¿Fueron los británicos los que hundieron al submarino argentino?
Ha pasado ya cuatro meses desde la desaparición del submarino argentino ARA San Juan cerca de las islas Malvinas y hasta ahora no se sabe claramente qué es lo que ocasionó el hundimiento del sumergible. Para entender todo este enredo tenemos que remontarnos a la Guerra de la Malvinas —tuvo lugar entre el 2 de abril 1982 al 14 de junio 1982— instigada por la CIA, el MI6, la Mossad y la Junta Militar argentina de Leopoldo Fortunato Galtieri.
Un documento de la Armada argentina revela que el Ara San Juan “fue enviado a una zona militarizada” bajo el control exclusivo de los británicos donde las fuerzas navales y aéreas del Reino Unido, Chile y Estados Unidos estaban participando en maniobras militares. La explicación de la Armada argentina que la nave sufrió un “evento violento, singular, anómalo, corto y no nuclear consistente con una explosión” el mismo 15 de noviembre de 2017, aconsejando a los familiares de los 44 tripulantes de “llevar flores al mar”. La Armada no ofreció ninguna explicación coherente de la causa de la tragedia y produjo indignación en el país.
Mientras la prensa británica basó sus comentarios en las conclusiones argentinas, varios periodistas norteamericanos, como por ejemplo Tom Rogan de The Washington Examiner, mostraron su desacuerdo con la explicación oficial argentina sobre lo sucedido (“I do not buy Argentina’s submarine explanation”, ‘no creo en la explicación de Argentina sobre el submarino’). Sorpresivamente en Chile, casi un mes después de lo sucedido con el sumergible argentino, unos cinco altos almirantes fueron pasados al retiro. Nadie sabe si fue una mera coincidencia con la desaparición del submarino argentino o una consecuencia de algo en lo que participó la Armada chilena que las autoridades quieren ocultar.
Finalmente, la muerte de 44 tripulantes a bordo del ARA San Juan se convirtió en una tragedia confusa, misteriosa, llena de sospechas y preguntas, realidades y teorías de conspiración. Las sospechas aumentaron después de la negativa del Gobierno argentino a que el buque de rescate ruso Yantar rastreara el sector a unos 200 kilómetros al suroeste de la zona de búsqueda en el Atlántico sudoccidental que se le ha asignado. Según los científicos rusos, todo indica que allí está el sumergible desaparecido. A cuatro meses de la desaparición del ARA San Juan, los parientes de la tripulación están exigiendo al presidente, Mauricio Macri, que explique “qué está pasando con el Gobierno y las Fuerzas Navales” y por qué “no dejan a los rusos trabajar libremente para que puedan buscarlos más al sur”.
Para entender todo este enredo tenemos que remontarnos a la Guerra de la Malvinas —tuvo lugar entre el 2 de abril 1982 al 14 de junio 1982— instigada por la CIA, el MI6, la Mossad y la Junta Militar argentina de Leopoldo Fortunato Galtieri. Aquel conflicto bélico tuvo lugar en las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, ubicadas en el Atlántico Sur. Fue una operación doble del Pentágono y la CIA que apoyó al Reino Unido y al mismo tiempo aseguró a la Junta Militar gaucha que sería fácil tomar las Malvinas prometiendo a Galtieri el apoyo diplomático de Washington y el suministro de misiles franceses Exocet. A la hora de la verdad Washington olvidó sus promesas a los argentinos, se alió con Londres que recibió también el apoyo logístico de Chile.
Con esta alianza, la derrota de Argentina fue sellada, lo que dio origen también a la desmalvinización, que consistió en negar a la Argentina la posibilidad de ser una potencia en el Atlántico Sur y convertir al país en un ‘cuasi protectorado británico’ después de la firma de la Declaración conjunta de las delegaciones de la República Argentina y del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte en febrero de 1990. Al suscribir este acuerdo, el presidente Carlos Menem y el ministro de Relaciones Exteriores, Domingo Cavallo (el mismo gurú que en 1998 fue convocado por Yeltsin para ‘salvar’ la economía rusa) otorgaron a Gran Bretaña una supremacía total sobre el territorio de las islas Malvinas al “dejar sin efecto la Zona de Protección establecida alrededor de las islas”.
A través de este tratado, Reino Unido adquirió también el derecho de controlar todos los actos, las adquisiciones militares, los desplazamientos de las unidades de las Fuerzas Aéreas, de la Armada y del Ejército de la República de Argentina. En realidad, las Fuerzas Armadas argentinas quedaron supeditadas a las Fuerzas Armadas británicas. Julio González en su libro Los Tratados de Paz por la Guerra de Malvinas (2004) resaltó que desde la firma de aquel acuerdo, Londres estableció una hegemonía en el Atlántico Sur, determinando que los “buques y aeronaves argentinos que se desplazan por la plataforma continental argentina están subordinados al control británico, mientras que los buques y aviones ingleses que departen de nuestras costas hasta el meridiano 20 no están sometidos al igual control argentino por falta de tecnología”.
