Guaidó, ¡presidente de Bielorrusia! – por Israel Shamir

Aún no ha terminado, pero ¿podrá Lukashenko sobrevivir a la tormenta? Desde las elecciones presidenciales del 9 de agosto 2020, Bielorrusia ha experimentado una ola de protestas. Los manifestantes afirman que las elecciones fueron amañadas, lo mismo que gritaban las señoras de los sombreros de “pussy” color de rosa, cuando la elección de Trump en 2016. Las protestas se presentan al mundo a través de la lupa de la máquina mundial de fabricar noticias falsas. Hay docenas de medios de comunicación, todos elaborando al unísono el tema de la manipulación de las elecciones y la represión de las protestas.

Pero la represión de Bielorrusia no es algo sobre lo que se pueda escribir viviendo allí. Las “multitudes” no son grandes, ya que los bielorrusos son gente bastante civilizada y obediente, incluso esperan la luz verde para arrancar (una cualidad poco común en el Este). A pesar de los provocadores y de los revolucionarios entrenados por Soros, hay pocos heridos, mucho menos que el enfrentamiento promedio entre los manifestantes en otros países y la policía local, ya sea que se llamen Chalecos amarillos o Black Lives Matter.

Un manifestante trató de arrojar una granada de mano a las filas de la policía; por su propio error de cálculo, la granada le explotó en la mano y murió a raíz de sus heridas. Este incidente ya está siendo presentado por los medios de comunicación como “asesinato en masa” e incluso “genocidio”. Los embajadores de la UE vinieron a poner flores en el lugar de su martirio. Este último héroe mediático se está convirtiendo en el nuevo George Floyd, una comparación acertada porque el desafortunado terrorista bielorruso también tenía un rico historial delictivo. Ahora están produciendo una pegatina de BLM donde la B es de Bielorrusia. ¿Debería llamarse “malversación cultural” o es una “violación de las condiciones de uso”? Youtube podría  cuestionar automáticamente los derechos de autor para el caso.

Los presidentes de Polonia y Lituania ofrecieron su mediación, lo cual implica que Lukashenko debería renunciar. No es una oferta tentadora. En 2014, el entonces presidente ucraniano aceptó la oferta europea de mediación y en pocos días se vio obligado a huir a Rusia.

Lukashenko es harina de otro costal; sus policías lograron aplacar las protestas, y las protestas no fueron tan fuertes,de todos modos. Aún es demasiado pronto para apostar si esta revolución de color fracasará o ganará definitivamente. ¿Cuál es la causa de las protestas, más allá de las quejas de que la vida es injusta? ¿Quién está financiando y organizando estas manifestaciones?

La bien dotada Bielorrusia tiene unos cuantos pretendientes. Los enemigos (la OTAN) de Rusia quieren mover sus tanques dentro del campo de tiro de Smolensk; Polonia quiere recuperar su antigua dependencia (Bielorrusia estuvo bajo mando de los polacos durante cientos de años). Rusia quiere tragarse a Bielorrusia, y Papá Lukashenko no se deja manejar.

Un peligro adicional para la soberanía de Belarús es la turbia y poderosa entidad que ha organizado la reacción mundial exagerada al coronavirus y detenido a miles de millones de personas en sus propios hogares. Lukashenko es el héroe que sigue rechazando todas las demandas de encierro; Belarús se mantuvo en calma y libre en medio de la histeria mundial. Los bielorrusos disfrutaron de los partidos de fútbol mientras el resto del mundo agachaba la cabeza y se cubría. En Pascua, las iglesias de Belarús permanecieron abiertas y se celebró la misa. El 9 de mayo, día de la Victoria, los bielorrusos tuvieron su Desfile de la Victoria, mientras que hasta el de mirada acerada Putin se vio obligado a cancelarlo. Había que castigar tal desobediencia al régimen global.

