Agenda del caos: aturdir a la gente con choques repetidos – por Éric Verhaeghe

 

En este cuarto capítulo de mi libro en preparación La Agenda del Caos, describo la técnica de choque que la casta utilizó con el COVID, y que aún pretende utilizar, sobre todo con la invasión de Ucrania, para aturdir al pueblo y hacerle tragar bocados inimaginables. A la espera de los otros choques previstos: el crash financiero y el reset monetario. He aquí un pequeño desciframiento de cómo se está montando el capitalismo de la vigilancia.

 

El 16 de marzo de 2020, Emmanuel Macron se dirigió a la televisión para anunciar el encierro de la población francesa. Esta fase de interrupción brutal de las relaciones humanas, de cierre casi total de los negocios, de hibernación, por así decirlo, duró dos meses.

Fue una conmoción absoluta, una ruptura histórica, podría decirse, que se produjo en un contexto de extrema ansiedad: el miedo al virus se instaló en la mente de la gente durante un largo periodo de casi dos años, dominando las conversaciones, las emisiones de televisión y radio, y la vida colectiva.

De repente, no había más que esto: el virus, el enemigo invisible, estaba en todas partes.

En el caso de Francia, el presidente Macron preparó el escenario deliberadamente para alimentar los temores con el fin de imponer su autoridad y su autoritarismo. El Presidente declaró a Francia en guerra, ante una opinión tan aterrorizada que ningún contrapoder, ninguna conciencia tuvo la posibilidad de expresar la más mínima duda sobre la realidad de los hechos expuestos.

No se podía hablar de la guerra, que lo justificaba todo. Muy pronto, las decisiones se tomaron en una estructura opaca y secreta: el llamado Consejo de Defensa. Estábamos en guerra, así que actuamos como en tiempos de guerra, con procedimientos de emergencia, leyes de emergencia y severas restricciones a la libertad de movimiento.

Lo que nos interesa aquí no es el contenido de la lucha contra el virus en sí, sino el uso de la conmoción para imponer decisiones que serían inimaginables en tiempos normales, el uso de la conmoción para aturdir las conciencias y obtener su consentimiento a lo imposible.

El shock como técnica de gobierno autoritario, por así decirlo.

Y el uso de la conmoción fue muy “profesional”: apariciones repentinas en televisión, discursos escalofriantes que provocaban ansiedad, medidas radicales para privar a la gente de su libertad, la transformación de las ciudades en “zonas muertas”, los controles policiales, la obligación de llevar una máscara para viajar.

Nuestras ciudades, que solían estar repletas de gente cuando se acercaba la primavera, se transformaron brutalmente en desiertos y miserias.

¿Y qué decir de los habitantes de las ciudades que se refugiaron en el campo, a veces junto al mar, y vieron cómo los drones de la gendarmería sobrevolaban sus casas para comprobar que se respetaban las instrucciones? Testigos presenciales recuerdan haber paseado solos por un muelle al atardecer y haber visto cómo un dron los divisaba… y los gendarmes llegaban para multarlos.

En menos de ocho días, Francia, un país de libertades a veces anárquicas, se había transformado, bajo el gobierno de un presidente supuestamente liberal, en un vasto campo de internamiento sin que nadie saliera a la calle a protestar.

Ya explicamos en el capítulo anterior cómo esta obediencia había sido preparada durante mucho tiempo, con la aparición de una élite globalista entrenada para aplicar tales medidas, una concentración de los medios de comunicación en manos de esta misma casta, y una “narrativa” de protección de la salud cuidadosamente preparada y difundida en las mentes, por la industria de las vacunas.

Pero es un hecho que todo esto sólo pudo arrasar como un tsunami gracias a la técnica de choque. Fue tan grande que la gente quedó aturdida hasta el punto de no poder pensar críticamente.

A este choque se le vistió de epidemia, la cual rápidamente fue declarada pandemia, y se implantó su gestión mundial a través de la contención, cuarentenas, encierros etc.

 

La teoría del shock y el Great Reset

Por lo tanto, la introducción en la historia contemporánea del choque como método de gobierno, oficial y teorizado como tal, puede fecharse en 2020.

Pero, ¿es realmente nueva esta convicción de que hay que gobernar por la conmoción y no por la consolidación de la tranquilidad pública?

Todo el mundo recuerda que, en 2007, la periodista canadiense Naomi Klein ya había teorizado este punto en su libro La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre.

En este clásico de la literatura antiglobalización, la periodista sostiene que la escuela monetarista de Milton Friedman, también conocida como Escuela de Chicago, promovió la organización artificial de los choques para facilitar la adopción de reformas estructurales relativamente radicales. Sin estos choques, la opinión pública no consiente.

Según Klein, los monetaristas utilizaron las técnicas de control mental de un tal Donald Ewen Cameron, un psiquiatra estadounidense que murió en 1967 y que realizó un gran trabajo de reacondicionamiento psíquico. En este contexto, Cameron realizó trabajos para la CIA, especialmente para el proyecto MK-Ultra.

No deja de ser interesante detenerse en la obra de Cameron, pues anticipa en varios planos los acontecimientos que siguieron durante estos dos últimos años.

