Afganistán, el 11 de septiembre y nosotros – por Israel Shamir
Cerrar el círculo, completar la Gestalt, abrir un nuevo capítulo… cualquier símil vale para el caso, pero elegir el 11-S para el día de la inauguración requiere un sentido del humor muy fuerte. Esto mismo es lo que decidieron los talibanes. Su nuevo gobierno, el primero al cabo de 20 años que gobierna desde Kabul, se inaugurará el 11 de septiembre. Decidieron trollear al Tío Sam. Además de elegir fecha tan propicia, los talibanes han dotado de altos cargos al gobierno interino con graduados de Guantánamo, mientras que el propio ministro del Interior tiene una recompensa de 5 millones de dólares ofrecida por Estados Unidos para su captura. Estos son los líderes de los que todo país debería estar orgulloso. Los rusos y los chinos prometieron asistir a la toma de posesión a nivel de embajadores. Mejor aún, los rusos y los chinos se negaron a asistir a una conferencia sobre Afganistán dirigida por Occidente. De hecho, necesitamos menos armonía y menos acuerdos para que la palabra “libertad” conserve algún significado.
Hace apenas unos días, los talibanes lograron someter el último enclave de tamaño considerable controlado por los señores de la guerra: El desfiladero de Panjshir, un valle montañoso en las estribaciones del Hindu Kush, un lugar difícil de entrar (pero salir de allí es aún más difícil), poblado por tayikos y otras etnias, era un lugar natural para excitar la enemistad tribal contra los talibanes predominantemente pashtunes. Con suerte, Panjshir habría podido utilizarse para bloquear la carretera a Mazar-i-Sharif, para cortar el norte y hubiera permitido reavivar la guerra civil.
Dos personas estaban detrás de este esfuerzo: el antiguo vicepresidente, Amrullah Saleh, y el hijo del señor de la guerra del Norte, Ahmad Massoud. Saleh se autodenominaba “jefe legítimo” de Afganistán: tras la vergonzosa huida del presidente Ghani, se sentía con derecho a heredar el país. Saleh estaba estrechamente relacionado con la CIA, según fuentes estadounidenses.
Massoud Jr. estudió en Inglaterra; está asesorado por BHL (Bernard-Henri Lévy), el provocador y aventurero franco-judío, el maestro del discurso que siempre se adelanta a la tormenta. (Victor Pelevin se basó en BHL en su novela S.N.U.F.F. ¡Sí, es el mundo de Pelevin!) Massoud llamaba a su banda “fuerzas de la resistencia”; seguro que era una idea de BHL. Como todo buen judío, BHL está condenado a vivir y revivir para siempre la Segunda Guerra Mundial, y ¿qué lema podría ser mejor que La Resistencia, algo sacado directamente del film Casablanca?
El Washington Post publicó el llamamiento de Massoud a los estadounidenses para que le apoyaran con dinero y armas en nombre de “la democracia y los derechos humanos”. Los neoconservadores estaban encantados. Había surgido una oportunidad para renovar la lucha en el país. Massoud y Saleh abandonaron el plan de reconciliación propuesto por los talibanes. Pensaron que los talibanes no se atreverían a entrar en su zona montañosa, pero calcularon mal. El lunes 6 de septiembre, los talibanes tomaron el valle; se supone que Saleh huyó a Tayikistán. Massoud Jr. escapó a un rincón de las altas montañas y prometió volver. ¿Volverá?
Los periodistas británicos que simpatizan con Massoud creen que le queda ninguna posibilidad después de esta derrota. Puede hablar de su voluntad de ganar y de su determinación para seguir luchando, pero tiene menos de un centenar de combatientes con él, y ninguna señal de apoyo masivo. Es capaz de organizar una salida, una emboscada, pero no es una amenaza seria para los talibanes; al menos por ahora. Oiremos hablar de él como de otro Guaidó; muchas embajadas afganas en el mundo dijeron que reconocen y representan a Saleh. Pero sin el control real de la tierra, esto no significará nada más allá de una excusa para saquear algunos activos afganos.
Massoud y Saleh vienen repitiendo el error de Ashraf Ghani, el anterior presidente. Pensaron que podrían seguir negociando durante mucho tiempo y mejorar sus cartas de triunfo al mismo tiempo; finalmente conseguirían mejores condiciones. Pero resultó que los talibanes no estaban dispuestos a regatear. Ofrecieron al enemigo de ayer unirse a sus filas; una oferta generosa, pero con la condición de que se sometieran al mando supremo talibán. Massoud esperaba conservar la plena autonomía, pero era un sueño hueco.
