Los grandes enigmas sobre Adolf Hitler: La conexión Rothschild-Hitler – por Xavier Bartlett
A falta de los documentos oficiales que puedan acreditar la relación consanguínea entre los Rothschild y Hitler, no habría más salida para avanzar en esta cuestión que recurrir a la moderna ciencia genética. En este sentido, teóricamente, se podrían realizar pruebas de ADN sobre la familia Rothschild –que tiene aún bastantes representantes en varios países del mundo– y sobre los herederos de Alois Hitler y Franziska Metzelsberger, el segundo matrimonio de Alois, del cual sí hay descendencia conocida por parte de Alois Hitler hijo y Angela Hitler, aparte de parientes lejanos todavía residentes en Austria. Otra cosa bien distinta es que las partes interesadas estuvieran de acuerdo en someterse a dichas pruebas, cosa que parece impensable a día de hoy.
Evidentemente, esta vía tiene nulas opciones de prosperar y de hecho cualquier intento de relacionar a los Rothschild con Adolf Hitler –una posibilidad del todo ignorada por la historiografía ortodoxa– podría parecer una enorme burla o contrasentido, dado el máximo antagonismo entre la conocida dinastía judía de banqueros y el líder antisemita más notorio de la historia. Sin embargo, sin necesidad de recurrir a unos lazos de sangre que están por demostrar, la propia historia nos deja unas pistas muy evidentes de esa conexión, aunque lógicamente no estamos hablando de historia oficial (la que se enseña en escuelas y universidades o la que se nos muestra en los documentales “educativos”), sino de estudios a cargo de historiadores e investigadores independientes. No voy a entrar al detalle de estas argumentaciones, pero sí al menos presentar los hechos principales que han sido abordados por diversos autores internacionales en los cuales se expone abiertamente la conexión directa que existió entre la gran banca internacional dirigida por los Rothschild y el régimen nacional-socialista de Alemania.
No existen pruebas directas del patrocinio de los Rothschild sobre Hitler cuando éste era joven, pero se dan algunas curiosas coincidencias. Su padre Alois también había estado en Viena siendo adolescente, y como ya hemos visto tuvo el apoyo de la familia Frankenberger. En cuanto a la vida de Adolf en Viena, es posible que no estuviera del todo “desamparado” porque allí empezó a tener contactos con personas que iban a influir en él y sobre todo pudo sustentarse gracias a que algunas personas o instituciones judías le brindaron refugio o dinero, por ejemplo comprándole las mediocres acuarelas que pintaba con ínfulas de artista.
Si saltamos a 1919, después de la Gran Guerra, sabemos que Hitler era un ex militar sin trabajo, como muchos otros, y que se buscó un futuro introduciéndose en movimientos sociales y políticos. Primero simpatizó con las corrientes comunistas y socialistas, pero al poco tiempo fue reclutado por los servicios de inteligencia militar, que le encargaron vigilar las actividades de las sociedades secretas. Y de este modo, sin ninguna “casualidad” de por medio, Hitler acabó recalando en la órbita de la Sociedad Thule, una amalgama de sociedad secreta ocultista y de partido ultra-nacionalista. De hecho, esta sociedad fue el germen del DAP (Partido de los trabajadores alemanes), en el cual Hitler empezó a fundar su carrera política, asumiendo la responsabilidad de la propaganda del partido.
En 1920, el DAP pasó a llamarse NSDAP (lo que propiamente ya era el partido nazi), y al año siguiente Hitler se afianzó como su líder indiscutible. Lo que es significativo es que este pequeño partido, muy radical y minoritario, comenzó a crecer de forma notable y a ser ampliamente conocido no sólo en Alemania, sino en todo el mundo, y más aún después del famoso putsch de Munich. ¿Quién apoyó a Hitler y al NSDAP en ese crecimiento? ¿Cómo es posible que el prestigioso mariscal Ludendorff –héroe de la Primera Guerra Mundial– se pusiera a las órdenes de un casi desconocido Hitler? No hay datos concretos sobre maniobras de apoyo a Hitler por parte de los Rothschild, pero sí es cierto que en esos años el líder nazi se vio rodeado, asesorado y potenciado por una serie de personajes de gran influencia, muchos de ellos de sangre judía[1]. Y lo que es más llamativo es que la ayuda económica procedía casi totalmente del extranjero, pues el capitalismo alemán dio la espalda mayoritariamente al nazismo. Por de pronto, se sabe que al menos desde 1926 hasta 1942, Hitler recibió financiación de los banqueros Averell Harriman y Prescott Bush (padre y abuelo de los futuros presidentes Bush) a través del banco neoyorquino Harris & Brothers Harriman.