Cameron es más conocido por ser uno de los psiquiatras responsables de un proyecto que ya hemos mencionado: MK-Ultra, que duró unos veinte años (de 1953 a 1973) y cuyo objetivo final era tomar el control de la mente humana. Lo hizo en gran parte en la Universidad McGill de Montreal, en un laboratorio financiado por la Fundación Rockefeller.

Los experimentos de Cameron pretendían reconstruir la psique de un individuo, partiendo de cero, por así decirlo, drogándolo durante treinta días, sometiéndolo a descargas eléctricas periódicas, infligiéndole mensajes repetitivos como “mi madre no me quería”, y observando después el poder de sugestión sobre su conciencia que podía producir esta experimentación.

Hay varios elementos que caracterizan la estrategia utilizada en la mayoría de los países del mundo para combatir el coronavirus: el aislamiento de los individuos, la privación de sus hábitos de vida, los mensajes maniáticamente reiterados y la introducción de una forma de hipnosis que consiste en hacer vivir a las personas en burbujas separadas en las que se les sirve una narración única, fabricada de la mañana a la noche.

¿Acaso estos aterradores experimentos de los años 60 inspiraron a los diseñadores de la contención, en particular a las empresas McKinsey, y a otros? ¿Estos experimentos de la CIA, desclasificados en los años 70, sirvieron pues de base para el diseño estratégico del COVID y su gestión por parte de las oficinas consultoras?

Hoy no es posible atestiguarlo con certeza, pero hay una serie de indicios inequívocos de la estrategia de choque desplegada, orquestada y perseguida obstinadamente por la casta globalizada desde el principio de la COVID.

La principal pista es, por supuesto, la propia teoría del Great Reset, como la ha denominado Klaus Schwab, fundador del Foro de Davos.

Este Gran Reinicio, término informático bien conocido por cualquiera que haya luchado con un ordenador que falla, expresa claramente la intención de reinicializar los contadores sociales de nuestras sociedades para vivir un destino diferente. Por lo tanto, no se diferencia de la idea del proyecto MK-Ultra, ni de las ambiciones de Cameron: se utiliza un proceso artificial para borrar todo lo anterior y lanzar una nueva memoria.

Lo que resulta especialmente interesante en esta historia de Great Reset es la ambición de refundación: lo borramos todo y se nos implanta otra cosa.

Este reflejo es en sí mismo el de todos los sistemas totalitarios que se reconocen por su llamamiento a un “hombre nuevo”. El Gran Reajuste no tiene otra ambición que ésta: cambiar la humanidad, promoviendo una nueva forma de humanidad, potenciada por la tecnología digital.

Y para lograrlo, necesitamos un choque, con un botón que apretar para desencadenar una nueva era.

Según Klaus Schwab, este choque es el COVID y sus consecuencias, que proporcionan una oportunidad inesperada para mutar las sociedades y transportarlas a un nuevo marco global.

El coronavirus utilizado como choque

Básicamente, si el coronavirus hubiera intervenido sin la preparación que hemos mencionado, es decir, en un ecosistema sin una casta globalizada al acecho de un pretexto para provocar el surgimiento de una gobernanza mundial, probablemente no habría sido tratado de forma diferente a la gripe española: nación por nación, pueblo por pueblo.

Pero el coronavirus no era la gripe española, aunque tenía efectos mucho menos letales que ésta. Se convirtió en una palanca para acelerar la aplicación de una gestión multilateral de la pandemia y, más allá de este multilateralismo sanitario, en una palanca para acelerar la integración mundial, empezando por la europea.

Este efecto de palanca se hizo efectivo con la sindicación de la casta y la formulación de su proyecto global.

Sin duda, la casta no perdió el tren, a diferencia de lo que ocurrió con el H1N1 en 2007. Sin embargo, la letalidad del coronavirus nunca alcanzó proporciones significativas en el conjunto de la población, lo que complicó singularmente el ejercicio: ¿cómo convencer a toda una población de que interrumpa su ciclo vital para protegerse de una enfermedad que sólo mata muy marginalmente?

Este era el reto, que implicaba una verdadera manipulación de las mentes, y fue en esta perspectiva donde entró en juego la teoría del shock.

En la práctica, la gestión de la COVID consistió en transformar la aparición de una enfermedad contagiosa, pero limitadamente letal, en una catástrofe sanitaria que justificara una profunda transformación de nuestras sociedades. Se trataba, pues, de una puesta en escena, de una sobreactuación constante, para conseguir que la gente aceptara, sin apenas resistencia, un escenario tan “grande” que a mucha gente le cuesta todavía admitir que se había armado artificialente.

Obsérvese la hábil retórica utilizada para “magnificar” el peso de la conmoción sanitaria que supuso el coronavirus. Muy pronto, la expresión “el mundo de mañana” se generalizó, en contraste con “el mundo de antes” [que nunca volverá].

Haría falta un estudio de archivo preciso para comprender de dónde procede esta expresión tan significativa y cómo se difundió a través de la prensa subvencionada. Pero es probable que se haya originado a partir de un lenguaje proporcionado por una consultoría internacional, por ejemplo, McKinsey. No hay pruebas que lo demuestren, pero el modus operandi es inquietante.

