El fantasma del Fanar (El Cisma de la Ortodoxia en Ucrania) – por Israel Shamir

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El mundo ruso se encuentra atrapado en un drama. Su Iglesia Ortodoxa dirigente enfrenta un cisma en el marco de una campaña por una iglesia independiente propia. Si el régimen de Kiev logra su cometido, entonces se reforzará la ruptura entre la Rusia propiamente dicha y su parte occidental separatista, Ucrania. La Iglesia rusa sufrirá una gran pérdida, comparable con la emergencia de la Iglesia anglicana para los católicos. Sin embargo, existe la posibilidad de que los rusos salgan beneficiados, ganando más de lo que podrían perder.

De hecho, Ucrania posee su propia iglesia autónoma, la Iglesia Ortodoxa Ucraniana, la cual forma parte de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Su autonomía es muy amplia, se le puede considerar prácticamente independiente en cada aspecto salvo su reconocimiento nominal de la supremacía rusa. La Iglesia ucraniana no rinde tributo a Moscú, elige sus propios obispos; no tiene razón alguna para exigir más autonomía. Al menos ninguna una razón tangible.

Pero en Ucrania existe una fuerte tendencia separatista, con un matiz un tanto romántico y nacionalista, comparable al de los escoceses o al separatismo de la región francesa del Languedoc. Esta tendencia puede remontarse al siglo XVIII, cuando el gobernante nombrado por Moscú, el Hetman Iván Mazepa, se rebeló contra Pedro el Grande de Rusia y estableció una alianza con el rey guerrero de Suecia Carlos XII. Cien años después de la revuelta, Alexander Pushkin, el más importante entre los poetas rusos, compuso un bello poema romántico llamado Poltava(a partir del “Mazepa” de Byron) donde pone en boca deMazepa las siguientes palabras:

“Hemos agachado por lago tiempo la cabeza, sin respeto ni libertad, bajo el yugo patronal de Varsovia, bajo el yugo del despotismo de Moscú. Pero ahora ha llegado el momento de que Ucrania crezca y se vuelva una potencia independiente”.

Este ideal romántico de una Ucrania independiente se volvió realidad después de la revolución de 1917, bajo la ocupación alemana al final de la primera guerra mundial. En un año o dos, mientras las derrotadas tropas alemanas se retiraban, la Ucrania independiente pasaba a ser soviética y a unirse a la Rusia soviética en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. E incluso como parte de la misma URSS, Ucrania era independiente y tenía su propio asiento en la ONU. Cuando el presidente ruso Boris Yeltsin disolvió la URSS, Ucrania se volvió de nuevo plenamente independiente.

En 1991, al divorciarse de una Rusia en ruinas (después de cientos de años de integración), Ucrania se llevó una gran porción de los recursos físicos y humanos de la antigua URSS. Este extenso país con su gente trabajadora, un suelo fértil, la crema y nata de la industria soviética con su producción de aviones, misiles, trenes y tractores, con el mejor y más grande ejército de entre los miembros del Tratado de Varsovia, con sus universidades, sus carreteras, su proximidad con Europa, con una cara infraestructura que conectaba el este con el oeste, Ucrania, pues, tenía mayores probabilidades de éxito que la arruinada Rusia.

Pero las cosas no salieron bienasí, por razones que discutiremos en otra ocasión. Convertida rápidamente en un Estado fallido, Ucrania fue abandonada por sus habitantes más valiosos, quienes se precipitaron en masa hacia Rusia o Polonia; sus industrias fueron desmanteladas y vendidas al precio de chatarra. La única compensación que ofrece el Estado a partir de ese momento es un mayor nacionalismo, declaraciones más fervientes de su independencia.

Esta búsqueda de plena independencia ha sido hasta menos exitosa que las medidas económicas o militares. El régimen de Kiev logró deshacerse del yugo de Moscú pero se volvió servil ante  Occidente. Sus finanzas son supervisadas por el FMI, su ejército por la OTANy su política exterior por el Departamento de Estado de Washington. La independencia real se volvió una meta ilusoria, más allá de las posibilidades de Ucrania.

Una ruptura total de la Iglesia ucraniana con la supremacía nominal de Moscú le pareció al presidente Petro Poroshenko un sustituto convincente de independencia efectiva, especialmente en vista de las próximas elecciones. Se dirigió al Patriarca de Constantinopla, su Santidad Ecuménica Bartolomé I, para pedirle le concediese a su iglesia la plena independencia, lo que se conoce como ‘autocefalía’, en el lenguaje eclesiástico.

