El creciente papel mediador de China en las relaciones internacionales – por Laurent Michelon

 

 

El presidente chino, Xi Jinping, posa para una foto de grupo con otros líderes e invitados antes de la 22ª reunión del Consejo de Jefes de Estado de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Samarcanda, Uzbekistán, 16 de septiembre de 2022. (Xinhua/Li Tao)

El maratón de cumbres internacionales de las dos primeras semanas de noviembre, la cumbre China-ASEAN en Phnom Penh, el G20 en Bali y la APEC en Bangkok, confirman que el centro del mundo ha pivotado decididamente hacia Asia. Un mes antes, la diplomacia china ocupó la misma posición central en las cumbres de la Organización de Cooperación de Shanghái, en Samarcanda, y de la Asociación Económica Integral Regional, en Qingdao, dos agrupaciones interestatales euroasiáticas iniciadas por Pekín que reúnen a 2/5 de la población mundial y, en particular, a las tres economías más dinámicas del momento: China, India y Rusia.

En el centro de este torbellino de cumbres, la China de Xi Jinping destaca por su pragmatismo y su voluntad de definir un marco alternativo de relaciones diplomáticas tanto en los formatos de negociación multilateral como en las reuniones bilaterales Sur-Sur, por ejemplo con los Estados del Sudeste Asiático, lo que está en consonancia con el objetivo milenario de China de cultivar y preservar unas relaciones fructíferas y pacíficas con su vecindad inmediata.

El pragmatismo de Pekín no significa mirarse el ombligo. En el G20 de Bali, Xi Jinping demostró una vez más que China pretende asumir plenamente las responsabilidades que conlleva su nueva posición económica y diplomática. En su discurso, advirtió contra la instrumentalización de los alimentos y la energía, dos cuestiones que preocupan más a los socios africanos y de Oriente Medio de Pekín que a la propia China. Pekín identifica la seguridad alimentaria y energética como los dos problemas más importantes del momento que amenazan a los pueblos del Sur global, causados no por una disminución de la producción o de la demanda, sino por la interrupción programada de la cadena de suministro por parte de los sospechosos habituales, el hegemón angloamericano y sus diversas filiales gubernamentales, paragubernamentales y privadas.

El momento más esperado del G20 fue la reunión bilateral chino-estadounidense, iniciada a petición de Washington, en la que Xi Jinping recordó a su homólogo los cimientos de la relación bilateral: el respeto de los compromisos estadounidenses con la política de una sola China, reunificada.

Revigorizado por la calidez y la hospitalidad balinesas, Joe Biden recitó en directo, y casi sin falta esta vez, el lenguaje que le dictan quienes le mantienen en el candelero: una serie de garantías de que Estados Unidos no trataría de provocar la independencia de Taiwán, no querría una nueva Guerra Fría y menos aún un desacoplamiento económico con China. Evidentemente, todas estas declaraciones deben entenderse como exactamente lo contrario de las intenciones del hegemón angloamericano, algo que los hechos confirman cada día: a los discursos apaciguadores del gobierno estadounidense hacia China les sigue inmediatamente una escalada de provocaciones, nuevas sanciones y chantajes para un desacoplamiento económico total.

En Bali, el G20 demostró su obsolescencia y su inadecuación a la evolución mundial al transformarse, bajo el impulso del subgrupo del G7, en un foro de crítica a Rusia por la guerra de Ucrania. Los otros 13 miembros no occidentales del G20, procedentes de culturas que tradicionalmente evitan la confrontación, prefirieron ignorar este intento occidental de atacar frontalmente a Rusia en una cuestión eminentemente política durante un foro económico, con lo cual insultaban de paso a su anfitrión indonesio.

Al margen de esta cumbre, el bando occidental intentó una vez más fracturar la entente chino-rusa enviando a su estafeta francesa a implorar a Xi Jinping que intercediera en nombre de la OTAN e intentara que Vladimir Putin volviera a la mesa de negociaciones: una cruel admisión de impotencia colectiva por parte de la diplomacia estadounidense, la OTAN y una presidencia francesa que se excede en la comunicación de sus múltiples llamamientos a Vladimir Putin, incluidos los que quedaron sin respuesta.

La China de Xi Jinping se encuentra en la posición de la Francia gaullista de los años sesenta, en el centro de las relaciones internacionales, en el papel de mediadora, mientras que la diplomacia francesa se ha hundido al nivel de la diplomacia china de los años sesenta.

Mientras los dirigentes occidentales, para complacer a sus patrocinadores, se desviven por hablar de Rusia y China, sin saber si se trata de un “rival sistémico” o de una “amenaza existencial”, la diplomacia china se ocupa de crear asociaciones estratégicas con los Estados del Sur Global: Subcontinente indio, Oriente Próximo, África, América Latina, todos ellos se reunirán en 2023 en la cumbre de las Nuevas Rutas de la Seda que Xi Jinping ha prometido organizar, reuniendo cada vez más en torno a China a los pueblos que desean liberarse de la histeria colectiva occidental.

 

Laurent Michelon – 20 de noviembre de 2022

 

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Del mismo autor: “Comprender la relación China-Occidente

 

 

Laurent Michelon es empresario en China. Lleva más de 20 años trabajando entre Hong Kong y Pekín. En noviembre de 2022 publicó Comprendre les relations entre la chine et l’Occident. La superpuissance réticente et l’hégémon isolé, publicado por Perspectives libres.

FUENTE

Traducido al Espanol por Red Internacional

 

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