Así, la prensa subvencionada trivializó rápidamente, en Francia, la división esquemática de la realidad entre el “mundo de antes” y el “mundo de después” del COVID, lo que extendió en la mente de la gente la convicción de que el coronavirus era un choque para la civilización que nos obligaría a reinicializar nuestra conciencia humana y a empezar de nuevo sobre bases diferentes.

Nos asestaron que el COVID era tan serio que no seríamos los mismos después.

La gravedad del coronavirus no podía estar mejor escenificada, ya que era objetivamente muy cuestionable, por lo que necesitaba un adyuvante para tomar toda la dimensión que la casta pretendía darle.

 

De la epidemia a la estupefacción

A partir del 16 de marzo de 2020, se inició una secuencia en la que la mayoría de la opinión estaba literalmente aturdida por los acontecimientos y ya no podía encontrar fuerzas para oponerse a lo que estaba sucediendo.

Es cierto que poco a poco va surgiendo una forma de oposición, pero los hechos demuestran que la mayoría absoluta de los franceses (y esto es así en otros países) aceptan irreflexivamente los “relatos”, a veces delirantes, elaborados por el poder.

Muy significativamente, los opositores a la política sanitaria se rebautizarán a sí mismos como los “despiertos”, en contraposición a los “hipnotizados” o “dormidos”.

Los términos son valiosos porque captan la sensación que tenían muchos espíritus libres durante la crisis del COVID: la propaganda gubernamental había hipnotizado a una mayoría de la población, que repetía las consignas oficiales de forma casi mecánica. En muchos aspectos, la reacción de la mayoría se ha asemejado a la de los miembros de una secta bajo la influencia de un gurú.

Lo que ocurrió en la conciencia (o inconsciencia) colectiva durante esos largos meses tardará en entenderse, por lo espectacular que fue y sigue siendo el fenómeno, si juzgamos por la repetición de esta ceguera en el nuevo tema ucraniano.

Durante muchos meses, la gente educada creyó en todo y en nada con el entusiasmo de los prosélitos. Y esta dogmática la asumieron más que nadie las élites con los mejores diplomas, la formación más larga, dejando más bien indiferente a la gente humilde con conocimientos esencialmente técnicos y utilitarios. De repente, se ha extinguido la Ilustración, y la oscuridad ha ganado la batalla.

Aunque todavía no tenemos todos los factores explicativos, no es demasiado atrevido buscar en las experiencias psiquiátricas de Cameron elementos de comprensión.

Por un lado, la opinión pública recibió un enorme choque psíquico al descubrir la existencia de un enemigo invisible en su interior que podía ponerla en peligro, tan grave que un Presidente de la República habló de guerra.

Recordemos que en febrero de 2020, cuando el coronavirus se convirtió en una amenaza inminente, hasta el punto de que los estupefactos franceses vieron cómo ejércitos de pico y pala construían en pocos días un gigantesco hospital improvisado en China, mientras la vida cotidiana se replegaba en una penumbra contemporánea: crisis económica (Alemania estaba entonces en cuasi-recesión), huelgas contra la reforma de las pensiones, debates partidistas habituales, etc. De repente, el mundo se volvió al revés. Una especie de invitado inesperado puso patas arriba la mesa de los rituales cotidianos.

Es un choque profundo. Por otra parte, el gobierno gestiona este choque mediante la privación sensorial: confinamiento brutal, prohibición de salir durante más de una hora, prohibición de contacto entre individuos, cierre de lugares de vida colectiva, comunicación constante sobre los peligros que nos rodean.

¿Acaso esta estrategia de tetania fue dictada por las consultoras que estuvieron al frente del pasaporte sanitario y luego del pasaporte vacunal?

Nada lo excluye formalmente, corresponderá a los historiadores aclararlo.

Mientras tanto, el rigor del método es sorprendente por su parecido con los experimentos realizados por la CIA en los años sesenta, y sugiere que la finalidad de esta operación, basada en el shock y el mantenimiento de la ansiedad durante dos meses, era ante todo política y no sanitaria: se trataba de traumatizar a toda una población para volverla incapaz de actuar, movilizando si era necesario métodos poco “ortodoxos” para conseguir sus fines.

 

El coronavirus, ¿un choque premeditado?

Otra cuestión que tendrán que decidir los historiadores es la de la premeditación del choque del coronavirus.

Como se mencionó en el capítulo anterior, el COVID-19 no era un completo desconocido cuando se propagó en Wuhan en otoño de 2019. Con toda probabilidad, ha sido objeto de un trabajo extremadamente preciso en los propios locales de los laboratorios P3 y P4 construidos en la ciudad con la ayuda de potencias extranjeras como Francia.

Esta proximidad entre los laboratorios que trabajan con el virus y el origen de la pandemia ha alimentado muchas teorías sobre el origen intencionado de la pandemia, en el centro de las llamadas “teorías de la conspiración”.

Esencialmente, estas teorías se basan en la insistencia de Bill Gates en anunciar una nueva pandemia durante diez años, y en los preparativos para estas pandemias que tuvieron lugar en Davos, o en torno al Foro Económico Mundial, para elaborar las respuestas a una pandemia de tipo coronavirus. Muchos consideran que entre la preparación y la provocación sólo hay un trecho fácil, lo que explicaría la rapidez con la que el mundo se ha organizado para reaccionar de manera casi uniforme ante la crisis.