No obstante, la intervención clave de la gran banca en el éxito de Hitler tiene lugar en 1929, cuando Wall Street –bajo la influencia del imperio Rothschild– decide apoyar discretamente el proyecto de Hitler y para ello la oligarquía financiera envía a Alemania a un delegado, un tal “Sydney Warburg”[2], a fin de llegar a un acuerdo con él. Según el trato, a cambio de promover una cierta política nacional e internacional, el NSDAP recibiría apoyo financiero para conquistar el poder, si bien Hitler acabó recibiendo –a través de bancos filiales– mucho menos de lo había pedido en principio[3]. Este acuerdo se firmó en junio de 1929 y entre otros firmantes figuraban John D. Rockefeller y hasta el propio presidente de los EE UU, H. C. Hoover.
En 1931 se repitieron los contactos y Hitler dejó en manos de los banqueros la decisión de cómo querían que él llegase al poder, bien por un golpe de estado o bien de forma “legal”. La banca internacional se decantó por esta última opción y financió las campañas electorales de Hitler, y de este modo –gracias al enorme despliegue de propaganda– ganó las elecciones de 1932 y pudo alcanzar el cargo de canciller a inicios de 1933. En suma, los grandes poderes financieros americanos (Rockefeller, Kuhn, Loeb & Co, J.P. Morgan, National City Bank, Brown Brothers & Harriman, etc.) apostaron firmemente por Hitler y mantuvieron ese apoyo hasta bien entrada la Segunda Guerra Mundial.
Asimismo, el mundo financiero inglés –representado por la City de Londres– se inclinó por Hitler con el pretexto de frenar el bolchevismo. El Banco de Inglaterra, por medio de su director Montagu Norman[4], se encargó de financiar a Hitler a través de una filial alemana (Schroder Bank). Además, otras importantes empresas británicas, como la Shell Oil, se posicionaron a favor de Hitler en los años 30. E incluso cuando Alemania ya estaba inmersa en su política expansionista, tan criticada por las autoridades inglesas, el propio Banco de Inglaterra no tuvo mayores reparos en cederle a Hitler las reservas de oro del estado checoslovaco (6 millones de libras) depositadas en Londres cuando los nazis ocuparon ese país en 1939.
Y por supuesto, el propio Hitler no quedó al margen de este apoyo financiero, pues él mismo se enriqueció personalmente a partir de 1929, año en que todas sus deudas fueron canceladas. Desde ese momento pasó a disponer de abundante dinero, coche y chófer, una villa en Ober-Salzburgo (Austria) y un espléndido apartamento en la Printzregentstrasse de Munich. Y tras su acceso al poder, su fortuna se fue acrecentando hasta llegar a ser una de las personas más ricas de Europa al finalizar el conflicto mundial, con una cuenta secreta en Suiza de cerca de 200 millones de francos suizos. Y si es cierto que escapó a Argentina, es obvio que no tuvo que preocuparse demasiado por su futuro…
Además, cabe añadir una campaña de apoyo mediático a Hitler de alcance global. De este modo, los medios de comunicación americanos –y en particular los del gran magnate de la prensa William Randolph Hearst– trataron de ofrecer la mejor cara de Hitler y su régimen destacándolo como un gran estadista nacional e internacional (le llamaban el Mesías alemán) e incluso llegaron a nombrarle en 1938 “hombre del año” de la revista Time[5].
Lo que es evidente es que, con Hitler ya en el poder y con Max Warburg como enlace principal entre el régimen nazi y la banca internacional, Alemania pone en práctica una política económica renovadora y experimenta un fuerte impulso social y económico que no sólo saca al país de la pobreza, el paro, la deuda y la precariedad sino que aumenta significativamente sus capacidades industriales. Y sobre todo fomenta la creación de una potente industria de guerra que iba a permitir una agresiva política de rearme y expansionismo, si bien es justo señalar que ya en la época de la república de Weimar el estado alemán había empezado a militarizarse en secreto, principalmente con la discreta colaboración de la Unión Soviética.
En este esfuerzo industrial y militar iba a destacar la gran corporación química I.G. Farben (bajo dirección de Max Warburg), nacida como una derivación de la Standard Oil americana, un emporio de los Rockefeller. Además, desde 1931 I.G. Farben se implicó abiertamente en la financiación de los nazis y tal fue su influencia en el gobierno alemán que Georg von Schnitzler, miembro de la Junta de I.G. Farben, afirmó: “I.G. Farben es básicamente responsable de las políticas de Hitler.” Asimimo, varias grandes empresas americanas –entre las que destacan Ford, ITT, DuPont, General Motors y General Electric– se instalaron en Alemania bajo marcas filiales para potenciar la industria militar alemana.
Así, no es de extrañar que mientras los salvajes bombardeos aéreos de americanos e ingleses arrasaron las ciudades y mataron a cientos de miles de civiles inocentes, las fábricas de I.G. Farben, Ford y otras empresas que mantenían el esfuerzo de guerra alemán fueron escrupulosamente respetadas. De hecho, la sede de I.G. Farben en Frankfurt fue usada después de la guerra como cuartel general de la CIA en Alemania.[6] A todo esto, las familias de los soldados británicos y americanos muertos en combate nunca llegaron a saber que fue el cártel financiero angloamericano el que facilitó a los alemanes –incluso a lo largo del mismo conflicto– vehículos, maquinaria, explosivos, municiones, combustible[7], etc. Como ejemplo, basta citar que la terrible campaña de los submarinos alemanes en el Atlántico fue sostenida gracias al abastecimiento de combustible proporcionado por los petroleros de la Standard Oil (bajo bandera panameña) en las Islas Canarias.