Como Fidel Castro, Papa Lukashenko ha venido gobernando su país a lo largo de varias generaciones. Ha sido reelegido cada cinco años desde 1994, cuando él, el político más joven de Europa, derrotó al Primer Ministro en ejercicio en una elección abierta. Incluso ahora, a sus 65 años, su estatura no ha sido superada. Sus resultados en Minsk, la capital, fueron superiores al 60%; su principal competidor obtuvo el 15%, mientras que para todo el país recibió alrededor del 80% de los votos, un resultado impresionante. Demasiado impresionante, dicen sus enemigos. En cualquier caso, no hay duda de que arrastró a la mayoría de sus compatriotas.

Belarús es un Estado monoétnico, con muy poca diversidad; no hay partidos políticos fuertes, ni medios de comunicación poderosos e independientes, ni oligarcas, ni súper ricos. Sigue siendo muy parecido a la Unión Soviética, pero es una versión muy pulcra, limpia, moderna y bien reparada (la URSS era bastante miserable). Otra diferencia: no hay . de partido. Mientras que los soviéticos siempre fueron gobernados por el partido comunista oficial, Lukashenko no tiene partido. No le gustan los partidos porque separan a la gente. Quiere que la gente esté unida, y funciona. No hay un partido de oposición significativo. La oposición dice, “Váyase, AGL [Alexander Grigoryevich Lukashenko], usted ya gobernó por mucho tiempo, estamos cansados de usted”. Un ciudadano en su sano juicio no votará por personas que no tienen programa más allá de la sed del poder. Estar cansado de un presidente no es ningún argumento válido

Después de la primera encuesta a pie de urna, lo de las “elecciones amañadas” se convirtió en el grito de guerra de la oposición. Al igual que los Clintonistas, que no podían creer que alguien votaría por Trump, la oposición en Bielorrusia no podía imaginar por qué la gente votaría por este antiguo fósil de 65 años. De hecho, esas afirmaciones son el alimento básico de la política moderna; apenas hay un país en el mundo en el que los resultados de las elecciones no se discutan. Las afirmaciones son siempre que los resultados fueron falsificados, o que el pueblo fue engañado, o que el presidente elegido no merecía ser elegido; o que fue votado por paletos racistas; o que Rusia cambió las encuestas. No hay límite para no reconocer los resultados de las elecciones, salvo las limitaciones de  la imaginación humana.

La última victoria electoral de AGL fue reconocida oficialmente por países de todo el mundo. Fue felicitado por los presidentes de China, Rusia y Turquía, así como por el Patriarca de Moscú Kyril (la Iglesia de Bielorrusia es parte integral de la Iglesia Ortodoxa Rusa). La oposición intenta estimular el interés por el cambio de régimen siguiendo los libros de texto de Gene Sharp: caldear el ambiente  con ataques a la policía, y luego enfriarlo con chicas vestidas de blanco compartiendo flores y posando con esos mismos policías. Es la zanahoria y el palo. Punto y contrapunto. El luchador por la libertad y el mártir. La técnica ha funcionado con éxito en muchos países, y probablemente se volverá poner a prueba el próximo mes de noviembre en los EE.UU.

Bielorrusia nos muestra en qué consiste realmente la “intromisión extranjera en las elecciones”. No se trata de colocar unos pocos anuncios en Facebook. Se está entrenando a cientos de jóvenes en las artes arcanas de la guerra en los centros urbanos: cómo hacer uso de cócteles molotov, cómo quemar coches, la infiltración transfronteriza, cómo contrabandear dinero, reclutar y pagar a mercenarios, cómo dirigir un centro de crisis las 24 horas desde el extranjero, dónde y cómo asaltar a la policía, cómo preparar y dirigir una revolución de color con guión y escenificación, así es como la interferencia extranjera influye en las elecciones de Bielorrusia.

¿Qué es lo que quieren los manifestantes más allá de la eliminación de AGL? Resulta que sí tienen un programa: quieren facilitar la contratación y el despido de trabajadores, acabar con la protección sindical y la legislación laboral estatal, y poner fin a la regulación de precios. Estas son las ideas neoliberales habituales, pero aquí viene la más importante: planean privatizar y vender los activos del país. Pero aquí su frente unificado se derrumba: la oposición pro-occidental quiere vender Bielorrusia a los inversores occidentales, mientras que la oposición pro-rusa quiere venderla a los oligarcas rusos. Estos activos son jugosos y abundantes. El 80% de toda la industria y la agricultura sigue siendo de propiedad estatal, más que en cualquier otro Estado europeo.