Creemos haber demostrado suficientemente la realidad de esta “globalización” de la respuesta en nuestros capítulos anteriores.

Hay otra teoría de la conspiración, que proporciona una clave para entender la crisis, y no carece de interés.

El hecho de que la pandemia estallara en otoño de 2019 y llegara a Estados Unidos a principios de 2020 no se debió a la casualidad. Según esta teoría, el gobierno chino compartía la misma opinión que la casta globalizada: había que “sacar” a Donald Trump de la Casa Blanca para poner a un candidato demócrata débil y totalmente comprometido con la causa de la globalización.

Joe Biden era el hombre ideal: restablecería el acuerdo de París sobre el calentamiento global, restauraría el funcionamiento del multilateralismo, con su cascada de G7, G8 y G20, y aplicaría las directrices necesarias para preservar el libre comercio.

Introducir una pandemia antes de la campaña electoral pondría, por tanto, en peligro la reelección de Donald Trump y favorecería al candidato demócrata.

Esta teoría no se basa en ninguna prueba específica que un historiador pueda reconocer como suficiente para apoyar cualquier hipótesis. Por lo tanto, tal como está, no puede aceptarse como satisfactoria. Pero decido mencionarlo porque cumple con inquietantes criterios de plausibilidad.

Desde el punto de vista geopolítico, es innegable que la presencia de Donald Trump molestaba a China. La lógica proteccionista del presidente estadounidense, sus reiteradas amenazas de imponer aranceles a los productos chinos, eran un problema grave. La elección de un candidato demócrata favorecería sin duda los intereses económicos de este taller del mundo.

Del mismo modo, la casta globalizada estaba harta de las desviaciones soberanistas de Trump. Klaus Schwab, en su Great Reset, apenas oculta este hecho. El Foro Económico Mundial invitó a Xi Jinping para recordarle que es el garante del multilateralismo en un mundo plagado de tentaciones proteccionistas o aislacionistas.

Todos estos elementos globales demuestran que una catástrofe sanitaria en Estados Unidos, susceptible de desestabilizar a Donald Trump y de mostrar a los votantes estadounidenses la importancia del multilateralismo, podría servir a los intereses tanto de China como de la casta globalizada, retransmitida por una parte del gobierno profundo estadounidense.

Desde el punto de vista técnico, los elementos recogidos pacientemente por científicos independientes han demostrado que esta hipótesis de un virus diseminado intencionadamente fuera de China es plausible. Pienso en particular en la obra de Hélène Banoun. Esta farmacéutica especializada que trabajó durante mucho tiempo en el INSERM ha investigado la cuestión del origen del virus. En particular, subrayó el inquietante parecido entre el trabajo de Peter Daszak, que mencionamos en la introducción, y el coronavirus tal y como se extendió por el mundo.

Al mismo tiempo, los investigadores han identificado en la secuenciación del SARS-COV-2 un elemento de ADN patentado por Moderna en 2016. Esto es una prueba más de que los coronavirus que se afirma que han pasado de forma natural de los animales a los humanos son potencialmente (pero aún no de forma concluyente) el producto de la manipulación humana.

Desde un punto de vista científico, la hipótesis de que un laboratorio chino acogió la invención del coronavirus, y que éste se propagó de forma premeditada, no es por tanto absurda. No está probado. No es seguro, pero no es posible refutarlo por ahora. Es aún menos posible porque las autoridades chinas han borrado metódicamente la memoria de los trabajos realizados en Wuhan, de modo que los científicos no pueden establecer ninguna diferencia entre las cepas víricas que se desarrollaron allí y el coronavirus al propagarse.

Pero insistamos en el hecho de que el rigor intelectual nos obliga hoy a no dar por segura esta hipótesis. Es plausible, pero compite con la hipótesis de un accidente de laboratorio, que las autoridades chinas habrían utilizado para perjudicar a Donald Trump.

Hay que recordar que la epidemia de coronavirus comenzó oficialmente a hacer estragos en Wuhan a finales de noviembre de 2019. En realidad, es probable que el virus haya empezado a circular ya en octubre, pero las autoridades chinas tardaron en tomarse en serio la situación, lo cual es una pista sorprendente en un país donde ya se habían producido epidemias de coronavirus.

Pero supongamos que el coronavirus sólo estuviera activo desde principios de diciembre… ¡el gobierno chino sólo decide suspender los viajes aéreos entre Wuhan y otros países a finales de enero de 2020! Los especialistas en tráfico aéreo calcularon que 100.000 personas salieron del aeropuerto de Wuhan en enero para viajar por todo el mundo.

Sin embargo, el análisis del tráfico de Wuhan plantea verdaderas dudas sobre el carácter deliberado de la epidemia. De hecho, el tráfico aéreo internacional de Wuhan se dirige principalmente a Asia, y no incluye a Europa ni a Estados Unidos. Por lo tanto, es razonable suponer que, en caso de golpe intencional, las autoridades chinas habrían elegido un lugar distinto a Wuhan para difundir el virus.

