Fauci y la gran estafa del SIDA – por Laurent Guyénot

Reseña parcial del libro de Robert F. Kennedy Jr.

El nuevo libro de Robert F. Kennedy Jr., The Real Anthony Fauci: Bill Gates, Big Pharma, and the Global War on Democracy and Public Health (“El verdadero Anthony Fauci: Bill Gates, las grandes corporaciones farmacéuticas y la guerra global contra la democracia y la salud pública”), no es el libro de un político que busca llamar la atención. Es el libro de un hombre decidido a poner en juego su reputación, su carrera y su vida en la lucha contra el bioterrorismo de los gobiernos cautivos del lobby farmacológico. Llama a la insurrección masiva y sus últimas palabras son: “¡Nos reuniremos en las barricadas!”.

Fauci y la gran estafa del SIDA

El libro comienza así:

“Escribí este libro para ayudar a los estadounidenses -y a los ciudadanos de todo el mundo- a entender los fundamentos históricos del extraño cataclismo que comenzó en 2020. En este annus horribilis, la democracia liberal se ha derrumbado en el mundo entero. Las agencias gubernamentales de salud pública, los jefes de las redes sociales y los medios de comunicación, de los que las poblaciones idealistas suponían que eran los campeones de la libertad, la democracia, los derechos civiles y las políticas públicas basadas en pruebas científicas, se han volcado colectivamente para atacar directamente la libertad de expresión y las libertades personales. De repente, estas instituciones de confianza actuaron de forma concertada para generar miedo, inculcar obediencia, desalentar el pensamiento crítico y arrear a siete mil millones de personas en una marcha forzada hacia un experimento de salud pública con una tecnología nueva, mal experimentada y con licencia ilegal, una tecnología tan arriesgada que los fabricantes se negaron a producirla a menos que todos los gobiernos de la Tierra les protegieran de la responsabilidad. […] Los objetores de conciencia que se han resistido a estas intervenciones médicas no solicitadas, experimentales y de responsabilidad cero, se encuentran desestabilizados, marginados y convertidos en chivos expiatorios. Las vidas y los medios de subsistencia de los estadounidenses se han visto destrozados por una desconcertante serie de decretos draconianos impuestos sin aprobación legislativa ni evaluación de riesgos. Bajo la apariencia de un estado de emergencia, se nos han cerrado nuestros negocios, escuelas e iglesias, se han producido intrusiones sin precedentes en la vida privada y se han interrumpido nuestras relaciones sociales y familiares más preciadas.”

Kennedy no es un recién llegado en el análisis de esta aterradora distopía. “Mi carrera de 40 años como defensor del medio ambiente y de la salud pública”, escribe, “me ha proporcionado una comprensión única de los mecanismos corruptores de la “captura de la regulación” (o “secuestro de los mecanismos reguladores”, el proceso por el que el regulador y el legislador se convierten en deudores de la industria, a la que se supone que impongan ciertas normas).” Desde el momento en que entró en el debate sobre las vacunas en 2005, Kennedy se dio cuenta de que “la profunda red de lazos financieros entre la industria farmacéutica y las agencias gubernamentales de salud había aumentado fabulosamente la captura de las instancias reguladoras”. Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC), por ejemplo, poseen 57 patentes de vacunas y gastaron 4.900 millones de dólares en 2019 para comprar y distribuir vacunas. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) recibe el 45% de su presupuesto de la industria farmacéutica. Los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), con un presupuesto de 42.000 millones de dólares, poseen cientos de patentes de vacunas y a menudo se benefician de la venta de los mismos productos que se supone deben regular. Los altos funcionarios de estas agencias reciben emolumentos anuales de hasta 150.000 dólares por concepto de derechos en cuanto a los productos que ayudan a desarrollar y que luego se aprueban.

El Dr. Anthony Fauci está a la cabeza de este leviatán. Desde 1968, ha ocupado diversos cargos en el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID), un departamento clave de los NIH del que fue nombrado director en 1984. Con un salario anual de 417.608 dólares, es el empleado federal mejor pagado, incluyendo al Presidente de los Estados Unidos. En sus 50 años como administrador de la burocracia federal, ha asesorado a seis presidentes, al Pentágono, a agencias de inteligencia, a gobiernos extranjeros y a la OMS. Mantiene una compleja red de enredos financieros que ha convertido a los NIH en una filial de Big Pharma. Aprovechando los profundos bolsillos de las fundaciones Clinton y Gates, ha utilizado su presupuesto anual de 6.000 millones de dólares para dominar y controlar muchas agencias, incluida la Organización Mundial de la Salud (OMS). Puede hacer y deshacer carreras, enriquecer o castigar a los centros de investigación académica y dictar los resultados de la investigación científica en el mundo entero, priorizando sistemáticamente los beneficios de la industria farmacéutica sobre la salud pública.

El libro de Kennedy documenta la estrategia sistemática de Fauci de “promover falsas pandemias para promocionar nuevas vacunas”, así como su encubrimiento de los desastres sanitarios que provocó, sus destructivas venganzas contra los científicos que desafían el paradigma farmacéutico y su deliberado sabotaje de las curas sin patente.

