Epi y Blas no son gays, idiotas: son marionetas – por Candela Sande

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Sostener algo que contradiga la vulgata ‘progre’ no es ser meramente un disidente, sino un orate. No es cosa nueva, que lo mismo sucedía a menudo con los disidentes en la Unión Soviética.

¿Cuándo podremos decir que nuestra civilización ha tocado fondo? ¿Qué tal cuando es noticia que dos marionetas de un famosísima serie de televisión para niños son gays, y luego tiene que salir la propia productora a desmentirlo?

Se trata de Epi y Blas, la famosa pareja -sin connotaciones, por favor- de Barrio Sésamo que ha enseñado a muchas generaciones de niños arcanos de la realidad tales como qué significa arriba y qué significa abajo.

La revista americana Queerty ha entrevistado al guionista durante quince años de los diálogos existenciales de ambas marionetas, Mark Saltzman, quien ha lanzadado la estúpida ‘bomba’: Epi y Blas -Bert and Ernie, en el original- son una pareja gay. “Cuando creé a Epi y Blas siempre pensé que eran pareja”, asegura Saltzman. “No tenía ninguna otra manera de contextualizarlo”.

No imaginan cómo me entristece un mundo en que dos amigos no tengan “otra manera de contextualizar” su amistad que siendo pareja homosexual.

Para liar más la cosa, ha salido a responder las declaraciones de Saltzman el creador de Blas y guionista de Barrio Sésamo durante 35 años, Frank Oz, y la propia productora. Esta ha hecho pública una nota que reza así: “Como hemos dicho siempre, Epi y Blas son íntimos amigos. Se crearon para enseñar a los parvulitos que las personas pueden hacerse muy amigos de gente muy diferente a uno mismo. Aunque se identifican como personajes masculinos y poseen muchos rasgos y características humanas (como la mayoría de las marionetas de Barrio Sésamo), siguen siendo marionetas, y no tienen orientación sexual“.

Como los niños a los que están dirigidos, añadiría yo, por más que quieran sexualizarlos a la edad más temprana posible.

Por su parte, Oz ha respondido en Twitter: “Parece ser que a Mark Saltzman le han preguntado si Epi y Blas son gays. Me parece perfecto que a él le parezca que lo son. No lo son, por supuesto. Pero, ¿por qué esa pregunta? ¿Importa realmente? ¿Por qué la necesidad de definir a la gente como solo gay? Hay muchas más cosas en un ser humano que su heterosexualidad o su homosexualidad”.

Ya podía haberle recomendado yo a Oz que no se molestase. De hecho, le caído la del pulpo en las redes, con mensajes tan divertidos como uno que asegura que, aunque Oz sea su creador, no puede saber que sus personajes han evolucionado hacia la homosexualidad. Recuerden, por favor, que estamos hablando de marionetas creadas para enseñar a niños de 3 o 4 años qué es derecha y qué es izquierda.

Y, naturalmente, han tardado cero coma en tacharle de ‘homófobo’ por asegurar que sus personajes no forman parte del colectivo LGBTI. ¿Estamos o no estamos terminalmente idiotas?

En cuanto a eso último creo que ha llegado el momento de que haga una confesión, que aquí estamos para contar la verdad: yo no soy homófoba.

Amplío la sensacional revelación: tampoco son tránsfoba, ni islamófoba ni xenófoba. Y ya que estamos que lo tiramos, iré más lejos con las confesiones: usted tampoco es nada de esto. No le conozco, y solo puedo hacer vagas suposiciones de lo que piensa por el hecho de que me lea, pero se lo digo de forma tajante, para tranquilizarle: no, usted no padece ninguna de esas fobias.

¿Por qué lo sé? Porque dudo muchísimo que nadie padezca homofobia. No conozco a nadie que padezca esa condición psicológica de carácter leve; es, sin más, una mera invención, y si el colegio de psicólogos americanos la ha introducido en su catálogo de enfermedades es porque, además de profesionales, son seres humanos que quieren una vida apacible y sin masas vociferantes tratando de arruinarles la vida.

Yo vivo en un quinto y subo siempre que puedo por las escaleras. ¿Saben por qué? Porque cuando me meto en el ascensor y se cierran las puertas pierdo el color, empiezo a sudar frío y noto que me falta la respiración y siento que me fallan las piernas.

Se llama ‘claustrofobia’, y no es en absoluto racional. Da igual que mi cerebro me diga que no pasa nada, que hay aire de sobra, que son solo unos segundos y que mi reacción es ridícula. Porque es eso, exactamente: una fobia. No es que no sea partidaria de los espacios cerrados, ni que mantenga firmes opiniones contra la conveniencia de permanecer en lugares estrechos. No opino, de hecho: es un miedo y aborrecimiento irracional.

Y eso es lo que significa una ‘fobia’, un término prestado del griego como suele ser el caso de los vocablos médicos. Y esa es la razón, mis queridos lectores, por la que la modernidad prefiere, antes que discutir sus opiniones contrarias al dogma dominante, encasquetarle uno de estos tapabocas censores terminados en -fobo.

Lo que vienen a decir con eso es que usted es un enfermo mental. No vale la pena contradecirle, igual que nadie contradice a quien asegura ser Napoleón. Porque sostener algo que contradiga la vulgata progre no es ser meramente un disidente, sino un orate.
No es cosa nueva, que lo mismo sucedía a menudo con los disidentes en la Unión Soviética, muchos de los cuales acababan en el manicomio en vez de hacerlo en Siberia. Tiene su lógica: si vives en el paraíso y no eres capaz de verlo, sin duda no estás bien de la cabeza.

Por eso yo ya, por principio, he tomado la determinación de no decir una palabra más en cualquier discusión en la que alguien pronuncie una de esas palabras. No voy a discutir con quien me está llamando, muy poco sutilmente, chalada.

Y en cuanto a Epi y Blas, bueno, un trozo de inocencia infantil que vienen a cargarse estos dementes, decididos a que toda la realidad pase por el aro de su ideología yerma, y levantando para siempre la sombra de la sospecha sobre cualquier amistad normal y sana entre dos chicos.

Candela Sande, 20 septiembre 2018

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