El tribalismo es ahora la base de la política estadounidense

bannon.jpg

Estamos retrocediendo. El progreso constante de las sociedades occidentales hacia el empirismo, el racionalismo y la tolerancia está en retroceso.

Nos estamos volviendo más tribales, más intuitivos, más indiferentes a la evidencia. Y, curiosamente, está sucediendo, no como resultado de la guerra o de la pobreza, sino en medio de un continuo aumento de los niveles de vida.

Consideremos, para poner un ejemplo reciente, la decisión del New Yorker de retirar a Steve Bannon de su “festival de ideas”. No es que Bannon sea de mi tipo en cuanto a lo ideológico: soy un típico conservador en favor de un gobierno pequeño, mientras que él es amigo de los populistas europeos de izquierdas que son antiinmigrantes (y que, por lo tanto, están etiquetados incorrectamente como de “extrema derecha”). Pero, después de haberlo invitado, fue extraordinario retirarle la invitación. Aparte de ser algo grosero, cobarde y un acto publicitario autodestructivo, demostró hasta qué punto el New Yorker (y, de hecho, los medios de comunicación liberales en general) se han alejado del liberalismo genuino, en el sentido de la apertura a por lo menos escuchar ideas diferentes.

Este aspecto del asunto entero es el más preocupante y, a pesar de ello y por desgracia, el menos notable. El New Yorker efectivamente dijo: “Tu opinión sobre el mundo es tan chocante que podría no ser escuchada”. Esa actitud es lo contrario del liberalismo. El pedigrí del liberalismo, al menos la cepa de habla inglesa que es su mejor y más verdadera variante, se remonta a John Stuart Mill y John Locke, incluyendo también a John Milton, el poeta puritano cuya aversión a la autoridad era tan pronunciada que, en el Paraíso Perdido, no pudo evitar retratar a Dios como arrogante, árido y cruel. En 1644, en el apogeo de los conflictos civiles y religiosos de Inglaterra, publicó Areopagitica, la primera defensa moderna de la libertad y la libre expresión. El argumento de Milton era, en ese momento, sumamente revolucionario. (¿Se podría decir que vino de la ‘izquierda’?… )

La verdad, argumentó, no era algo que debía asumir la autoridad de los sacerdotes, prelados o príncipes. Más bien, un proceso de debate permitiría que las buenas ideas, con el tiempo, expulsaran a las falsas.

“Aunque todos los vientos de la doctrina se desataran para actuar sobre la tierra, la Verdad también estaría presente, y nosotros hacemos una injusticia al licenciar y prohibir, desconfiando de su fuerza”, escribió el intratable funcionario cromwelliano. “Dejen que ella y la Falsedad luchen; ¿quién ha visto a la Verdad llevarse la peor parte en un encuentro libre y abierto?”

¿Alguien lee a Milton hoy en día? ¿O a Locke? ¿O a Mill? Porque parece que le estamos dando la espalda con una rapidez asombrosa a la idea central de la Ilustración, a saber, que no sabemos todo lo que hay que saber, y que la mejor manera de mejorar nuestra comprensión es permitir que se escuchen diferentes ideas.

Para ser justos, esa noción es contra-intuitiva. El cerebro humano está diseñado para tomar atajos y encontrar patrones. La misma estructura cerebral que nos hace propensos a las teorías de conspiración, y que nos hace culpar de los desastres naturales a la maldad humana, también nos hace querer buscar toda la verdad en algún libro especial. No necesariamente un libro sagrado; los marxistas se ven a sí mismos como los máximos racionalistas, pero se aferran a los dogmas de sus textos fundacionales con tanta carencia de crítica como cualquier wahabí se aferra al Corán.

Sólo en tiempos muy recientes se ha difundido la visión de Milton, y aun así, ha sido mayoritariamente en Occidente. La mayoría de la gente se aferra a las reglas generales, lo que los psicólogos llaman heurística, que ha evolucionado en nuestro cerebro de cazador-recolector. Por ejemplo, nuestra inclinación natural es juzgar una idea sobre la base de la persona que la propone y no sobre la base de los méritos de la idea. Después de habernos enseñado a no hacer eso (a pensar en la idea misma), ahora parece que estamos volviendo a una heurística aún más antigua, por la cual juzgamos las ideas con base en la tribu de la que provienen. Mi tribu buena, tu tribu mala.

El tribalismo es ahora la base de la política estadounidense. El partidismo es antiguo, pero la determinación de creer en hechos diferentes en función de quién los cita es nueva. Sin embargo, no debería sorprendernos, ya que la noción de verdad relativa, la verdad definida por el estatus de la persona que la pronuncia, es ahora dominante en las universidades, que deberían ser los reductos más fuertes para los valores de la Ilustración.

Tomemos una declaración como “El Islam tiene un problema con la homosexualidad”. La forma en que se reciba esa declaración dependerá casi totalmente de si el orador es musulmán o no musulmán, gay o heterosexual, y no de la verdad intrínseca de la afirmación.

La política de identidad es en realidad un resurgimiento de la noción premoderna de las castas, es decir, de que el estatus de una persona se establece al nacer. La mera persistencia de esa idea en todos los continentes y siglos sugiere que nuestra noción de autonomía personal es la más difícil de sostener.

Los valores que hacen posible una sociedad abierta no son innatos. Se nos tiene que enseñar que las cosas que no conocemos pueden tener valor, que las personas que no nos gustan pueden tener sabiduría, que el desacuerdo no implica inmoralidad. ¿Seguimos enseñando a nuestros jóvenes estas lecciones? Hacer la pregunta es responderla.

Daniel Hannan, 10 septiembre 2018

Fuente original

Fuente traduccion

Print Friendly, PDF & Email