Pero el libro de Kennedy no es la biografía de un hombre: es la acusación contra un sistema irremediablemente corrupto y depredador, creado en Estados Unidos y exportado a todo el mundo. Sin embargo, en última instancia, el sistema está hecho y dirigido por humanos, y centrarse en su representante más emblemático proporciona una visión transparente del alma que impulsa este organismo, o más bien esta máquina infernal.

El libro de Kennedy sitúa la crisis actual en una perspectiva histórica. Pero no cuenta la historia cronológicamente. Comienza con un larguísimo primer capítulo sobre la gestión de la pandemia de Covid-19, y luego se remonta, a partir del capítulo 3, a los años 80 y a la búsqueda de la vacuna contra el SIDA, que fue el trampolín para el golpe farmacéutico que se está desarrollando ante nuestros ojos. En esta reseña crítica, me centraré en el episodio del SIDA, porque es la parte menos conocida de una historia de cincuenta años, y ayuda a dar sentido a lo que está sucediendo hoy. Es una historia increíble, que me habría parecido difícil de creer hace sólo tres años, pero que nuestra actual esclavitud hace ahora muy creíble.

Kennedy merece nuestra gratitud por su energía y valor al sacar a la luz esta historia en una presentación clara y bien documentada. Su libro, que ya es un éxito de ventas a pesar del previsible silencio de los críticos (Kennedy ya está vetado en casi todas las redes sociales) está destinado a convertirse en un hito en la lucha por la Vida y la Verdad, y en la heroica saga de los Kennedy. Este artículo refleja sólo una parte de lo que se puede aprender de sus 480 páginas de datos y referencias.

Al principio

En las primeras líneas de su libro de 2014, Thimerosal: Let the Science Speak (el libro que ayudó a dar a conocer la relación causal entre las vacunas contra la hepatitis B y la explosión del autismo en Estados Unidos), Kennedy afirmaba con cautela estar “a favor de las vacunas” y “creer que las vacunas han salvado la vida de cientos de millones de seres humanos en el último siglo.” No lo repite en su nuevo libro. En cambio, se pone del lado de los críticos del dogma, citando un estudio realizado en el año 2000 por científicos de los CDC y de la Universidad Johns Hopkins que concluye que “casi el 90% del descenso de la mortalidad por infecciones entre los niños estadounidenses se produjo antes de 1940, cuando todavía había pocos antibióticos o vacunas disponibles”. Las principales causas del espectacular descenso del 74% de la mortalidad por enfermedades infecciosas en la primera mitad del siglo XX fueron la mejora de la nutrición y unas condiciones de vida más limpias, empezando por el agua.

Fecha de introducción de la vacuna (si está disponible) y disminución de la mortalidad para seis enfermedades:

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: sarampión, tos ferina, gripe, tuberculosis, escarlatina, polio.

Esta perspectiva revisionista, pero perfectamente objetiva, explica por qué la obsesión de Fauci y Gates por la vacunación ha tenido un impacto global negativo en la salud pública en África y Asia, reduciendo proporcionalmente los flujos de ayuda para alimentos, agua potable, transporte, saneamiento y desarrollo económico. De hecho, Gates y Fauci han desviado el programa de salud pública de la OMS de los proyectos exitosos en la lucha contra las enfermedades infecciosas.

Para entender la moda de las vacunas, Kennedy recuerda la influencia pionera de la Fundación Rockefeller. En 1911, después de que el Tribunal Supremo dictaminara que la Standard Oil era un “monopolio irracional” y la dividiera en treinta y cuatro empresas, John D. Rockefeller inauguró lo que Bill Gates llamaría más tarde “filantrocapitalismo”. Concedió grandes subvenciones para la síntesis y la patente de moléculas químicas. La fundación aportó casi la mitad del presupuesto inicial de la Organización Sanitaria de la Sociedad de Naciones en 1922, así como su personal. Impregnó a la Liga con su filosofía médica tecnocrática, que la OMS heredó en 1948.

La Fundación Rockefeller puso en marcha una “asociación público-privada” denominada Comisión Internacional de la Salud, que comenzó inoculando a la población de los trópicos una vacuna contra la fiebre amarilla. Cuando John D. Rockefeller Jr. la disolvió en 1951, la Comisión había gastado miles de millones de dólares en campañas contra enfermedades tropicales en casi 100 países y colonias. Estos proyectos tenían una agenda oculta, según un informe de 2017, U.S. Philanthrocapitalism and the Global Health Agenda: permitieron a la familia Rockefeller abrir mercados en el mundo emergente para el petróleo, la minería, la banca y otros negocios rentables.

En los años 70, el potencial financiero de los propios productos farmacéuticos se disparó cuando “una oleada de nuevas tecnologías, como las pruebas de PCR y los potentísimos microscopios electrónicos, abrieron ventanas a nuevos mundos rebosantes que contienen millones de especies de virus antes desconocidas para los científicos. [El atractivo de la fama y la fortuna desencadenó una revolución caótica en la virología, ya que los jóvenes médicos ambiciosos se esforzaron por señalar a los microbios recién descubiertos como la causa de antiguas enfermedades. […] Bajo esta nueva rúbrica, cada avance teórico, cada descubrimiento se convertía potencialmente en la base de una nueva generación de fármacos”.

