Desde el 20 de enero de 2017, la llegada a la Casa Blanca de un defensor del capitalismo productivo está estremeciendo el orden internacional en detrimento de los adeptos del capitalismo financiero. El imperialismo, hasta entonces ciegamente defendido por los presidentes de Estados Unidos, al extremo de identificarlo con la política exterior estadounidense, se apoya ahora en aparatos burocráticos, con las administraciones de la OTAN y de la Unión Europea en primera fila.
Actuando como había anunciado durante su campaña electoral, Donald Trump es un presidente (electo) muy previsible. Es su capacidad para cambiar el sistema lo que resulta totalmente impredecible. No ha sido por ahora asesinado, como John Kennedy, ni obligado a dimitir, como Richard Nixon [1], y sigue adelante, al ritmo de dos pasos adelante y uno atrás.
En los países occidentales parece haberse olvidado que en una República el único papel de los responsables electos por el pueblo es controlar las administraciones de los Estados que gobiernan. Pero un «pensamiento único» ha venido imponiéndose a todos poco a poco, transformando a los responsables electos en altos funcionarios y los Estados en dictaduras administrativas.
El conflicto entre el presidente Trump y los altos funcionarios de sus predecesores es, por consiguiente, un simple intento de regreso a lo que debería ser la normalidad. Es también un conflicto titánico, comparable al que existió entre dos gobiernos franceses en tiempos de la Segunda Guerra Mundial [2].
Ante lo sucedido en la cumbre de la OTAN del 25 de mayo de 2017, donde Trump impuso que se agregara la lucha contra el terrorismo a los objetivos de la alianza atlántica, y en el G7 de junio de 2018, donde Trump se negó a firmar la Declaración Final, la administración de la OTAN trató de preservar los objetivos del imperialismo.
Primeramente, la administración de la alianza atlántica firmó con sus homólogos de la Unión Europea, justo antes de la cumbre de la OTAN, una Declaración Conjunta [3]. De esa manera, garantizaba la relación de subordinación de la Unión Europea con la OTAN, subordinación que se instituye en el artículo 42 del Tratado de Maastricht [4]. Esa Declaración fue firmada por el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker. El polaco Donald Tusk viene de una familia que trabajaba en secreto para la OTAN durante la guerra fría y el luxemburgués Jean Claude Juncker fue el responsable de los servicios secretos de la OTAN en su país durante la operación Gladio [5]. Los altos funcionarios europeos saben que están en peligro desde que Steve Bannon, el ex consejero especial de Donald Trump, estuvo en Italia para respaldar la creación de un gobierno antisistema, con intenciones de hacer estallar la Unión Europea.
Segundo, la administración de la OTAN forzó la firma del esbozo de la Declaración Común en la apertura de la cumbre en vez de al final [6], así que no hubo discusión sobre su doctrina anti-rusa.
Consciente de la trampa que se le tendía, Trump decidió tomar desprevenidos a sus funcionarios. Cuando todos los participantes de la cumbre de la OTAN esperaban una polémica sobre la poca contribución de los aliados de Estados Unidos al esfuerzo de guerra común, lo que Donald Trump hizo fue cuestionar la razón de ser de la alianza: la protección contra Rusia.
Trump hizo venir al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, a la residencia del embajador estadounidense en Bruselas, en presencia de la prensa, y le hizo notar que Alemania alimenta su economía con gas del «amigo» ruso mientras pide que la protejan de su «enemigo» ruso. Al subrayar esa contradicción, Trump relegaba a un segundo plano la cuestión del financiamiento, pero sin abandonarla. Lo más importante es que, sólo una semana antes de su encuentro con el presidente ruso Vladimir Putin, Trump desvirtuaba así la larga lista de quejas contra Rusia que aparecen en la Declaración de Apertura de la cumbre de la OTAN.
A pesar de lo que afirman los comentarios de la prensa, el señalamiento del presidente Trump estaba menos dirigido a Alemania que al propio secretario general de la OTAN, Stoltenberg. Trump estaba resaltando en realidad la negligencia de este alto funcionario, que administra la OTAN sin interrogarse sobre la razón de ser de ese bloque militar.
El enfrentamiento entre la Casa Blanca y Bruselas [7] está lejos de terminar.
Por un lado, la OTAN acaba de aprobar la creación de dos centros de mando conjunto –en Ulm, Alemania, y en Norfolk, Estados Unidos– y un aumento de su personal en un 10%, mientras que la Unión Europea acaba de crear la «Cooperación Estructurada Permanente» (PESCO, un programa de capacitación de 6 500 millones de euros) y que Francia le “engancha” la «Iniciativa Europea de Intervención» (un programa de operaciones). Contrariamente a los discursos que hablan de independencia europea, esas dos estructuras están sometidas al Tratado de Maastricht y están por tanto al servicio de la OTAN, además de complicar aún más la ya complejísima burocracia europea, para mayor satisfacción de sus altos funcionarios.
Por otro lado, el presidente Trump ha iniciado discretamente discusiones con su homólogo ruso para retirar las tropas de Rusia y de la OTAN de la actual línea de confrontación.
Thierry Meyssan, 17 julio 2018