Cierta locura rusa conocida asalta los EEUU – por Israel Shamir

Los rusos están asombrados por las olas de locura que azotan a los Estados Unidos. Los recientes disturbios, saqueos, destrucción de monumentos, la contienda electoral brutal y los rumores de una inminente guerra civil no encajan con la imagen de los Estados Unidos que suelen tener los rusos. Podría ser la de un país latinoamericano, digamos, Colombia o Guatemala, quizás, pero no los Estados Unidos. El país que tanto admiraban ya no existe, dicen. Lo lamentan en lugar de alegrarse, como sería de esperar.

Lejos de sentir hostilidad, durante muchos años (al menos desde principios de los sesenta) los rusos consideraron a los EE.UU. como un modelo a seguir. Nikita Khrushchev, el poderoso gobernante (1953-1964) que abandonó a Stalin y sacó sus restos del Mausoleo de la Plaza Roja, estaba fascinado con los EE.UU. Importaba maíz americano y consideraba que este alimento básico americano sería la clave de la prosperidad soviética. Esos fueron los días en que Rusia descubrió el jazz. Los jóvenes más brillantes de Rusia se adaptaron a la moda americana, como se recuerda en la obra teatral del período 2008 Stilyagi (Los Hipsters). Bajo el “socialismo maduro” de Brezhnev, esta fascinación por las cosas americanas se aplacó, pero siguió siendo un fuerte elemento de contracultura, y permitió la rápida rendición de la Unión Soviética a los Estados Unidos en la era Gorbachov. El amor por EEUU siguió siendo un sello de las elites rusas, pero ahora ha sido suplantado por el desconcierto. No pueden entender por qué esta gran civilización se suicida; pero por cierto, ¿quién lo entiende?

Los rusos perciben a los EE.UU. como una sociedad dinámica y ordenada, permitiendo un amplio espacio para el individualismo, sembrando su cultura pop por todo el mundo y sin exigencias ideológicas. Esta última cualidad era tan atractiva para los rusos que la ratificaron en su nueva constitución post-soviética. El artículo 13 dice: “La pluralidad ideológica será reconocida en la Federación Rusa. Ninguna ideología puede ser instituida como una ideología patrocinada por el Estado o de carácter obligatorio”. Si los rusos estaban tan convencidos de ello, es porque, aunque su propia ideología dominante había decaído y se había derrumbado, siguieron obligados a rendirle pleitesía durante muchas décadas. Al escribir una disertación, un artículo científico o polémico, se suponía que el autor debía citar a Marx, Lenin y algún documento más reciente del Partido, y subrayar una continuidad de sus propias ideas con las de los fundadores. Ellos no creían en aquello, pero lo repetían de memoria porque era lo que se esperaba de ellos. Abandonar estos deberes ideológicos tuvo un efecto profundamente liberador en el pueblo, y naturalmente pensaron que seguir todas las costumbres estadounidenses les llevaría a la prosperidad y libertad americanas.

Ya por entonces la nueva ortodoxia se estaba formando en los EE.UU., pero pasaron algunos años hasta que la conciencia de este cambio se filtrara en las mentes rusas. En 2010, los rusos estaban tan libres de limitaciones ideológicas que los occidentales ya no podían ni siquiera captar las impactantes posibilidades que iban explorando. Los rusos se habían convertido, y así permanecieron hasta hace muy poco, en gente sumamente “incorrecta políticamente”.

En aquellos años era perfectamente aceptable poner un anuncio para alquilar un piso, mencionando “sólo para personas de etnia rusa; nativos de Asia Central y el Cáucaso no postular”. Los anuncios de empleo especificaban el sexo, la edad y la estatura del candidato deseado, como “bufete de abogados busca secretaria de 21 a 33 años de edad con una estatura superior a 1,73 m”. Un filósofo hubiera podido presentar argumentos a favor de la esclavitud. Los asesinatos en masa y la limpieza étnica no estaban fuera de lugar en un debate. A los africanos se les podía evocar como “monos”, mientras que los armenios y georgianos eran “bolas de grasa”. En los días políticamente correctos de la Unión Soviética tales términos cariñosos eran inaceptables, pero con la caída de la vieja ideología, todo se volvió permisible.

