Pura alegría en Afganistán – por Israel Shamir

 

¡Mis felicitaciones, amigos y lectores! La victoria de los talibanes en Afganistán es nuestra victoria, es vuestra y mía. Nosotros, la gente no musulmana ni pastún, en Estados Unidos y Europa, podemos alegrarnos, porque en Afganistán, la masculinidad viril (no “tóxica”) derrotó a la “diversidad de género”, los creyentes vencieron a los débiles de fe, la moral de nuestros padres venció a la moral de nuestros hijos. Esta es la pura alegría que se desprende de la victoria afgana; esta victoria de los hombres barbudos en armas sobre unas huestes dirigidas por marimachos y sus ONG feministas es también nuestra victoria. No te avergüences de ser un hombre varonil; ¡mantente firme! Es un soplo de aire fresco, esta victoria varonil en las lejanas montañas que pisaron las falanges de Alejandro Magno; y para mí, esto es mucho más agradable de escribir que las cosas habituales, especialmente después de tanto tiempo alimentados a cuentagotas por las noticias hipocondríacas sobre otro anciano más que sucumbe al terrible virus, sobre los pasaportes verdes, los consejos médicos sobre cómo vivir más tiempo, la expiación de las fechorías de nuestros antepasados, por pertenecer a la raza equivocada y  sobre cómo evitar las microagresiones, no sea que alguien se sienta herido. Si nosotros, los hombres, queremos herir a alguien, no nos detendremos en una broma, sino que vamos a empuñar un RPG.

El lanzacohetes RPG, del tipo preferido por los talibanes, hiere de verdad. No es una sensación imaginaria de malestar, sino un agujero real en la armadura. O una cabeza arrancada. No hay nada “micro” en sus disparos. No necesitas una máscara contra el covid en el campo de batalla porque la máscara no detendrá el cohete lanzado. No te preocuparás por el virus cuando te encuentres con balas reales. En el campo de batalla no se plantea el problema de los aseos sin género. Twitter no puede prohibir una ametralladora, pero una ametralladora puede desterrar a Twitter y a toda su pandilla. Los talibanes derrotaron a los militantes “woke”; no tienen miedo de ser políticamente incorrectos como nosotros. Los talibanes no tienen miedo de adorar a Dios e invocarlo, como nosotros. No tienen miedo de defender los valores familiares, ni siquiera entienden cómo podría ser de otra manera.

Los talibanes son los precursores de la verdadera democracia musculosa y liberadora, contra los Bill Gates, Greta Thunberg, Anthony Fauci, Nancy Pelosi, que nos esclavizan. No se someterían a esta pandilla; someterían a la justicia revolucionaria a aquellos que quieren privarnos de la calefacción, que quieren tapar el sol y asfixiarnos con sus máscaras. Un defensor de Trump observa con envidia cómo estos rebeldes tomaron realmente el palacio presidencial en lugar de verse acusados descaradamente de hacerlo el pasado 6 de enero.

Estos campesinos armados nos recuerdan que todavía podemos cambiar el mundo. No es necesario someterse. Se pueden reescribir todas las reglas del juego; se puede voltear el tablero. Se puede recuperar la normalidad, la norma tradicional.

