro “error” trágico, contrario a toda lógica miliar, fue que la mayor parte de las municiones y los equipos de comunicaciones los trasportaban en un sólo buque, el Houston. Al parecer alguien se lo había informado a Castro, porque ese fue precisamente el buque que ordenó a sus pilotos hundir a toda costa. Cuando el Houston se hundió, los invasores se quedaron sin municiones y sin comunicaciones.

Obviamente, la guerra es un hecho caótico, y los planes de una parte, por muy bien calculados que hayan sido, chocan con los planes de la otra parte. De modo que es muy fácil, a posteriori, echarle la culpa a la ineficiencia del ejército perdedor, cuando, en realidad, la derrota tal vez pueda haber ocurrido debido a la eficiencia del ejército ganador. Pero, en el caso de Bahía de Cochinos, los “errores” cometidos fueron tantos que indican un esfuerzo consciente para que la invasión fracasara.

Por ejemplo, una parte esencial del plan era destruir los aviones de Castro antes del comienzo de la invasión, de modo que los aviones de la fuerza invasora, que no eran aviones de caza, sino bombarderos ligeros, controlaran el espacio aéreo. Pero el primer “error” fue comenzar el ataque aéreo 24 horas antes de la invasión, lo que eliminó el importante elemento de sorpresa. Además, aunque se sabía que todos los aviones de Castro no habían sido destruidos en los primeros ataques aéreos, Kennedy, también siguiendo los consejos de sus asesores, volvió a cambiar el plan, y prohibió que se efectuara el resto de los ataques. Esto le dio el control aéreo a Castro, lo que constituyó una ventaja decisiva. Ése fue el puntillazo final que dio al traste con la invasión.

Además, aunque se ha negado, parece que, tras bastidores, los oficiales de la CIA que organizaron la invasión habían dado a entender que, en caso de que todo saliese mal, los aviones de combate norteamericanos entrarían en acción y, posiblemente, los Marines desembarcarían para ayudar a los invasores. Pero, cuando la cosas comenzaron a salir mal, Kennedy, también siguiendo los consejos de sus asesores, los dejó en la estacada y ordenó que los aviones norteamericanos no les dieran apoyo. Un tripulante de un portaaviones norteamericano que estaba a pocas millas de la costa, luego contó que los pilotos estaban tan furiosos que casi se amotinan cuando vieron como a los invasores los masacraban y a ellos se les prohibía volar para darles ayuda.

Previo al ataque, la CIA aprehendió y mantuvo incomunicados en la base de Opa Locka a los dirigentes del exilio para que estos no alertaran a los grupos anticastristas en Cuba sobre la invasión.  Así que la CIA, siguiendo órdenes superiores, primero consolidó todos los grupos castristas en uno sólo, y luego lo decapitó de un sólo golpe. Por su parte, Castro aprovechó la invasión como pretexto para desatar una violenta represión contra los grupos de resistencia urbana, y los eliminó por completo. Y, después que la CIA dejó de enviarles armas y municiones, Castro lanzó una gigantesca ofensiva militar contra los grupos guerrilleros del Escambray, que aniquiló poco después.

 

Pero hay muchas más cosas difíciles de explicar. A comienzos noviembre de 1960, seis meses antes de la invasión, Castro y el comandante Félix Duque estuvieron todo un día inspeccionando cuidadosamente la Bahía de Cochinos y Playa Girón. El hecho es mencionado por Peter Wyden en su libro The Bay of Pigs (New York: Simon and Schuster, 199), p. 104. O sea, que mucho antes de “aconsejar” a Kennedy sobre el nuevo punto de desembarco, los agentes del CFR en la CIA ya se lo habían informado a su agente Castro para que estuviera bien preparado.