Los mismos términos “Izquierda” y “Derecha” tienen un significado totalmente diferente en Rusia y en los Estados Unidos. En Rusia, la Izquierda presiona por la nacionalización, por la expropiación de grandes empresas y recursos naturales, por el empoderamiento de los trabajadores y por la elevación del nivel de vida de la clase obrera. Su lema práctico es “Revertir la privatización de Yeltsin, restaurar los soviets”. La izquierda americana tenía ideas similares hasta que el marxismo cultural la convirtió en un culto minoritario para los hipsters y cortó su conexión con los trabajadores. La izquierda rusa está representada por el Partido Comunista (CPRF), el mayor partido de la oposición en el Parlamento, y por unos pocos partidos comunistas más pequeños. Mientras que la izquierda americana está liderada por judíos, feministas, gays, algunos simbólicos “People of Colour”, y lucha contra la discriminación por género y raza, la izquierda rusa es predominantemente étnico-rusa y lucha por una redistribución masiva de la riqueza y el poder de los oligarcas al pueblo.

Sólo en los últimos diez años los rusos han ido tomando conciencia de la nueva ideología reinante en los EE.UU. Las exigencias americanas en cuanto a corrección política eran demasiado extravagantes para ellos. El ‘wokismo’[1] es desconocido en Rusia, excepto para los pequeños grupos de hipsters de Moscú que resultan tan extranjeros y extraños para el ruso medio como las “Preciosas ridículas” de Molière para sus contemporáneos. Los hipsters rusos atraen más burlas y mofas que  miedo u odio. Sin embargo, nunca una persona moderadamente “woke” podría tener quejas de Rusia.

El feminismo tradicional nunca fue un problema allí: los soviéticos practicaban la igualdad entre hombres y mujeres. Las mujeres pudieron votar desde los primeros días de la revolución. Había embajadoras y ministras, y también trabajadoras del ferrocarril. Las mujeres directivas y ejecutivas  no eran inusuales, como se puede ver en la popular película Moscú no cree en las lágrimas. Las mujeres rusas trabajaban tan duro como los hombres, como se muestra en Chicas (The Girls). Las mujeres rusas envidiaban el estilo de vida de las amas de casa estadounidenses de los años 50 que no trabajaban, atendiendo el hogar y la familia, pero este lujo pronto desapareció también en Occidente.

Nadie se peleaba por el aborto: Rusia es muy liberal desde este punto de vista, y lo fue durante muchos años, al menos desde 1956. Antes de la llegada de la planificación familiar, los abortos eran extremadamente frecuentes; ahora no tanto, pero son legales y están cubiertos por la medicina social.

Los judíos tampoco eran un problema, ya que la mayoría de los judíos rusos ya habían emigrado a Israel o a EEUU, mientras que los que permanecían en Rusia eran los hijos asimilados de matrimonios mixtos. Después de eso, el lobby judío ruso desapareció (si es que alguna vez existió realmente). Los judíos eran iguales pero no dominantes. Los rusos no fueron adoctrinados en el dogma del Holocausto, así que esto tampoco fue un problema.

No había tensiones raciales; Rusia tenía muy pocos negros, y eran extremadamente bien tratados. Es famoso el abisinio Abraham Aníbal, importado y regalado al innovador zar Pedro I: tuvo una buena carrera, se casó con la hija de un noble, y su biznieto Alejandro Pushkin se convirtió en el gran poeta ruso. Había esclavos en Rusia, pero eran blancos. Los siervos rusos se integraron al resto del pueblo ruso después de su liberación en 1861. Antón Chéjov, el dramaturgo, era nieto de un siervo. Las personas de diferentes etnias no fueron discriminadas históricamente. A los nobles tártaros y georgianos, ucranianos y polacos se les recibía por igual en la Corte del Zar, y más tarde sus representantes se asentaron en el parlamento soviético. Así que los rusos nunca pudieron entender el problema de América con la raza, y siempre pudieron felicitarse por ser progresistas de vanguardia.

La “wokeness” estadounidense es globalista, y está diseñada para socavar y suplantar las culturas tradicionales. Sin embargo, al principio parecía ser una inocente declaración de moda. Rusia comenzó a acostumbrarse a los nuevos estándares delirantes como si fueran cualquier otro artefacto de la McCultura de América.