El hecho es que China no se apresuró a contener la epidemia en Wuhan antes de finales de enero…

Incluso hoy, este retraso chino plantea dudas sobre la intención del gobierno de dejar que el virus de Wuhan se extiendiera a todo el mundo. Tanto si se trata de un accidente de laboratorio como si no, este retraso demuestra la intención de provocar una conmoción mundial, independientemente del origen del virus.

 

Otros choques en la agenda del caos

El choque del coronavirus fue un ejercicio de manual, por así decirlo, y a la vez un éxito definitivo en Europa por la domesticación de mentes que permitió, aunque sembrado de fracasos locales.

Es la primera etapa de una agenda del caos que debe incluir varias fases.

Si nos basamos en lo que ya sabemos sobre esta agenda, que se está poniendo en marcha bajo la apariencia del Gran Reajuste, ya están programados otros plazos importantes.

Tal como están las cosas, sabemos de dos que deberían seguirse bastante de cerca.

La primera de ellas será la crisis financiera que debería llevar a las economías capitalistas al borde del colapso y purgar el enorme montón de deuda, tanto pública como privada, que ningún deudor puede comprometerse a devolver en los próximos años.

Volveremos sobre los contornos de esta crisis financiera en un capítulo posterior, ya que debería producirse en el momento elegido por la casta para justificar el reajuste de las fichas financieras.

Lo que hay que entender a estas alturas es que, para muchos analistas económicos, una caída financiera sistémica en los próximos dos o tres años, tras el crack de 2008, sería un peligro mortal para el capitalismo global. Pero es que no han entendido la estrategia de la casta.

En la moderna teoría monetaria, la casta ha encontrado el marco doctrinal que le permite creer que un crash financiero no es un peligro letal, sino un mal necesario para purgar las finanzas globales del lastre que llevan a cuestas, y poder invertir en el futuro, especialmente en la transición energética, concebida como el nuevo Eldorado, en cuanto abeneficios.

El otro plazo crítico es también financiero: la introducción de las monedas digitales para reemplazar el efectivo más o menos completamente.

Lo que se conoce como la moneda digital de los bancos centrales (de nuevo, volveremos a ello en un capítulo específico posterior), debería permitir la gran reinicialización monetaria que el capitalismo global está esperando para transformarse definitivamente en un capitalismo de vigilancia.

De forma muy reveladora, estas monedas de los bancos centrales se presentan hoy como herramientas de simplificación y liberación. En realidad, servirán para controlar todas las transacciones y poner a toda la población bajo control, inscribiendo todos los intercambios monetarios en los algoritmos de la inteligencia artificial.

En concreto, los bancos centrales podrán utilizar estas monedas para establecer un sistema de crédito social generalizado, limitando el gasto de cada persona en función de su comportamiento. Por ejemplo, el gasto “ecológico” será racionado (cantidad limitada de combustible o calefacción autorizada cada año), y los ciudadanos disidentes verán limitado su consumo, simplemente mediante la aplicación de las decisiones de la inteligencia artificial.

La transición a esta civilización distópica parece imposible, igual que parecía imposible, en febrero de 2020, que Occidente cayera en el confinamiento generalizado un mes después, igual que parecía “conspiranoico” afirmar en junio de 2021 que el acceso a los restaurantes estaría reservado a los titulares de una tarjeta sanitaria.

La incredulidad se repite, las mismas pesadillas regresan. La conmoción de la moneda digital será posible gracias a la conmoción de la crisis financiera mundial.

El lenguaje para justificar la transición de una a otra ya está listo: para protegernos, para evitar el empobrecimiento generalizado, las autoridades monetarias anularán el grueso de las deudas (incluidas las deudas privadas contraídas por los multimillonarios que se habrán comportado como buenos soldaditos del Gran Reajuste), y para anular estas deudas, retirarán las devaluadas monedas de papel y las sustituirán por monedas digitales.

 

Lo que muestra la guerra en Ucrania

Tal como está, la agenda del caos parece muy bien pensada. Si se implementa de forma impecable y sin disfunciones, llevaría efectivamente al planeta, en pocos años, a un marco absolutamente nuevo. He utilizado la palabra “distopía” para caracterizarla, porque creo que una sociedad en la que los individuos están dominados por una inteligencia artificial que sustituye la libertad por la moral es una sociedad abominable, contraria a los principios del buen liberalismo de siempre, que nos ha hecho prósperos y felices, ya sea personal o colectivamente.

Pero he oído que otros, especialmente las conciencias protestantes que salieron de Europa con el Mayflower para colonizar América exterminando a las primeras naciones que la ocuparon, se creen poseedores de las claves del progreso universal. Su visión del mundo debe garantizarnos la felicidad y la plenitud.

La casta blanca protestante estadounidense cree descaradamente que sabe lo que es bueno para el futuro de los seres humanos, apoyándose en la inteligencia de las máquinas si es necesario para conseguirlo.

Este orden mundial se basa en la idea de que Occidente sigue siendo la guía de la humanidad y que el resto del planeta aceptará esta visión simplista de las cosas, tanto más simplista cuanto que se cree acríticamente inteligente.

Pero en realidad hay una incógnita crucial en este cálculo: el consentimiento de los “otros” mundos a esta especulación totalmente occidental, y en particular la capacidad de China y Rusia para plegarse a un proyecto demencial en el que el destino de la humanidad se confiaría a unos cuantos oligarcas occidentales, confabulados con unos cuantos oligarcas chinos.