A mediados de la década de 1970, el CDC trató de justificar su existencia mediante el seguimiento de los grupos afectados por la rabia. Mantener el miedo a una pandemia era una forma natural para los burócratas del NIAID y los CDC de justificar la relevancia de sus agencias. El jefe inmediato del Dr. Fauci y predecesor como director del NIAID, Richard M. Krause, ayudó a lanzar esta nueva estrategia en 1976. Ese año se inventó la falsa epidemia de gripe porcina. La vacuna experimental era tan problemática que el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) la retiró después de haber vacunado a 49 millones de estadounidenses. Según los informes de prensa, la incidencia de la gripe fue siete veces mayor en los vacunados que en los no vacunados. Además, la vacuna causó unos 500 casos de la enfermedad nerviosa degenerativa del síndrome de Guillain-Barré, 32 muertes, más de 400 casos de parálisis y hasta 4.000 otros efectos adversos. Las víctimas presentaron 1.604 denuncias. En abril de 1985, el gobierno había pagado 83.233.714 dólares y gastado decenas de millones de dólares para procesar y resolver estas quejas.

El Presidente Ford da el ejemplo el 14 de octubre de 1976, recibiendo una inyección de vacuna contra la gripe (Wikipedia).

Otro escándalo estalló en 1983, cuando un estudio de la UCLA financiado por el NIH reveló que la vacuna DTP desarrollada por Wyeth -ahora Pfizer– mataba o causaba graves daños cerebrales, y a veces la muerte, a uno de cada 300 niños vacunados. Aunque protegía a los niños contra la difteria, el tétanos y la tos ferina, la vacuna DTP destrozaba sus sistemas inmunitarios, dejándolos vulnerables a una amplia gama de otras infecciones mortales.

Las demandas resultantes provocaron el colapso de los mercados de seguros de vacunas y amenazaron con la quiebra del sector. Wyeth se quejó de que perdería 20 dólares en daños y perjuicios por cada dólar que ganara con las ventas de vacunas, y llevó al Congreso a aprobar la Ley Nacional de Lesiones por Vacunas en la Infancia en 1986, que protegía a los fabricantes de vacunas de la responsabilidad legal. Este incentivo para la codicia sin restricciones se vio reforzado en 2005 por una nueva ley firmada por George W. Bush, la Ley de Preparación Pública y de Emergencia.

El SIDA y el AZT

En 1984, cuando Fauci se convirtió en director del NIAID, la crisis del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) se estaba descontrolando. Esta fue la plataforma de lanzamiento del ascenso del Dr. Fauci. En una conferencia de prensa celebrada en abril de 1984, el científico de los NIH Robert Gallo relacionó el sida con el virus que pronto se llamaría VIH (virus de la inmunodeficiencia humana). El Dr. Fauci se apresuró a reclamar la jurisdicción de su agencia, frente al Instituto Nacional del Cáncer (NCI), otra rama de los NIH. Fauci se convirtió en el nuevo “zar del SIDA” y asumió el control de casi toda la investigación sobre esta nueva plaga. Imitando la promesa hipnótica del NCI de curar pronto el cáncer, el Dr. Fauci prometió al Congreso que produciría rápidamente medicamentos y vacunas para erradicar el SIDA.

Al mismo tiempo, sembró el terror al contagio, advirtiendo en un artículo alarmista de 1983 que “la extensión del síndrome puede ser enorme”, ya que “el contacto inofensivo, como en una casa familiar, puede propagar la enfermedad”, a pesar de que el SIDA era casi exclusivo de los consumidores de drogas intravenosas y de los homosexuales masculinos aficionados al popper (un vasodilatador de nitrito de amilo que relaja la musculatura anal). Un año más tarde, Fauci se vio obligado a admitir que las autoridades sanitarias nunca habían detectado un caso de sida propagado por “contacto casual”. Sin embargo, el Dr. Fauci siguió generando pánico, lo que automáticamente aumentó su prestigio y poder. Ampliar el terror a las enfermedades infecciosas era ya una respuesta institucional instintiva arraigada en el NIAID.

Tras hacerse con el control de la investigación sobre el SIDA, Fauci captó la mayor parte del flujo de financiación del Congreso para el SIDA, en consonancia con la presión de una comunidad gay recién organizada. En 1990, el presupuesto anual del NIAID para el SIDA había alcanzado los 3.000 millones de dólares. En las décadas siguientes, el gobierno federal gastó más de 500 millones de dólares en la búsqueda de una vacuna que nunca se materializó. El Dr. Fauci inyectó el dinero de los contribuyentes en casi 100 candidatos a vacunas, sin otro resultado que las transferencias masivas de dinero público a sus socios farmacéuticos, y ríos de lágrimas para millones de desafortunados conejillos de indias humanos. La falta de capacidad interna de desarrollo de fármacos del NIAID obligó a Fauci a subcontratar la investigación a una red de los llamados “investigadores principales” (IP), médicos e investigadores académicos controlados por las empresas farmacéuticas y que actúan como enlaces, reclutadores y portavoces.

“Los IP son agentes de la industria farmacéutica que desempeñan un papel clave en la promoción del paradigma farmacéutico y funcionan como sumos sacerdotes de todas sus ortodoxias, por las que hacen proselitismo con celo misionero. Utilizan sus puestos en las juntas médicas y las cátedras de los departamentos universitarios para propagar el dogma y erradicar la herejía. […] Son los mimados y acreditados expertos médicos los que pronostican en los canales de televisión -que ahora dependen de los ingresos de la publicidad farmacéutica- para difundir el mensaje de Big Pharma.”