Por otra parte, no hay nada de qué asombrarse por el hecho de que la CIA y sus amos secretos hayan traicionado a los invasores de la Brigada 2506. ¿Acaso no traicionaron a Chiang kai-Shek para que Mao y los comunistas tomaran el poder en China? ¿Se olvidan de cuando traicionaron a los patriotas húngaros que se rebelaron contra el yugo soviético? ¿O es que no recuerdan cuando, con la Operación Keelhaul, le devolvieron a Stalin los ciudadanos soviéticos que habían aprovechado la confusión de la guerra para escapar del comunismo?

Pero la colaboración de la CIA y sus amos con Castro no comenzó con Bahía de Cochinos. Ésta se remonta a los días de su estancia en la Sierra Maestra. En su babosa biografía de Castro, Tad Szulc menciona como la CIA contribuyó secretamente con armas, municiones y dinero. Esto aclara por fin el misterio de la fuente casi inagotable de dinero con que contaba Castro para comprar a los oficiales del ejército de Batista para que no lucharan. Contrariamente al mito oficial, las fuerzas de Castro no ganaron las batallas con balas, sino con dólares.

De modo que, como dije inicialmente, lejos de ser una fracaso, la invasión de Bahía de Cochinos fue un rotundo éxito, pues logró con creces el objetivo secreto que se proponía, que era consolidar a Castro en el poder. ¿Con qué propósito? Con el propósito de dorarle la píldora a los soviéticos, para que se tragaran a Fidel Castro.

Poco después de que tomó el poder en Cuba, Castro dio varios pasos en secreto para acercarse a los soviéticos, pero estos no lo reciprocaron. El motivo de esta falta de interés fue que los soviéticos tenían serias dudas sobre la bona fides de Fidel Castro.

Bona fides es un término tomado del latín, que se usa convencionalmente en inteligencia y espionaje. Cuando un oficial de inteligencia recluta a un nuevo agente, o cuando un oficial de la inteligencia opositora se ofrece a colaborar con el enemigo, lo primero que se hace es verificar su bona fides, es decir, su buena fé, y comprobar que el agente potencial es lo que dice ser y no un traidor que se quiere infiltrar.

Pero comprobar la bona fides de un agente no es cosa fácil. En el caso de Castro, inicialmente los soviéticos no confiaban en él. Sergio Jrushchov, un hijo del Premier soviético Nikita Jrushchov que luego vivió en los estados Unidos, escribió un artículo sobre su padre en el que cuenta como cierta vez, cuando era un adolescente y estaba de visita en el Kremlin al comienzo del insistente e inesperado acercamiento de Castro a los rusos, oyó a Nikita comentar con otros miembros del Politburó que sospechaban que Castro era en realidad un agente de la CIA.

Sin olvidar que los líderes soviéticos siempre fueron paranoicos, en el sentido de que veían enemigos por todas partes, es bueno recordar que en el campo de la inteligencia, y particularmente en el campo de la contrainteligencia, una buena dosis de paranoia es condición imprescindible de la profesión. Es por eso que el propósito secreto de Bahía de Cochinos fue dorarle la píldora a los rusos para que se tragaran a Castro. Y vaya si se lo tragaron. Aunque muy pronto lo lamentaron, porque Castro se le atoró a todo el que se lo tragó.

Mucha gente aún piensa que fueron los errores de los norteamericanos los que empujaron a Castro en brazos de los rusos —el propio Kennedy así lo pensaba. Todavía se siguen escribiendo libros y artículos sobre el tema, y todos sustentan esa misma tesis.

Es cierto que los norteamericanos lanzaron a Castro en brazos de Moscú, pero no debido a “errores” ni cosa por el estilo, sino siguiendo un plan perfectamente calculado. La prueba está en dos documentos muy reveladores que fueron dados a conocer hace unos años.