Y es algo en lo que todos van a ganar: yo, por mi parte, no creo que Estados Unidos haya sido derrotado ni que el presidente Biden haya cometido un error. Ni mucho menos. Poner fin a la ocupación de una tierra extranjera es un acto noble. Fue una verdadera victoria para Biden, victoria sobre el Estado profundo, victoria sobre el Lobby judío. Si dependiera del Lobby, del NY Times, de la CIA, Estados Unidos nunca jamás abandonaría Afganistán. Lean a Bret Stephens en el New York Times (aquí está el texto sin tener que pagar), esta es la auténtica voz del Lobby. Stephens, neoconservador e hijo de padres judíos (a pesar de su supuesto apellido gentil), fue redactor jefe de The Jerusalem Post en la época de la Intifada y glorificó los horrores de la ocupación israelí. Stephens se lamenta de la “derrota” estadounidense y afirma que Estados Unidos debería haber permanecido en Afganistán para siempre. Su mejor argumento es el siguiente: “¿Pero no teníamos que dejar Afganistán en algún momento, dicen algunos? Pero esto es un contraargumento. Sí, aunque hemos estado en Corea durante 71 años, con un coste mucho mayor, y el mundo está mejor por ello”. ¡Tonto! El mundo estaría mucho mejor sin las tropas estadounidenses en Corea; el Norte y el Sur se unirían, y el dinero malgastado allí podría haber servido para pagar la educación y la salud de los estadounidenses.

Los neoconservadores, los amos del Estado profundo, nunca habrían permitido que Trump saliera de Afganistán, de la misma forma que desbarataron sus mansos intentos de salir de Siria. Ahora Trump puede criticar a Biden por las feas escenas del aeropuerto de Kabul, pero a decir verdad, no hay forma agradable de separarse, ni de un país ocupado, ni de una mujer con la que has vivido durante veinte años. Si decides marcharte, prepárate para un montón de momentos desagradables. La retirada de Vietnam también fue fea, pero fue una decisión correcta entonces, y lo es ahora.

Piénsese en Auschwitz, un lugar hosco, quién lo duda. Cuando los alemanes tuvieron que marcharse, cientos de judíos los siguieron hacia el oeste (Elie Wiesel, el novelista especialista del Holocausto, estaba entre ellos). Tenían miedo de que el Ejército Rojo viniera a liberarlos y preferían seguir a los alemanes, que conocían. Por eso no me sorprende que muchos afganos quieran seguir a las tropas estadounidenses a otro lugar: tienen miedo de sus liberadores.

Las cosas podrían ser difíciles para los partidarios del régimen de ocupación, demasiado ansiosos. Cuando los nazis abandonaron Francia, muchos colaboradores fueron a la cárcel, algunos fueron linchados por los patriotas franceses. Pero eso no significa que hubiera sido mejor mantener a Francia ocupada.

Biden hizo bien en ordenar a Estados Unidos la retirada de Afganistán. Demostró mucha resistencia al ir en contra de los ruegos de su ejército, de sus servicios de inteligencia y de todo el Estado profundo. Debo admitir que hoy tengo mucho más respeto por el presidente Biden que antes de la retirada. Lo respeto aún más por su excelente respuesta al caniche británico. Los estadistas británicos se quejaron de la decisión de Biden de retirarse “después de haber derramado tanta sangre allí”. El Reino Unido podía quedarse allí en Afganistán si quería, respondió Biden. Tenían esa opción, quedarse. Sólo que sin el apoyo estadounidense. Estados Unidos no quiere seguir siendo el policía del mundo.

Por cierto, el Reino Unido era el único miembro de la OTAN que tenía ganas de quedarse allí, admitió Boris Johnson. El nuevo jefe del partido laborista de la oposición, Keir Starmer (que llegó a su puesto después de que Corbyn fuera acosado por acusaciones deantisemitismo) se mostró tan enérgico contra Biden como Johnson. Bueno, los británicos son así, les gustan las guerras. Empujaron a los reacios EE.UU. a la Primera Guerra Mundial y a la Segunda Guerra Mundial, y recientemente trataron de desencadenar algo de acción en el mar de Crimea. Es bueno que Biden no sea un tipo fácil de manejar; no tan fácil como lo fueron Wilson y Roosevelt.

Ahora existe la posibilidad de que Biden ordene sacar a las tropas estadounidenses de Irak y Siria; y con algo de suerte, de otros países, de Corea y Filipinas, o incluso de Alemania y el Reino Unido. Sería muy bueno para el pueblo estadounidense; y tal vez veamos dentro de poco a Boris Johnson subiendo al tejado del edificio de Grosvenor Square de la embajada de Estados Unidos en Londres para tomar el último vuelo en helicóptero hacia un portaaviones estadounidense antes de que los británicos lo lleven al paredón.