Al optar por subcontratar el desarrollo de fármacos a las IP, Fauci abdicaba del mandato otorgado al NIAID de encontrar el origen de las epidemias de enfermedades alérgicas y autoinmunes que habían estallado bajo su vigilancia en torno a 1989. La financiación del NIAID se convirtió en una gigantesca subvención a la industria farmacéutica, que obviamente sólo estaba interesada en tratar los síntomas de estas enfermedades, no en eliminar sus causas. A finales de los años 80 y principios de los 90, los IP recibían entre 4.000 y 5.000 millones de dólares anuales del presupuesto de los NIH. Sin embargo, los “sobornos legalizados” de las empresas farmacéuticas y los pagos de regalías por productos farmacéuticos empequeñecen, a la vista del público, su financiación gubernamental.

A pesar de su escaso éxito en la reducción de enfermedades durante la década anterior, Fauci convenció al presidente Bill Clinton en mayo de 1997 para que fijara un nuevo objetivo nacional para la ciencia. En un discurso en la Universidad Estatal de Morgan, Clinton imitó -quizá con ironía interna- la promesa de Kennedy de ir a la luna en 1961, y declaró: “Hoy, comprometámonos a desarrollar una vacuna contra el SIDA en la próxima década”.

Un año después, Bill Gates, que acababa de fundar su Iniciativa Internacional para la Vacuna contra el SIDA (IAVI), llegó a un acuerdo con Fauci. “Durante las dos décadas siguientes, esta asociación haría metástasis para incluir a las empresas farmacéuticas, las agencias militares y de inteligencia y las agencias sanitarias internacionales, todas ellas colaborando para promover las vacunas armadas y un nuevo tipo de imperialismo corporativo enraizado en la ideología de la bioseguridad.” La historia de la implicación de Gates en el negocio de las vacunas, sus mortíferos experimentos en África e India, y su ascenso como principal patrocinador oficioso de la OMS (ordenando en 2011: “Los 193 estados miembros, debéis hacer de las vacunas un eje central de vuestros sistemas sanitarios”), se cuenta en los capítulos 9 y 10 del libro de Kennedy.

Cuando el Dr. Fauci se convirtió en director del NIAID, la azidotimidina, conocida como AZT, era la única candidata a la cura del SIDA. El AZT es un “terminador de la cadena de ADN”, que destruye aleatoriamente la síntesis de ADN en las células que se reproducen. Se desarrolló en 1964 para el cáncer, pero se abandonó por ser demasiado tóxico incluso para una terapia a corto plazo. Se consideró tan malo que ni siquiera se patentó. Pero en 1985 Samuel Broder, director del Instituto Nacional del Cáncer (NCI), afirmó haber descubierto que el AZT mataba al VIH en tubos de ensayo. La empresa británica Burroughs Wellcome lo patentó entonces como cura del SIDA. “Reconociendo una oportunidad financiera en la desesperación de los jóvenes enfermos de SIDA que se enfrentaban a una muerte segura, la compañía farmacéutica fijó el precio en hasta 10.000 dólares al año por paciente, convirtiendo el AZT en uno de los medicamentos más caros de la historia farmacéutica. Dado que Burroughs Wellcome podía fabricar AZT por centavos por dosis, la empresa anticipó una fortuna.

Fauci dio a Burroughs Wellcome el control monopólico de la respuesta del gobierno al VIH. Pero no todo salió bien. “La horrible toxicidad del AZT obstaculizó los esfuerzos de los investigadores por diseñar protocolos de estudio que lo hicieran parecer seguro o eficaz”. Otro problema era que los médicos comunitarios obtenían resultados prometedores con medicamentos terapéuticos baratos y sin patente. El Dr. Fauci se negó a probar estos medicamentos, que no tenían patrocinadores farmacéuticos. Cuando probó el AL721, un antiviral mucho menos tóxico que el AZT, intentó desbaratar los estudios y, al no poder hacerlo, canceló abruptamente la fase 2.

Mientras tanto, aceleró las pruebas del AZT, saltándose la fase animal y permitiendo a Burroughs Wellcome proceder directamente a los ensayos en humanos. En marzo de 1987, el equipo de Fauci declaró que los ensayos en humanos eran un éxito después de sólo cuatro meses, y Fauci se felicitó ante la prensa. Sin embargo, cuando se publicó el informe oficial del ensayo de fase 2 de Burroughs Wellcome en julio de 1987, los científicos europeos se quejaron de que los datos brutos no mostraban ningún beneficio en la reducción de los síntomas. La FDA llevó a cabo su propia investigación dieciocho meses después, pero mantuvo sus conclusiones en secreto hasta que el periodista de investigación John Lauritsen obtuvo algunos de sus datos a través de la Ley de Libertad de Información; los documentos muestran que los equipos de investigación de Fauci/Burroughs Wellcome habían incurrido en una falsificación generalizada de datos. Más de la mitad de los pacientes que tomaron AZT sufrieron efectos adversos tan fatales que necesitaron múltiples transfusiones de sangre sólo para seguir vivos. Sin embargo, Fauci continuó su ascenso a base de mentiras, con el silencio complaciente de los principales medios de comunicación (todo esto está en el libro de Lauritsen, Poison by Prescription: The AZT Story).