Sea como fuere, una vez llegada la victoria sobre los nazis en 1945, los Juicios de Nuremberg “olvidaron” completamente esta extensa y generosa intervención del gran capital a favor del régimen hitleriano. De hecho, los responsables de origen americano de las grandes corporaciones no sufrieron represalia alguna, mientras que unos pocos directivos y empresarios alemanes sí tuvieron que pagar el pato. Igualmente, todos los libros de historia oficial sobre el Tercer Reich, incluso de los autores más reputados, han ignorado o marginado este espinoso asunto, centrándose exclusivamente en la trama política.
Los atentados contra la vida de Hitler
Adolf Hitler fue objeto de al menos quince atentados[8] contra su vida, todos ellos ocurridos cuando ya había alcanzado el poder, excepto uno. Y como es bien sabido, estos intentos –planeados y ejecutados en las más diversas situaciones y por personas de distinto signo– fallaron en su propósito. Asimismo, los británicos planearon asesinarlo en 1944 recurriendo a comandos y francotiradores o incluso al envenenamiento de su comida pero al final desestimaron el proyecto. De hecho, la mayoría de estos atentados ni siquiera llegaron a materializarse porque Hitler los eludió o bien porque las circunstancias se volvieron contra los conspiradores en el último momento. Sólo el atentado del coronel Von Stauffenberg, de julio de 1944, fue realmente el único que llegó a poner en peligro la vida de Hitler, pero fracasó –aunque por poco– debido a un cúmulo de circunstancias fortuitas e inesperadas.
Lo cierto es que el propio Hitler creía ciegamente en su destino histórico y pensaba que la divina mano de la Providencia lo protegía de todos los peligros. Así, durante su participación en la guerra mundial se expuso numerosas veces al fuego enemigo con cierta temeridad y sufrió los efectos de un ataque con gas mostaza, lo que le envió a ser tratado en un hospital[9]. Su arrojo le valió una condecoración, la cruz de hierro de 1ª clase, de la cual siempre estuvo muy orgulloso. Pero más adelante, y como fruto de su contacto con el esoterismo y el ocultismo, empezó a interesarse por la astrología y se preocupó de obtener el consejo de videntes o astrólogos para guiar sus pasos y para no incurrir en situaciones potencialmente peligrosas.
Así, sabemos que al menos tres astrólogos (Hanussen, Krafft y Berger) asesoraron a Hitler o al partido nazi para despejar posibles amenazas. El más conocido fue el vidente judío Hanussen –de nombre real Hermann Herschel Steinschneider– que pese a haber estado con Hitler desde 1920 acabó cayendo en desgracia y fue asesinado. Después apareció un astrólogo suizo, Karl Ernst Krafft, que fue capaz de pronosticar un grave peligro para la vida de Hitler entre el 7 y el 10 de noviembre de 1939. Y en efecto, el día 8 de ese mes explotó una bomba en una cervecería de Munich donde Hitler presidía un acto oficial con antiguos veteranos. Pero el líder nazi había abandonado el lugar muy pronto para tomar un tren para Berlín y el artefacto estalló cuando él ya estaba lejos, dejando un rastro de ocho muertos y más de 60 heridos. Pero lo más asombroso es que al parecer Hitler no llegó a recibir el aviso de Krafft. Lo que sí se ha constatado es que Hitler era muy desconfiado y tendía a cambiar de planes y optar por lo imprevisto, posiblemente para no facilitar precisamente los ataques contra su persona.
Por lo demás, en otras situaciones, los intentos de tirotearle a corta distancia fracasaron, como por ejemplo ocurrió en el caso de un estudiante de teología suizo llamado Maurice Bavaud, que tras fallar varias veces en su tentativa fue finalmente detenido. También algunos miembros del ejército intentaron dispararle de muy cerca, en una misión prácticamente suicida, pero en el momento crucial no pudieron aproximarse a Hitler. Por otro lado, también se intentó el asesinato de Hitler con bombas embarcadas en el avión en que viajaba. Y en efecto, las bombas fueron preparadas cuidadosamente para la explosión en vuelo, pero fallaron por causas técnicas, posiblemente debido al intenso frío de las alturas. Este es el famoso caso –que aparece en la película “Valkyria”– de la conspiración del general Von Tresckow, que metió dos falsas botellas de Cointreau en el avión del Fuehrer que volvía de Smolensko (Rusia) a Alemania.