Si los Gates, los Zuckerberg, los Bezos, están muy convencidos de que pueden compartir el mundo con Xi Jinping y en parte con Vladimir Putin, no hay nada que demuestre que no están cegados por su propia arrogancia, y que el eje chino-ruso no esté burlando sus triquiñuelas. Poroque la invasión de Ucrania por parte de Rusia plantea cuestiones fundamentales sobre la validez de sus supuestos optimistas.

Frente a la creencia, bien expresada por la portada de The Economist a principios de 2022, de que el mundo bipolar de los años sesenta volvería con EE.UU. y China compartiendo influencia en lugar de Rusia, no hay ninguna razón para descartar, y de hecho toda razón para creer que las ambiciones imperiales de China y Rusia van mucho más allá de esta fantasía occidental.

No ignoro las afirmaciones de los “expertos” en la materia que juran que Rusia y China no tienen interés en luchar con nosotros. La misma gente solía repetir una y otra vez que Rusia nunca atacaría a Ucrania.

La realidad es a menudo muy diferente de lo que imaginan los expertos, y también es diferente de los cálculos hechos en sus cámaras negras por la casta globalista que nos gobierna, llena de la certeza de que sabe mejor que nosotros de qué está hecho realmente el mundo.

En la práctica, el escenario del reparto bipolar del orden mundial no es vinculante sólo para Occidente. Rusia y China pueden utilizar esta proyección para mantener a raya la vigilancia de Occidente, o para “tomarle el pelo” desarrollando otra hipótesis: la emancipación del eje chino-ruso y su dominio de todo el planeta, con una fuerte marginación de un Occidente moribundo, que ha hecho todo lo posible por suicidarse.

Si tenemos en cuenta las absurdas maniobras de un George Soros o de un Klaus Schwab, que han financiado o alentado movimientos antioccidentales, como organizaciones humanitarias que transportan migrantes ilegales, defensores de la cultura woke o representantes de movimientos LGBT llenos de odio a nuestra identidad cultural tradicional, nos damos cuenta de que el aplastamiento de Occidente es una tentación propagada por el propio Occidente.

En estas condiciones, ¿por qué los chinos y los rusos no deberían apostar por este aplastamiento, sobre todo si recordamos las reiteradas humillaciones que Occidente ha infligido a estos pueblos en los últimos cincuenta años?

En mi opinión, la entrada de las tropas rusas en Ucrania es precisamente la señal enviada por Vladimir Putin para acabar con la diversión. Por desgracia, la casta globalista de Occidente tarda en tomarle en serio.

Esta última, fiel a su teoría del shock, está convencida de que la invasión de Ucrania es un acto puntual y efímero que puede utilizar para crear un nuevo shock de incredulidad dentro de sus propios límites, gracias al cual se ampliará su autoridad sobre los pueblos que gobierna. No es capaz de entender que China y Rusia pueden querer que desaparezca, así de simple, y que el propio Occidente se vea superado.

En este sentido, podríamos ser las primeras víctimas de la ceguera, de la incompetencia, de la insoportable ceguera de la casta dirigente de nuestros países. Si no conseguimos derrocarla y purgarla, nos expondremos al riesgo de un exterminio despiadado. En esta estrategia miope de choque para dominar a los pueblos, la casta globalista puede precipitar el colapso de Occidente, en el que ella misma será aniquilada.

En el momento de escribir estas líneas, todavía no está claro de qué lado caerá finalmente la moneda.Para completar, el 3 de marzo de 2022:

De repente, Ucrania parece haber sustituido a COVID en la preocupación mayoritaria… como si el virus hubiera desaparecido de repente para dar paso a la guerra. Esta “gran sustitución” nos recuerda, por si fuera necesario, el carácter artificial de la preocupación covídica, elevada al rango de obsesión para hipnotizar las conciencias el mayor tiempo posible. A medida que el peligro militar toma forma, la casta gobernante pretende crear una narrativa sobre la misma base que el COVID, para obtener los mismos beneficios: obediencia del pueblo, ampliación del poder de la élite, restricción de las libertades. Pero, ¿tendrá los medios para lograr sus ambiciones?

De repente, COVID ha desaparecido y sólo importa Ucrania. Dos años de obsesión se esfumaron de un plumazo.

¿Significa esto que Ucrania está barajando de nuevo la baraja y abriendo un nuevo juego que supone una ruptura total con la secuencia del coronavirus? Muchos lectores están confundidos. Muchos se han exasperado por la instrumentalización política de la COVID, pero se pasan la pelota para denunciar la espantosa agresión rusa que les choca.

Otros intuyen que la crisis ucraniana no es más que un cambio de escenario en una misma obra.

Como siempre ocurre con los choques sistémicos, es difícil decidir este tipo de debate en pocos días. Pero un conjunto de pistas da algunas señales cruciales sobre lo que realmente ha estado en juego en el orden internacional durante los últimos ocho días.

 

COVID, una gran conmoción en el orden mundial

Evidentemente, este artículo no va dirigido a quienes siguen convencidos de que el COVID fue una crisis sanitaria antes de convertirse en una conmoción sistémica del orden político mundial.