El AZT no era el único tema de interés para Fauci. En junio de 2003, los NIH estaban realizando 10.906 ensayos clínicos de nuevos preparados antivirales en 90 países. Algunos de estos juicios parecían sacados de las peores pesadillas de Dickens. La Alianza para la Protección de la Investigación Humana (AHRP), una organización de vigilancia de la industria médica, reveló que entre 1985 y 2005, el NIAID inscribió al menos a 532 niños huérfanos o abandonados en Nueva York como sujetos de ensayos clínicos para probar medicamentos y vacunas experimentales contra el SIDA. Muchos de estos niños estaban perfectamente sanos y puede que ni siquiera estuvieran infectados por el VIH. Sin embargo, 80 de ellos murieron. En 2004, el periodista Liam Scheff informó sobre los experimentos secretos del Dr. Fauci con niños atendidos en el Incarnation Children’s Center (ICC) de Nueva York y en algunos de los centros hermanos entre 1988 y 2002. Estas revelaciones, comenta Kennedy, plantean muchas preguntas:

“¿De qué desierto moral descendieron los monstruos que diseñaron y aprobaron estos experimentos en nuestro país idealista? ¿Cómo han llegado a ejercer un poder tan tiránico sobre nuestros ciudadanos últimamente? ¿Qué clase de nación somos si permitimos que continúen? Sobre todo, ¿será posible que la mente malévola, la ética elástica, el juicio atroz, la arrogancia y el salvajismo que sancionaron esta brutalidad bárbara sobre los niños del Centro Infantil de la Encarnación, y la tortura de animales para el beneficio de la industria, puedan también urdir una justificación moral para suprimir remedios que salvan vidas y prolongar una epidemia mortal? ¿Será que estos mismos alquimistas tenebrosos han desarrollado una estrategia para priorizar su proyecto de vacunas de 48.000 millones de dólares sobre la salud pública y la vida humana?”

África es una tierra prometida para las empresas farmacéuticas que buscan gobiernos cooperativos y poblaciones analfabetas. Los costes de los juicios son muy bajos y el escrutinio de los medios de comunicación es bastante laxo. A principios de los años 90, algunos dictadores africanos extendieron la alfombra roja a las grandes compañías farmacéuticas. Y el 29 de enero de 2003, el presidente George W. Bush anunció en su discurso sobre el estado de la Unión el Plan de Emergencia del Presidente para el Alivio del SIDA (PEPFAR), en el que pedía al Congreso “comprometer 15.000 millones de dólares en los próximos cinco años, incluidos casi 10.000 millones de dólares en dinero nuevo, para cambiar la situación del SIDA en los países más afectados de África y el Caribe”.

¿Es el VIH la causa del SIDA?

Kennedy comienza su capítulo 5, “Las herejías del VIH”, con esta nota:

“He dudado en incluir este capítulo porque cualquier desafío a la ortodoxia de que el VIH es la única causa del SIDA sigue siendo una herejía imperdonable, incluso peligrosa, ante el cártel médico reinante y sus aliados mediáticos. Pero no se puede escribir un libro completo sobre Tony Fauci sin abordar la interminable -y fascinante- controversia científica sobre lo que él llama su “mayor logro” y el “trabajo de su vida”.

La controversia ilustra cómo la industria farmacéutica y las agencias sanitarias, actuando de forma concertada, forjan un consenso sobre teorías incompletas o fraudulentas y suprimen despiadadamente la disidencia, incluso cuando ésta proviene de científicos de renombre mundial. Desde el principio”, insiste Kennedy, “quiero dejar claro que no tomo ninguna posición sobre la relación entre el VIH y el SIDA. Sin embargo, afirma:

“En los treinta y seis años transcurridos desde que el Dr. Fauci y su colega, el Dr. Robert Gallo, afirmaron por primera vez que el VIH es la única causa del SIDA, nadie ha podido citar un solo estudio que ratifique su hipótesis con pruebas científicas válidas. […] Incluso hoy, la incoherencia, las lagunas de conocimiento y las contradicciones siguen poniendo en duda el dogma oficial”.

La forma en que se impuso el dogma del VIH-SIDA ilustra “las tácticas que el Dr. Fauci desarrolló para evadir el debate, deslumbrar y embaucar a la prensa para que evitara la investigación del credo oficial, y denigrar, intimidar, castigar, marginar y amordazar a los críticos”. Una de las víctimas de Fauci fue el Dr. Peter Duesberg, que en 1987 seguía siendo reconocido como el retrovirólogo más consumado del mundo. Duesberg sostiene que el VIH no causa el SIDA, sino que es esencialmente un “polizón” común a las poblaciones de alto riesgo que sufren una supresión inmunitaria debido a las exposiciones ambientales. El VIH, dice, es un virus polizón e inofensivo que casi con toda seguridad ha coexistido en los seres humanos durante miles de generaciones sin causar enfermedades. Mientras que el VIH puede transmitirse por vía sexual, afirma Duesberg, el SIDA no lo hace.