Estos documentos son dos cables secretos enviados por el embajador británico en Washington a su gobierno. En uno de éstos, fechado el 24 de noviembre de 1959, el embajador le informa a su gobierno de las presiones de Allen Dulles, director de la CIA y miembro importante de la camarilla de conspiradores que controla el gobierno invisible norteamericano, para que Gran Bretaña no le vendiera aviones de combate a Castro, y éste se viera forzado a adquirirlos en el bloque soviético. Pocos días antes, el 29 de octubre de 1959, el embajador había enviado otro cable en el que informaba a su gobierno sobre las amenazas de Castro de que si los británicos no le vendían los aviones “él los compraría tras la cortina de hierro”. No me cabe duda de que Angleton habría visto esta misteriosa coordinación Castro-Dulles como extremadamente sospechosa.

Obviamente, la inesperada “victoria” de Castro en Bahía de Cochinos, aunque decisiva, no fue el único elemento que convenció a los soviéticos de la legitimidad de Fidel Castro. El proceso había comenzado varios años antes, cuando los mismos intereses que controlan la CIA enviaron a su agente Herbert Matthews a la Sierra Maestra a entrevistar a Castro. Las entrevistas de Matthews, en las que pintaba a Castro como a un Robin Hood caribeño de la talla de Bolívar, fueron publicadas en el entonces prestigioso (ahora ya se sabe que el adjetivo que mejor lo califica no es prestigioso sino mentiroso) New York Times.

Esto fue parte de un procedimiento conocido en el argot de la CIA como sheep diping (un baño de insecticida en el que se sumergen las ovejas para matarle las garrapatas), que consiste en crearle una personalidad falsa a un individuo con el fin de infiltrarlo en una organización opositora. En el caso de Fidel Castro, el sheep diping funcionó a la perfección. En pocos meses, gracias a los buenos esfuerzos del New York Times y de otros medios controlados por quienes deseaban infiltrar a Castro en el campo soviético, un gangster de pacotilla, pro-fascista y reaccionario, a quien los comunistas cubanos detestaban, se convirtió por arte de magia en un líder democrático, revolucionario y de ideas socialistas, que rápidamente se transmutó en “comunista”.

El proceso de sheep dipping de Fidel Castro culminó felizmente con la invasión de Bahía de Cochinos. Después de la “victoria” de Castro en Bahía de Cochinos ni siquiera el más paranoico de los lideres soviéticos tuvo ya dudas sobre la bona fides de Fidel —un tremendo error del que poco más tarde se arrepintió Nikita Khrushchev. Esto fue el verdadero origen de la crisis de los cohetes de 1962. Pero eso es parte de otra historia mucho más larga y enrevesada.

En su largo artículo, Diego Trinidad le achaca el “fracaso” de la invasión al Presidente Kennedy. Pero la mayoría de los estudios sobre la invasión de Bahía de Cochinos evidencia que Kennedy tan sólo siguió los consejos de sus asesores. ¿Quiénes eran estos asesores?

Pues fueron Richard Bissell, Allen Dulles, Dean Acheson, Robert McNamara, Dean Rusk, Lyman Lemnitzer, McGeorge Bundy, Adlai Stevenson y Adolf Berle. Todos ellos eran miembros del Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations, CFR). Nada de lo que hicieron estos individuos fue a motu propio, sino en perfecta coordinación, siguiendo las órdenes de sus amos en el CFR.

Como miembros del CFR, la mayoría de estos asesores detestaban al Presidente Kennedy, quien no era miembro del CFR, e hicieron todo lo posible por crearle problemas. La guerra sorda del CFR contra Kennedy ha sido ignorada por los investigadores. Tan sólo un libro, Battling Wall Street, de Donald Gibson, ha estudiado en detalle esta historia.

Uno de los resultados del desastre de Bahía de Cochinos fue que le abrió los ojos a Kennedy sore la erdadera causa del desastre.  Poco después despidió a Allen Dulles como director de la CIA y comenzó a ignorar totalmente el Consejo de Seguridad Nacional controlado por el CFR. Pero lo que selló su destino fue cuando ordenó al Tesorero de la nación que imprimiera billetes de banco no autorizados por el Banco de la Reserva Federal. Muchos estudiosos han llegado a la conclusión que esto fue lo que le costó la vida. Todavía la tinta no se había secado del todo en los billetes cuando Kennedy fue asesinado y su sustituto, Lyndon Johnson ordenó destruirlos. Por cierto, a pesar de que era el único que públicamente había amenazado de muerte a Kennedy más de una vez, Castro es el único sospechoso que no se menciona en la mayoría de los libros que han estudiado el asesinato del presidente.