Belarús es el último remanente que queda de la Unión Soviética, la última república socialista soviética. La URSS se basaba en la propiedad estatal de los medios de producción, es decir, las fábricas, la investigación científica, la industria y la agricultura. En la Federación de Rusia, estas reliquias nacionales fueron privatizadas por Boris Yeltsin y entregadas a unos pocos oligarcas. No así en Belarús. Su industria sigue siendo de propiedad pública; sus granjas siguen perteneciendo a cooperativas agrícolas locales y no a explotaciones agrícolas mundialistas.

Belarús sigue siendo bastante un país rico; su industria se ha modernizado, al igual que su agricultura. Producen y exportan mucho de todo, principalmente a la vecina Rusia. A Europa le interesan poco los camiones y las salchichas de Belarús porque tienen sus propios camiones y salchichas para vender, pero Rusia sí los compra porque los prefiere y sabe que tienen una buena relación calidad-precio. Los productos lácteos, los muebles y la moda de Belarús siguen siendo populares en Rusia.

Bielorrusia heredó dos enormes refinerías, una en Mozyr y otra en Novopolotsk, capaces de convertir el petróleo y el gas en productos listos para usar. Rusia produce petróleo crudo y gas, Bielorrusia los refina; deberían ser capaces de obtener un buen beneficio trabajando juntos. Pero los oligarcas rusos que están detrás de Gazprom no se conformaron con su tajada habitual, por lo que crearon una empresa intermediaria con sede en Lituania; la empresa “compra” gas ruso y luego lo “vende” a Bielorrusia. Los pagos de Bielorrusia son redirigidos al extranjero a las cuentas bancarias de los oligarcas. Algunos de ellos llegan finalmente a las arcas del Estado ruso, pero muchos se extravían.

Gazprom siguió subiendo el precio del petróleo entregado a las refinerías de Bielorrusia hasta que a este aparente aliado se le cobró más que a los estados hostiles de Ucrania y Alemania. En respuesta, Bielorrusia pasó a refinar el petróleo noruego y saudí: era más barato que el petróleo ruso. Ahora refinan el petróleo americano. Desde entonces, Bielorrusia ha decidido cortar con la empresa intermediaria de Gazprom, y la policía bielorusa está investigando ahora el desvío de fondos estatales rusos a cuentas en el extranjero. Los oligarcas rusos están muy descontentos con todo esto; ahora están financiando las protestas de Belarús y armando una campaña estridente contra AGL en los medios de comunicación y las redes sociales rusas.

El presidente Putin tiene un juego diferente en mente. Le gustaría ver a Bielorrusia unirse a Rusia como una república constituyente. No le importa mucho AGL (el que se enfrentó a la histeria del coronavirus incluso mejor que él mismo), pero tampoco quiere ser dirigido por sus oligarcas. Por eso expresó su apoyo durante las elecciones y felicitó a AGL por su victoria. Pero los medios de comunicación rusos siguen jugando en contra de Lukashenko, ya sea por exigencia de los dueños de los medios o por su deseo de hacerse eco de sus hermanos occidentales.

Todos los oligarcas, del Este y del Oeste, quisieran destruir el último remanente de la URSS y borrar toda posibilidad de aprender de él. De esto se trata, con las elecciones y el intento de cambio de régimen, en el fondo. Están molestos por los éxitos de la Bielorrusia de AGL. Si piensas que el socialismo no es una estrategia exitosa en economía, considera a Bielorrusia y piénsalo de nuevo.

