Justificar guerras con falsos testimonios (sabiendo que son falsos): el caso de Irak
La paradoja del mentiroso y la coartada de las armas de destrucción masiva
En 2013 Le Nouvelle Observateur, el típico medio de la socialdemocracia, publicó (*) un relato inverosímil de otra inverosimilitud: las armas de destrucción masiva que tenía Saddam Hussein escondidas en algún arsenal militar escondido.
Se trata de lavar la cara al imperialismo, al mismo tiempo que se critica algo, una mentira, que quedará en la historia ya para siempre como ejemplo de engaño y manipulación de masas. El engaño del engaño se puede resumir de la manera siguiente: nosotros engañamos porque, a su vez, fuimos engañados. Los imperialistas también fueron víctimas.
Rafid Al-Janabi, alias ‘Curveball’
En la lógica matemática no es tan diferente a lo que denominan como “la paradoja del mentiroso”, sólo que con consecuencia dramáticas: 100.000 civiles muertos y 15 años de una guerra sin fin.
El pretexto para la invasión de Irak comenzó el 5 de febrero de 2003 en la ONU. En un discurso famoso, el Secretario de Estado, Colin Powell, dijo: “No cabe duda de que Saddam Hussein tiene armas biológicas” y que “tiene la capacidad de producir más rápidamente” en número suficiente para “matar a cientos de miles de personas”.
Saddam Hussein también disponía de unos “laboratorios móviles” clandestinos que fabrican tóxicos atroces como “peste, gangrena gaseosa, ántrax o virus de la viruela”.
Cuando se vio obligado a poner las pruebas encima de la mesa, Powell añadió: “Tenemos una descripción de primera mano” de estos centros de exterminio.
Aquello “de primera mano” también era mentira. Powell se refería a “un desertor [que] actualmente vive en otro país, con la certeza de que Saddam Hussein lo matará si lo encuentra”. Es “un testigo directo, un ingeniero químico irakí que supervisó uno de estos laboratorios”, “un hombre que estuvo presente durante los ciclos de producción de agentes biológicos”.
¿Quién era exactamente este informante? Su nombre en clave es “Curveball”, tenía 31 años y estaba en manos del BND alemán.
“En aquel momento, no necesitaba saber nada más”, confesó luego el Powell. “Pensé que obviamente la CIA lo habría interrogado y verificado todas sus acusaciones”. La culpa no la tuvo Powell sino la CIA… Él sólo ejercía de megáfono del espionaje.
“Curveball”, el irakí que proporcionó el pretexto para la agresión era Rafid Al-Janabi, un refugiado que vive en un pequeño apartamento con su esposa y sus dos hijos cerca de Karlsruhe, en Alemania.
Rafid llegó al aeropuerto de Munich en noviembre de 1999, tres años antes del discurso de Powell. Salió de Irak gracias a un contrabandista y un pasaporte falso con el que llegó hasta Rabat, en Marruecos. Fue detenido por la policía alemana y enviado a un albergue para refugiados.
Se convirtió en uno de los 60.000 irakíes que esperan un permiso de residencia. Se da cuenta de que tiene pocas posibilidades y que, mientras tanto, tendrá que vegetar en un centro hacinado.
Nada más llegar, Rafid tuvo que contar su vida a un funcionario del albergue. “Soy ingeniero químico, graduado por la Universidad de Bagdad”, dice. “Trabajaba en una fábrica de semillas agrícolas en Djerf Al-Nadaf, a 70 kilómetros de Bagdad”.
Unos días después de su llegada exige ver a un superior. Tiene revelaciones que hacer. En realidad, dice, las semillas son sólo una tapadera; el laboratorio de Djerf Al-Nadaf no depende del Ministerio de Agricultura, sino del de Defensa. La planta es parte de un vasto programa clandestino de armas biológicas del que conoce todos los detalles.
Se inicia la bola de nieve: el albergue se pone en contacto con el espionaje. Rafid deja de ser interrogado por un funcionario y pasa a manos de un tal Dr. Paul, que se presenta como inspector de la ONU, especializado en armas de destrucción masiva. Es otra mentira: es el jefe de la división de armas químicas del BND.
Rafid le asegura al oficial que tras graduarse en la Universidad de Bagdad en 1994 fue contratado por la Comisión de la Industria Militar. “Primero trabajé en Al-Hakam”, donde un equipo de la ONU encargado de rastrear las armas prohibidas en Irak, Unscom, descubrió, unos años antes, los restos de pollos muertos por la inyección de toxinas.
El sitio era el principal centro clandestino de fabricación de armas biológicas. Fue destruido por Unscom en 1996. “En Al-Hakam, pasé dos años comprando piezas de repuesto”, dice Rafid.
El BND envía un resumen de los interrogatorios de la fuente milagrosa a su socio estadounidense habitual, el servicio de inteligencia del ejército estadounidense, el DIA, que tiene una base en Munich desde los años cincuenta. Allí, a lo largo de la Guerra Fría, a los delatores soviéticos sobre las armamento se les dio un nombre en clave que siempre terminaba en “ball”.
El DIA pone a Rafid el nombre de “Curveball”, un apodo que otros servicios de espionaje adoptarán sin entender que en la jerga anglófona, “curva” significa “engaño”.
Pero, ¿quién engaña a quién?