Muchos todavía ignoran, o se empeñan en ignorar que, desde comienzos del siglo XIX, el verdadero gobierno de los Estados Unidos no está en Washington D.C. sino en New York. Es desde la Harold Pratt House en Manhattan, sede del CFR, donde un pequeño grupo de banqueros internacionales, magnates petroleros y ejecutivos de corporaciones transnacionales, todos ellos miembros del CFR, mantienen el verdadero gobierno invisible de los EE.UU.

Fueron precisamente algunos miembros del CFR quienes, a través de la CIA que habían creado en 1947, reclutaron a Fidel Castro a comienzos del año 1948 y lo enviaron a Bogotá, Colombia, para que participara en el asesinato del líder populista Gaitán y los disturbios del Bogotazo
.
El Bogotazo fue una operación de guerra psicológica cuyo objetivo era atemorizar a los pueblos con el miedo al comunismo y calentar la Guerra Fría. La Guerra Fría, como todas las guerras que han fomentado, fue altamente beneficiosa para los banqueros de Wall Street, los magnates petroleros y los ejecutivos de las corporaciones transnacionales aglutinados en el CFR.

Fueron precisamente algunos miembros del Consejo de Relaciones Exteriores quienes ayudaron a Castro cuando estaba en la Sierra Maestra, suministrándole armas y dinero a través de la CIA. Fue un agente del CFR, Herbert Matthews quien publicó en el New York Times (miembro corporativo del CFR) una serie de artículos que lanzó a Castro al estrellato.

Fueron agentes del CFR en el Departamento de Estado los que apoyaban incondicionalmente a Castro. Fue el presidente Eisenhower, miembro del CFR, quien envió a su emisario William Pawley, íntimo amigo de Allen Dulles, a decirle a Batista que tenía que marcharse y dejar el camino libre para que Castro tomara el poder.

En su primera visita a los EE.UU. después de apoderarse del poder en Cuba, lo primero que hizo Castro fue visitar en secreto la sede del CFR, donde le agradeció a su buen amigo David Rockefeller, presidente del CFR, el haberle facilitado tomar en el poder en Cuba.

Y no cabe duda que Castro hizo un excelente trabajo en Cuba — al menos así lo pensaban sus amos los Rockefellers y sus secuaces en el CFR.

En una Reunión en la Cumbre que se llevó a cabo en La Habana en abril del 2000, el Secretario General de la ONU (una organización creada y controlada por el CFR) Kofi Annan declaró que el régimen de Castro había creado un ejemplo del que todos podemos aprender y que “debía ser la envidia de otras naciones.”

En febrero de 2001, una delegación de alto nivel del Consejo de Relaciones Exteriores, dirigida por David Rockefeller, visitó Cuba y mantuvo una larga reunión con Castro. Después de la reunión, el presidente del CFR Peter Peterson elogió el “compromiso apasionado” de los líderes cubanos de ofrecer educación superior y altos niveles de salud pública a su pueblo. Luego añadió, “Creo que Cuba es uno de los países con mejor educación en todo el hemisferio”. Por supuesto, no es de extrañarse que los conspiradores del CFR, que han transformado las escuela públicas norteamericanas en centros de adoctrinamiento, vean con agrado que Castro haya hecho lo mismo en Cuba desde hace muchos años.

Y no hay duda de que los banqueros de Wall Street, los magnates petroleros, y los ejecutivos de transnacionales miembros del CFR están sumamente agradecidos de Fidel Castro.