“La epidemiología es como un bikini: lo que pone a la vista es interesante; lo que tapa es crucial.” (Peter Duesberg)

Duesberg publicó sus opiniones en un artículo fundamental de 1987 y luego en un libro de 724 páginas, La invención del virus del SIDA. Kennedy encuentra el razonamiento de Duesberg “tan claro, tan elegantemente concebido y tan convincente que, al leerlo, parece imposible que toda la hipótesis ortodoxa no se derrumbe instantáneamente bajo el peso asfixiante de una lógica implacable”. Pero Fauci y Gallo nunca intentaron responder a Duesberg. Culpar por el SIDA a un virus fue la apuesta que permitió al NIAID asumir la responsabilidad y la financiación de la investigación sobre el SIDA que, de otro modo, podría haber reclamado el NCI; y Duesberg fue duramente castigado por poner en peligro ese plan.

“El doctor Fauci convocó a todo el alto clero de su ortodoxia del VIH -y a todos sus sacerdotes e incluso a los monaguillos- para desatar una tormenta de feroces represalias contra el virólogo y sus partidarios. [El establishment del SIDA, hasta su médico más humilde, vilipendió públicamente a Duesberg, el NIH cortó su financiación y el mundo académico condenó al ostracismo y al exilio al brillante profesor de Berkeley. La prensa científica prácticamente lo prohibió. Se volvió radiactivo”.

Sin embargo, sorprendentemente, el Dr. Luc Montagnier, a quien Gallo había robado el descubrimiento del VIH -como admitió en 1991 después de años-, se adhirió a la tesis de Duesberg, declarando en la Conferencia Internacional sobre el SIDA, celebrada en San Francisco en junio de 1990, que “el virus del VIH es inofensivo y pasivo, es un virus benigno”. Añadió que, según sus conclusiones, el VIH sólo se vuelve peligroso en presencia de una bacteria parecida al micoplasma. Montagnier, por cierto, nunca había afirmado que el VIH fuera el único factor del SIDA, y cada vez se mostraba más escéptico con esta teoría. Su reiterado cuestionamiento del paradigma fetiche del establishment marcó el inicio de una campaña de desprestigio, de la que sin embargo le protegió relativamente su Premio Nobel de Medicina de 2008.

La “prueba” inicial de Gallo de que la causa del SIDA era un virus, en contraposición a las exposiciones tóxicas, había proporcionado a Fauci la piedra angular de su carrera para tomar el timón de la política sobre el SIDA y convertir al NIAID en el principal socio federal de la industria de producción de medicamentos. Esto explica por qué Fauci nunca financió ningún estudio para determinar si el VIH realmente causaba el SIDA y tomó fuertes medidas preventivas contra cualquier estudio de este tipo.

Kennedy cita otras voces discrepantes sobre la epidemiología del SIDA. El Dr. Shyh-Ching Lo, jefe científico a cargo de los programas sobre el SIDA del Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas, se mostró sorprendido por la afirmación de Anthony Fauci de que los anticuerpos, que normalmente indican una sólida respuesta inmunitaria, deberían, con el VIH, señalar una muerte inminente. Dado que las “pruebas del VIH” no detectan realmente el escurridizo virus, sino sólo los anticuerpos que supuestamente lo combaten, ¿no se trataría de una inversión orwelliana, en la que las pruebas de salud se convierten en pruebas de enfermedad? Kennedy también cita al Dr. David Rasnick, un bioquímico que ha trabajado durante treinta años en el campo de la biotecnología farmacéutica:

“La confusión fundamental de Fauci es que le dijo a todo el mundo que diagnosticara el SIDA sobre la base de la presencia de anticuerpos del VIH. En todas las demás enfermedades, la presencia de anticuerpos es una señal de que el paciente ha vencido la enfermedad. Con el SIDA, Fauci y Gallo, y ahora Gates, afirman que es una señal de que estás a punto de morir. Piénsalo: si el propósito de una vacuna contra el SIDA es estimular la producción de anticuerpos, entonces el éxito de la vacuna significaría que cada persona vacunada terminaría necesariamente con un diagnóstico de SIDA. Este es un tema de comedia. También podrías darles a los chicos felices con atesorar monedas de cinco centavos un presupuesto anual de mil millones de dólares…

La naturaleza del SIDA en sí misma es cuestionable, ya que se ha definido como un “síndrome” que engloba una galaxia de unas 30 enfermedades distintas y bien conocidas, todas las cuales se dan en individuos que no están infectados por el VIH. “En manos de los oportunistas del Dr. Fauci, el SIDA se ha convertido en una enfermedad amorfa sujeta a definiciones siempre cambiantes, que engloba una multitud de antiguas enfermedades en los huéspedes que dan positivo al VIH.”

El premio Nobel Kary Mullis, inventor de las pruebas PCR, señaló que estas pruebas eran capaces de encontrar señales del VIH en grandes segmentos de la población que no padecían síntomas de SIDA. Por otra parte, el SIDA puede darse en personas que dan negativo en las pruebas del VIH, como documentó Geoffrey Cowley en un artículo de Newsweek de 1992, seguido por Steve Heimoff en el Los Angeles Times. De hecho, las pruebas eran tan relativas y arbitrarias que ¡una persona se podía quedar sin infección por el VIH simplemente cruzando la frontera de Estados Unidos a Canadá, por ejemplo!