Y finalmente, tuvo lugar el atentado del 20 de julio de 1944, acaecido en la “Guarida del Lobo”, el cuartel general de Hitler, un auténtico fortín rodeado de las máximas medidas de seguridad. Pese a todo ello, y gracias a su alto cargo en el Estado Mayor, Claus Von Stauffenberg logró introducir allí dos artefactos explosivos de origen británico en una cartera que luego llevaría al búnker en que tendría lugar una reunión con el Fuehrer. Ya previamente el coronel había tenido dos oportunidades de oro en el mismo lugar, pero en una ocasión los líderes de la conjura abortaron la operación –pues no estaban presentes ni Himmler ni Göring– y en la otra Hitler se ausentó inesperadamente por un imprevisto.
Pero llegados al día 20 todo parecía inevitable. Sin embargo, Von Stauffenberg sólo pudo montar una de las bombas debido a una inoportuna intromisión y además comprobó con desagrado que la reunión se había trasladado a un amplio pabellón con las ventanas abiertas, a causa del sofocante calor estival. Y finalmente, al dejar Von Stauffenberg la estancia, un oficial movió la cartera y la colocó junto a la pata de una sólida mesa de roble, lo que amortiguó la explosión. Aunque hubo cuatro víctimas, Hitler sólo resultó malherido, el golpe político-militar fracasó y se desató luego una larga caza de brujas[10].
El atentado, además, reafirmó a Hitler en su obsesiva concepción de que la Providencia le protegía de todo mal, pues poco después los hechos afirmó: “Analizando lo que acaba de suceder aquí, llego a la conclusión de que –dado que me he salvado de forma tan asombrosa– nada más desastroso me puede ocurrir ya. Más que nunca estoy convencido de que soy yo el que está destinado a llevar esta obra mía a un final feliz.” Y, en efecto, ese fue el último atentado contra su vida.
En definitiva, Hitler se salvó de milagro. Sólo una bomba montada, el traslado de la reunión a una estancia abierta, la recolocación de la cartera… Los expertos en explosivos aseguran que si al menos sólo uno de estos tres factores hubiera funcionado según el plan inicial, el atentado habría tenido éxito. Si tenemos en cuenta la gran cantidad de magnicidios históricos que tuvieron éxito a la primera tentativa, la buena estrella de Hitler –tras sufrir al menos 15 atentados contra su vida– resulta más que prodigiosa. ¿Providencia? ¿Azar? ¿Conjunción de astros? Dado el halo mágico y ocultista que rodeó al nazismo, cualquier hipótesis, por alocada que parezca, encajaría en una especie de protección sobrenatural.
¿Una simple marioneta?
Visto todo el panorama anterior, llegamos al punto final en que se plantea el mayor de los enigmas: ¿Fue Hitler realmente un líder autoritario y dueño de sus decisiones, o simplemente fue un peón en un juego de altos vuelos en el que se limitó a actuar tal como le indicaban ciertos poderes superiores? Naturalmente, para la historia convencional no hay lugar para lo que yo llamo metahistoria, esto es, el relato de la gran maquinaria que funciona detrás de la fachada histórica que se vende a la población. Sin embargo, más allá de suspicacias y de las visiones conspiracionistas, cada vez se van acumulando más indicios y pruebas de que las cosas funcionan realmente de esta manera y que las dinámicas históricas son creadas desde muy arriba, aunque luego son llevadas a la práctica por determinados “personajes”.
En este sentido, varios investigadores ya han resaltado el papel de Adolf Hitler como mero ejecutor de unos planes que ya habían sido diseñados y preparados con bastante antelación. Sólo faltaban los actores para representar el drama. Así pues, algunos autores reinciden en la gran importancia de esa etapa oscura de Hitler en Viena (entre 1908 y 1913) porque creen que lo que se ha explicado hasta hoy en día es sólo una pequeña parte –y posiblemente distorsionada– de lo que ocurrió. En particular, el investigador neocelandés Greg Hallett[11] asegura que hay unos vacíos muy sospechosos en la juventud de Hitler. Por ejemplo, se sabe que en 1908 se llevó a su hermana pequeña Paula a Viena, pero inexplicablemente ésta desapareció de su vida durante años y no se volvieron a reencontrar hasta 1921. Asimismo, no se sabe qué hizo Hitler entre su primera y su segunda estancia en Viena (un lapso de diez meses) ni tampoco existen datos fidedignos de su vida entre enero de 1911 y mayo de 1913, cuando decide trasladarse a Munich.
A partir de este punto, Hallett construye una compleja –y más de uno diría fantástica–trama cuya hipótesis central es que Hitler trabajaba realmente para los ingleses o, mejor dicho, para un gran poder internacional encarnado por el cártel bancario. Según Hallett, en vez de permanecer en Viena, Hitler viajó a Gran Bretaña[12] y estuvo allí entre 1912 y 1913, donde pudo ser “orientado” o “formado”. Basándose en fuentes del espionaje británico, Hallett afirma que Adolf Hitler fue manipulado y adoctrinado según las técnicas del Instituto Tavistock, y que precisamente fue aquí cuando fue sometido a abusos sexuales humillantes relacionados con la homosexualidad y el sadomasoquismo, que luego revertiría en su conductas privadas. El objetivo último de esta estrategia era conseguir la sumisión total del individuo, que desde ese momento podría ser utilizado como un mero peón político.