No se trata de restar importancia a la victoria de los talibanes. Lograron una hazaña increíble: en el transcurso de unos pocos días, acabaron con la Guerra de los Veinte Años. Sí, es una buena noticia: la larga guerra afgana ha terminado oficialmente. Comenzó en 2001 con la invasión estadounidense; terminó el pasado domingo 15 de agosto, cuando el protegido de Estados Unidos, el ex presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, partió hacia los Emiratos Árabes Unidos con sus cuatro carros cargados de dinero.

El Ángel de la Historia cumplió las reglas de la triple unidad del drama clásico: unidad de acción, unidad de lugar y unidad de tiempo. En un día, el poder pasó a manos de los rebeldes: en Kandahar, y en Mazar-i-Sharif, y, finalmente, en Kabul. Las expectativas apocalípticas de la “batalla por Kabul” que se avecinaba no se materializaron: el nuevo gobierno entró en el palacio presidencial prácticamente sin disparar un tiro.

La instantánea más notable de este giro histórico se produjo el lunes. No eran combatientes con bazucas ni muyahidines en el palacio. Eran niñas de Kabul que iban a la escuela por la mañana. Con pañuelos blancos, con mochilas, ellas, como siempre, iban a la escuela: o sea, sin miedo.

Dos días más tarde, hubo un vídeo aún más notable de unas cuantas activistas femeninas que salieron a la calle para manifestarse con pancartas frente al palacio presidencial. Esta es probablemente la prueba más clara de su convicción de que ningún talibán les va a sacar del espacio público. Y, efectivamente, nadie molestó a estas señoras a pesar de la tontería de sus burdas consignas en medio del trascendental alboroto.

El tema de la discriminación de la mujer en Afganistán fue inflado por las feministas al servicio del Departamento de Estado estadounidense, cuando fue necesario justificar la agresión y la toma de este país independiente. Es poco probable que la condición de una mujer en Afganistán difiera mucho de la de una mujer en Pakistán o Arabia Saudí, pero nadie tiene prisa por desembarcar tropas allí. El supuesto maltrato a las mujeres y a los homosexuales suele ser utilizado por los halcones británicos y estadounidenses para justificar las “intervenciones humanitarias” y debe tomarse con pinzas. Y el invasivo discurso occidental sobre multitudinarios colectivos LGBT no parece ni real ni normal, no sólo para los afganos. Los hombres sí aman a las mujeres, ¡no creas a las hienas que te mienten, hermana!

La ética en cuestiones de sexo puede ser extraña, tanto en Afganistán como en Inglaterra. Los talibanes piden a las mujeres que se cubran el pelo, como los judíos ortodoxos, y que se comporten con modestia. En Occidente se ha inventado el absurdo del sexo ¡”mutuamente no consentido“! El 28% de las mujeres jóvenes llegan a creer que guiñarles el ojo “normalmente o siempre” constituye un acoso sexual eso supera a los talibanes en fanatismo. Algunas de las ideas de los talibanes son, en efecto, extrañas; pero no tanto como la flagelación pública del príncipe Andrew por los dichos de una puta avejentada en el Reino Unido/Estados Unidos.

La vida en Afganistán seguirá mejorando para las mujeres y los hombres, y será mejor que bajo el régimen de marionetas, esto es lo que esperan los afganos. Es la segunda toma de posesión de los talibanes, y las dos veces llegaron al poder prácticamente sin encontrar resistencia, una clara señal de apoyo popular.