Estas incoherencias no fueron un problema para Fauci y su ejército de mercenarios farmacéuticos. Al contrario: abrieron la bonanza del SIDA en África. Los investigadores financiados por Fauci, utilizando pruebas de PCR y oscuros modelos estadísticos, afirmaron que hasta 30 millones de africanos sufrían de SIDA, casi la mitad de la población adulta en algunos países. Mientras que en los países occidentales el SIDA seguía siendo una enfermedad de drogadictos y sodomitas (nótese que estos poppers fueron patentados por Burroughs Wellcome y anunciados en la prensa gay), misteriosamente en África el 59% de los casos de SIDA eran mujeres y el 85% heterosexuales. ¿Era realmente lo mismo? Y además, nos dijeron que habría una masacre que nunca ocurrió, ya que la población africana siguió creciendo exponencialmente.

Mientras tanto, en Occidente, el carácter del SIDA cambió radicalmente a principios de los años 90 con la introducción del AZT. Cuando empezaron a administrar AZT a personas que ni siquiera estaban enfermas, sino que simplemente daban positivo en las pruebas del VIH, el SIDA empezó a parecerse cada vez más a una intoxicación por AZT. Y la tasa de mortalidad se disparó. Según los Duesbergianos, la gran mayoría de las “muertes por SIDA” después de 1987 se debieron de hecho al AZT. Al parecer, el fármaco prescrito por el Dr. Fauci para tratar a los pacientes con SIDA estaba haciendo lo que el virus no podía hacer: estaba causando el propio SIDA. En 1988, el tiempo medio de supervivencia de los pacientes que tomaban AZT era de cuatro meses. En 1997, reconociendo el efecto letal del AZT, las autoridades sanitarias redujeron la dosis prescrita; la vida media de los pacientes que tomaban AZT aumentó entonces a veinticuatro meses. Según el Dr. Claus Köhnlein, oncólogo alemán, “prácticamente matamos a toda una generación de pacientes con SIDA sin siquiera darnos cuenta, porque los síntomas de la intoxicación por AZT eran casi indistinguibles del SIDA”.

Conclusión

En julio de 2019, el doctor Fauci hizo un anuncio sorpresa: por fin tenía una vacuna contra el VIH que funcionaba. Esto era potencialmente el “clavo en el ataúd” de la epidemia. Admitió que su nueva vacuna no impedía la transmisión del sida, pero predijo que quienes la recibieran descubrirían que, cuando contrajeran el sida, los síntomas se reducirían considerablemente. Kennedy comenta:

“El Dr. Fauci confiaba tanto en la credulidad servil de los medios de comunicación que supuso, con razón, que nunca tendría que responder a las numerosas preguntas que planteaba este galimatías febril. Toda esta extraña propuesta no recibió ningún comentario crítico en la prensa. El éxito de su estratagema de pintar los labios a su burro para venderlo como un pura sangre, sin duda le envalentonó en su artimaña, un año después, de hacer pasar por vacuna contra el COVID 19 un producto que no previene la enfermedad ni tampoco su transmisión.”

En 2019, la vaca lechera del sida ha empezado a agotarse. De todos modos, ¿a quién le importaba ya el sida? La “pandemia de Covid-19” se presentó como la oportunidad perfecta para una actualización (un reset) del tinglado farmacéutico. Como dijo una vez Winston Churchill: “Nunca dejes que una buena crisis se desperdicie sin provecho”. Gracias a la complicidad de los medios de comunicación para ocultar el escandaloso historial de su mafia de bata blanca, Fauci ha conseguido presentarse, una vez más, como el salvador.

“¿Es justo culpar al Dr. Fauci por una crisis que, por supuesto, tiene muchos responsables?”, se pregunta Kennedy. Sí, hasta cierto punto.

“Bajo el liderazgo del Dr. Fauci, las enfermedades alérgicas, autoinmunes y crónicas que el Congreso encargó específicamente al NIAID para prevenirlas se han multiplicado hasta afectar al 54 por ciento de los niños, frente al 12,8 por ciento cuando se hizo cargo del NIAID en 1984. El Dr. Fauci no ofreció ninguna explicación de por qué las enfermedades alérgicas como el asma, el eczema, las alergias alimentarias, la rinitis alérgica y la anafilaxia se dispararon repentinamente a partir de 1989, cinco años después de su toma de posesión. En su página web, el NIAID presume de que las enfermedades autoinmunes son una de las prioridades de la agencia. Unas 80 enfermedades autoinmunes, como la diabetes juvenil y la artritis reumatoide, la enfermedad de Graves y la enfermedad de Crohn, que eran prácticamente desconocidas antes de 1984, se han convertido repentinamente en una epidemia bajo su vigilancia. El autismo, que muchos científicos consideran ahora una enfermedad autoinmune, ha pasado de 2/10.000 a 4/10.000 estadounidenses cuando Tony Fauci se incorporó al NIAID, a uno de cada treinta y cuatro en la actualidad. Afecciones neurológicas como el TDA/TDAH, los trastornos del habla y del sueño, la narcolepsia, los tics faciales y el síndrome de Tourette se han convertido en algo habitual en los niños estadounidenses. Los costes humanos, sanitarios y económicos de las enfermedades crónicas eclipsan los costes de todas las enfermedades infecciosas en Estados Unidos. A finales de esta década, la obesidad, la diabetes y la prediabetes van camino de debilitar al 85% de los ciudadanos estadounidenses. Estados Unidos está entre los diez países más obesos del mundo. Las repercusiones sanitarias de estas epidemias, que afectan principalmente a los jóvenes, eclipsan incluso las repercusiones sanitarias más exageradas de Covid-19″.