El espionaje alemán saca a “Curveball” del albergue y le proporciona un bonito apartamento amueblado, televisión por cable, seguro médico, un Mercedes, un guardaespaldas y una tarjeta de refugiado político. Cinco espías del BND se encargan de hacer su vida lo más agradable posible. Le enseñan la ciudad y descubren todos sus placeres, le invitan a los mejores restaurantes, a las discotecas más exclusivas. Sólo los desertores de lujo tienen derecho a ese trato preferencial, a tantas “niñeras”, como dice el BND. Los servicios le costarán al espionaje alemán más de 1 millón de euros en 2000.
A cambio, “Curveball” habla. Dice que el proyecto de laboratorio móvil nació en 1995. Cuando supo que Unscom iba a descubrir el centro de Al-Hakam, Saddam Hussein decidió continuar con el programa de armamento químico en camiones refrigerados que circulan por la ciudad.
Los camiones laboratorio se ensamblaban en la fábrica de semillas de Djerf Al-Nadaf, cuenta Rafid. Él estaba a cargo del proyecto. Las pruebas duraron dos años y los primeros laboratorios comenzaron a funcionar en 1997. Él vio personalmente a siete de ellos produciendo sustancias letales.
A Saddam Hussein Djerf Al-Nadaf le sabía a poco y ordenó construir otras seis laboratorios móviles clandestinos. Antes de que los inspectores de la ONU fueran expulsados de Irak, los laboratorios rodantes sólo funcionaban el viernes, el día de oración, cuando Unscom estaba inactivo.
Tras varios meses de interrogatorios, Raafid confiesa que el jefe de Djerf Al-Nadaf, al que identifica como Basil Latif, tiene un hijo, que es el principal comprador de productos destinados a la fabricación de agentes tóxicos. Pero Rafid no sabe que entonces Latif vivía en Dubai, donde los espías del BND y el MI6 le interrogaron en octubre de 2000.
Latif negó que el centro que dirigía produjera armas químicas y, lo que es mucho peor: su único hijo sólo tenía 16 años. La fábula de “Curveball” era mentira, pero a las mentiras también se les puede sacar provecho (tanto o más que a la verdad) en un terreno, como la diplomacia, donde casi todo es mentira.
Durante 18 meses el BND rompió todo contacto con Rafid, que pasó a convertirse en lo mismo que los demás refugiados: fuerza de trabajo a buen precio. Consiguió un trabajo en el Burger King de Karlsruhe.
En marzo de 2002, se casó con una joven marroquí, a la que dejó embarazada muy pronto.
Pero los acontecimiento comenzaron a precipitarse. Ocurrió el 11-S y el testimonio de Rafid podía últil precisameente por su falsedad.
En mayo de 2002, la CIA pidió al BND que volviera a ponerse en contacto con el irakí. Había recibido un centenar de entrevistas de “Curveball” y quería saber más (o menos, según se mire). Interrogado de nuevo, Rafid cambia la versión, es decir, cambia una mentira por otra mentira. Dice que en realidad no era el director del proyecto de laboratorio móvil sino sólo un asistente. Tampoco vio la fabricación de sustancias tóxicas ya que había abandonando Djerf Al-Nadaf.
Unos meses más tarde, en octubre de 2002, en un informe de alto perfil al Congreso, la CIA declara con “la más alta fiabilidad” que Irak tiene unidades móviles de producción de armas químicas. Ante una comisión parlamentaria, el jefe de la CIA, George Tenet, dijo que su servicio consideraba a Rafid como un “desertor creíble”.
No se lo creen ni siquiera dentro de la CIA. Tyler Drumheller, jefe de la división europea, quiere interrogar directamente a “Curveball”, que se niega. No quiere saber nada de americanos ni israelíes.
Pero la Casa Blanca necesita que el relato de “Curveball” sea verdad. Les da la coartada perfecta que necesitan.
El 18 de diciembre de 2002 Tenet le pregunta a su homólogo alemán, August Hanning. si la CIA puede usar la información de “Curveball” y le reitera la necesidad de interrogarle directamente. El jefe del BND se niega, aunque le permite usar la declaración falsa de Rafid con dos condiciones: que no se mencione el nombre del BND y se aaclare que las afirmaciones de no han sido confirmadas.
El 27 de enero el jefe de la sucursal de la CIA en Berlín advierte que “el uso de esta fuente [es] muy problemático”.
A pesar de los pesares, la Casa Blanca hace de su capa un sayo. El 28 de enero de 2003 Bush pronuncia un discurso en el que larga el asunto de los laboratorios móviles. En la ONU Powell repite el mismo mantra unos días después.
Pero el fraude fue muy rentable para el imperialismo desde el punto de vista mediático y en 2004 el BND le recompensó al mentiroso “Curveball” con una asignación mensual de 3.000 euros. Los paga una empresa ficticia creada en Munich por el espionaje. A cambio, tiene prohibido hablar con la prensa.
En 2007 el canal estadounidense CBS publicó el nombre de Rafid por primera vez y confirmó que vivía plácidamente de unas mentiras generosamente recompensadas por el presupuesto público alemán, a pesar de que en mayo de 2004, cuando el fraude ya había cumplido con el papel asignado, hasta CIA le había calificado como “mentiroso”.
A Rafid le quitaron entonces su asignación pero le concedieron la nacionalidad alemana y empezó vivir de las entrevistas porque la rueda de los engaños mediáticos es como la de los ratones enjaulados: no se cansan de dar vueltas sobre lo mismo para acabar en el punto de partida.