Durante un tiempo, al menos hasta 2015, la economía de Belarús fue la de más rápido crecimiento en Europa; su PIB creció un 10% al año. Tras el terrible colapso de 1991, Belarús fue el primero en repuntar (en 2002), mientras que Rusia se quedó atrás hasta 2006. Sólo hay que mirar las pruebas: 1) la destrucción totalmente innecesaria de la URSS dio lugar a una recuperación económica completa en sólo 16 años para la Rusia parcialmente privatizada; 2) la propiedad estatal total de Bielorrusia fue capaz de recuperarse en 12 años; 3) la totalmente privatizada Ucrania nunca pudo recuperarse. Incluso ahora su economía es el 65% de lo que era en el último año soviético de 1990.

En el siguiente gráfico del PIB de Rusia (línea gris claro) y Bielorrusia (línea sólida) entre 1990 y 2018, se puede ver que la vieja Bielorrusia se las ha arreglado bastante bien con AGL. Allí, los salarios crecieron más rápido que la productividad laboral (a diferencia de, por ejemplo, los Estados Unidos o el Reino Unido, donde la productividad laboral creció mientras los salarios se estancaron); no había (ni sigue habiendo) prácticamente ningún desempleo en Belarús.

Después de 2015, Belarús se estancó, y esto estaba estrechamente relacionado con el estancamiento de la economía rusa, pero aún así se las arreglaron bien.

Uno de los secretos del éxito de Belarús es que prácticamente no hay corrupción. Un amistoso empresario ruso me dijo que es casi imposible sobornar a un funcionario bielorruso (a diferencia de Rusia, donde los funcionarios son legendariamente corruptos). Me dijeron que la KGB de Belarús (conservaron el nombre de la marca) está siempre alerta, siempre luchando contra la corrupción. Tienen un sistema bancario transparente, y el apoyo de los ciudadanos bielorrusos medios al espíritu anticorrupción hace que un funcionario bielorruso sea muy, muy reacio a aceptar un soborno. (Tiene que ser pagado a un banco europeo en otro país, y no es algo fácil de arreglar en el clima actual).

Como Estado post-soviético, Belarús es bastante estricto. Si el país es tan limpio es orque AGL es conocido por merodear por las calles personalmente. Si descubre alguna basura tirada en la calle, llama al alcalde local y lo obliga a limpiarla de inmediato. Tiene más que un toque de Lee Kuan Yew (LKY), el legendario Primer Ministro de Singapur de 1959 a 1990. Tal vez AGL también sirva tanto tiempo como LKY (¡31 años!); por ahora él tiene 26 años en su haber.

Otra marca de rigor es un impuesto especial que las personas que no trabajan están obligadas a pagar. Es el heredero del Impuesto al Parasitismo Soviético. Una persona que no trabaja puede ser incluso juzgada y sentenciada. El socialismo bieloruso no es un refugio para los que pretendan abusar de la asistencia social.

El impuesto promedio en Bielorrusia es del 30%, a menos que se trabaje a distancia en la industria de la informática. Bielorrusia tiene 75.000 consultores, ingenieros y técnicos en informática que trabajan para empresas de la UE, Rusia y los EE.UU. Si el salario medio en Bielorrusia es de unos 500 dólares al mes, los especialistas en TI ganan más de 2500 dólares y pagan sólo un 7% de impuestos. Sospecho que AGL quiere que les resulte más barato pagar el impuesto que evadirlo. Uno pensaría que estos tipos son felices, pero no lo son. Muchos de ellos se unieron a las protestas. Quieren una sociedad más liberal, y esto es natural.

Los EE.UU. quieren atraer a Lukashenko a su lado; y el astuto AGL está listo para seguirles la jugada. Ahora procesa el petróleo americano en sus refinerías. AGL quiere ser amigable con todo el mundo, y su nuevo amigo cercano es China. En Bielorrusia, los hombres en el poder dicen que su país se convertirá en el centro de las conexiones con China en Europa. Bielorrusia está muy, muy cerca de Rusia, pero también tiene miedo de ser engullida y devorada por este gigante amistoso. Si la presión sobre AGL sigue aumentando, puede que tenga que decidir salirse de la valla y unirse a Rusia. Los EE.UU. lo saben e intentan no presionarlo demasiado, pero los rusos son lo suficientemente inteligentes como para alentar las protestas con este mismo objetivo en mente.