Así pues, según Hallett, Hitler recibió una formación pangermánica radical y aprendió a seducir a grandes audiencias con una determinada oratoria y gestualidad. Todo esto lo iba a poner en práctica años más tarde, si bien la aportación mágico-ocultista de la Sociedad Thule iba a tener también gran importancia en su fulgurante ascenso en los años 20. En todo caso, Hallett considera que la auténtica personalidad de Hitler habría sido deshecha para hacer de él un enfermo mental, un ser esquizofrénico, psicótico y neurótico. De esta forma, se habría convertido en un simple instrumento vulnerable y manipulable, perfecto para encarnar su papel en el gran teatro político internacional.
Por otro lado, es sabido que Hitler padecía ciertos ataques súbitos en que parecía ver imágenes y oír voces, una especie de alucinaciones. Y su salud general –sobre todo del aparato digestivo– no era precisamente buena, más allá de los problemas psiquiátricos. Hitler tuvo a un médico personal –judío– a su servicio, el doctor Theodore Morell, que parece que le sometió a largos y duros tratamientos, hasta el punto de que su vida estaba totalmente quimicalizada, pues le hacía ingerir grandes cantidades de fármacos distintos. Y entre las muchas sustancias que tomaba Hitler estaban la belladona (que agrava los problemas digestivos), la estricnina (que es un veneno) y el pervitine (de la familia de las anfetaminas), así como otras drogas dañinas, incluso la cocaína. Otros médicos advirtieron al Fuehrer de que estaba siendo envenenado y perjudicado, pero Hitler mantuvo su confianza en Morell. En todo caso, como resultado combinado de los traumas psicológicos y el efecto de las drogas, es bien posible que Hitler viviera en un estado permanente de desequilibrio y neurosis, lo que tal vez lo haría más fácilmente manejable.
Después existe un amplio debate, apartado de las visiones convencionales, sobre si Hitler era una persona inteligente y capaz o si era más bien un hombre de pocas luces que actuaba mecánicamente y bajo los dictados y orientaciones de personajes en la sombra. Y es posible que ambas versiones tengan su parte de verdad, si bien la mayoría de autores alternativos resaltan el papel decisivo de los guías de Hitler, sobre todo tras el fin de la Primera Guerra Mundial. Al respecto, tenemos el testimonio del capitán Karl Mayr, que en 1941 escribió un libro con el significativo título de I was Hitler’s boss (“Yo fui el jefe de Hitler”). Según Mayr, que trató con él entre 1919 y 1920, Hitler no era precisamente espabilado ni inteligente[13] y se hallaba perdido y frustrado como tantos otros veteranos de guerra. En este contexto, apareció el mariscal Ludendorff que, agraviado ante la desgracia de la derrota y la humillación del Tratado de Versalles, buscaba desesperadamente una figura carismática –al estilo Juana de Arco– que encabezara un movimiento de revancha pangermanista, basado en la búsqueda de culpables (que iban a ser los judíos) y en el fomento de un nacionalismo exacerbado. Y justamente el joven Adolf Hitler, con sus incendiarios discursos populistas en las tabernas, resultó un ser un buen candidato para tal papel, a juicio de sus patrocinadores.
Así pues, para Mayr, Hitler fue un gran fraude político pues en realidad él nunca lideró el movimiento nacional-socialista ni escribió una sola línea del Mein Kampf. Se trataba de una persona de limitadas capacidades que necesitaba el consejo y la rectificación de sus asesores en la trastienda del poder. Más adelante, Ludendorff se desvinculó de Hitler y la mayor influencia sobre éste fue entonces ejercida por Hermann Goering y Ernst Roehm, que montaron en gran medida el aparato político y paramilitar del partido, si bien Roehm –que era líder de las temidas SA (“camisas pardas”) y un auténtico socialista– acabaría por caer en las purgas de 1934 víctima de Goering, que desde su posición de poder en la sombra se dedicó en adelante a promover a Hitler como el gran Fuehrer de la nación y como figura de la escena internacional, iniciando la política agresiva y expansionista del Tercer Reich.
Esta visión, empero, se opone a otros testimonios que hablan de un Adolf Hitler lúcido y muy bien informado[14], que no sólo se movía bien en el terreno político y económico sino que conocía los detalles de la maquinaria de guerra y era capaz de diseñar las campañas de guerra mucho mejor que sus generales. Incluso el mariscal Keitel, un reconocido adulador del Fuehrer, le puso el apodo de Grösser Feldherr aller Zeiten (“El jefe militar más grande de todos los tiempos”), que a la larga –y según los alemanes iban acumulando reveses en la guerra– se convirtió en una mera expresión de mofa generalmente abreviada en la forma Gröfaz. De todos modos, es bien posible que Hitler sólo se limitara a repetir su discurso bien aprendido y hacer lo que alguien le decía, según las circunstancias. Así, su supuesto conocimiento y agudeza tal vez sólo fuera superficial, y esto se podría extrapolar a sus éxitos militares de la primera época, en los que no cabe menospreciar la inestimable incompetencia ejercida por sus enemigos.
