Colombia, “socio global” de la OTAN: una estocada más contra la Unasur – por Ariel Noyola Rodríguez
El ingreso de Colombia en la OTAN como “socio global” es una estocada más contra la integración suramericana. En vez de enfocar sus esfuerzos en fortalecer las capacidades del Consejo de Defensa Sudamericano, el presidente Juan Manuel Santos decidió inclinarse por una alianza con una coalición militar que defiende intereses imperiales.
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, finalmente ha hecho realidad una vieja aspiración: la incorporación de Colombia en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en calidad de “socio global”. Aunque muchos se sorprendieron con la noticia, la realidad es que la colaboración entre Colombia y la Alianza Atlántica viene de bastante tiempo atrás. Si bien el Gobierno de Álvaro Uribe comenzó el acercamiento con organizaciones internacionales, no fue sino hasta el año 2013 cuando se suscribió un primer acuerdo para iniciar la cooperación en los rubros de la seguridad y la defensa.
El acercamiento entre el Ministerio de Defensa de Colombia y la OTAN generó en aquel momento el rechazo de Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Brasil y Ecuador. “¿Cómo es posible que Colombia pida ser parte de la OTAN? ¿Para qué? Para agredir a Latinoamérica, para someterla”, expresó el presidente de Bolivia, Evo Morales, en junio de 2013. Mientras tanto, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, calificó el hecho como “una puñalada al corazón de los pueblos de nuestra América”.Tanto Bolivia como Venezuela solicitaron realizar una asamblea extraordinaria de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) para abordar el asunto y sus consecuencias, sin embargo, el encuentro nunca se llevó a cabo. Ahora, en contraste, el ingreso de Colombia en la OTAN como “socio global” el pasado 31 de mayo solo ha sido objetado por el Gobierno venezolano a través de la publicación de un comunicado de prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores. Bolivia por su parte, a cargo de la Presidencia pro tempore de la Unasur, sigue entrampada en las gestiones para elegir un secretario general del organismo multilateral y hasta la fecha no ha hecho ningún pronunciamiento.
La discusión sobre el nuevo estatus de la relación entre el Gobierno de Colombia y la OTAN está muy polarizada. Por un lado, están quienes piensan que la Administración de Santos no tenía otra alternativa que sumarse como “socio global” para incrementar sus capacidades en el terreno militar y, de este modo, promover un ambiente de paz y estabilidad en la región: la OTAN, integrada por 29 países, tiene una larga e invaluable experiencia que bien puede ser aprovechada.
Por otro lado, están quienes creen que la asociación de Colombia con la OTAN incrementa el riesgo de convertir al Cono Sur en una ‘zona de guerra’. Acusan que las Fuerzas Armadas de la Alianza Atlántica, acostumbradas a actuar al margen de la legalidad, podrían desplegarse a lo largo y ancho de la región y escarmentar a los Gobiernos que representan una amenaza potencial para EEUU que, dicho sea de paso, es el país que contribuye con el grueso del financiamiento de la coalición militar.
A mi juicio, no cabe duda de que la OTAN no va a traer paz ni estabilidad a la región suramericana. No obstante, no existe una sola prueba de que su mancuerna con Colombia pretenda aplacar, por ejemplo, a la Administración de Nicolás Maduro. Hay que recordar que, a principios de este año, el propio presidente Santos expresó su rechazo ante una eventual intervención militar de Washington en la nación bolivariana: “Esa no es la solución, una invasión de los marines en Venezuela resultaría catastrófica y además dejaría secuelas por varias generaciones. Una intervención militar de EEUU supondría una hecatombe para Venezuela y para las relaciones de América Latina con EEUU”.
Lo que está claro es que los militares de EEUU están volviendo a ganar posicionamiento en la región suramericana con el visto bueno de varios de los líderes políticos del continente. El ingreso de Colombia en la OTAN bajo el estatus de “socio global” evidencia que son los altos mandos militares estadounidenses quienes terminan dictando la agenda en los asuntos de seguridad y defensa. Hay que tomar en cuenta, además, que la cooperación militar entre Colombia y EEUU se extiende mucho más allá de coaliciones como la OTAN, incluye el ‘Plan Colombia’ y la instalación de siete bases militares.