¿Lukashenko liberalizará su estado? ¿Es esto posible en lo absoluto, sin renunciar a todos sus logros sociales tan duramente ganados? No estoy tan seguro. Tal vez mientras las potencias imperialistas ejerzan su comercio no haya forma de crear un estado socialista liberal. Esa fue la conclusión de Vladimir Lenin: escribió que la etapa liberal se alcanzaría cuando ya no hubiera depredadores al acecho. Por esto fue rápido en aplastar la revuelta de Kronstadt.

Los trabajadores de Bielorrusia deben entender lo que les pasará si los rebeldes logran la victoria. Sus industrias serán vendidas y desmanteladas para que no puedan competir con los vendedores preferidos de los globalistas, como ya ha sucedido en Rusia, Polonia y Letonia. El terrible ejemplo de Ucrania debería mantenerlos fuera de la revuelta. ¿Pero bastará con eso?

Tales diferencias tendrán que ser resueltas por la fuerza, si los manifestantes no aceptan el voto democrático. Si los neoliberales sólo reconocen la fuerza, entonces hay que usar la fuerza. La fuerza puede tener que decidir si el socialismo bielorruso sobrevivirá o no. Después de todo, las revoluciones de colores no están condenadas a tener éxito – han fracasado en muchos países. En caso de un golpe pro-occidental, es probable que Rusia intervenga, ya que se lo permite el tratado de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva. Pero Rusia no está a favor del socialismo, ni en Minsk ni en ningún otro lugar.

Mi consejo a la administración de los EE.UU. es capitalizar ya su éxito en Venezuela. Cuando los EE.UU. no estaban conformes con el presidente de Venezuela, el Sr. Maduro, no se preocuparon por los resultados de las elecciones, sino que eligieron (“reconocieron”) a un tal Sr. Juan Guaidó, un miembro más bien joven de la oposición. Le asignaron los activos de Venezuela, incluyendo todo el oro que el país guardaba descuidadamente en el Banco de Inglaterra; se apoderaron de las embajadas venezolanas y se las entregaron al Sr. Guaido, y el hombre firmó con gratitud un contrato prometiendo millones a mercenarios con base en EE.UU. por secuestrar al actual presidente y entronizar a Guaidó.

Ahora Occidente está molesto por las elecciones presidenciales de Bielorrusia. Los bielorrusos se obstinaron en reconfirmar a su presidente, el Sr. Alexander G Lukashenko (AGL), en su cargo, y él mismo es un tipo terco que se niega a vender los activos de su país y a invitar a los tanques de la OTAN. Mi consejo a los líderes de EE.UU. es que vuelvan a utilizar al Sr. Guaido; que lo reconozcan como el nuevo Presidente de Bielorrusia, y basta. ¿Por qué pretender que las traiciones son diferentes cuando se venden diferentes países? Guaidó ha demostrado su devoción al Tío Sam; ya tiene experiencia en ser un presidente “reconocido” no elegido. ¡Viva el Presidente Guaidó de Bielorrusia!

P.S. acerca de Beirut: algunas personas sugieren que hubo bombardeos “mini nucleares”. Lo dudo, ya que Israel y los EE.UU. no poseen la tecnología necesaria, como me ha dicho un físico ruso. Sólo la URSS tenía la tecnología de las mini armas nucleares; Rusia heredó unas cuantas; las nuevas no se fabricaron desde aquellos años.

El problema es que los mini-nukes están hechos de californio e isótopos similares, y sólo pueden ser producidos en el curso de la producción de plutonio de grado militar a gran escala como su subproducto. Israel nunca produjo tanto plutonio, y los EE.UU. utilizan un proceso totalmente diferente. Así que aconsejo tomar las revelaciones sobre bombas “mini nucleares” con prudencia.

Israel Shamir, 14 agosto 2020

Para contactar a Israel Shamir: adam@israelshamir.net

Traducción: María Poumier; publicado originalmente en Red Internacional

Articulo original en ingles: The Unz Review

Traduccion al frances: PLUME ENCLUME

Print Friendly, PDF & Email