El primer enfrentamiento fue por las manifestaciones del “orgullo gay”. La homosexualidad no forma parte de la cultura rusa, ya que las relaciones sexuales normales de chico a chica no estaban muy restringidas. Hay menos hombres que mujeres en edad reproductiva y un hombre normalmente puede encontrar una mujer para casarse. Las relaciones homosexuales se practicaban en las cárceles, no en las escuelas. La insistente promoción de la homosexualidad en el extranjero, con sus desfiles gay, los matrimonios gay y las adopciones por parejas gay, trajo la primera gran nota discordante en lo que alguna vez fue la armonía ideológica entre Rusia y los EE.UU. La primera disputa entre la Rusia de Putin y los EE.UU. ocurrió en este terreno. En Rusia, los gays son tolerados, no discriminados, pero tampoco celebrados; mientras que el nuevo discurso “woke” exigía la glorificación de la homosexualidad y no aceptaba nada menos. La negativa categórica de Putin a acceder a esta demanda le valió mucho respaldo en la opinión pública rusa, e inició la evolución de Rusia hacia la independencia ideológica.

Cuanto más presionaban los EEUU en un tema, más reacios se volvían los rusos. El intento de importar la campaña #MeToo a Rusia fracasó del todo. La idea general del acoso no encaja en Rusia. No hubo cacerías de brujas como la que padeció Weinstein, ni juicios espectaculares para entretener a las masas. La campaña contra los hombres ni siquiera hizo mella en la conciencia rusa. Los hombres rusos siguen siendo los reyes de sus mujeres, y las mujeres rusas se supone que deben cocinar, limpiar la casa y atender a los niños además de trabajar a tiempo completo. Se supone que los hombres pagan las cuentas en los cafés y abren las puertas para ceder el paso a las mujeres. Los hombres rusos no se avergüenzan sino que se enorgullecen de su virilidad, y el término inglés “masculinidad tóxica” no tiene equivalente en ruso.

Con el paso del tiempo, la manía de los EE.UU. de la “wokeness” ha alcanzado nuevas cimas. La cultura de pisoteo y  destrucción de monumentos a grandes figuras históricas les recuerdan casos  familiares a los rusos. Parecería que Rusia y los Estados Unidos se han desarrollado en direcciones opuestas, ya que la histeria que los estadounidenses abrazan hoy en día se parece a la misma locura que los rusos abrazaron y luego rechazaron hace cien años. Después de la Gran Revolución de 1917, los rusos también desfiguraron y eliminaron muchos monumentos de su pasado histórico, pero esos ataques contra la historia no duraron mucho tiempo, y los monumentos han vuelto a su gloria anterior. Además, los rusos post-soviéticos continuaron erigiendo nuevos monumentos a figuras que fueron deshonradas y derrotadas. Mientras que los “wokes” estadounidenses destruyen los monumentos a los generales de la Guerra Civil que lucharon en el bando perdedor, los rusos levantaron monumentos al almirante Kolchak (que luchó contra los rojos y fue derrotado y ejecutado por ellos), y al general Mannerheim (que luchó contra los rojos en la Guerra Civil finlandesa y contra los rusos en la Segunda Guerra Mundial, pero que sabiamente hizo la paz con Stalin). Las estatuas de los zares y los líderes comunistas embellecen las plazas y los jardines de las ciudades rusas.

La caza de brujas formada contra J.K. Rowling (la creadora de Harry Potter) por el lobby “Trans” suena a historias similares sobre escritores rusos que fueron “desacreditados” y “repudiados” en los años 20 a 30, aunque por razones diferentes. Si uno lee El Maestro y Margarita, la novela de Mihail Bulgakov, se encontrará con el crítico de arte, Latunsky que persigue al escritor políticamente incorrecto. ProletCult y NaPostu eran nombres de algunos de los movimientos rusos “concientizados” de la época, y muchos escritores rusos padecieron hostigamiento y repudio por no cumplir con sus requisitos inaguantables.

Las universidades americanas fueron el campo de batalla de la guerra de la cultura “woke”, donde el bando derrotado acabó defenestrado o al menos obligado a marcharse. Los rusos también pasaron por esta etapa, hace 70 años, cuando Lysenko y Vavilov resolvieron sus diferencias apelando a Stalin. Hoy en día, los rusos no hacen campaña contra los científicos políticamente incorrectos. Un científico ruso puede decir y escribir lo que quiera. No perderá su Premio Nobel como le pasó a James Watson (por supuesto delito de racismo). Ningún científico ruso será descrito como “dudoso”, “conspiracionista”, o “desprestigiado”, como le pasó a la Dra. Mikovitz, aunque los rusos reconocen estos términos como una característica de su pasado lejano.

