Si hay un hecho en la historia reciente del mundo que despertará el asombro de las generaciones futuras es el éxito sin precedentes de esa operación financiera fraudulenta que es la Unión Europea de banqueros.
Paso a paso, decreto tras decreto, los banqueros europeos y su ejército de leguleyos y chupatintas han conseguido convertir a las democracias imperfectas de Occidente en la dictadura perfecta; han erigido una fortaleza en Bruselas lejos de la ira de las masas donde unos cuantos hombres de negocios toman las decisiones desafortunadas que nos empobrecen y sojuzgan a todos. El tratado de Lisboa no fue otra cosa que un golpe de estado silencioso -en Europa todo se hace ya en voz baja, y los programas de gobierno se los cuchichean al oído los gobernantes como siempre han hecho los conspiradores-; un golpe de estado que instauró la dictadura del dinero blando en el continente generado de la nada a mansalva en beneficio de bancos y fondos buitres diversos, dinero blando que siempre lleva como contrapartida la mano dura de las fuerzas policiales. Resulta irritante que algunos defiendan todavía la supuestas democracias de los países que componen la Unión Europea, cuando uno tras otro todos los plebiscitos que se han opuesto a sus políticas nefastas han sido ignorados olímpicamente por las autoridades; pero lo cierto es que últimamente los dirigentes como Edouard Philippe (actual Primer Ministro francés) prefieren recurrir a otros términos menos conciliadores como el Imperio de la Ley, la dignidad del Estado, la inviolabilidad sagrada de las instituciones, etcétera, etcétera, etcétera. Intentan suscitar en nosotros la reverencia con esos términos altisonantes e intimidadores. Los repiten con ademán altivo o de forma enfática y machacona como si fueran un ensalmo o un conjuro. Están intentando amedrentarnos o hipnotizarnos de nuevo ahora que ya nadie se traga el cuento de la benignidad de la UE.
Comprobamos finalmente el poder que ejercen todavía sobre la imaginación popular los cuentos de hadas, porque eso ha sido hasta hace poco la Unión Europea que la gente se imaginaba como una especie de Cuerno de la Abundancia mágico y eterno. Y nuestra credulidad ha traído aparejada la miseria de pueblos como el griego y el empobrecimiento del resto. La Unión Europea fue una gran mentira desde el principio, y los fondos de cohesión – destinados a enriquecer a caciques corruptos y no a producir cohesión ninguna – la mayor mentira.
Uno no puede saber a ciencia cierta lo que se está cociendo en Francia. Es imposible que nadie medianamente sensato confíe en los grandes medios de comunicación que llamaré oficiales a falta de mejor término, y las fuentes alternativas nos trasmiten una imagen confusa. Es normal; se trata de un movimiento desorganizado, sin programa claro ni portavoces. Pero a mí me preocupa que nadie o muy pocos parezcan cuestionar seriamente y de una vez por todas la autoridad ilegítima de las instituciones de la Unión Europea que son la fuente de todos nuestros males. Los chalecos amarillos desconfían de todos y hacen bien, desconfían más que nada de los intelectuales y no me extraña nada. Todos aquellos con cierto don de palabra se quedaron mudos hace tiempo o se convirtieron en los bufones de los nuevos reyes del mambo (¿O habría que decir del reguetón o, peor aún, la canción ligera de cascos del festival de Eurovisión?). Atrincherados en su cátedras o en sus despachos, gozan de las regalías y de los privilegios anexos a haber llegado antes de que empezara la debacle a los centros de poder junto a los cuales se calientan como viejas frente a un brasero, mientras la mayoría de la población se muere de frío. Su egoísmo provocó su ceguera que los ha desacreditado completamente, el silencio cómplice o miope que mantuvieron durante tanto tiempo les impide tomar la palabra, ahora es preciso que hablen los barrenderos.
Es difícil encontrar una época en la que las cabezas pensantes (a las que se les paga desde hace décadas precisamente para que no piensen) hayan puesto su inteligencia o la falta de ella al servicio de los poderosos de forma tan absoluta; intentaban distraernos sin el menor asomo de ingenio debatiendo acerca del sexo de los ángeles o del color de las bragas de Madonna. Mientras tanto nos adormilábamos frente al televisor, el ordenador portátil o las páginas de la prensa, y bostezábamos, unos de tedio, otros de hambre. Yo me pregunto, ¿no se aburren de sí mismos? Por supuesto que se aburren. Ése es precisamente hoy en día el privilegio de las élites: aburrirse olímpicamente una vez suprimida la libertad de expresión y el resto de libertades, incluida la de culto, porque ahora sólo podemos rendirle culto público a la divina Unión Europea y a esa divinidad etérea e inconsútil llamada globalización que consiste simplemente en deslocalizar las empresas para aprovechar el trabajo esclavo de los países sometidos por la OTAN. En Europa tan sólo se necesitan ya camareros para servirle el campari a los burócratas de Bruselas y sus representantes imperiales en provincias.
Las mentes embotadas de los intelectuales imperiales están todavía cautivas de ese embrujo de Circe del gran proyecto de sojuzgamiento europeo que los ha convertido en cerdos. Estamos todos cautivos todavía del encantamiento de la gran hechicera.
Alguien tiene que repetirle machaconamente a la gente que los comisarios europeos no son dioses; son funcionarios de la dictadura blanda -de momento- en el centro y dura en la periferia, y si no que les preguntes a los bosnios y a los kosovares o a los serbios con cuyos órganos traficaban hasta no hace mucho monstruos como Hashim Thaçi en cuyos brazos satánicos se arrojó Madelein Albright, o él en los de ella, para bailar la danza macabra del aquelarre que destruyó Yugoslavia.