Los talibanes surgieron a principios de la década de 1990, después de que el gobierno prosoviético de Najibullah (muchos afganos dicen ahora que fue el mejor gobernante del país en el siglo XX) fuera derrocado por los muyahidines patrocinados por la CIA. En aquella época, la anarquía reinaba en el país. Cada señor de la guerra se consideraba un rey. En este contexto, los talibanes surgieron como un movimiento popular a favor de la honestidad, la ley y el orden, contra la anarquía de los señores de la guerra. Consiguieron ganar en 1996, sin derramamiento de sangre, entrando triunfalmente en Kabul. Detuvieron la producción y el comercio de drogas y prácticamente eliminaron esta lacra. Esto fue su perdición. La CIA no permitía la intromisión en el suministro de drogas, pues quería mantener a los estadounidenses en un sueño inducido por los narcóticos.

Afganistán fue sometido a sanciones progresivas; el pobre país se empobreció aún más; las tribus del norte se rebelaron, y luego la invasión estadounidense derrocó a los talibanes, hasta que volvieron al poder 20 años después. Durante este tiempo, Afganistán ha cambiado; Kabul ha crecido hasta convertirse en una ciudad de cuatro millones de habitantes. Pero seguía sin haber orden; los señores de la guerra y los grandes productores de droga seguían gobernando libremente, robando a los aldeanos a su antojo.

La base de apoyo original de los talibanes eran los pastunes de las aldeas, que en general querían muy poco del Estado: querían orden, un derecho consuetudinario que funcionara, o la ley islámica, ninguna interferencia en su vida privada y, preferiblemente, ningún impuesto. (Aquí hay un excelente artículo de fondo de Anatol Lieven) Ahora que las grandes ciudades están bajo el dominio de los talibanes, tendrán que mostrar más flexibilidad. En ciudades con más de un millón de habitantes, el derecho consuetudinario no siempre funciona. Pero los talibanes también han aprendido mucho. Se espera que sean capaces de encontrar un compromiso entre la aldea y la ciudad, teniendo en cuenta que las armas están en manos de los aldeanos.

Este enfrentamiento entre la ciudad y la aldea nos recuerda la revolución de Mao y la toma del poder por los jemeres rojos en Camboya. Pero el mundo es diferente hoy en día. El modo de vida occidental apenas es atractivo ahora; el progreso entró en un callejón sin salida con la locura de género, los encierros con el pretexto del coronavirus, la teoría crítica de la raza y el totalitarismo digital. Incluso aquél gran crimen de los talibanes antes de 2001, la destrucción de monumentos antiguos, ahora ha sido repetido por los progresistas estadounidenses y británicos desde Atlanta hasta Londres. Tal vez los afganos sean capaces de encontrar el buen método para administrar su país. Cada nación es un gran arquitecto de su futuro. Y durante los últimos 200 años de constantes incursiones, los afganos han tenido pocas posibilidades de averiguar lo que realmente necesitan.

Un factor nuevo e importante es la China poderosa, que necesita el tránsito comercial afgano. Los británicos y los estadounidenses no necesitaban transitar por Afganistán, ya que dominan el mar. Pero en los viejos tiempos, antes de la llegada de los europeos, las rutas de caravanas pasaban por Afganistán. Tal vez los flujos de tráfico se reanuden, el petróleo de Irán fluya hacia China, se reanude el comercio con el norte a través de la antigua Asia Central soviética y se abra un corredor hacia la India. Las prospecciones geológicas rusas han descubierto enormes reservas de minerales de tierras raras en las montañas de Afganistán, y su desarrollo podría volver a vincular a Rusia y China con Afganistán.

En Kabul, la población esperaba con gran inquietud la entrada de los talibanes. Sin embargo, los talibanes no interfirieron en la evacuación; cuando el presidente Biden les pidió permiso, dieron inmediatamente el visto bueno. Pero, en general, no hubo necesidad de apurar los aviones.