Bien, pero ¿a qué le llama ‘su iglesia’? La gran mayoría de los cristianos ortodoxos de Ucrania y sus obispos están satisfechos con su estatus dentro de la Iglesia rusa. Tienen a su propio jefe, el beato arzobispo metropolitano Onufrio, quien tampoco se queja de su posición. No ven necesidad alguna de autocefalía. Sin embargo, Ucrania tiene dos pequeñas iglesias ortodoxas disidentes, una administrada por el ambicioso obispo Filaret Denisenko (Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado  de Kiev) y la otra por MacariusMaletitch (Iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana); ambas son muy nacionalistas y anti-rusas, apoyan al régimen de Kiev y reclaman su autonomía, a ambas se les considera ilegítimas en el resto del mundo ortodoxo. Estas dos iglesias pequeñas son embriones potenciales de una futura Iglesia ucraniana del presidente Poroshenko.

Ahora regresemos a Bartolomé I. De acuerdo con su título, se trata del Patriarca de Constantinopla, pero buscaríamos en vano esta ciudad en el mapa. Constantinopla, la capital cristiana del Imperio Romano de Oriente, la ciudad más grande de su época, sede de los emperadores romanos, fue conquistada por los turcos otomanos en 1453 y se volvió la islámica Estambul, la capital del imperio otomano y del último califato musulmán; desde 1920, es una ciudad que pertenece a Turquía. El Patriarcado Ecuménico de Constantinopla es un fósil fantasma de un pasado glorioso; posee algunas iglesias, un monasterio y uno que otro monje ambicioso situado en Fanar, un antiguo barrio griego de Estambul.

El gobierno turco considera a Bartolomé I como obispo de los griegos locales, negándole su título de Patriarca Ecuménico que data del siglo VI. Hay sólo tres mil griegos en la ciudad, así que Bartolomé I detenta una influencia mínima. Su Patriarcado es un fantasma en el mundo de los fantasmas, tales como los Caballeros de las Órdenes de Malta y del Temple, los reyes de Grecia, Bulgaria y Serbia, los emperadores de Brasil y del Sacro Imperio Romano Germánico. La palabra fantasma no es una mala palabra. Los fantasmas son adorados por románticos enamorados de los antiguos rituales y de los uniformes con agujetas doradas. Estos caballeros honorables no representan a nadie, no tienen ninguna autoridad, pero pueden otorgar certificados de apariencia grandiosa y de hecho lo hacen.

La Iglesia ortodoxa difiere de su hermana católica romana por no tener una figura central como el Papa de Roma. Los ortodoxos tienen unos pocos representantes de las iglesias nacionales del mismo rango que los católicos, llamados Patriarcas o Papas. El Patriarca de Constantinopla es uno de esos catorce dirigentes, aunque él goza de un mayor respeto por tradición. Ahora, el fantasma del Fanar busca conseguir una posición mucho más poderosa, como la del Papa de Roma para la Iglesia occidental. Su organización afirma que “El Patriarcado Ecuménico tiene la responsabilidad de ser la Iglesia que posee la última palabra en el mundo ortodoxo, y es la única que puede establecer iglesias autocéfalas o autónomas”. Todo esto lo niega la Iglesia rusa, que es por mucho la Iglesia ortodoxa más grande del mundo.

Como la Iglesia ucraniana es parte de la Iglesia rusa, podría pedir su plena independencia (autocefalia) a Moscú, pero no es para nada lo que desea hacer. Las dos pequeñas iglesias disidentes de Ucrania prefirieron acercarse alFanar, y el líder delFanar estuvo más que contento de entrar en el juego. Envió a dos de sus obispos a Kiev y comenzó con el plan de establecer una iglesia ucraniana unificada. Esta iglesia no sería independiente o autocéfala; sería una iglesia bajo el control directo del Fanar, una iglesia estavropegialo simplemente autónoma. Para los nacionalistas ucranianos, se trataría de un triste recordatorio del pasado: tener que elegir entre unirse a Moscú o a Estambul, como sus ancestros lo tuvieron que hacer hace cuatro siglos. La independencia total no está sobre la mesa.

