“Un pueblo no expresa su genio porque esté dotado de una identidad, sino que manifiesta una identidad porque su genio la activa” – por Alain de Benoist
Identidad y soberanía, dos nociones inseparables
Entrevista a Alain de Benoist realizada por Nicolas Gauthier
En ciertos círculos, se tiende a oponer entre ellas dos nociones de las que todo el mundo habla hoy: la identidad de un pueblo y la soberanía de un país. (En el Frente Nacional, Marion Maréchal-Le Pen habría representado la primera, por oposición a Florian Philippot, que defiende ante todo la segunda.) Tal oposición ¿le parece legítima?
Alain de Benoist – Preguntado hace algunos meses en la revista Causeur, Le Pen declaró: “Mi proyecto es intrínsecamente patriota porque defiende en el mismo movimiento la soberanía y la identidad de Francia. Cuando se olvida una de las dos, hacemos trampas“. Entonces, no hagamos trampas. ¿Por qué habría que ver en la identidad y en la soberanía ideas opuestas, cuando son complementarias? La soberanía sin la identidad es una cáscara vacía, la identidad sin soberanía tiene todas las posibilidades de convertirse en un ectoplasma. No hay que separarlas pues. La una y la otra, a fin de cuentas, son trascendidas en la libertad. Ser soberano es ser libre de determinar por sí mismo tu política. Conservar tu identidad implica, para un pueblo, poder decidir libremente las condiciones de su reproducción social.
Nicolas Gauthier – Mientras que la identidad es un concepto necesariamente vago, la soberanía ¿no es más fácil de definir?
AdB – Menos de lo que parece. La soberanía “una e indivisible” que invoca Jean Bodin en Les Six Livres de la République (1576), no tiene que ver gran cosa con la soberanía compartida, basada en la solidaridad y el principio de competencia suficiente, de la que habla Altusio en 1603 en su Politica methodice digesta. El enfoque de Bodin es eminentemente moderno. Implica el estado nación y la desaparición de la distinción que se hacía antes entre el poder (potestas), y la autoridad o la dignidad del poder (auctoritas).
La soberanía bodiniana tiene esto de peligroso, que haciendo del soberano un ser que no puede depender de otro más que de sí mismo (principio individualista), ciega a las comunidades naturales y suprime todo límite al despotismo: todo lo que se interpone a la decisión del príncipe es considerado como un ataque a su independencia y a su soberanía absoluta. Se pierde de vista así la finalidad de la política, que es el bien común.
La soberanía popular es, además, diferente de la soberanía nacional o de la soberanía estatal. La primera funda la legitimidad del poder político, mientras que las segundas se relacionan con el campo de acción y las modalidades de acción de este poder. Jacques Sapir, por su parte, distinguía recientemente el soberanismo social, el soberanismo identitario y el soberanismo de la libertad “que ve en la soberanía de la nación la garantía de la libertad política del pueblo”. El soberanismo identitario, observaba, no es de ninguna manera incompatible con el orden de las cosas neoliberal, mientras que el soberanismo nacional y social en forma natural rechaza naturalmente la tutela.
No hay que olvidar, tampoco, que podría muy bien existir una soberanía europea, aunque ésta hoy es sólo un sueño. El drama, desde este punto de vista, no es que los estados-nación hayan visto desaparecer sectores enteros de su soberanía (política, económica, fiscal, financiera y militar), sino que ésta haya ido a perderse en el agujero negro de las instituciones bruselenses sin haber sido trasladada a un nivel superior.
NG – ¿Qué decir, entonces, de la identidad, convertida hoy en una reivindicación y un eslogan, pero a la que podemos darle las más diversas definiciones?
AdB – Sea individual o colectiva, la identidad jamás es unidimensional. Cuando nosotros nos definimos por medio de una u otra de sus facetas, decimos solamente cuál es la dimensión o el trazo distintivo de nuestra identidad que estimamos ser más importante para expresar lo que somos. Un enfoque tal siempre contiene una parte de arbitrariedad, aun cuando se apoye en datos que pueden ser empíricamente verificados.
Un individuo ¿debe conceder más importancia a su identidad nacional, lingüística, cultural, religiosa, sexual, profesional? No hay una respuesta que se imponga. Para un pueblo, la identidad es indisociable de una historia que ha dado forma a la sociabilidad que le es propia. La reivindicación o la protesta identitaria aparece cuando esta sociabilidad parece amenazada de disolución o de desaparición. Se trata, entonces, de luchar para que se perpetúen los modos de vida y los valores compartidos.
Pero no hay que hacerse ilusiones: la identidad se demuestra más aún que se siente, de lo contrario corremos el riesgo de caer en el fetichismo (‘identitarismo’) o la necrosis. Para los individuos como para los pueblos, es la capacidad de creación lo que mejor expresa la perpetuación de la personalidad. Como escribe Philippe Forget, “un pueblo no expresa su genio porque esté dotado de una identidad, sino que manifiesta una identidad porque su genio la activa“.
Entrevista a Alain de Benoist realizada por Nicolas Gauthier, 30 mayo 2017