Protestas en Alemania por la ley de protección contra las infecciones – por C. J. Hopkins

Arriba con Wagner y Walquirias!!, amigos… ¡los alemanes han vuelto! No los cálidos, borrosos, pusilánimes, amantes de la paz, alemanes de la posguerra… ¡No, los alemanes en serio! Ya sabes a los que me refiero: Los alemanes de “yo no sabía adónde iban los trenes”; los alemanes de “yo me limitaba a cumplir las órdenes”. Los otros alemanes. Sí… esos mismos.

En caso de que te lo hayas perdido, el 18 de noviembre, el parlamento alemán aprobó una ley, la llamada “Ley de Protección contra las Infecciones” (“Das Infektionsschutzgesetz” en alemán), que otorga formalmente al gobierno la autoridad para emitir los edictos que se le antojen bajo el pretexto de proteger la salud pública. El gobierno ya estaba haciendo esto de todas formas – ordenando cierres, toques de queda, prohibiciones de viaje, prohibiendo manifestaciones, asaltando hogares y negocios, ordenando a todos a usar máscaras medicinales, acosando y arrestando a los disidentes, etc. – pero ahora ha sido “legitimado” por el Bundestag, consagrado por ley, y presumiblemente sellado con uno de esos intrincados sellos oficiales con los que a los burócratas alemanes les gusta sellar las cosas.

Ahora, esta “Ley de Protección contra la Infección”, que fue aprobada apresuradamente por el Parlamento, no es de ninguna manera comparable a la “Ley Habilitante de 1933”, que formalmente otorgó al gobierno de entonces la autoridad para emitir cualquier edicto que quisiera bajo el disfraz de remediar la angustia del pueblo. Sí, me doy cuenta de que suena bastante similar, pero, según el gobierno y los medios de comunicación alemanes, no hay el menor parecido, y cualquiera que sugiera lo contrario es “un extremista de extrema derecha de AfD”, “un conspiracionista neonazi” o “un esotérico antivacuna” o lo que sea.

Mientras se legitimaba la Ley de Protección (es decir, la actual, no la de 1933), decenas de miles de manifestantes antitotalitarios se reunieron en las calles, muchos de ellos portando copias de la Grundgesetz (es decir, la Constitución de la República Federal de Alemania), que el Parlamento acababa de derogar. Se encontraron con miles de policías antidisturbios, que declararon la manifestación “ilegal” (porque muchos de los manifestantes no llevaban máscaras), golpearon y detuvieron a cientos de ellos, y luego limpiaron con mangueras el resto con cañones de agua.

Los medios de comunicación alemanes -que son totalmente objetivos, nada que ver con el Ministerio de Propaganda de Goebbels en la época nazi- recordaron obedientemente al público alemán que estos manifestantes eran todos “negadores del virus”, “extremistas de extrema derecha”, “adeptos del conspiracionismo”, “anti-vacunas”, “neonazis”, etc., por lo que probablemente recibieron lo que se merecían. Además, un portavoz de la policía de Berlín (que no se parece en absoluto a la Gestapo, ni a la Stasi, ni a ningún otro notorio órgano diseñado oficialmente para el bienestar de la población) señaló que sus cañones de agua sólo se utilizaban para “irrigar” a los manifestantes (es decir, no se dirigían directamente a ellos) porque había muchos niños en sus filas negacionistas.

Según el gobierno, los medios de comunicación alemanes, los intelectuales y, básicamente, cualquiera que quiera seguir llevando una vida pública, estos “negadores del virus” se están convirtiendo en un problema. Están difundiendo “teorías conspiracionistas” infundadas que amenazan la salud pública y causan angustia al pueblo alemán (diciendo por ejemplo, que la gran mayoría de los infectados sólo sufren síntomas de gripe de leves a moderados o, más comúnmente, ningún síntoma en absoluto, y que más del 99,7% sobrevive). Andan por ahí sin máscaras medicinales, lo que es una burla a los esfuerzos del gobierno y de los medios masivos por convencer al público de que están siendo atacados por una plaga apocalíptica. Están publicando hechos científicos en Internet. Están organizando estas protestas y cuestionando de otro modo el derecho del gobierno a declarar una “emergencia sanitaria”, a suspender indefinidamente la constitución alemana y a gobernar la sociedad por decreto y por la fuerza.

A pesar de los esfuerzos del Gobierno alemán y de los medios de comunicación por demonizar a todo aquel que no se atenga a la narrativa oficial de la “Nueva Normalidad” como un “peligroso negador del coronavirus y neonazi”, el movimiento de “negación del virus” está creciendo, no sólo en Alemania, sino en toda Europa. Claramente, está llegando el momento de que Alemania tome medidas más fuertes contra esta amenaza. La salud de la patria … uh, la república, está en juego! Afortunadamente, esta “Ley de Protección contra la Infección” le dará al gobierno la autoridad necesaria para concebir y llevar a cabo algún tipo de … bueno, ya sabes, solución, solución final, vaya. Permitir que estos degenerados desviados antisociales anden por ahí desafiando el poder absoluto del gobierno alemán no es una opción, no en un momento de emergencia sanitaria nacional! Estos “negadores del virus simpatizantes de los nazis” deben ser erradicados y tratados sin piedad.