El Dr. Fauci no ha hecho nada para cumplir con la obligación fundamenta del NIAID de investigar las causas de las enfermedades alérgicas y autoinmunes crónicas que han proliferado bajo su mandato. En cambio, Fauci ha “convertido al NIAID en la principal incubadora de nuevos productos farmacéuticos, muchos de los cuales, irónicamente, se benefician de la pandemia en cascada de las enfermedades crónicas”. En lugar de investigar las causas del deterioro de la salud de los estadounidenses, el Dr. Fauci gasta la mayor parte de su presupuesto de 6.000 millones de dólares en la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos y vacunas que son en gran parte responsables del debilitamiento de su inmunidad natural. “En los últimos tiempos, ha desempeñado un papel central en el debilitamiento de la salud pública y la subversión de la democracia y el gobierno constitucional en el mundo entero, y en la transición de nuestro gobierno civil al totalitarismo médico”.

Louis Jouvet interpretando al Dr. Knock en 1951

Esto me recuerda al Dr. Knock, el personaje central de la famosa novela de Jules Romains de 1923, Knock o el triunfo de la medicina. El Dr. Knock es un turbio médico de dudosa procedencia que profesa que la “salud” es un concepto obsoleto y anticientífico, y que todo hombre sano es un enfermo inconsciente. Para convertir a todo un pueblo en pacientes permanentes, utiliza al maestro de escuela como agente de propaganda, y hace un trato con el farmacéutico, que de repente ve cómo su clientela se dispara (ver aquí y aquí los inolvidables momentos de la adaptación cinematográfica de Guy Lefranc con Louis Jouvet). Fauci es el Dr. Knock a escala mundial.

Sin embargo, hasta cierto punto, el propio Fauci es el producto de una elección civilizatoria que, a largo plazo, sólo podría conducir a la tecnocracia médica tiránica que ahora intenta esclavizarnos. Más que un nuevo Dr. Frankenstein, Fauci es nuestro propio monstruo que se vuelve contra nosotros. Kennedy alude a este amplio aspecto de la cuestión, haciendo hincapié en la necesidad de un profundo cuestionamiento. La forma en que los estadounidenses y los occidentales en general han llegado a ver la asistencia sanitaria ha sido moldeada por la filosofía de la Fundación Rockefeller bajo la imagen de una píldora para un enfermo. En el debate entre la “teoría del miasma” -que hace hincapié en la prevención de las enfermedades mediante el fortalecimiento del sistema inmunitario a través de la nutrición y la reducción de la exposición a las toxinas y el estrés ambiental- y la “teoría de los gérmenes” -que atribuye las enfermedades a los patógenos microscópicos-, nos hemos dejado seducir inequívocamente por esta última. Nos hemos adherido a un enfoque de la enfermedad que exige identificar el germen culpable y encontrar un veneno para matarlo. Hemos confiado la responsabilidad de nuestra salud a “expertos” médicos y corredores de seguros.

Como observa el Dr. Claus Köhnlein en su libro Virus Mania (2007), citado por Kennedy: “la idea de que ciertos microbios -hongos, bacterias o virus- son enemigos que debemos combatir con bombas químicas especiales, ha quedado profundamente grabada en la conciencia colectiva”. Se trata de un paradigma guerrero, perfectamente adecuado para fabricar el consentimiento en el camino hacia la dictadura. Como escribió Kennedy en el prefacio del libro del Dr. Joseph Mercola, La verdad sobre Covid-19 (2021), “los demagogos deben crear el miedo para justificar sus demandas de obediencia ciega.” … Y ‘los tecnócratas del gobierno, los oligarcas multimillonarios, las grandes farmacéuticas, los grandes datos, los grandes medios de comunicación, los barones de las altas finanzas y el aparato de inteligencia militar-industrial aman las pandemias por las mismas razones por las que aman las guerras y los ataques terroristas. Las crisis catastróficas crean oportunidades excepcionalmente favorables para aumentar tanto el poder como la riqueza”.

Laurent Guyénot, 1 de diciembre de 2021

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Original: https://www.egaliteetreconciliation.fr/Fauci-et-la-grande-arnaque-du-sida-66367.html

Versión en inglés: https://www.unz.com/article/fauci-and-the-great-aids-swindle/

Traducción y recopilación de datos: MP. para Red Internacional

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Lecturas relacionadas en español:

* Robert Kennedy le quita la máscara al Dr. Fauci en su tratamiento criminal del SIDA

* https://redinternacional.net/2021/06/13/el-origen-del-covid-19-la-caja-de-pandora-por-israel-shamir/

https://redinternacional.net/2020/10/11/video-coronavirus-crimenes-contra-la-humanidad-dr-reiner-fuellmich/

* La guerra contra los pueblos mediante el Covid: https://redinternacional.net/2021/03/26/entrantes-o-plato-principal-por-israel-shamir/

* La vacunación masiva y el riesgo de escape viral:  https://redinternacional.net/2021/06/10/9290/

* El mundo está sufriendo de psicosis delirante masiva, por Joseph Mercola: https://redinternacional.net/2021/02/25/el-mundo-esta-sufriendo-de-psicosis-delirante-masiva-joseph-mercola/

* Se estrecha el cerco sobre las vacunas, por Joseph Mercola: https://redinternacional.net/2018/07/18/se-estrecha-el-cerco-sobre-las-vacunas/

 

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