- El almirante Kurt Tidd, comandante en jefe del SouthCom, junto al presidente Donald Trump.
Hace dos semanas publicamos en este sitio web un artículo extremadamente importante sobre el plan del Comando Sur contra Venezuela [1].
El Comando Sur (SouthCom) es el mando estadounidense a cargo de las tropas que Estados Unidos mantiene en las numerosas bases militares que ese país mantiene en Latinoamérica.
La autora de ese artículo es Stella Calloni. Desde los años 1980, Stella Calloni denuncia incansablemente los complots que Estados Unidos urdió contra los pueblos de Latinoamérica con los servicios secretos de las dictaduras de Chile, Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay, durante la guerra fría y bajo la denominación de «Operación Cóndor» [2]. Stella Calloni conoce personalmente a casi todas las personalidades que han dirigido la izquierda latinoamericana de los últimos 30 años.
Sin embargo, esta respetada escritora, icono del periodismo investigativo latinoamericano, ha sido violentamente criticada por ciertas organizaciones o grupos de izquierda en varios países. La falta de argumentos, las expresiones emitidas desde esos círculos van desde poner en duda los hechos que Stella Calloni expone hasta el cuestionamiento sobre la autora misma.
Lo que hoy sucede en Latinoamérica es la extensión a esa área geográfica de lo que yo viví personalmente en Europa desde el año 2002 y la publicación de mi libro sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001 [3]: organizaciones de izquierda niegan los proyectos e incluso los actos de Estados Unidos, a pesar de la presentación de pruebas. Y tratan de hacer callar a quienes advierten sobre la existencia de un peligro inminente. Paradójicamente, organizaciones de derecha, que antes estuvieron vinculadas a Washington, sí tienen en cuenta estas advertencias.
El mencionado artículo de Stella Calloni reviste una tremenda importancia, sobre todo porque demuestra no sólo lo que el Comando Sur estadounidense ya está haciendo en contra del presidente Nicolás Maduro, sino por ser además expone el hecho que el Pentágono ya no está planificando lo que hoy llamamos un «cambio de régimen». Ya no se trata, como en los años 1970, de derrocar a Salvador Allende para poner en el poder al general Pinochet. Ahora se trata de destruir el Estado en Venezuela, de acabar con chavistas y opositores –sin importar tendencias– y que nadie quede en capacidad de gobernar para que el país quede a merced de la voluntad de Washington.
Ante el artículo de Stella Calloni, se desvanece la diferencia entre izquierda y derecha. Cada cual queda frente a su propio sentido de la responsabilidad. Pero ese cambio radical de situación carece de importancia porque el problema principal ya no es de orden económico, ahora es de naturaleza militar. Ahora se plantea la cuestión del Pueblo ante las élites transnacionales, de la Nación ante la agresión extranjera.
Ya tenemos conocimiento del plan del Comando Sur [4] y vemos también cómo sus tropas se despliegan en orden de batalla. Eso no significa que la conflagración tenga necesariamente lugar –el presidente Trump se opone a ella– pero tenemos que estar preparados.
Tenemos que aprender las lecciones de lo que ha venido sucediendo desde hace 17 años en el Gran Medio Oriente (o Medio Oriente ampliado) [5]. Aunque la prensa mundial ha abordado los desórdenes y guerras en Afganistán, Irak, Líbano, Palestina, Túnez, Egipto, Libia, Bahréin, Siria y Yemen como si se tratara de una epidemia de violencia, hoy podemos comprobar que la guerra ya no está dirigida contra un solo país sino que responde a una estrategia extranjera aplicada a toda una región. Así fue ya con la Operación Cóndor, en los años 1970.
Pero lo más importante es un elemento nuevo: esa guerra continúa, no ha terminado en ninguno de los lugares donde se inició. Estados Unidos no provoca todo ese desorden para poner en el poder a un partido político. Su prioridad ya no es el robo de los recursos sino destruir las estructuras que constituyen el Estado así como las relaciones sociales en el seno de las sociedades [6], lo cual significa hundir a los pueblos agredidos en la barbarie. ¿Por qué? Porque es el medio más seguro de eliminar toda posibilidad de resistencia organizada.
Las guerras imperialistas modernas son muy diferentes de lo que vimos durante la guerra fría. Debido a ello, trastocan nuestras referencias intelectuales y nos obligan a modificar nuestra manera de analizar y entender el mundo.
Independientemente de lo que pensemos sobre la catadura moral de esa estrategia, la realidad nos obliga a admitir que el Pentágono está aplicando la estrategia del almirante estadounidense Arthur Cebrowski [7], que su amigo Donald Rumsfeld llamó la «guerra larga», antes de que el presidente George Bush hijo le diera el nombre de la «guerra sin fin».