George Orwell: oposición controlada

54736475677.jpg

Breve biografía de un alcahuete al servicio de la CIA.

George Orwell, cuyo nombre real era Eric Blair, nació en la India en 1903 -donde su padre ejercía como funcionario colonial- en el seno de una aristocrática familia británica venida a menos. Parte de su adolescencia la pasó en el famoso y elitista “Eton Collage”, centro educativo en el que las clases pudientes inglesas educaban entonces, y también ahora, a sus vástagos.

Al cumplir 20 años, su admiración por el Imperio británico lo empujó a enrolarse en la Policía Imperial, siendo destinado a Birmania. En 1927, después de constatar directamente la naturaleza de los cuerpos represivos británicos en las colonias, regresó a Londres, donde trató de abrirse camino como escritor. Como resultado de su experiencia birmana, en la que pudo presenciar la tortura y el escarnio contra la población autóctona, su pensamiento político se radicalizó hacia posiciones de izquierda.

Aunque su relación con la policía británica y sus experiencias en los bajos fondos parisinos le proporcionaron abundantes materiales para la creación literaria, sus primeras novelas no tuvieron el más mínimo éxito.

En 1936, Orwell viajó a España y se alistó en las filas del ejército republicano para luchar contra la rebelión franquista. Esa experiencia bélica que, en realidad, se redujo a unos pocos meses, le sirvió para escribir “Homenaje a Cataluña”, posiblemente su mejor obra.

Durante presencia en España tuvo la posibilidad de presenciar los enfrentamientos entre militantes comunistas y republicanos, por un lado, y anarquistas y miembros del POUM, por el otro. El dramatismo de ese combate fraticida, que Orwell vivió del lado de los perdedores, lo llevaría a definirse ideológicamente en un extraño cóctel que combinaba una suerte de anarquismo con una original variante del trotskismo.

LA CIA CONVIERTE A ORWELL EN EL AUTOR CUMBRE DE LA POSTGUERRA

En el año 1945, finalizada la Segunda Guerra Mundial, en el contexto del triunfo arrollador del Ejército soviético sobre Alemania, Orwell escribió “Rebelión en la granja”. La obra consistía en una amarga sátira de la Revolución rusa, protagonizada caricaturescamente por los animales de una hacienda rural.

La narración, sin embargo, tuvo en su primera edición una pobrísima acogida en Inglaterra, donde Orwell solo logró vender 23.000 ejemplares.

Sin embargo, poco tiempo después, en 1946, en pleno desarrollo de la “guerra fría”, la novela cruzó el Atlántico. En los Estados Unidos, los servicios de inteligencia norteamericanos se encargaron de convertirla en un auténtico best seller. La obra se vendió por centenares de miles, aunque su calidad literaria fuera algo más que dudosa, según la opinion actual de los críticos más serios.

No en vano, la CIA disponía entonces de una influencia decisiva en los medios de comunicación para convertir lo mediocre en excelente. Los elogios fueron casi unánimes en la prensa norteamericana. El periódico “New Yorker”, por ejemplo, cuyos exigentes críticos literarios solían ser muy tacaños a la hora de emitir un elogio, calificaba a “Rebelión en la granja” como un libro “absolutamente magistral”, y sostenía que había que empezar a considerar a Orwell como “un escritor de primera línea, comparable con Voltaire”.

Como no podía ser menos, la infraestructura de la CIA en Hollywood se hizo cargo también de financiar la versión cinematográfica de “Rebelión en la granja”. No se escatimaron dólares a la hora de invertir. Un ejército de ochenta dibujantes asumió la tarea de construir las 750 escenas con los 300.000 dibujos a color que requería la producción del film en dibujos animados. El guión fue asesorado por el Consejo de Estrategia Psicológica, que procuró que el mensaje fuera nítido y favorable a los planes de la CIA. La película contó con una enorme cobertura publicitaria y pudo verse hasta en el último confín de Occidente.

En 1949, apenas unos meses antes de su muerte, Orwell publicó la novela “1984”. Animado por el inesperado éxito de su anterior bestseller, el escritor británico rescató también el anticomunismo como tema central de su nuevo libro.

La verdad es que George Orwell no fue en esta ocasión un dechado de originalidad. Su novela resultó ser un auténtico plagio de la obra “Nosotros”, escrita por Evgeni Zamiatin, un narrador ruso de principios del siglo XX, que huyó de su país en 1917, en las vísperas de la Revolución.

Tiene escasa importancia si el tipo de sociedad descrito por Orwell en “1984” correspondía al estalinismo o a la sociedad de consumo de los países capitalistas. El hecho cierto es que el libro le vino de mil maravillas a la CIA y a la logística de su ofensiva ideológica en Europa. Un detalle que Orwell no solo no ignoraba, sino que lo utilizó como desahogo de su anticomunismo enfermizo.

Isaac Deustcher, un teórico trotskista de reconocido prestigio internacional, describía, con esta significativa anécdota, el impacto que el libro había provocado en la opinión pública norteamericana:

“¿Ha leído usted ese libro? Tiene que leerlo, señor. ¡Entonces sabrá usted por qué tenemos que lanzar la bomba atómica sobre los bolcheviques!”. “Con esas palabras, -decía Deustcher- un miserable ciego, vendedor de periódicos, me recomendó en Nueva York “1984”, pocas semanas antes de la muerte de Orwell.”