Los rusos ahora discuten sobre qué período de la historia rusa corresponde a los EEUU de nuestro tiempo. Los disturbios y problemas raciales corresponden al último período soviético de la Perestroika 1988-1990. Luego hubo disturbios en Tayikistán, Uzbekistán, Georgia. Los armenios se amotinaron en Qarabagh y los azeríes en Bakú y Sumgait. Hubo disturbios en los estados bálticos y las fuerzas de seguridad dudaron en interferir.

El actual intento de reescribir la historia estadounidense por parte de los académicos anticoloniales se asemeja a las campañas de 1986-1990 para reescribir completamente la historia rusa. Se presentaba al Imperio zarista como la cúspide del desarrollo, mientras que Stalin era tachado de destructor de la cultura rusa.

La avanzada edad de los candidatos a la presidencia de EEUU recuerda lo que pasaba entre 1984 y 1986 en Rusia, cuando tres líderes soviéticos de edad avanzada murieron en el transcurso de tres años. Este desfile de líderes vencidos por la edad terminó con la elección de Gorbachov, que era relativamente joven y capaz de hablar sin un apuntador. Los rusos comparan a Joe Biden con su Chernenko (76), el que dirigió Rusia en 1984-1985.

El ingenioso Viktor Pelevin en su nueva novela sugiere una fecha diferente: “La América moderna es una Unión Soviética al estilo de Brézhnev alrededor de 1979, con el LGBT en el lugar del Komsomol, la gestión por enormes empresas hegemónicas en el lugar del Partido Comunista, la represión sexual en el lugar de la expresión sexual y los albores del socialismo en el lugar de la muerte del socialismo. Sin embargo, hay una diferencia. Uno podía escapar mentalmente de la Rusia soviética, pero nadie puede salvarse de EEUU (en la medida en que su influencia es mundial). En la Rusia Soviética, uno podía escuchar “La Voz de los Estados Unidos”, y no hay nada en su lugar ahora. Los medios masivos son sólo variantes de una misma Pravda, y tenemos a un Brézhnev multifacético e inmortal que lucha ferozmente con su alter ego por el derecho a chupársela a Bibi Netanyahu”.

El popular bloguero Dmitri Olshanski no está de acuerdo. Para él, América es como la Rusia de los años 30. Él se fija en el ofrecimiento en materia de películas americanas recientes:

“Biopic del icono feminista Gloria Steinem… Dos mujeres al principio no se llevan bien, luego son amigas, luego llegan a fusionar… Bassam Tariq cuenta la historia de un rapero paquistaní abatido por una enfermedad hereditaria… las consecuencias de un desastre medioambiental causado por la contaminación industrial del agua local con mercurio… Feminismo – Lesbianismo – Greenpeace – … Migrantes paquistaníes….” No es como en la Rusia de Brezhnev, donde los artistas sabían cómo engañar a los censores y pasar de contrabando temas prohibidos; es la Rusia de los años 30, cuando con creciente ferocidad el desafortunado cinéfilo se veía abrumado por la repetición de imágenes gigantes de fundiciones de acero, ásperas manos de trabajadores, sobrecumplimiento de metas etc.

Olshanski concluye con un llamamiento a votar por Trump, ya que “es el único estadista capaz de bloquear el matriarcado, los treinta y ocho géneros, el lenguaje canino de los que se autotitulan vanguardia, con ciertos privilegios, y arrojan a Shakespeare y a Churchill del barco de la modernidad”.

“Tirar a Pushkin por la borda del barco de la modernidad” era el lema de los “woke” rusos en 1912.

Aparentemente, los desmanes estadounidenses recuerdan a Rusia en los años 1912, 1920, 1935, 1970 y 1980. En conjunto, esto demuestra que Rusia y los EE.UU. aprendieron mucho el uno del otro, y no siempre lo mejor. Pero eso es algo muy humano: a menudo adoptamos los malos hábitos de nuestros amigos, y mantenemos estos hábitos incluso después de perdernos de vista.

 

Israel Shamir, 23 octubre 2020

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Contacto de Israel Shamir: adam@israelshamir.net

Original en inglés: UNZ

Original traduccion al espanol: Red Internacional

Traducción: María Poumier

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NOTAS

[1] El término “woke” apareció e 2010. Desde la muerte de George Floyd, aumentan los “woke”, o sea los “despiertos”, o concientizados en lo que se refiere a injusticias y opresión que padecen  las minorías, y con voluntad para actuar. Si bien muchos aplauden a los “woke”, otros, como Donald Trump y sus partidarios, los critican, como desvarío en la búsqueda de lo políticamente correcto, una corriente de pensamiento extremista y liberticida.

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