La historia dirá cuántas personas murieron realmente a causa del COVID. Ya hemos comentado en varias ocasiones las pruebas matemáticas que sugieren que, en Francia, por ejemplo, las estadísticas oficiales deben reducirse a la mitad para obtener la cifra real de muertes de cóvidos. Como ningún gobierno podía justificar el estado de emergencia por una enfermedad que sólo causaba 50.000 muertes, el equivalente a dos epidemias de gripe en un año, hubo que crear el mito del peligro letal inminente para que el público tragara tanto sin entrar en insurrección.

En la práctica, el COVID es una grave epidemia que una hábil puesta en escena globalizada ha permitido transformar en una conmoción sistémica, gracias a la cual se desplegaron de un plumazo reformas que llevaban años pendientes: el pasaporte vacunal, la identidad digital europea, la vigilancia generalizada, la localización de contactos, el crédito social al estilo chino, etc.

Todas estas medidas propuestas por Klaus Schwab en su Great Reset se produjeron en las condiciones propugnadas por éste: el asombro del pueblo, mantenido por la “narrativa” de una guerra contra COVID, autorizó numerosos abusos de la ley y muchas reformas inaceptables desde el punto de vista democrático.

Sólo en el caso de Francia, pensamos en la autorización para guardar registros digitales de las opiniones filosóficas o sindicales de los ciudadanos, por ejemplo, que el Consejo de Estado dejó pasar alegremente durante el invierno de 2020. Pero la lista de medidas liberticidas adoptadas más o menos discretamente ocuparía páginas y páginas.

Todo esto no habría sido posible si no se hubiera producido la puesta en escena de un choque sistémico, con el vocabulario de “guerra” y el “consejo de defensa” movilizado por Macron.

El populismo de los medios de comunicación subvencionados…

Precisemos que esta estrategia de asombro a través de la conmoción no habría funcionado si los medios de comunicación subvencionados o regulados no hubieran desplegado a conciencia el “relato” populista elaborado en gabinetes negros que permiten la normalización del discurso y el lavado de cerebros. Esta narrativa consiste en dar permanentemente la espalda a los argumentos racionales para avivar oscuras pasiones.

Durante la COVID, la manipulación de los miedos se convirtió en algo cotidiano. Fue el centro de un juego de ping-pong en el que las cifras alarmistas del gobierno fueron aplastadas en un bucle de “todos vamos a morir mañana, a menos que…”. Al principio era “a menos que nos limitemos”. Entonces fue “a menos que llevemos una máscara”. Entonces fue “a menos que vacunemos”. Entonces, “a menos que excluyamos a los no vacunados de la comunidad”.

Cada vez, el miedo a la muerte se utilizó como cobertura del odio al chivo expiatorio, un papel atribuido a su vez a Didier Raoult, Christian Perronne, a los escépticos rebautizados como conspiradores, y luego a los no vacunados rebautizados como contaminadores irresponsables.

Durante dos años, la casta y sus medios de comunicación han chupado el hielo del populismo más desvergonzado, después de haber insultado durante años a todos los extremos que debían entregarse a este deporte tan vergonzoso como la masturbación. El miedo y el odio han sido las palancas oficiales del gobierno.

 

Ucrania, otro choque, otro miedo, otro odio

Durante muchas semanas, Rusia había estado preparando un choque de otro tipo, el de una guerra abierta con Ucrania. Pocos lo creyeron.

Esta incredulidad se explica por la decadencia de nuestra sociedad del espectáculo. Las conciencias occidentales ya no creen en la realidad sino en su puesta en escena. La COVID, repitámoslo, ha alimentado este defecto. Desde hace dos años, nuestras sociedades han sido puestas en jaque y violadas en nombre de la lucha contra un enemigo invisible, el coronavirus, del que todas las televisiones, todas las radios, todos los periódicos hablaban todo el día sin que nadie lo hubiera visto con sus propios ojos.

Esta sociedad de la ilusión, de la narración, de la comunicación, disuelve la realidad en palabras. Hipnotiza.

Y de repente, los tanques rusos traspasaron la pantalla de la ilusión para irrumpir en la realidad, lo que se creía imposible, incluso ilegal. Han despertado nuestras conciencias y han roto la matriz ilusoria controlada por la casta globalista.

Misiles reales, cohetes reales, tanques reales, armas de asalto reales están destrozando el cielo ucraniano. El propio presidente Zelensky, antiguo actor, participó en esta trampa hipnótica, imaginando que los rusos nunca reaccionarían realmente a su anuncio de una nuclearización de Ucrania bajo el paraguas de la OTAN.

Y de repente, todos los que habían sido hipnotizados por el coronavirus escupen su odio contra el que revela la existencia de la matriz.

Putin no sólo es objeto de las ocurrencias occidentales porque ataca a un pueblo que ningún europeo (y americano) sería capaz de distinguir de un ruso, sino sobre todo porque provoca el mal viaje de despertarse demasiado repentinamente después de una larga sesión de hipnosis. ¿Qué? El mundo no se reduce a un debate entre supuestos expertos en torno a Pascal Praud?

¿Quién puede tener la desfachatez de hacer una revelación tan impactante?