No estoy al tanto de los detalles, por supuesto, pero, tratándose de Alemania, me imagino que ya se ha creado una especie de Grupo Especial de Trabajo para tratar eficientemente el “Problema de los Negadores del virus”. Claramente ya se están tomando medidas. Los medios de comunicación alternativos están siendo eliminados de las plataformas digitales. En abril, Beate Bahner, una conocida abogada disidente fue internada a la fuerza en un psiquiátrico (pero las autoridades y los medios de comunicación nos aseguraron que esto no tenía nada que ver con sus opiniones disidentes, o con las demandas que estaba presentando contra el gobierno; el caso es que de pura casualidad se volvió completamente paranoica). La policía fuertemente armada está arrestando a YouTuberos (aunque no está claro exactamente para qué, ya que las autoridades no han dado a conocer ningún detalle y los medios de comunicación no están informando de ello).

En vísperas de la manifestación del 29 de agosto, en la que el gobierno concedió de hecho a algunos neonazis un permiso para “asaltar el Reichstag”, a fin de que los medios de comunicación pudieran filmarlo y desacreditar la verdadera protesta, un político alemán llegó a pedir que se deportara a los “negadores del virus”… presumiblemente en trenes sellados , con destino a algún lugar del este.

Pero en serio, no quiero ofender a los alemanes. Amo a los alemanes. Vivo en Alemania. Y no son los únicos que están implementando el nuevo totalitarismo patologizado. Es sólo que, dada su no muy lejana historia, es bastante deprimente, por no decir aterrador, ver como Alemania se está transformando una vez más en un estado totalitario, donde la policía persigue a los que no llevan máscara en las calles, asaltando restaurantes, bares y casas de la gente, donde los buenos ciudadanos alemanes se asoman a los ventanales de los salones de yoga para ver si alguien está violando las “reglas de distanciamiento social”, donde no puedo dar un paseo o comprar comida sin estar rodeado de alemanes hostiles, llameantes, a veces verbalmente abusivos, que se enfurecen porque no llevo máscara,  que siguen órdenes sin reflexionar, y que robóticamente me recuerdan, “Es ist Pflicht! Es ist Pflicht!”

Sí, soy plenamente consciente de que es “Pflicht”. Si alguien tenía alguna duda de si era “Pflicht”, el Senado de Berlín lo aclaró cuando encargaron y publicaron este encantador anuncio que me invitaba a joderme si no quería seguir sus “Corona-órdenes ” y profesar mi creencia en su nueva Gran Mentira.

Y bien, antes de que la Sociedad Literaria empiece a atiborrarme con emails indignados, no, no voy a llamar a estos alemanes “nazis”. Los estoy llamando “totalitarios”. Porque dado todo lo que sabemos, si todavía estás pretendiendo que este coronavirus de alguna manera justifica las cada vez más ridículas “medidas de emergencia” a las que estamos siendo sometidos, lo siento, pero eso es lo que eres: un agente del totalitarismo.

Puede que no crean que eso es lo que son… los totalitarios nunca se enteran, hasta que es demasiado tarde.

Funciona como un culto, el totalitarismo. Se te sube encima, poco a poco, mentira a mentira, acomodación tras acomodación, racionalización tras racionalización… hasta que un día te encuentras recibiendo órdenes de algún retorcido nihilista narcisista que se cree elegido para rehacer el mundo entero. No te rindes de una vez. Vas cediendo paso a paso, en el transcurso de semanas y meses. Imperceptiblemente, el totalitarismo se convierte en tu realidad. No reconoces que estás en ella, porque todo lo que ves es parte de ella, y todos los que conoces están en ella… excepto los otros, que no son parte de ella. Los “negadores”. Los “desviados”. Los “extranjeros”. Los “extraños”. Los “Covidiotas”. Los “propagadores de virus”

Mira, aunque las narrativas y los símbolos pueden cambiar, el totalitarismo es el totalitarismo. No importa qué uniforme use, o qué idioma hable… es la misma abominación. Es un ídolo, un simulacro de la arrogancia del hombre, formado de la arcilla de las mentes de las masas por lisiados espirituales megalómanos que quieren exterminar lo que no pueden controlar. Y lo quieren controlar todo, siempre. Todo lo que les recuerda su debilidad y su vergüenza. A ti. A mí. La sociedad. El mundo. La risa. El amor. El honor. La fe. El pasado. El futuro. La vida. La muerte. Todo lo que no les obedezca.

Desafortunadamente, una vez que este tipo de cosas comienza, y llega a la etapa que estamos experimentando actualmente, la mayoría de las veces, no se detiene, hasta que las ciudades agonicen en ruinas o los campos estén llenos de cráneos humanos. Puede que nos lleve diez o doce años llegar allí, pero, no se equivoquen, ahí es donde nos dirigimos, donde siempre se dirige el totalitarismo… si no me creen, pregúntenle a los alemanes.

C.J.Hopkins, 22 de noviembre de 2020

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J. Hopkins es un galardonado dramaturgo, novelista y satírico político estadounidense que reside en Berlín. Sus obras son publicadas por Bloomsbury Publishing y Broadway Play Publishing, Inc. Su novela distópica, Zona 23, está publicada por Snoggsworthy, Swaine & Cormorant. Los volúmenes I y II de sus Ensayos sobre la Fábrica del Consentimiento se publican en Consent Factory Publishing, una subsidiaria de Amalgamated Content, Inc. Ver http://cjhopkins.com o http://consentfactory.org

 

Original: https://www.unz.com/chopkins/the-germans-are-back/

Traducido del ingles por Maria Poumier para Red Internacional

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