Todo el mundo quiere que los talibanes formen una amplia coalición de gobierno en Afganistán; un gobierno que incluya una representación de tayikos, uzbekos y otros grupos étnicos. Parece que esta idea también es aceptable para los talibanes. Pero no quieren conceder una amplia autonomía a estos grupos y darles la oportunidad de separarse. Las regiones étnicas autónomas cohesionadas traen problemas. Socavaron la URSS; amenazan a España y al Reino Unido, mientras que Francia prospera sin conceder autonomía a los catalanes, a los bretones, etc.
Así que, aunque la idea de un gobierno inclusivo es buena, dejemos que los afganos lo solucionen entre ellos, sin interferencias occidentales. Occidente tuvo 20 años para formar gobiernos en Afganistán, ahora les toca a los afganos. Los ocupantes de ayer reclaman superioridad moral y dicen a los liberados cómo deben formar un gobierno basado en ideas occidentales. Esto no pasa de ser una mentira hipócrita, como siempre. Si valoran tanto la inclusión étnica, que convenzan a los judíos de que den los mismos derechos y el mismo número de carteras gubernamentales a los palestinos. Si valoran la inclusividad ideológica, que compartan el poder con los grandes partidos, con Le Pen en Francia, con la AfD en Alemania, con Trump en EEUU. Oh, es más fácil aconsejar a los demás que poner en práctica lo correcto en casa.
A pesar de su brillante victoria militar, los talibanes lo tendrán difícil con los marimachos entrenados por Estados Unidos que ya marchan por las calles de Kabul como lo hicieron sus hermanas y mentores en Washington en enero de 2017. Esta trampa del género es el mayor daño causado por EEUU al tejido mundial. Esperemos que, equipados con su tradición y la justicia de la sharia, los talibes afganos se las arreglen mejor que los ‘deplorables’ estadounidenses. Las lesbianas feroces son un enemigo duro, ya que los hombres blancos occidentales se han acobardado y son incapaces de resistirse a ellas.
Mientras se preparan para las conmemoraciones del 11-S, deberían leer el excelente artículo largo de Ron Unz[1] escrito especialmente para esta ocasión, y/o un artículo corto que escribí y publiqué hace 20 años. Unz dice que fue el Mossad quién lo hizo; yo me resisto a dar ese crédito al Mossad. Quienquiera que haya realizado el atentado del 11 de septiembre de 2001, llevó a cabo una acción audaz y proporcionó mucho placer al mundo abusado por los Estados Unidos. La gran mayoría de la humanidad disfrutó viendo cómo se golpeaba a sus abusadores. Sí, la consecuencia del 11-S, la Guerra contra el Terror, fue horrible, pero los mismos culpables podrían haberla declarado con un pretexto menos espectacular, o sin pretexto alguno. Sí, la historia oficial del 11-S es y sigue siendo inverosímil, pero no más inverosímil que Covid-19…
Así comentaba yo en el susodicho artículo “Oriente Expreso“:
“Como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, los kamikazes desconocidos se dirigieron con sus gigantescas naves hacia los dos símbolos visibles de la dominación mundial estadounidense, Wall Street y el Pentágono. Desaparecieron entre llamas y humo, y aún no sabemos quiénes eran. Podrían ser prácticamente cualquiera:
Nacionalistas norteamericanos, comunistas norteamericanos, cristianos fundamentalistas norteamericanos, anarquistas norteamericanos, cualquiera que rechace los dioses gemelos del dólar y el MI-6, que odie el mercado de valores y las intervenciones en el extranjero, que sueñe con una América para los norteamericanos, que no quiera apoyar el impulso de la dominación mundial. Pueden ser nativos americanos que regresan a Manhattan, o afroamericanos que aún no han recibido compensación por la esclavitud.
Podrían ser extranjeros de prácticamente cualquier extracción, ya que Wall Street y el Pentágono arruinaron la vida de muchas personas en todo el mundo. Los alemanes pueden recordar el ardiente holocausto de Dresde con sus cientos de miles de pacíficos refugiados incinerados por la fuerza aérea estadounidense. Los japoneses no olvidarán el holocausto nuclear de Hiroshima. El mundo árabe sigue experimentando el holocausto de Irak y Palestina. Los rusos y los europeos del este sienten la vergüenza de Belgrado vengada. Los latinoamericanos piensan en las invasiones estadounidenses de Panamá y Granada, en Nicaragua destruida y Colombia desfoliada. Los asiáticos cuentan por millones sus muertos de la guerra de Vietnam, los bombardeos de Camboya, las operaciones de la CIA en Laos. Incluso un locutor de la televisión rusa, pro-estadounidense, no pudo abstenerse de decir: “ahora los estadounidenses empiezan a entender los sentimientos de Bagdad y Belgrado”.