 

COVID y Ucrania, los mismos resortes dramáticos

Si Putin está en el mundo real, la opinión occidental lucha por permanecer el mayor tiempo posible en la dramática ilusión de la que se alimenta desde hace dos años sin interrupción (y de forma intermitente desde hace demasiados años).

Así, con la complicidad de los mismos medios de comunicación populistas, el asunto ucraniano se presenta como un nuevo acto de la misma obra de teatro cuyo escenario simplemente se ha cambiado. La amenaza ya no se llama coronavirus, sino Putin. El odio ya no se dirige a los no vacunados, sino a todos los “prorrusos” que ponen en duda la “narrativa” oficial según la cual Occidente, empezando por la OTAN, no es en absoluto responsable de los acontecimientos actuales.

De repente, ya no es posible señalar que la adhesión de Ucrania a la OTAN y su militarización eran casus belli muy previsibles para el vecino de Rusia, y que si se sigue tirando de la cuerda, ésta acabará por romperse: todos estos argumentos se han convertido en un acto de inteligencia con el enemigo castigado con el pelotón de fusilamiento.

Por lo tanto, sería mejor atenerse a la línea oficial: ¡debemos permanecer unidos y seguir a nuestro gran timonel en la gran guerra patriótica que se dispone a librar no contra el virus, sino contra el viejo ruso Putin! Y por supuesto, denunciar la horrible agresión, mientras se evita cuestionar nuestro propio comportamiento en Libia, Siria, Irak y algunos otros países del mismo tipo.

La misma moneda, te digo. Durante dos años, cualquier pregunta sobre el coronavirus era una teoría de la conspiración, y merecía una prohibición de los medios de comunicación. A partir de ahora, cualquier pregunta sobre la estrategia seguida por la casta en Ucrania será objeto de las mismas sanciones.

 

La casta y su estrategia de choque

Bastaba con escuchar ayer a Emmanuel Macron para comprender que nuestro presidente de la República es el primero que espera sacar tanto provecho interno de esta crisis como el que pudo sacar del coronavirus.

Una nueva razón para imponer medidas de emergencia y un gobierno de excepción. Chic, un amago de puesta en escena para continuar la sesión de hipnosis gracias a la cual el padre de la Patria halaga a su asustado electorado burgués y justifica el aumento de sus poderes.

La casta globalizada, prisionera ella misma de la sociedad del espectáculo, se hace la ilusión de que podrá sacar provecho de la crisis ucraniana, como lo hizo de la COVID, es decir, sin mayores daños colaterales. Unos cuantos programas de televisión en directo, unas cuantas zancadillas en la ONU, y ¡bang! ya está hecho! volvemos a caer en la emergencia y la excepción en Occidente, y dejamos que los eslavos se maten en su rincón.

No hay más que ver el desprecio con el que el énfasis de Putin en la amenaza nuclear ha sido recibido con sarcasmo en la prensa francesa. Todos están convencidos de que su burbuja de ilusión es infranqueable…

Biden repite obstinadamente que los soldados estadounidenses no caerán ante los rusos. Macron explica obstinadamente a los franceses que, cueste lo que cueste, hará la guerra a Putin sin que muera un francés. Poco a poco, la casta va grabando en la mente de la gente la idea de que las amenazas son espectáculos televisados a los que basta con responder privándoles de su libertad. Y todo está bien.

 

Pero los misiles de Putin son reales

Todo el problema de nuestra casta gobernante globalista en Occidente es su desconexión de la realidad. Ella misma está atrapada en las ilusiones con las que adormece a los pueblos que gobierna.

La instrumentalización del conflicto en Ucrania para continuar con el coronavirus por otros medios es posible mientras ningún misil ruso caiga en suelo europeo o americano. Se puede insultar impunemente a un jefe de Estado mientras no se apriete el gatillo.

Desde el día en que la amenaza deje de ser un anuncio en el telediario, un tema para los columnistas de BFM o el motivo de una consigna en una reunión de militantes socialistas, en cuanto deje de ser una realidad concreta para el periodista lambda que glosa las locuras de Putin, el asunto tomará otro cariz.

De momento, a nadie le importa que China anuncie la continuación de sus relaciones comerciales con Rusia, que ni India ni la mayoría de los países africanos hayan votado en contra del conflicto en la ONU. Nadie es consciente del aislamiento de Occidente en la lógica de las sanciones, y de la oportunidad que están aprovechando Rusia y China para construir un orden mundial sin nosotros.

Por el momento, nos encontramos en la posición del debilucho que provoca el temido balaize en el patio de recreo. Nos atiborramos de discursos mojigatos sin poner en orden nuestra propia casa. Inflamos nuestros músculos porque creemos ingenuamente que vivimos en un videojuego.

La casta que nos gobierna es culpable de esta ceguera.

Una mañana nos despertaremos. Ese día, Putin habrá actuado. Habrá desencadenado un conflicto nuclear que arruinará a Occidente, y el resto del mundo saldrá indemne.

Tal vez tengamos que pasar por esta tragedia para librarnos por fin de esta casta, tanto más arrogante cuanto más inútil.

Éric Verhaeghe, 3 de marzo de 2022

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Original: Le Courrier des stratèges

Traducción MP para Red Internacional

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