El Ministerio de Asuntos Exteriores ruso anunció que había llegado a un acuerdo con los talibanes para que las aerolíneas civiles rusas sacaran a todos los que tuvieran un lugar al que ir. Por desgracia, no hay ningún lugar en la tierra que quiera aceptar a tantos refugiados afganos. La gente debería quedarse en casa y hacer las paces con sus compatriotas; si han cometido crímenes, deberían pagar por ellos. Sin embargo, los talibanes emitieron una amnistía general, y es de esperar que se atengan a esta vía humana y misericordiosa.

En la propia Kabul, como en otras ciudades, los primeros días del nuevo gobierno transcurrieron con calma. Los talibanes sustituyeron a los soldados en sus puestos en las embajadas y prometieron que no caería ni un solo pelo de las cabezas de los diplomáticos. En la embajada rusa, los diplomáticos dijeron que ahora la ciudad es incluso más segura que bajo el antiguo régimen.

Las declaraciones de los talibanes también son tranquilizadoras. Han prometido que no habrá venganza. Las mujeres pueden seguir trabajando sin tener que vestirse al estricto estilo tradicional. De hecho, en los primeros días del nuevo Afganistán, estas promesas se han cumplido.

El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, cree que hay que esperar para ver cómo se desarrollan las cosas en Afganistán, aunque sus primeras impresiones son favorables: “Estamos observando procesos positivos en las calles de Kabul, donde la situación es bastante tranquila y los talibanes están aplicando eficazmente la ley y el orden”. El embajador ruso ante la ONU también expresó un cauto optimismo en la reunión del Consejo de Seguridad. “No hay que dejarse llevar por el pánico. Es importante que hayamos conseguido evitar el derramamiento masivo de sangre entre la población civil”, dijo. El enviado especial del presidente ruso para Afganistán, Kabulov, también valoró positivamente el giro de los acontecimientos. “Hace tiempo que los talibanes me parecen mucho más fiables que el gobierno títere de Kabul”, dijo.

Los primeros pasos de los talibanes en la elaboración de leyes son también alentadores. Los talibanes han prohibido las vendettas sangrientas entre familias, el viejo azote de Afganistán. Dicen que se guiarán por la sharia, lo que puede parecer una pesadilla para nuestros lectores laicos occidentales, pero es una alternativa mucho más misericordiosa que la ley tribal pashtunwali. El Pashtunwali aprueba las luchas de sangre; según la Sharia, esta manera clánica de dirimir conflictos está prohibida. Refiriéndose a la Sharia, los talibanes prohibieron la distribución y el consumo de drogas, que era la principal ocupación de los afganos bajo la ocupación estadounidense. También prohibieron la costumbre local del bacha bazi, la explotación homosexual de los niños. Prohibieron la brujería y los préstamos con intereses, e incluso cancelaron todas las deudas, algo de lo que todos podemos aprender. Veamos qué de todo esto se pondrá en práctica y qué se quedará en promesas huecas.

Un peligro real y presente sería cualquier intento de las fuerzas occidentales de volver a inmiscuirse en Afganistán. Hay muchos belicistas; tipos como John Bolton siempre quieren más guerra. Ahmad Massoud, un hijo del señor de la guerra del Norte, ya ha pedido armas para seguir luchando contra los talibanes. Se ha reunido con BHL (Bernard-Henri Lévy), el maestro franco-judío del discurso que siempre llega donde va a cuajar la tormenta.

Por eso el presidente Putin, en su rueda de prensa tras reunirse con Frau Merkel, dijo: “No nos interesa ahora hablar del fracaso de Estados Unidos. Nos interesa que la situación del país sea estable”. Vladimir Putin ha exigido que los países no se inmiscuyan en Afganistán tras la liberación de Kabul, y ha dicho que Occidente “debe detener la política irresponsable de imponer valores extranjeros desde el exterior”. Y eso puede ser un punto muy bueno, sí.

Israel Shamir, 21 agosto 2021

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Se puede contactar con Israel Shamir en adam@israelshamir.net

Original: https://www.unz.com/ishamir/the-sheer-joy-of-afghanistan/

Traducción: MP para Red Internacional

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