La última batalla de Trump – por Israel Shamir

 

 

El Presidente Trump acaba de recibir un golpe decisivo, aunque injusto. Las esperanzas de millones de votantes americanos fueron aplastadas y frustradas. La saga del hombre de la melena anaranjada ha terminado. Los vencedores usaron una estratagema: sacrificaron la santidad y la seguridad del Capitolio, permitieron la entrada de intrusos, permitieron que tomaran selfies desde la oficina del presidente del Congreso, y luego fingieron horror e indignación. Las tentativas para pedir transparencia electoral se pulverizaron en tiempo real al dispersarse grandes multitudes. Se certificaron los votos de los grandes electores, se aseguró el ascenso de Biden y se dio a los partidarios de Trump el título de “terroristas domésticos”.

Donald Trump desautorizó a la gente que había llamado personalmente a protestar. Sus aliados políticos cercanos le están retirando su apoyo. En cuestión de horas, incluso minutos, este líder mundial admirado por millones de personas se convirtió en una no persona. Como a un chico publicando una obscenidad, se le prohibió el acceso a Twitter y Facebook. El tiempo dirá si irá a la cárcel, lo cual es el deseo ferviente de tantos demócratas, pero su vida política parece haber terminado, aunque su causa sigue viva.

La trampa se armó, contra el Presidente Trump, desde el primer día. Sus órdenes eran ignoradas. Los tribunales americanos, los jueces, la policía, todo el sistema de aplicación de la ley estaba en su contra; sus órdenes fueron bloqueadas o rescindidas, mientras que los medios de comunicación se burlaban de él y la oposición lo deslegitimó implacablemente. Hasta Fox News lo bloqueó. Los estados liderados por el Partido Demócrata ajustaron sus leyes para garantizar el resultado de las elecciones. Trump fue el pato de la boda desde el principio de su presidencia hasta su amargo final. El todopoderoso Estado Profundo lo tenía atado con una correa, y cuando trató de liberarse, todo lo que tuvo que hacer fue halar la correa.

El 6 de enero, una masiva manifestación de apoyo a él tuvo lugar en Washington, DC. Cientos de miles de estadounidenses vinieron a la capital para exigir justicia después de que el fraude electoral se hizo evidente. Esperaban que los representantes republicanos se negaran a certificar el fraude y se nombrara una comisión para verificar y contar los votos. Algunos de los manifestantes lograron entrar en el Capitolio, o la policía los dejó entrar. Esta acción pacífica, en el marco de un derecho inherente a la protesta, fue recibida con fuego mortal, y una joven manifestante de San Diego, Ashli Babbitt, fue asesinada por policías de civil. Los representantes republicanos fueron intimidados y se rindieron; Biden fue confirmado en el cargo.

El horror y la indignación de los políticos del Partido Demócrata y los medios de comunicación fueron tan simulados como las noticias que nos sirvieron en bandeja. El año pasado, muchos edificios del gobierno fueron ocupados por activistas del BLM apoyados por el Partido Demócrata, y en ningún caso la policía usó armas mortales ni siquiera sacó a los manifestantes de los edificios.

“Poco después de las 8:00 p.m. del miércoles, cientos de manifestantes se reunieron frente a la entrada cerrada de King Street en el Capitolio, cantando “¡Derriben la puerta!” y “¡Huelga General!” Momentos después, la policía dejó de revisar las puertas de la calle State y permitió que la multitud entrara, uniéndose a los miles que ya se habían reunido en el Capitolio para protestar por los votos fraudulentos. La zona fuera de la Asamblea, donde está previsto que se presente el proyecto de ley a las 11 de la mañana de hoy, estaba llena de manifestantes que gritaban “No nos vamos”. Esta vez no…

El portavoz del Departamento de Administración, Tim Donovan, dijo que aunque se animara a los manifestantes a irse, nadie sería expulsado por la fuerza… El alcalde Dave Cieslewicz dijo que había ordenado… al jefe de policía Noble Wray que no permitiera a sus agentes participar en la evacuación de los manifestantes del edificio.

Esto mismo es lo que pasó en Madison, Wisconsin, en marzo de 2011, como nos recordó Steve Sailer. De hecho, era lo que los manifestantes esperaban; algunos estaban vestidos con extravagantes trajes de carnaval; se portaban correctamente, eran pacíficos, estaban dentro de límites aceptables. No fue una insurrección; no trataban de tomar el control del Congreso de manera significativa. Para ellos, era una forma honesta y divertida de expresar su indignación. Pero los verdaderos intrigantes tenían la intención de atraparlos. Incluso asesinaron a cuatro manifestantes con la esperanza de que los suyos reaccionaran violentamente, pero sin éxito.

Los manifestantes estadounidenses blancos son excepcionalmente no violentos; como en el movimiento Occupy Wall Street hace unos años, los manifestantes del Capitolio el 6 de enero eran  tímidos y obedientes como corderos. Por eso se inventó el BLM, porque los negros son capaces de una revuelta violenta, a diferencia de los Blancos bien amansados. No es una cuestión de raza: los chalecos amarillos franceses, blancos como la nieve, y los nacionalistas ucranianos sí lucharon contra la policía. Pero los americanos blancos no son propensos a los disturbios, desde la Guerra Civil hasta hoy. Como extranjero, no entiendo por qué los estadounidenses quieren conservar sus armas si nunca las usan, pero así son las cosas.