Los jinetes del Apocalipsis podían ser cualquiera que hubiera perdido su casa a manos del banco, que hubiera sido expoliado de su trabajo y dejado en paro permanente, que hubiera sido declarado un Untermensch por el nuevo Herrenvolk. Podrían ser rusos, malayos, mexicanos, indonesios, pakistaníes, congoleños, brasileños, vietnamitas, ya que sus economías fueron destruidas por Wall Street y el Pentágono. Podrían ser cualquiera, y lo son todos. Su identidad es bastante irrelevante, ya que su mensaje es más importante que sus personalidades, y su mensaje se lee alto y claro en la elección de los objetivos.
Si yo fuera musulmán, preferiría atribuir el 11-S a héroes musulmanes antes que a unos embaucadores judíos. En el fondo, se trata de saber si apruebas la hazaña o no. Si lo haces, o al menos lo toleras, puedes decir que lo hicieron valientes musulmanes. Si no lo apruebas, puedes pensar que lo hicieron agentes del Mossad que, de todos modos, están haciendo todo tipo de cosas horribles. La verdad es importante, claro; pero la narrativa es algo precioso, hay que manejarla con cuidado…”
Aquellos tiempos dorados
¿Habrá vuelto Elvis? Después del regreso de ABBA no me sorprendería. Parece que están intentando exprimir la última gota de creatividad de la generación que se está yendo, porque la nueva generación no tiene ninguna. La película más destacada de 2021 es un remake de Dune, la película de David Lynch de 1984. El remake cuesta mucho más que el original, pero sigue siendo la película más aburrida del año. Otras películas recientes son películas realmente viejas retocadas como Escape from New York (New York 1997) o películas viejas renovadas por el canon woke, con el Hada Madrina de Cenicienta interpretada por un negro gay (!) La canción de ABBA Don’t Shut Me Down, implica que los viejos cantantes han vuelto como rediseñados por ordenador:
Pero en la forma que aparezco ahora he aprendido a arreglármelas…
Y ahora ves a otro yo, he sido recargada, con un yo que ha sido decodificado
Estoy encendida, estoy caliente, no me apagues
No soy la que conociste
Te pido que tengas una mente abierta
Esta no es una canción sobre los humanos; a los humanos no nos recargan, ni decodifican, ni se nos enciende o apaga. Todas estas palabras pertenecen al mundo de la informática, o a alguna mezcla de hombre y máquina. Esta canción será el himno de la transhumanidad, me dijo un amigo sueco; y añadió con algo más que un toque de orgullo que la pequeña Suecia es la que proporcionó los avatares de dos de los movimientos ideológicos más destacados, Greta por lo Verde y ABBA por lo transhumano.
Ahora los superricos buscan la inmortalidad, nos dice un extenso artículo de Technology Review sobre Altos Labs, un instituto secreto y muy bien financiado del Silicon Valley. Al parecer, Jeff Bezos y Yuri Milner quieren vivir para siempre; estos ricos bastardos creen que son tan valiosos para Dios, la Humanidad y el Universo que deberían mantenerse vivitos y coleando después de que todos los demás regresen al Creador. No conozco una sola característica redentora que posean estos dos hombres. Sí, acaparan muchos recursos de otros hombres, pero no hicieron avanzar a la humanidad ni un solo centímetro. No escribieron un poema, no pintaron un cuadro, no inventaron; no cometieron un acto heroico de sacrificio, no son arrojados; no hicieron nada por lo que los dioses compartirían su mesa y las diosas, sus camas; ni consiguieron garantías para la inmortalidad, de hecho. Sólo atesoraron dinero. Y con ese dinero quieren comprarnos el tiempo que nos corresponde.
Estos tipos deberían ser quemados en una hoguera de Central Park por la temeridad de su empresa: de robar y hurtar a millones de trabajadores el fruto de su trabajo, de su vida – para vivir más tiempo. ¡Vuelvan al ataúd, horripilantes zombis! Porque eso es lo que son: muertos vivientes. En lugar de la inmortalidad, estas personas promueven el aferramiento interminable a los vestigios de la vida, en lugar de lo normal, como reza el Eclesiastés: “Una generación se va y viene otra, pero la tierra permanece para siempre” (Ecl 1:4).
Terry Pratchett, en su novela de la serie Mundodisco, Reaper Man, imaginó un mundo del que la Muerte se había retirado, y es un desastre. Pero este lío es normal en comparación con el sistema de dos niveles previsto por el transhumanismo: todo el mundo muere, pero algunos bastardos ricos viven para siempre. Para mí, es un anuncio de que pronto va avolver la pena de muerte para los acaparadores.
El problema es que, aunque son muy pocos los que pueden beneficiarse de esta evolución, también son muy ricos. Quieren vivir eternamente, algo que a los cristianos nos sale gratis, pero prefieren confiar en la ciencia. Hace poco escribí sobre esta tendencia, y ahora Victor Pelevin publicó la semana pasada un divertido libro satírico titulado Transhumanism INC.