Y para acabar de reforzar la teoría del control sobre Hitler nos queda la ya citada vía esotérica, en particular por la influencia de la Sociedad Vril y la Sociedad Thule, que tuvo una importancia decisiva en Hitler, ya desde su época de Viena hasta bien entrados los años 20 y aún más allá. No pocas personas destacadas formaron el círculo de iniciación en torno a Hitler –como Von Liebenfels, Rosenberg o Von Sebottendorf– pero hay dos personajes que sobresalen por su papel estelar en la “dirección” de Hitler. Por un lado tenemos a Karl Haushofer, vidente, mago y militar, que fue asesor directo de Hitler y el creador de la doctrina del Lebensraum o “espacio vital”, y al que se le atribuye la autoría total o parcial del Mein Kempf. Por otro, estaba Dietrich Eckart, dramaturgo y periodista, a la vez que satanista y ocultista, que se encargó de introducir a Hitler en la magia negra en el entorno de la Sociedad Thule.
Lo que es obvio es que la iniciación de Adolf Hitler en el esoterismo y en la alta política constituyó prácticamente un mismo proceso, pues –como ya hemos dicho– la Sociedad Thule estaba detrás del Partido de los Trabajadores, hasta el punto de que era muy complicado discernir dónde acababa la magia y dónde empezaba la política. De hecho, la publicación de la Sociedad Thule, el Munchner Beobachter, se convirtió más tarde en el periódico oficial del partido nazi, el Völkischer Beobachter. Así pues, no es nada descabellado afirmar que el esoterismo jugó un papel clave en la orientación y posicionamiento de Hitler en la escena histórica. Para muestra, vale la pena rescatar esta declaración de Eckart a sus seguidores poco antes de fallecer en 1923:
“Seguid a Hitler. Él bailará, pero soy yo quien toca la melodía. Le he iniciado en la doctrina secreta, he abierto sus centros de visión y le he proporcionado los medios para comunicarse con los Poderes. No lloréis por mí porque habré influido en la historia más que cualquier otro alemán.”[15]
Visto este episodio desde una óptica heterodoxa, podríamos decir que a Hitler se le facilitó de un solo golpe el acceso a poderes especiales al mismo tiempo que se le abrían las puertas de la actividad política al máximo nivel. Por otro lado, en algunas fuentes esporádicas he hallado referencias a su posible adscripción a la Masonería (pese a haberla combatido ferozmente de manera oficial), pero no puedo confirmar tal extremo[16]. En todo caso, a estas alturas ya es harto sabido que el movimiento social y político nazi tenía una fuerte base esotérica y ocultista, tanto en su discurso intelectual como en su simbología y en su liturgia; en suma, era una especie de magia o religión pagana de gran poder magnético o hipnótico para captar a las masas. Eso sí, cualquier otra creencia o actividad mágica o esotérica fue perseguida; no debía existir “competencia” interna a la religión oficial nazi.
Los intereses comunes
Si finalmente enlazamos todos los puntos de esta complicada historia tenemos un escenario de metahistoria en que las verdaderas motivaciones y acciones quedan sumergidas bajo la superficie de la explicación convencional. Así pues, surge un niño (ilegítimo) del clan Rothschild que es protegido y guiado en sus años jóvenes para ocupar una alta posición de poder en el futuro. Posiblemente es formado y manipulado para obedecer órdenes y servir a planes maestros internacionales sin oponer resistencia personal. En este recorrido va encontrando personajes que le influyen, le asesoran y le catapultan hacia el ámbito político nacional, con la ayuda de sociedades secretas y conocimientos esotéricos. Más adelante, recibe el apoyo formal de los grandes poderes fácticos internacionales para que se despeje su ascenso al poder. Y tras su acceso a éste, el país evoluciona muy rápidamente –gracias en gran medida al apoyo financiero e industrial exterior– y vuelve a ser una gran potencia capaz de enfrentarse a otros grandes países europeos y generar así un conflicto bélico a gran escala, cuyos fines ya habían sido marcados muchos años antes por la oligarquía banquera dirigente.
Lógicamente, estando habituados a las consignas de la historia oficial, este panorama puede parecernos un elaborado guión de historia-ficción o un ejercicio del más puro conspiracionismo barato. ¿Cómo es que Hitler, al parecer judío de alto origen, iba emprender una política racista antisemita y se iba a embarcar en una guerra mundial? La enorme paradoja se podría resolver con un argumento aportado por algunos autores heterodoxos, que plantean abiertamente la existencia de un plan que unía los objetivos del régimen nazi (desembarazarse de los judíos europeos) con los de la política sionista (favorecer una emigración judía hacia Palestina).