Pero el escritor ingles no solo contribuyó, junto con otros intelectuales “arrepentidos”, a crear un clima de insufrible pánico anticomunista en las sociedades occidentales. George Orwell, que con “1984” había aterrado a millones de personas con la posibilidad de que el futuro nos deparara una sociedad escrupulosamente vigilada por un omnipresente “Gran Hermano” que todo lo controlaba, se convirtió el mismo en un vil delator de los intelectuales de izquierda residentes en su país.

UN ALCAHUETE AL SERVICIO DEL IMPERIO

Durante años Orwell ha sido considerado en el ámbito de algunos sectores “progresistas” como un autor paradigmático de la defensa de los derechos de los individuos frente al omnipresente poder del Estado. Paradójicamente, la realidad ha puesto al descubierto que tan solo fue un vulgar alcahuete de los servicios policíacos británicos y norteamericanos.

La recuperación del material secreto de la época demuestra que Orwell denunció hasta 125 escritores y artistas como “compañeros de viaje, testaferros del comunismo o simpatizantes”. Haciendo uso de las lecciones aprendidas en la policía colonial del Imperio, Orwell se dedicó a anotar escrupulosamente los datos e impresiones de aquellos intelectuales con los que mantenía relación.

En lo que el mismo denominaba como “su listita” no solo se incluían los nombres de sus denunciados, sino también las observaciones venenosas que le merecían. La mayoría de ellos ni siquiera eran comunistas, sino intelectuales liberales o, simplemente, progresistas. En una libreta de tapas azules, quien creara la imagen novelesca del superpoder totalitario, iba anotando escrupulosamente sus impresiones acerca de aquéllos a quienes luego denunciaría al Servicio Secreto británico y a la CIA.

TOM DRIBERG 


Del poeta inglés Tom Driberg, por ejemplo, decía: “Se cree que es miembro clandestino del P.C.”, “judío inglés”, “homosexual”.

Del músico de color Paul Robenson: “muy antiblanco”. A Kingsley Martin, director del conocido semanario del laborismo de izquierda “News Statesman” lo definía como “un liberal degenerado, muy deshonesto”.

JOHN STEINBECK
A Malcolm Nurse, uno de los padres de la liberación africana, lo calificaba de “Negro, antiblanco”. Al universalmente conocido John Steinbeck lo insertó en su cuaderno delator por ser, según su opinión, un “escritor espurio y pseudoingenuo”.

CHARLES CHAPIN

Ni Charles Chaplin, ni el novelista JB Priestley, ni el entrañable Bernard Shaw, ni el celebérrimo Orson Welles, ni el prestigioso historiador E.H. Carr, se escaparon del lápiz acusador de George Orwell.

ORWELL, A SU PESAR, SOLO LOGRÓ DESCRIBIR EL TIPO DE SOCIEDAD A LA QUE REALMENTE PRETENDIÓ DEFENDER

La verdad es que George Orwell fue una creación de la CIA, independientemente de la opinión que se tenga acerca de la calidad literaria de su obra. La Agencia Central de Inteligencia estadounidense no escatimó a la hora de invertir fondos para promocionar su obra. Era conocedores del efecto devastador que el mensaje de un supuesto representante de los valores de la izquierda, podía tener sobre amplios sectores de la opinión.

Como otros intelectuales de aquella –y de esta- época, Orwel sucumbió a la seducción del éxito fácil y la notoriedad rápida que posibilitaba la transmisión de un mensaje construido por los diseñadores de la “guerra fría”.

Pero la tragedia para su memoria ha sido doble. Por una parte, la apertura de unos archivos polvorientos del Foreign Office ha puesto al descubierto su personalidad fraudulenta. La ausencia de escrúpulos del escritor británico solo fue equiparable con la de los más despreciables protagonistas de sus propias novelas.

La historia, finalmente, le le terminó pasando factura, colocándolo en el lugar donde le corresponde, aunque para ello hayan tenido que transcurrir más de cincuenta años. Por otro lado, la sociedad siniestra que Orwell describió se parece cada día más a la que, paradójicamente, él contribuyó a reproducir y a nosotros nos está tocando vivir. Toda la panoplia orweliana de “policías del pensamiento”, “semanas del odio”, “nopersonas” y esa “neolengua” que se empequeñece en lugar de agrandarse, haya su réplica en la estampa que nos está ofreciendo la sociedad actual.

¿Qué más da que la uniformización del pensamiento corra a cargo del “Gran Hermano” o de las siete multinacionales de la comunicación que controlan y “depuran” la transmisión planetaria del pensamiento?

¿Hay tanta diferencia entre las “Semanas de odio” que organizaba el Big Brother y las que organizaba Bush y Obama, destinadas a la preparacion psicológica a la población de los Estados Unidos y de los paises aliados para justificar las guerras de conquista en Oriente Medio?

¿Existe una divergencia tan grande entre el “Ministerio de la Verdad” de de la novela “1984,” que diariamente determinaba lo que debía pensar el ciudadano, y la aplastante uniformidad de opiniones con las que uno se da de bruces cada mañana al escuchar la uniformidad de criterios en nuestros medios de comunicación? ¿Hay tanta diferencia, realmente?

Manuel Medina, 9 agosto 2018
Print Friendly, PDF & Email