No le debemos obediencia ni sumisión a Juncker y al resto de comisarios, no tenemos que venerarlos, no son dioses, repito. Son funcionarios públicos al servicio de intereses privados elegidos a dedo por los ejecutivos de Goldman Sachs o de cualquier otra entidad financiera. Deberían estar obligados a rendirle cuentas a la gente de cada céntimo malgastado. Hay que repetirlo una y otra vez para deshipnotizar a la gente. No trabajan para nosotros. No los necesitamos. No necesitamos a esos burócratas aferrados a la máquina de imprimir moneda, digital mayormente. No necesitamos el euro, podríamos inventar mañana veinte monedas nuevas con idéntico valor: o sea cero o menos cero, para pagar los servicios de aquellos que verdaderamente trabajan y piensan y no se dedican a hacer pompas con el culo como los banqueros. Necesitamos a los agricultores, los profesores, las enfermeras, los albañiles, los poetas (inspirados), los apicultores, a los auténticos filósofos e intelectuales no comprados por los Rothschild, a los ingenieros de puentes y caminos destruidos por las bombas de la OTAN. No necesitamos el euro. Cualquier hacker podría encargarse mañana de la dirección del Banco Central Europeo y lo haría mejor. Por arbitraria que fuera su labor no sería tan lesiva, porque probablemente no representa el mal absoluto como lo representa John Bolton, por ejemplo, (abanderado de la OTAN y del Grupo Bilderberg que manda en Europa), que no deja de ladrarles a los venezolanos como un perro rabioso acusándoles de ser lo que precisamente es él: un tirano. La mayoría de los hackers son adolescentes díscolos e irreverentes que es lo que necesitamos en esta era de perros sumisos que no cuestionan nada y a los que se les cae la baba cuando contemplan a militares de alto rango que exhiben sus medallas ganadas bombardeando con drones bodas y funerales de civiles desarmados.
El caos de la ausencia total de autoridad en un desmantelamiento descontrolado de la UE sería mejor, menos dañino a mi juicio; sería liberador en cierta forma, y mucho menos nefasto que los planes de destrucción de los países del Caribe por parte de la OTAN [1] y sus mercaderes de la muerte y su caos con olor a pólvora.
Es urgente ponerle nombre y apellidos a la represión y la tiranía. Identificar a los verdaderos enemigos de la libertad y la justicia. Los que lanzan invectivas contra Macron en realidad yerran el tiro. Macron es la cara bonita de los Rothschild y Henry y Marie Josée Kravis, por así decirlo; pero claro está que cuando alguien se muestra dispuesto a dar la cara por alguien, también debería estar dispuesto a recibir las bofetadas dirigidas a él o a ella, porque no sabemos quien manda más en la pareja formada por Henry Kravis y su esposa, si él o ella.
Lo que está claro es que cualquier concesión que haga el gobierno francés a los chalecos amarillos (si es que las hace finalmente, porque el primer ministro Edouard Philippe amenaza con sacar a la calle a todas las fuerzas del orden para abortar futuros protestas) será meramente táctica. Las élites europeas viven en una huida hacia adelante permanente y el colapso del sistema es cuestión de tiempo, aunque claro está que nadie sabe cuánto, no mucho desde luego. Europa vive del trabajo acumulado durante generaciones y de los ahorros de los pensionistas por los cuales no les pagan nada los bancos o les pagan un interés miserable, el mismo que le cobran a las grandes multinacionales para que recompren sus acciones e inflen artificialmente el valor de las mismas. Uno se imagina a Henry Kravis maquinando en algún búnker la cabeza de quién arrojarán al populacho para calmar su ira cuando la pirámide se derrumbe y éste se rebele si es que se rebela.
La situación precaria en la que vivimos es la consecuencia de la sumisión absoluta a un concepto inviolable y sacrosanto: el de la Unión Europea, en vez de a una persona de carne y hueso; los pueblos occidentales todavía no están lo suficientemente amaestrados para caer de rodillas ante una monarca absoluto al estilo del príncipe consorte Bernhard zur Lippe-Biesterfeld, ex miembro de la caballería de las SS casado con la princesa Juliana, y promotor entre otros del grupo Bilderberg. Pero caen de rodillas ante entes abstractos como los Mercados, la Unión Europea, el Estado, etc. son fantasmas inasibles a los que uno no les puede cortar la cabeza que los líderes europeos tienen metida cada cual en un agujero como los avestruces.
Lo que más me choca de este movimiento de los chalecos amarillos son esas manifestaciones de supuestas feministas que discurrían de forma paralela sin mezclarse con los chalecos amarillos auténticos. Parece que desconfían de ellas también y es comprensible. A uno le da por sospechar que las han mandado las autoridades para diluir las protestas, para amansar a las masas con sus gráciles movimientos que recuerdan a los de las animadoras deportivas. Los medios de comunicación oficiales utilizan sus supuesta consternación por las víctimas de la violencia de género para mostrar un rostro amable y humanitario a los televidentes, para fingir que se preocupan por la suerte de sus súbditos -no cabe hablar ya de ciudadanos, aunque en el fondo no hagan nada para remediarla. Y no hacen nada porque no pueden aunque quieran si es que quieren. La violencia contra las mujeres (las débiles y no las fuertes) es consecuencia del culto a la fuerza y a la violencia del estado o de quién sea del que vive la dictadura de la Unión Europea representada sobre todo por los mafiosos y los matones como Hashim Thaçi.
Jose Francisco Fernández-Bullón
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REFERENCIA
[1] http://www.voltairenet.org/article204642.html