Y aquí cabe señalar oportunamente que la casa Rothschild era partidaria de las tesis sionistas –la recuperación de un estado de Israel en Oriente Medio– según había quedado patente en la llamada Declaración Balfour de 1917, por la cual un notable judío inglés y miembro del gobierno, Lord Balfour, había ratificado a Lord Rothschild (el patriarca de la dinastía en Gran Bretaña) el compromiso firme del imperio británico con la futura creación de un estado judío en Palestina[17]. En suma, una compleja trama geopolítica en la que Hitler, como miembro de “la familia”, habría desempeñado –de forma consciente o inconsciente– un papel a favor de los intereses políticos y económicos de la oligarquía banquera, que se enriqueció aún mas financiando a todos los bandos en la guerra y que consiguió al fin la instauración de Israel como estado independiente en 1948, tras el episodio del Holocausto.
La pregunta que surge ahora es: ¿no es esto más que una fantasía sin ton ni son? Podría parecerlo, pero existen numerosas pruebas documentales de contactos entre ambos movimientos en los años 30, que llevaron a la formación de una alianza nazi-sionista[18]. En efecto, dichos contactos culminaron en el llamado Convenio de Ha’avara –sellado entre ambas partes en 1933– por el cual los sionistas aportaron al régimen nazi más de 20 millones de dólares entre 1933 y 1939 con el objetivo de promover y sufragar el traslado de judíos europeos a Palestina. Como resultado, antes de iniciarse la guerra en 1939 ya habían emigrado a Palestina decenas de miles de judíos centroeuropeos[19]. A su vez, los nazis proporcionaron a los sionistas bienes diversos y equipamiento industrial para crear las incipientes infraestructuras del futuro estado de Israel. Y lo que es más, los sionistas aplaudieron las Leyes de Nuremberg (de separación racial), pues también estaban a favor de preservar la pureza de la sangre judía por un lado y la aria por otro. Y todo ello pese a que la comunidad judía internacional había declarado la guerra al nazismo ya antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. En fin, profundizar en este tema nos llevaría a extendernos en demasía, y así pues lo dejaremos en este punto.
Epílogo
A la vista de las investigaciones realizadas en las últimas décadas, sobre todo las más heterodoxas, parece claro que Hitler, por mucho carisma que tuviera, no pudo por sí solo alcanzar el poder, embrujar a todo un pueblo y ejercer a su antojo una determinada política interna y externa. Todo señala a que el nacimiento, auge y caída del régimen nazi, con la Segunda Guerra Mundial incluida, fue un complejo plan internacional preparado desde lo más alto y con la participación directa o indirecta de muchos peones, tanto de Alemania como de otros países, y con la participación en la sombra de los máximos poderes financieros mundiales. Así, Adolf Hitler habría cumplido su papel en el drama hasta suicidarse en 1945 al ver que lo habían engañado y traicionado. O quizás se le ofreció una discreta jubilación en un lejano país, si es que hemos de aceptar las teorías conspirativas.
En cualquier caso, el perfil histórico de Hitler se va remodelando y va saliendo de los tópicos más al uso, aunque es posible que nunca lleguemos a conocer quién fue de verdad, y si fue dirigido (o manipulado) en todo momento o si llegó a tener cierta independencia de actuación en algunas circunstancias[20]. Y si bien se le ha considerado un monstruo o el hombre más perverso de la historia, esto no deja de ser un juicio propagandístico parcial de los que ganaron la guerra. Resulta evidente que sus colegas políticos contemporáneos no se quedaron nada cortos en cuanto a maldad, por no hablar de los que estaban en posiciones superiores. Otra cosa bien distinta es que en la actualidad algunos individuos o grupos traten –erróneamente– de reivindicar a Hitler intercambiando los papeles de buenos y malos de la lógica maniqueísta, cuando en realidad no había buenos por ninguna parte.
Xavier Bartlett, 1 agosto 2017
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VER TAMBIEN:
La controversia sobre la muerte (o huida) de Hitler
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Bibliografía y referencias
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WARBURG, S. Hitler’s secret backers. (1933)
[1] Según afirman algunos autores (alguno judío, como Dietrich Bronder), muchos puestos clave en la esfera política y militar nazi estaban ocupados por personas de ascendencia judía, como Hess, Himmler, Göring, Strasser, Goebbels, Rosenberg, Frank, von Ribbentrop, Heydrich, Eichmann, Milch, Canaris, Streicher, etc. Es significativo que el partido fuera conocido abreviadamente como “nazi”, lo que para algunos autores en realidad hacía referencia al término ashkenazim, es decir, los judíos alemanes.
