¿Me pertenece mi cuerpo, en Francia? – por Constance Prazel
Emmanuel Macron tiene una forma muy curiosa de celebrar la fiesta nacional del 14 de julio este año, eligiendo dar un violento golpe a todo el país, con el drástico endurecimiento de las restricciones vinculadas a la pandemia, y la introducción de un pase sanitario que ya tiene toda la apariencia de una obligación de vacunación. Desde su discurso del lunes, una verdadera guerra se está desatando: en las familias, en las empresas y administraciones, en las redes sociales. En cuanto a la unidad nacional… podríamos haberlo hecho mejor.
El presidente francés, que se apresura a cantar las alabanzas de Europa y a mirar a sus vecinos, ha optado por una estrategia de línea dura que sólo él promueve. Reclama la vacunación obligatoria del personal sanitario y el refuerzo de los controles, en un momento en el que Angela Merkel en Alemania, por ejemplo, declara públicamente lo inadecuado de tal rigor. Los suizos cuestionan la dimensión dictatorial del régimen francés, y los españoles, a través de su Tribunal Supremo, acaban de declarar que el encierro de la gente es inconstitucional.
Teniendo en cuenta las decisiones de nuestros dirigentes, la cuestión de la pertinencia o irrelevancia médica de la vacuna ha quedado atrás. Por supuesto, podemos seguir esgrimiendo argumentos en el sentido de que no parece justificada la vacunación masiva y obligatoria (todavía, oficialmente, no es obligatoria, pero eso es jugar con las palabras), incluso para poblaciones que no corren riesgo, para una enfermedad cuya letalidad es todavía extremadamente baja, pero eso ya no es el tema prioritario.
Actualmente hay once vacunas obligatorias en Francia. Cada año, cientos de miles de madres vacunan a sus hijos sin ningún tipo de reticencia. Pero ninguna de estas once vacunas implica la recogida de datos digitales personales; ninguna va acompañada de un control a la entrada de un centro comercial o un tren. Por lo tanto, el problema ya no es sólo la administración de la vacuna, sino la existencia de nuestras libertades públicas, y la proporcionalidad entre los medios y el fin: se promete prisión, multas de decenas de miles de euros y despidos para los recalcitrantes. El sentido común debería hacernos reaccionar ante tales excesos.
El discurso del Presidente -que por el momento, conviene recordar, no tiene todavía fuerza de ley- preconiza la instauración de un mundo de control universal, en el que los gestos cotidianos más aparentemente triviales tendrán que ser a partir de ahora planificados. En un país que siempre se ha enorgullecido de celebrar la convivencia de una copa de vino en la terraza de un café soleado, ya no será posible contemplar un momento de dulzura y amistad de forma improvisada. Nos dicen:”Vacúnate para recuperar esta libertad”; pero es ilusorio, porque el modo “improvisado” así reconfigurado implicará, a cada paso, sacar el famoso pasaporte de vacunación. No habrá vuelta atrás: hoy, una voz en el tren te recuerda que incluso los vacunados deben mantener la mascarilla puesta y actuar como si nada hubiera pasado. Mañana tendrán que justificar cada movimiento que hagan. Una libertad con alas truncadas por un mortificante automatismo policial, gracias a una misión delegada en restauradores, comerciantes y controladores de transporte que no tienen ni el deseo, ni el poder, ni el derecho de ejercerla.
Es interesante observar que los lemas “mi cuerpo me pertenece”, “mi cuerpo, mi derecho, mi elección”, utilizados como mantras por toda una clase política y mediática desde mayo del 68 para justificar lo injustificable [en primer lugar el aborto masivo] se vacían aquí de toda sustancia. En este caso, mi cuerpo ya no me pertenece y mi capacidad para elegir lo que me conviene ya no existe. Podemos sentirnos ofendidos por ello, pero no es de extrañar en un gobierno que ha hecho aprobar en junio de 2021 el proyecto de ley de bioética, que autoriza todo tipo de manipulaciones y que, abriendo el camino a la GPA [industria de la procreación artificial y las madres-valija], se dispone a acabar con el principio de indisponibilidad del cuerpo humano. Un hilo conductor une esta terrible ley con el discurso presidencial del 12 de julio.
La política no es sólo una cuestión de columnas presupuestarias, de cuestiones contables y administrativas. Es sobre todo un medio al servicio de una visión del hombre, de los valores, de una civilización. Está claro que nuestros gobiernos han elegido lo peor. Cuando el estado de excepción se convierte en la norma, la sumisión se convierte en una falta tanto política como moral.
Constance Prazel, 17 julio 2021
http://libertepolitique.com/Actualite/Editorial/Mon-corps-m-appartient
Traducción: MP