También el Reino Unido no permite a Argentina la instalación de radares en Patagonia dejando prácticamente ‘a ciegas’ a las Fuerzas Armadas de Argentina. Los términos de este tratado han sido observados por todos los gobiernos de turno argentinos. También desde 1964 cuando el Gobierno de Arturo Umberto Illia autorizó a Washington mandar su grupo militar al país, los representantes del Pentágono ocuparon ininterrumpidamente oficinas del edificio Libertador del Ministerio de Defensa argentino hasta 2009, incluyendo durante la Guerra de las Malvinas. En 1983, el presidente Raúl Alfonsín encargó a la DGSE francesa (Servicio de Inteligencia) y al Mossad reestructurar el servicio de inteligencia argentino. Lo curioso fue que el MI6 británico que estaba operando en el país desde 1810 también participó en este proceso.
De acuerdo con el periodista argentino Diego Pappalardo, desde la firma del tratado, frecuentemente llamado el ‘Versalles argentino’, se produjo “la anulación de una clase dirigente, pensante y defensora de la Argentina, la desmilitarización efectiva, la desinversión estratégica y el relato cultural de una autoinculpación por crímenes injustos que nunca cometimos y nos siguen golpeando con el reciente hundimiento del buque argentino ARA San Juan (S-42) que no escapa a dicha casualidad”. Este submarino, de propulsión diésel-eléctrica convencional es uno de los tres submarinos de guerra argentinos adquiridos en Alemania. ARA San Luis (S-32) peleó en Malvinas y fue dado de baja en 1997. El ARA Salta (S-31) no está en condiciones óptimas y el ARA Santa Cruz (S-41) está en reparación. En resumidas cuentas, con la desaparición del ARA San Juan la Armada argentina se quedó prácticamente sin submarinos.
Desde el punto de vista geoestratégico británico, ha surgido una condición ideal para una completa hegemonía de Londres en el Atlántico Sur. Para la seguridad nacional argentina la pérdida de su único activo submarino representa un serio golpe tanto físico como moral. Hasta ahora nadie sabe si el Gobierno del Reino Unido fue avisado sobre la salida al mar del sumergible argentino o no. Recientemente, el jefe del Gobierno, Marcos Peña, informó al Congreso que el objetivo principal del submarino “era la localización, identificación, registro fotográfico de buques frigoríficos, logísticos, petroleros, buques de investigación de otras banderas”. También el funcionario señaló que “como objetivos materiales secundarios de esta actividad se establecieron buques y aeronaves que operan desde las islas Malvinas”.
Es decir, el ARA San Juan tenía que monitorear en realidad los buques de guerra de la flota británica, la norteamericana y de la chilena que estaban realizando las maniobras antisubmarinas. Precisamente unos 15 días antes del hundimiento del submarino, los navíos estadounidenses y chilenos estaban haciendo ejercicios de rescate de un sumergible averiado en la misma zona donde tenía que operar el ARA San Juan. Es importante señalar que en el transcurso de su itinerario varios de sus tripulantes mandaron por WhatsApp mensajes a sus familiares que su navío estaba siendo perseguido por un helicóptero de la Marina Real Británica y un buque de guerra de la Armada de Chile. También en la zona estaba operando un avión antisubmarino chileno C-295.
De allí se pierde toda la información y hasta ahora no hay una versión segura oficial sobre la desaparición del submarino argentino. El silencio oficial induce a pensar que existe un acuerdo entre Reino Unido, Estados Unidos y Chile con el Gobierno de Argentina de encubrimiento de las causas del hundimiento del navío. A esto se le suma la negativa de Buenos Aires a que el buque de rescate ruso Yantar pueda rastrear la zona donde según sus datos se puede encontrar el ARA San Juan que aparentemente se hundió a unos 200 kilómetros de la zona asignada para la búsqueda a Yantar. Este barco tiene drones sumergibles y dos pequeños submarinos, el Rus y el Konsul. Cada uno con una tripulación de tres personas, puede sumergirse a una profundidad de 6.000 metros; sin embargo, fuerzas poderosas están obligando al Gobierno de Argentina y a sus Fuerzas Armadas a no permitir a los rusos encontrar el submarino averiado bajo el pretexto que es un “barco espía”.
Siempre, en el transcurso de la historia los intereses geopolíticos han prevalecido sobre los sentimientos y sensibilidades sociales humanos. Es cierto lo que comentó hace poco el exmilitar y combatiente argentino en la Guerra de las Malvinas, Aldo Rico, actualmente político, cuando dijo que “la sangre de los soldados se seca rápidamente”. Después sus nombres se quedan en el olvido, excepto para sus familiares y amigos que siempre se acordarán de los 44 tripulantes del ARA San Juan llevándoles flores cada 15 de noviembre al mar donde reposan sus cuerpos y pidiendo saber algún día la verdad para que al fin descansen en paz.
por Vicky Peláez para Sputnik, 21 marzo 2018