Para el Fanar, no se trataba de su primera incursión en territorio ruso: Bartolomé I también utilizó la postura anti-rusa de Tallin y tomó parte de las iglesias de Estonia y sus creyentes bajo su control. Sin embargo, los rusos no lo tomaron a mal por dos razones. Estonia es un país pequeño, no tiene muchas iglesias ni congregaciones; y además, el Fanar ya había tomado ciertas posturas en Estonia en el periodo de entreguerras, cuando a la Rusia soviética le importaba poco la Iglesia. Pero Ucrania es un caso aparte: es un país muy grande, el corazón de la Iglesia rusa, y la reivindicación de Constantinopla por este país es inválida.

Los rusos dicen que el presidente Poroshenko sobornó a Bartolomeo I. Esto es un absurdo de muy baja categoría, aunque el Patriarca no es reacio a aceptar regalos. Bartolomeo I tenía una razón muy válida para aceptar la oferta de Poroshenko. Si llevara a cabo su plan de establecer una iglesia de Ucrania bajo su mandato directo, ya sea autónoma o stavropegial o hasta autocéfala, dejaría de ser un fantasma para convertirse en un verdadero dirigente eclesiástico con millones de feligreses. La Iglesia ucraniana es la segunda,sólo después de la rusa en el mundo ortodoxo, y si pasara bajo  control de Constantinopla entonces permitiría a Bartolomé I convertirse en el dirigente ortodoxo más poderoso del mundo.

También los rusos tienen la culpa de muchos de sus fracasos. Se precipitaron a aceptar al fantasma delFanar como una realidad en su obsesión por aprobación y reconocimiento extranjeros. Podrían haberse olvidado de él hace tres siglos en lugar de buscar de vez en cuando una confirmación de su parte. Es peligroso someterse a los débiles; y tal vez sea más arriesgado que someterse a los fuertes.

Se me viene a la mente la ya olvidada novela de H.G. Wells, El alimento de los Dioses[1]. Es la historia de un alimento asombroso que hace que los niños crezcan como gigantes hasta cuarenta pies de alto. La sociedad maltrata a los jóvenes titanes. En un episodio particularmente potente, una mala y vieja bruja regaña a estos niños inmensos, tres veces más grandes que ella, y tímidamente aceptan obedecer sus estúpidas órdenes. Al final, los gigantes se logran imponer, se liberaron del yugo al que estaban sometidos y lo hicieron con la cabeza bien alta. Wells evoca a estos “jóvenes gigantes, enormes y hermosos, relucientes en sus cotas de malla, ultimando los preparativos para el día siguiente. A la vista de ellos cobró ánimos. ¡Eran tan fácilmente poderosos! ¡Eran tan altos y tan valientes, tan seguros en sus movimientos!”[2].

Rusia es un joven gigante que trata de cumplir reglas establecidas por enanos. La organización internacional denominada PACE (la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa), donde a Rusia se le trata de forma grosera y ni siquiera se le permite defenderse, es un buen ejemplo de ello. Los tribunales internacionales donde Rusia tiene pocas probabilidades de hacer oír su voz son otro ejemplo. El presidente Donald Trump ha sacado a los EUA de algunas organizaciones internacionales, aun cuando su país tiene un peso enorme en los asuntos internacionales y todos los Estados hacen caso de la posición estadounidense. La voz de Rusia no logra hacerse oír y sólo ahora los rusos comienzan a considerar las ventajas de un Ruxit.

Las reglas eclesiásticas están igualmente sesgadas puesto que colocan al Estado ortodoxo más grande con millones de fieles cristianos en la misma posición que los fantasmas orientales.

En los tiempos del imperio otomano, el Patriarca de Constantinopla tenía un peso real. El sultán defendía su posición, sus decisiones tenían implicaciones jurídicas para los asuntos ortodoxos del imperio. Causó muchos problemas a la Iglesia rusa, pero los rusos tenían que acatar sus decretos porque se trataba de un agente del imperio. Después de la revolución de Ataturk, el Patriarca perdió su estatus, pero la Iglesia rusa, este joven gigante, continuó reverenciándolo y apoyándolo. Después de 1991, cuando Rusia se volcó de nuevo a su Iglesia anteriormente abandonada, la Iglesia rusa multiplicó su generosidad hacia el Fanar y se dirigió hacia él para pedir que la orientase, pues la Iglesia de Moscú se sentía confundida y poco preparada para su nueva posición.En medio de la duda, regresó a la tradición. Podemos compararlo con los “burgos podridos” de las novelas de Charles Dickens, ciudades que enviaban tradicionalmente sus representantes al Parlamento aunque apenas tuvieran habitantes.