Ejemplo de esto es un documento secreto creado por los conspiradores del CFR, el tristemente célebre NSC 200 (National Security Study Memorandum 200), atribuido al agente del CFR Henry Kissinger. Mantenido en secreto por muchos años, el NSC 200 delineaba una política genocida de eliminación de la población en el continente africano, para facilitar que los bancos, las compañías petroleras y las corporaciones transnacionales saquearan sus recursos naturales y los africanos no pudiesen explotarlos y disfrutarlos. Nada ejemplifica mejor la implementación del NSC 200 que la invasión castrista de Angola en el otoño de 1975.

En teoría, Castro ordenó la invasión de Angola para ayudar al líder nacionalista Agostinho Neto y evitar que las fuerzas apoyadas por el imperialismo se adueñaran del país. Pero, ¿cuál fue el resultado de la victoria de Castro en Angola?

Pocos meses después de que las tropas de Castro tomaron el control del país, Angola se convirtió en uno de los mayores socios comerciales de los Estados Unidos en África. Los bancos de Wall Street tales como el Chase Manhattan Bank, Bankers Trust, Citibank y Morgan Guaranty, dieron grandes préstamos a Angola. Los negocios de la General Motors, General Tire, Caterpillar, Boeing, IBM, NCR, Pfizer, Xerox y otras empresas estadounidenses, florecieron en el país. No es pura casualidad que todos esos bancos y corporaciones fueran socios corporativos del CFR.

Pero hay más. Después que Castro tomó el control de Angola, el 95 por ciento de petróleo del país se exportaba a los países occidentales. Los soldados de Castro protegían las refinerías en Cabinda de los posibles ataques de “saboteadores” y Castro era pagado en dólares por sus servicios. La mitad de la producción del petróleo del Golfo de Angola terminaba en las refinerías de los EE.UU. El consorcio De Beers controlaba las minas de diamantes. Ese fue el resultado directo de la política “antiimperialista” y “anticolonialista” castrista en Angola.

Como he explicado anteriormente, es evidente que hubo una conspiración para poner a Castro en el poder en Cuba, y continuó habiendo una conspiración para mantenerlo ahí por muchos años. Pero no fue una conspiración americana, sino una conspiración antinorteamericana, llevada a cabo por la organización más antinorteamericana de todo el planeta: el Consejo de Relaciones Exteriores. Esos son los mismos que han estado conspirando tras las espaldas del pueblo cubano y del pueblo norteamericano y han mantenido en Cuba el castrismo después de la muerte de Castro.

El plan para eternizar el castrismo en Cuba después de la muerte del tirano fue delineado con lujo de detalles en el 2001 en el documento U.S.-Cuban Relations in the 21st Century: A Follow-on on Chairman’s Report of an Independent task Force Sponsored by the Council on Foreign Relations. El informe fue un intento tan evidente de consolidar y eternizar la tiranía castrista en Cuba que algunos de los participantes, como Mark Falcoff, Daniel W. Fisk, Susan Kaufman Purcell, Peter W. Rodman, Mark A. Thiessen y Micho Fernández Spring le hicieron severas críticas. Uno de ellos, María Werlau, al parecer se percató de que el documento no pasaba de ser una farsa para encubrir una componenda, y se negó a firmarlo.

Esos, los conspiradores del CFR en el gobierno invisible de los EE.UU. y no el pueblo norteamericano, son los que traicionaron al pueblo cubano. Esos son los mismos que en estos momentos conspiran tras las espaldas del pueblo norteamericano para establecer lo que ellos llaman el “Nuevo Orden Mundial”, que parece ser una copia fiel del régimen que Castro tan exitosamente implantó en Cuba.

En su libro El arte de la guerra, unos de los mejores estudios sobre inteligencia y espionaje, Sun Tzu, un general chino que vivió 500 años A.C. escribió: “En la guerra todo se basa en el engaño”, y añadió, “Solo quien conoce su enemigo como a sí mismo ganará todas la batallas.”

Desgraciadamente, los cubanos anticastristas del exilio nunca supieron quién era en realidad Fidel Castro. Es por eso que perdieron todas las batallas.

Servando Gonzalez, 15 de abril de 2022

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