En cualquier caso, su no violencia ha sido inútil para ellos. El presidente electo Biden incluso les negó el título de manifestantes: “No los llames manifestantes. Eran una muchedumbre alborotada, eran insurgentes, eran terroristas domésticos”. De hecho, lo de protestario debería reservarse para los saqueadores autorizados por el Estado y sus hermanos en todo el mundo, ya sea en Hong Kong o Minsk, Seattle o Portland.

Las redes sociales rusas han comparado los eventos en Washington DC con los más cercanos a casa y se han quejado de la “doble moral”. Los medios de comunicación estadounidenses no expresaron ninguna indignación cuando su testaferro Boris Yeltsin bombardeó el parlamento ruso en 1993. El New York Times y el Departamento de Estado habían animado a la mafia nacionalista a asaltar las oficinas del gobierno ucraniano en 2014. Alentaron a la oposición en Minsk a tomar el control de su parlamento después de fracasar en las elecciones. Los manifestantes belarusos juraron que los resultados de las elecciones de su país estaban amañados, al igual que los partidarios de Trump en las elecciones de Estados Unidos, pero Biden no los llamó “terroristas domésticos”. (De hecho, el presidente Lukashenko tampoco lo hizo: los llamó “manifestantes”, y sus violentas protestas se dispersaron sin que se hiciera un solo disparo). En tales casos, los judíos están acostumbrados a responder: “¿Cómo puedes comparar?

Los rusos compararon el “intento de golpe” en el Capitolio con su propio “golpe” de 1991, una provocación en parte planeada de antemano. En 1991, los organizadores del débil golpe no pudieron detener a Yeltsin y se rindieron sin resistencia; la ola de indignación empujó a Gorbachov y al Partido Comunista fuera del poder. En el Capitolio, también, la policía trajo a los “invasores”, como pueden ver en este video transmitido por la BBC. Otros videos que sugieren la participación de la policía del Capitolio en esta aparente provocación se muestran aquí. La indignación orquestada permitió a los vencedores denigrar y ahuyentar a un Trump derrotado y a sus partidarios. Así como la URSS se derrumbó en agosto de 1991, la América de Trump se derrumbó en enero de 2021, y las élites liberales que representan a las grandes corporaciones llegaron al poder. Este resultado se logró a través de la provocación, pero los partidarios de Trump estaban muy enojados por el robo de las elecciones. Del mismo modo, 1991 fue una provocación, pero los ciudadanos rusos ordinarios estaban enfadados con la perestroika de Gorbachov, mientras que las élites liberales secuestraron esta expresión de ira para desmantelar el Estado soviético y transferir todos los bienes a sus oligarcas.

Las personas con un buen conocimiento de la historia se refieren al incendio provocado del Reichstag en febrero de 1933, un incendio inventado por el propio gobierno nazi recién constituido para poner a la opinión pública en contra de sus oponentes y asumir los poderes de un estado de emergencia. Otros estudiosos han argumentado, sin embargo, que no había pruebas de la complicidad nazi en este crimen, sino que Hitler simplemente se había aprovechado del acto independiente del comunista holandés van der Lubbe. Según la Enciclopedia Británica, el incendio del Reichstag es objeto de un debate y una investigación constantes. Lo mismo se dirá probablemente de la “invasión” del Capitolio, y los investigadores se preguntarán si fueron los secuaces de Biden los que la organizaron o si simplemente se aprovecharon de la protesta sincera de los trumpistas.

No hay duda de que para un observador objetivo, las elecciones de 2020 fueron profundamente pirateadas. No les aburriré con demasiados detalles publicados sobre los resultados estadísticamente imposibles, pero aquí hay un ejemplo de fraude. La ciudad de Detroit dio el 95% de sus votos a Biden/Kamala, cifra que el Sr. Kim Jong-un consideraría con una ligera envidia, mientras que el Sr. Lukashenko susurraría: “¿Cómo es posible?” Es muy probable que este resultado se haya logrado de la siguiente manera. Véase :

Los demócratas de Detroit subcontrataron la recolección de votos, subcontratándola a los señores de la droga locales a cambio de licencias de marihuana recreativa. Estas licencias son lo mejor desde la licencia para imprimir dinero. Tener estas licencias es como tener tu propio cajero automático. Aquí puedes leer sobre su rentabilidad y todos los pasos que los criminales están dispuestos a dar para conseguirlos. Los demócratas de Detroit han cambiado las leyes locales que permiten la venta de marihuana en su bella ciudad (estaba prohibida hasta noviembre de 2020). Cambiaron las leyes locales, exigiendo la concesión de licencias de marihuana a los traficantes de drogas con condenas anteriores por tráfico de drogas. Sacaron a los señores de la droga de la cárcel. Enmendaron las leyes locales para permitir la recogida de las papeletas, es decir, la recogida de las papeletas de los ausentes y la asistencia para rellenar las papeletas. Después de eso, los traficantes de drogas comenzaron a recoger las boletas de ausentes y a rellenarlas inmediatamente, si eran concienzudos, o a rellenarlas según su capricho, si se sentían perezosos. Tenían una jueza, Cynthia Stephens, que por sí sola cambió las leyes electorales de Michigan y luego desestimó los cargos de fraude de Trump.