En esta búsqueda por la tradición, la Iglesia rusa se unió con la Iglesia rusa en el extranjero, la estructura de los emigrados con su escabrosa historia que incluía el apoyo hacia Hitler. Su principal contribución fue un feroz anticomunismo y un rechazo del periodo soviético del pasado ruso. Sin embargo, todo esto podía justificarse por el afán de los rusos por celebrar a los blancos frente a los rojos, y hacer posible el regreso de los emigrados al seno del pueblo ruso. Pero honrar al fantasma del Fanar como el líder honorífico del mundo ortodoxo no tenía ni la más mínima justificación.

El Fanar tuvo el importante respaldo del Departamento de Estado americano. La diplomacia estadounidense siempre prestó su mano amiga a los fantasmas: por muchos años, Washington apoyó a los gobiernos fantasmas en exilio de los Estados bálticos, y este apoyo se vio compensado con creces en 1991. Ahora, el apoyo estadounidense alFanar ha valido la pena en el marco de este renovado ataque hacia Rusia.

Quizás el Patriarca del Fanar subestimó la posible reacción rusa ante su injerencia en Ucrania. Se acostumbró al amable trato de los rusos; seguramente se acordó cuando los rusos aceptaron, sumisamente, su adquisición de la Iglesia de Estonia. Motivado por los EUA y por sus propias ambiciones, tomó la radical decisión de anular el acuerdo de Constantinopla que data del siglo XVII en lo que concierne a la cesión de la sede metropolitana de Kiev a Moscú, envió a sus obispos y se apropió él mismo de Ucrania.

La Iglesia de Moscú excomulgó a Bartolomé I, y prohibió a sus sacerdotes participar en servicios litúrgicos con los sacerdotes del Fanar y con los sacerdotes que acepten a los sacerdotes del Fanar. Mientras que el fin de la comunión con los sacerdotes del Fanar no es para nada doloroso, la siguiente etapa, la de prohibir toda comunión con las Iglesias que se nieguen a excomulgar al Fanar sí que es un paso radical.Otras Iglesias ortodoxas no aprecian las acciones del Fanar. Están conscientes de que las nuevas reglas del Fanar podrían constituir una amenaza para ellos también. No tienen ningún interés por establecer un Papa por encima suyo. Pero dudo que estén listos para excomulgar al Fanar.

La Iglesia rusa podría tomar un camino menos radical y más ventajoso. La unidad del mundo ortodoxo se basa en dos principios separados. Uno es la eucaristía. Todas las Iglesias ortodoxas están unidas en la comunión. Sus sacerdotes pueden celebrar y aceptar la comunión en cualquier iglesia reconocida. El segundo principio es el del territorio canónico[3], el cual señala que ninguna Iglesia debe nombrar obispos en el territorio de otra Iglesia.

El Fanar ha transgredido el principio territorial. En respuesta, la Iglesia rusa lo excomulgó. Pero el Fanar se negó a excomulgar a los rusos. Por consiguiente, a los rusos su iglesia les prohíbe aceptar la comunión si hay sacerdotes excomulgados participando en ella. Pero los sacerdotes de la Iglesia de Jerusalén no vetan a nadie, ni a los rusos ni a los seguidores del Fanar.

Tal como pasó con el caso de las contra-sanciones rusas, éstas causan perjuicio y dolor sobre todo a los mismos rusos. Mientras que hay pocos peregrinos ortodoxos que visitan Rusia, hay muchos más peregrinos rusos que visitan Tierra Santa, el Monte Athos y otros sitios importantes de Grecia, Turquía y Palestina, sobre todo Jerusalén y Belén. Ahora estos peregrinos no podrán recibir la sagrada comunión en la Iglesia del Santo Sepulcro o en la Basílica de la Natividad, mientras que los sacerdotes rusos no podrán celebrar misa en esas iglesias.

Los sacerdotes rusos probablemente sufran y acaten estas nuevas prohibiciones, pero los peregrinos laicos probablemente violen la prohibición y acepten la eucaristía en la Iglesia de Jerusalén.

Sería preferible que la Iglesia rusa manejase todo el asunto de la traición del Fanar sobre la base de la reciprocidad. El Fanar no excomulgó a los rusos, así que los rusos bien pueden volver a una comunión plena con él. El Fanar violó el principio territorial, y los rusos bien podrían ignorar este principio. Desde el siglo XX, el territorio canónico se ha vuelto un principio cada vez menos respetado de la ley canónica, de acuerdo a OrthodoxWiki[4]. Frente a estagrave transgresión, los rusos podrían responder renunciando completamente al principio territorial y enviando sus obispos a Constantinopla y Jerusalén, a Roma y Washington, manteniendo al mismo tiempo a todas las iglesias ortodoxas en completa comunión.