[2] Pseudónimo de la persona que escribió un libro maldito publicado en Ámsterdam en 1933 bajo el título De Geldbronnen van het Nationaal-Socialisme (“Los financieros del nacionalsocialismo”) y que pronto desapareció del mercado. En 1947 fue reeditado en Suiza en alemán. Hoy en día se puede encontrar en inglés en Internet con el título Hitler’s secret backers. Este libro, ya desde los años 30 fue considerado un completo fraude, pero la información que contiene se ha podido contrastar con otros documentos que salieron a la luz con posterioridad, lo que indica que, si bien puede haber parte de ficción o especulación, el argumento central es verdadero. Los analistas de este libro consideran que el interlocutor de Wall Street fue realmente James P. Warburg (no hubo ningún Sydney en la familia Warburg).
[3] Según Anthony Sutton, la suma total que recibió Hitler entre 1929 y 1932 ascendió a unos 32 millones de dólares.
[4] De él se dijo que era simpatizante nazi, y de hecho tuvo muy buena relación con el ministro de finanzas nazi, Hjalmar Schacht. Por otro lado, estaba bajo la directa influencia de los Rothschild.
[5] Es de destacar que un año más tarde Time nombró “hombre del año” al dictador más sanguinario de la historia, Josif Stalin, cuyo historial de matanzas masivas y represiones ya era bien notorio en 1939.
[6] Aún hoy en día la enorme influencia política y económica del cártel I.G. Farben sigue muy presente, aún después de haberse dividido en tres grandes empresas: Hoechst, BASF y Bayer.
[7] Alemania pudo mantener su maquinaria de guerra –sobre todo sus tanques y aviones– gracias al petróleo de la Standard Oil y en especial a la fabricación de combustible sintético, un proceso técnico que hacía posible convertir carbón en gasolina. Este adelanto lo llevó a cabo I.G. Farben pero con la ayuda de la investigación financiada por la Standard Oil. Las refinerías alemanas que fabricaban este combustible apenas fueron atacadas por los bombardeos aéreos; al final de la guerra sólo un 15% de ellas habían experimentado serios daños.
[8] Algunas fuentes llegan a contabilizar muchos más, hasta unos 40, incluyendo todas las conjuras y planes fallidos o abortados.
[9] Lo que resulta no menos explicable es que al parecer fue capturado dos veces por los ingleses, que incomprensiblemente lo habrían liberado (véase el siguiente apartado).
[10] Hubo más de 7.000 detenciones y cerca de 5.000 personas fueron ejecutadas, prácticamente hasta el final de la guerra. Otros muchos se suicidaron o fueron obligados a suicidarse, como el mariscal Rommel.
[11] Autor del polémico libro Hitler was a British agent, escrito con la ayuda de ex agentes secretos.
[12] Hallett se basa en el testimonio de Bridget Hitler, la esposa de Alois Hitler (hermanastro de Adolf), el cual se había trasladado de joven a Irlanda y luego a Gran Bretaña.
[13] Mayr sugiere que el ataque con gas durante la guerra había mermado seriamente sus facultades. Lo que es llamativo es que en 1933 la GESTAPO destruyó los archivos psiquiátricos referentes a Hitler del doctor Edmund Forster, que lo había tratado de ese trastorno. Forster se suicidó (aparentemente) ese mismo año.
[14] De hecho, de su etapa de Viena se dice que prefería gastar su poco dinero en libros de las más diversas materias (especialmente de historia, mitología y ocultismo), aparte de los muchos que pedía prestados.
[15] PENNICK, N. Las ciencias secretas de Hitler. EDAF. Madrid, 1984.
[16] El investigador Norman MacKenzie afirmó que se conservaba en Moscú una prueba documental (un libro escrito por Von Sebottendorf) en la cual constaba que Hitler había llegado al grado de Gran Maestro de la Germanenorden en 1932. Otra fuente, el mago Franz Bardon (1909-1958), asegura que Hitler fue miembro de una logia de Dresden llamada Logia 99 o Der Freimaurerischer Orden der Goldene Centurie.
[17] Territorio que pasó a soberanía británica tras la desintegración del imperio otomano en la Gran Guerra.
[18] Incluso los israelíes han reconocido los hechos, pues esta información fue publicada por el profesor Israel Shahak en el diario israelí Zo Haderekh en 1981. Asimismo, el autor Moshe Shanfield publicó un libro en Israel en que se mencionaba explícitamente este acuerdo.
[19] Téngase en cuenta que en la Alemania de los años 20 la gran mayoría de judíos estaban integrados en la sociedad germana y no eran partidarios del sionismo; de hecho, de unos 500.000 judíos alemanes, tan sólo unos 9.000 pertenecían al movimiento sionista. En cuanto a la cantidad total de emigrados, he encontrado en las fuentes gran disparidad de cifras, siendo la más alta de 500.000 judíos (desde 1933 a septiembre de 1940), originarios de diversos puntos de Centroeuropa, principalmente Alemania, Austria y Polonia.
[20] De hecho, su política económica durante los años 30 fue contraria al orden financiero global, pues rebajó las tasas de interés y los impuestos al mínimo y favoreció una economía productiva social.