En el país galo la llaman ley “anticasseurs” que se puede traducir como ley contra los alborotadores por lo que ya sabemos: una cosa es quien se manifiesta (pacíficamente, que es lo suyo) y otra muy diferente son los alborotadores. Unos no tienen nada que ver con los otros, por más que la realidad demuestre lo contrario, a saber, que las manifestaciones no son procesiones.
El nombre es interesante porque en Francia ya hubo una ley “anticasseurs” que se promulgó con el adulado “mayo francés” de 1968.
La protesta de los “chalecos amarillos” es mucho más importante que el Mayo del 68 y la represión, en lugar de apagar el movimiento, como dicen los medios, lo ha ido extendiendo y radicalizando. Los manifestantes apenas se acuerdan ya de los motivos por los que empezaron a salir a la calle, pero tienen la más viva imagen de la salvaje represión policial de estas 12 semanas, con sus muertos, sus heridos, sus detenidos y sus juicios.
Este fin de semana los “chalecos amarillos” han salido a la calle, más que nada, a protestar contra el terror policial y, si cometen el error de aprobar la nueva ley, la lucha no va a parar. El Ministerio del Interior empezó diciendo que este sábado se manifestaron en Francia 17.400 “chalecos amarillos”. Pero como hicieron el ridículo subieron la cifra a 58.600, mientras el sindicato France Police dice que fueron 290.000 (*).
El proyecto de ley impone una pena de hasta un año de cárcel a los manifestantes que escondan sus rostros con pañuelos, máscaras o capuchas. La intención confesada es facilitar el reconocimiento facial, llevar a los “alborotadores” a la cárcel, crear una lista negra de ellos e impedirles el derecho de manifestación.
Todo en nombre de la libertad y de los derechos. En Europa los gobiernos defienden la democracia acabando con ella.
Pero no podemos finalizar esta información sin dejar dos cosas apuntadas. La primera es que -como no podía ser de otra forma- Macron ve la mano negra del Kremlin detrás de los “chalecos amarillos” porque en lugar de leer la prensa francesa, prefieren Russia Today o Sputnik, y eso es intolerable.
Como consecuencia de ello, el ministro del Interior, Cristophe Castaner, asegura que los “vándalos” han destrozado el 60 por ciento de los radares que había instalados en las carreteras de Francia.
El hecho es cierto -en parte- pero posiblemente exagera en el porcentaje. Pero sigámosle la corriente como a cualquier otro tonto.
Cuando alguien trata de inutilizar un radar con pintura o tapando el cristal con un cartón, el radar sigue midiendo la velocidad porque funciona por microondas.
No obstante, al tapar el cristal, no puede obtener una foto de la matrícula del infractor, por lo que el Ministerio no puede imponerle una sanción.
Como el castigo no funciona, los conductores han rebasado los límites de velocidad en un 248 por ciento, añadió el ministro, que dejó ahí su argumentación, como si no hubiera más.
Lo que quería decir es que los conductores sólo respetan los límites de velocidad por miedo a las sanciones. Ya saben: la gente sólo respeta la ley con la amenaza del látigo. Al rebasar el límite de velocidad se pone en riesgo la vida de quienes circulan en la carretera y un Ministerio como el de Interior está para velar por nosotros, por nuestra salud, nuestro bienestar, etc.
Si eso fuera cierto, el número de víctimas debería haberse multiplicado desde que la mayor parte de los radares no generan multas. Quizá no deberían haber aumentado hasta un 248 por ciento, pero deberían haber subido bastante.
Pues bien, no es así: el número de víctimas en las carreteras francesas ha descendido un 3,4 por ciento, el número de heridos ha descendido un 27,1 por ciento y el número de muertos permanece igual en comparación con el mismo periodo del año anterior.
Conclusión 1: como muy bien sabe el Ministerio de Interior, los límites de velocidad en carretera no tienen por objeto reducir el número de accidentes sino incrementar la recaudación de dinero a base de multas.
Conclusión 2: los “chalecos amarillos” tienen razón y el Ministerio del Interior miente. ¡Qué sorpresa! La gente se ha hartado de que les saquen hasta el último céntimo de los bolsillos.