Para los que no sepan de quién hablo: Pelevin es probablemente el escritor ruso vivo más importante, una especie de Voltaire del siglo XXI. Es un enigma, pues nadie lo ha visto en los últimos diez años, aunque produce un libro al año, y lo publica invariablemente a principios de septiembre. Sus primeros libros fueron traducidos y publicados en Occidente, sobre todo por su carácter antisoviético. Más tarde, arremetió (o soltó la risa) contra la agenda dominante occidental, y Occidente dejó de publicarlo en inglés, mientras que sus libros se imprimen en sus millones de ejemplares para los lectores rusos políticamente incorrectos. Un lector de Ron Unz disfrutaría de sus escritos satíricos. Pelevin tiene una opinión sobre Wikileaks y Afganistán (Los códigos antiaéreos de Al Efesbi); sobre los derechos humanos como pretexto para bombardear (S.N.U.F.F.); los roles de género y la diversidad (IPhuck 10); la corrección política como un complot de la GRU contra la sociedad estadounidense (El arte de los toques de luz); y ahora el transhumanismo.
La historia tiene lugar dentro de trescientos años; las personas más importantes del mundo se han deshecho de sus cuerpos y han trasladado sus cerebros para que sean guardados y atendidos para siempre por la Transhumanism Inc mientras disfrutan de delicias paradisíacas inducidas digitalmente. Todos los humanos tienen un implante cerebral y son guiados por la IA. El trabajo sucio lo realizan esclavos clonados que son todos blancos para ajustarse a las ideas del BLM. Por ley, los esclavos deben llevar siempre una máscara en la cara, independientemente de la situación epidemiológica. Los propios esclavos no se enferman, pero transmiten los virus de forma asintomática. Prácticamente no hay sexo, tal y como lo conocemos: las mujeres prefieren sodomizar a sus parejas masculina,s vengándose del patriarcado. La agenda verde ha triunfado; no hay coches, sólo caballos y carruajes implantados con chips. La electricidad es cara y la gente se las arregla con lámparas de queroseno.
La Transhumanism Inc. tiene una filial, Open Mind, que se ocupa de la mente de la gente. Open Mind es un Facebook mejorado del que no puedes alejarte, o unas gafas inteligentes de Google que no puedes quitarte. Cuando miras a una persona o un edificio, o escuchas una canción, Open Mind te sugiere la reacción correcta, la valoración adecuada. La hija de un banquero parece encantadora, una canción popular suena popular, con tal que los creadores hayan pagado por la publicidad. Así, las respuestas humanas se mantienen bajo control. Este sistema coexiste con la política local. La Rusia de la novela tiene un gobierno casi comunista-nacionalista que también tiene acceso al implante, pero la gran mayoría de las respuestas están determinadas por el mercado, es decir, por la Transhumanism Inc. El gran líder ruso comunista-nacionalista, un Putin con esteroides, también tiene su cerebro almacenado, junto al cerebro de Sheikh Ahmed, el líder de la Jihad Mundial.
No es muy diferente de lo que tenemos hoy en día. Los gobiernos difieren, los partidos difieren, desde Putin hasta Modi, pasando por Biden o Merkel, pero las respuestas humanas y la agenda son bastante similares en todo el mundo, ya sea en cuanto al covid o al clima, a la privatización o a los transgénero. Donde no son tan similares, se están moviendo hacia esta similitud. En el triste mundo del transhumanismo, los líderes sucumbieron a la suprema tentación de vivir para siempre en el paraíso sin dejar de manteneerse en contacto con sus países. Sus cerebros (metidos en frascos) están en una estantería en un sótano bien protegido en Londres, o en Nevada, pero en un momento dado pueden conectarse con sus asistentes (como en la película Avatar) e interactuar con gente menor.
En nuestro mundo, tenemos a Zuckerberg, el hombre que decide lo que podemos o no podemos decir y leer. En el mundo de Pelevin, es Goldenstern (¡sic!) cuyo nombre es tabú, a menos que vaya precedido del epíteto ‘el justo’. Goldenstern El justo está bien; de lo contrario, verá limitado el acceso a su cuenta… Goldenstern es considerado un judío, por cierto. Todo el sistema funciona en beneficio de criaturas de tipo vampírico que se alimentan de la energía, el pensamiento y la creatividad humanos.
Y aunque el libro es una ficción, o incluso una fantasía, cuando miro el arte, el cine, la música de hoy siento que la creatividad humana ha sido succionada y la energía humana se ha limitado a obtener beneficios; mientras que los políticos parecen todos muy diferentes pero sus cerebros podrían estar en la misma estantería del mismo sótano e incluso recibir sus órdenes del mismo supervampiro.
Israel Shamir, 9 septiembre 2021
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Se puede contactar con Israel Shamir en adam@israelshamir.net
Traducción : MP para Red Internacional
Articulo Original: 9/11 Afghanistan
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