Cuando lo progresista es separar por sexo en los colegios – por Candela Sande

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Para esta feminista, de nombre Margrét Pála Ólafsdóttir, los estereotipos sexuales los clava, solo que los aplica al revés. El caso es no concluir lo obvio, lo que se desprende por lógica del planteamiento más puramente darwiniano: que tiene sentido que la naturaleza nos haya hecho distintos.

Ser progresista es como lo de los regalos: la intención es lo que cuenta. La cosa en sí, la medida, la iniciativa, el plan, carece totalmente de importancia, mientras la finalidad y la verborrea con que se explica y las personas que lo avalan tengan un historial impecablemente progresista.

En educación, hasta ayer por la tarde, la gran batalla era la segregación por sexos. Todavía lo es, porque quienes se empeñan en separar niños y niñas en las aulas son los ‘malos’, y por eso la mera expresión ‘colegio masculino’ debe darnos vértigos y náuseas y mareos, y reclutar el habitual ejército de ‘expertos’, ‘pedagogos’ y demás patulea de pago para que abrumen al retrógrado con datos incontestables de que eso es lo peor de lo peor y que tu hijo, educado en uno de esos antros antediluvianos, va a salir convertido en un pequeño monstruo que probablemente lo primero que haga al graduarse sea violar a alguien.

Salvo, naturalmente, que la idea se les ocurra a los ‘buenos’. Entonces sí, entonces vale, entonces eso mismo es lo mejor de lo mejor y cómo no lo hemos pensado antes y cómo hemos podido dudarlo por un segundo.

Leo en esa biblia actualizada del progresismo patrio que es El País: ‘Separar a niños y niñas en el colegio: la receta feminista islandesa para la igualdad‘. Oh, vaya, quién lo iba a decir. Resulta que quienes hemos defendido contra viento y marea y a capa y espada la libertad de elegir la educación diferenciada hemos tenido razón todo el tiempo.

No, claro, naturalmente: nosotros no podemos tener razón nunca, ni siquiera cuando los Ungidos llegan a la misma conclusión. Porque ellos lo hacen del modo correcto y por las razones adecuadas.

Porque el invento, conocido como ‘modelo Hjalli’, tiene truco: son escuelas fundadas por feministas donde, además de separar los sexos, estimulan a las niñas para que sean fuertes, atléticas, asertivas, competitivas y todo eso, y a los niños a ser delicados, emocionalmente expresivos (lloricas), a comunicarse mejor y a cuidarse unos a otros.

No sé si se dan cuenta, pero esta feminista, de nombre Margrét Pála Ólafsdóttir, los estereotipos sexuales los clava, solo que los aplica al revés. Tampoco sé si no advertirá que, forzando a las niñas a portarse como convencionalmente se supone que actúan los niños y a los niños a adaptarse a una conducta estereotípicamente femenina está aceptando el tópico como el más irredimible sexista. Porque está diciendo que, si no se les fuerza a lo contrario, las niñas se portarán como niñas y los niños, como niños.

El caso es no concluir lo obvio, lo que se desprende por lógica del planteamiento más puramente darwiniano: que tiene sentido que la naturaleza nos haya hecho distintos psicológicamente a hembras y varones para mejor adaptarnos a nuestro papel dentro del dimorfismo sexual.

La cosa no tiene nada que ver con la liberación de la mujer, pero es que nunca tuvo nada que ver. Es la disolución de las diferencias, es la negación de la naturaleza. Es esa mentalidad fáustica que desea no meramente el poder sobre los otros seres humanos, sino uno tan omnímodo, tan por encima del que haya tenido nunca el sátrapa más tirano de la historia, que no solo impone leyes a los hombres sino también a la propia realidad física.

Por eso no basta la libertad, por eso no basta la igualdad ante la ley o la igualdad de oportunidades. No basta con que hombres y mujeres puedan elegir las mismas cosas: es necesario que los hombres se feminicen y las mujeres se masculinicen.

Leo también, por ejemplo, que una empresa japonesa ha diseñado senos artificiales portátiles para que los hombres puedan dar de mamar a los niños al igual que las mujeres. No se trata de una nueva prótesis para individuos transgénero, que de esas andamos sobradas, no: esto está pensado supuestamente para cualquier padre ‘normal’ que quiera vivir la experiencia de amamantar a su hijo. No sé muy bien cuál pueda ser el público objetivo de este producto; quizá me junte con malas compañías, pero no imagino a ningún varón de mi entorno con esa súbita necesidad. Quizá sea un invento adelantado a su tiempo, y dentro de nada, cuando los chicos de la guardería de la señorita Pála tengan edad de engendrar se los quitan de las manos.

Candela Sande, 11 abril 2019

 

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