Oh, sí, queridos lectores, ha habido fraude electoral, y en muchos estados de los Estados Unidos. “De juegos sí saben mucho; no se sorprenden por una buena mano de cuatro ases”, como solía decir Mark Twain. Normalmente los dos bandos se turnan para intercambiar puestos y engañarse mutuamente. Pero esta vez Trump convenció a mucha gente de que sería diferente, y que esta era su última oportunidad.

El problema fue que Trump era un mal organizador. Podría ganar las elecciones si hubiera evitado el tipo de legislación de Cynthia Stephens, prohibir los votos en ausencia, hacer cumplir el requisito de mostrar una identificación para votar, movilizar a su gente para la supervisión de las elecciones. Una tarea desalentadora, pero no imposible, mientras se trata de un adversario que sí estaba preparado para la jugada. Incluso podría haber hecho una revolución el 6 de enero, ordenando a las personas adecuadas que actuaran, formando un cuartel general revolucionario, planeando una estrategia de toma de posesión, pero no hizo nada de eso. Probablemente pensó que el Congreso, al ver las grandes multitudes, autorizaría la verificación de los resultados de las elecciones.

Por otro lado, era tan ingenuo que creía que las revoluciones ocurren por sí solas, como en las películas. No es así. Detrás de cada revolución exitosa hay mucha planificación, fuerzas armadas, armas preparadas, líneas de suministro, logística, apoyo en los medios y comunicaciones. Trump no tenía ninguno de estos recursos. Todo lo que se necesitó fue cortar su cuenta de Twitter para hacerlo sordo y mudo.

No hubo ningún intento de golpe de estado, como afirmó Tyler Durden correctamente: “Trump nunca tuvo la concentración, organización o coherencia ideológica para montar un golpe real, y una intrusión de la turba que fue rápidamente dispersada por agentes estatales armados no cambia eso”. Poco después de la intrusión, Trump difundió un video que instruía a sus seguidores a no tomar a los senadores como rehenes o a encarcelar a Mike Pence, sino a “irse a casa”. Ninguna facción del gobierno federal se unió a la multitud por orden de Trump, porque no se tomó el trabajo de darle rienda suelta. Todo el episodio nunca fue una oportunidad para evitar la certificación de Joe Biden, y mucho menos de derrocar al gobierno. Fue sólo otra torpe farsa, y en ese sentido, un final apropiado para la presidencia de Trump”.

Las teorías conspiracionistas jugaron su papel como señuelos equivocados en la debacle. Muchos trumpistas creían en las conspiraciones de QAnon y Kayfabe; publicaron informes sobre tipos malos que habían sido arrestados, sobre servidores confiscados por el FBI, sobre Clinton y Biden esperando una justicia brutal tras las rejas. Esta creencia ha desarmado a personas que de otra manera habrían luchado por este resultado. Ese es el problema con los adictos al complotismo: las conspiraciones imaginarias impiden la acción real.

Sin embargo, no quiero terminar esta obra con una nota tan triste y desmoralizante. El Presidente Trump habrá sido un gran líder. Consiguió, contra todo pronóstico, mejorar la suerte de los trabajadores estadounidenses: por primera vez desde los años 70, sus ingresos aumentaron en relación con otras clases. Puso fin a la inmigración masiva a los Estados Unidos: la inmigración legal se redujo a un flujo escaso. Evitó nuevas guerras; intentó hacer la paz con Rusia. Se negó a bombardear Irán, incluso en los últimos días de su presidencia, a pesar de que algunos partidarios de Israel le habían prometido un segundo mandato si aceptaba.

Su lucha contra la locura del Coronavirus fue su gran éxito. Estaba en contra de los confinamientos  que están a punto de destruir nuestro mundo tan completamente que poco sobrevivirá. El último gran líder americano que no usó la máscara de la cobardía será recordado. No pudo derrotar al poderoso complejo médico, o al FAGMA, o a los maestros del discurso, pero lo intentó.

El día de su derrota, el 6 de enero, fue el día de la Epifanía, o día de la Adoración de los Reyes Magos, los Tres Reyes Magos que habían venido a adorar a Jesús en la cueva. También era Nochebuena para la Iglesia de Oriente. Es la época más oscura del año; a partir de ahora, el día se va a alargar y nuestras esperanzas se levantarán de nuevo.

Israel Shamir, 9 enero 2021

 

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Contacte con el autor: adam@israelshamir.net

Original en https://www.unz.com/ishamir/trumps-last-stand/

Publicacion original al espanol: Red Internacional (Traducción: Maria Poumier)

 

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