Santos pone al desnudo su fascinación por las organizaciones de naciones industrializadas con vocación imperial. En opinión del ejecutivo colombiano, la OTAN es al sector de la defensa lo que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es a la economía y las políticas sociales: un grupo muy selecto en el que únicamente caben las naciones de vanguardia. “Colombia es el primer país de América Latina en tener ese tipo de relación con la OTAN, es un enorme privilegio”, presumió Santos durante una conferencia de prensa realizada en Bruselas (Bélgica) la semana pasada.
El también acreedor del Premio Nobel de la Paz en 2016 asegura que la adhesión de su país a la OTAN no busca sino fomentar un ambiente de paz y estabilidad. Colombia será solamente un “socio” y no un miembro de pleno derecho: el país no participará en ninguna de las incursiones militares encabezadas por la OTAN y tampoco será parte del protocolo de ‘respuesta conjunta’. Santos insiste que la participación de Colombia en la OTAN será de bajo perfil, sin grandes protagonismos. Además de Colombia, naciones como Japón, Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur son “socios globales”.
Bajo la perspectiva oficial, Colombia no obtendrá otra cosa de la Alianza Atlántica que no sean grandes beneficios en las áreas de la seguridad y la defensa: estandarización de procesos, capacitación, entrenamiento y modernización de las Fuerzas Armadas, etc. El esquema de cooperación es, según Santos, no solamente inofensivo sino producto de la generosa consideración que Washington y sus aliado tienen hacia los colombianos: la asociación, lejos de representar una costosa responsabilidad, permitirá a la nación suramericana ahorrar recursos.
Sin embargo, la buena impresión que Santos dice tener de la OTAN queda eclipsada ante la estela de destrucción y muerte que esta coalición militar ha dejado a su paso. En 2011, por ejemplo, su incursión en Libia resultó un desastre: la implantación de una zona de exclusión aérea con motivos supuestamente humanitarios se reveló como una operación fallida a costa de la muerte de mucha gente inocente. Su injerencia tampoco ha logrado mejores resultados en naciones como Afganistán e Irak. Ninguno de estos países se ha vuelto más seguro gracias a la intervención de las Fuerzas Armadas de EEUU y sus socios de la OTAN.
Por supuesto que es válido que Colombia o cualquier otro país suramericano busque mejorar las capacidades de sus Fuerzas Armadas. La cuestión central es qué tipo de alianzas son más convenientes para un país de América del Sur. La disyuntiva está entre apostar por bloques con vocación imperial como la OTAN, o bien, fortalecer la integración regional en los ámbitos de la seguridad y la defensa.
De hecho, entre las razones que motivaron el lanzamiento del Consejo de Defensa Sudamericano de la Unasur fueron enfrentar riesgos comunes de seguridad hemisférica (narcotráfico, terrorismo, trata de personas, armamentismo y defensa soberana de las fronteras) y hacer valer una política de buena vecindad. En la actualidad, por desgracia, el Consejo de Defensa Sudamericano se encuentra abandonado a su suerte y los espacios del diálogo no atraviesan por su mejor momento: a finales de abril, Colombia anunció junto con otros cinco países que dejaba de participar en la Unasur por tiempo indefinido alegando la falta de un secretario general.
Es una verdadera lástima que, en lugar de trabajar por el fortalecimiento de la unidad y la integración de América del Sur, el Gobierno colombiano se haya dedicado las últimas semanas a afinar los detalles de una asociación con un bloque militar que defiende a sangre y fuego los intereses de naciones industrializadas con vocación imperial. Es una estocada más en contra de la Unasur, pues la decisión de incorporar a Colombia en la OTAN como “socio global”, lejos de incrementar la confianza entre los países vecinos, está crispando las tensiones en la región.
Ariel Noyola Rodríguez, 4 junio 2018
Ariel Noyola Rodríguez: Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Corresponsal del Centro de Investigación sobre la Globalización (Global Research) en América Latina. Forma parte de varios Grupos de Trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). El Club de Periodistas de México lo ha galardonado en dos ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de Mejor Análisis Económico y Financiero.