La Iglesia rusa será entonces capaz de extender la fe ortodoxa en todo el mundo, entre los franceses en Francia, los italianos en Italia, entre los judíos israelíes y los árabes palestinos. La Iglesia rusa no admite mujeres en el sacerdocio, tampoco permite las uniones homosexuales, ni considera a los judíos como sus hermanos mayores, ni tolera a los sacerdotes homosexuales; sin embargo permite a sus sacerdotes casarse. Tal vez tenga una buena oportunidad de competir con otras Iglesias tanto en cuanto a creyentes como con respecto al clero.

Si así lo desea, la Iglesia de Moscú podría liberarse de los principios voluntariamente aceptados. Respecto a la comunión, la Iglesia rusa podría mantener la comunión con el Fanar y Jerusalén y con otras iglesias ortodoxas, hasta con las iglesias disidentes, sobre una base de reciprocidad. Además, la Iglesia rusa podría autorizar la comunión con los católicos. En la actualidad, los católicos permiten a los rusos recibir la comunión, pero la Iglesia rusa no permite a sus fieles aceptar la comunión católica y tampoco permite a los católicos recibir la comunión en las iglesias rusas. A pesar de todas estas diferencias entre las iglesias, nosotros los cristianos podemos compartir la comunión, carne y sangre de nuestro Salvador, y es todo lo que necesitamos.

Todo esto es de una gran relevancia para Tierra Santa. El Patriarca de Jerusalén, Su Beatitud Teófilo III, no quiere disputas con Constantinopla ni con Moscú. No excomulgará a los sacerdotes del Fanar a pesar de las demandas reiteradas de Moscú, y pienso que está en lo correcto. La prohibición de tomar la comunión en el Santo Sepulcro de Jerusalén o en la Basílica de la Natividad de Belén se convertiría en un castigo autoinfligido y muy innecesario para los peregrinos rusos. Es por eso que tiene sentido conservar la comunión compartida y anular el principio territorial.

La Iglesia rusa podría designar obispos en Jerusalén, Belén y Nazaret para atraer a los feligreses actualmente abandonados por el tradicional Patriarcado de Jerusalén. Me refiero a los cristianos palestinos y a los cristianos israelíes, que se cuentan por cientos de miles.

La Iglesia de Jerusalén es y ha sido gobernada por los griegos étnicos desde que la ciudad fue conquistada por los otomanos en el siglo XVI. Los turcos quitaron a los clérigos árabes ortodoxos y nombraron a sus leales griegos. Ya han pasado siglos, los turcos ya se han ido, los griegos son leales sólo entre sí mismos y no les importan mucho los nativos. No permiten a los monjes palestinos cristianos unirse a los monasterios, les impiden el acceso a la cátedra episcopal y no les permiten ser parte del Sínodo, el consejo eclesiástico. Esta flagrante discriminación molesta a los cristianos palestinos; muchos de los cuales se han vuelto católicos o hasta protestantes. La comunidad de creyentes está enfurecida y lista para sublevarse contra los griegos, como los sirios ortodoxos en 1898, cuando expulsaron a los obispos griegos y eligieron un patriarca árabe de Antioquía, con apoyo ruso (hasta entonces, el Patriarca de Antioquía era elegido en Estambul por monjes del Fanar exclusivamente de “raza griega”, como lo decían[5] en aquella época y como se acostumbra hoy en la sede de Jerusalén).

En la Navidad del año pasado, un grupo de cristianos locales enfurecidos le bloquearon la entrada al Patriarca de Jerusalén en la Basílica de la Natividad en Belén, y sólo la intervención del ejército israelí logró dejarle pasar. Si la Iglesia rusa estableciera obispos en Tierra Santa, o si hasta nombrara a su propio Patriarca de Rum (el nombre tradicional de la Iglesia) muchas iglesias de Tierra Santa le aceptarían, y muchos fieles encontrarían una iglesia con la que se sentirían identificados, puesto que a la dirección griega de la Iglesia de Jerusalén no le interesan más que las iglesias de peregrinaje; y solamente atienden a los peregrinos de Grecia y a los griegos en Tierra Santa.

Hay muchos ortodoxos rusos en Israel; los Griegos de la Iglesia no se ocupan de sus necesidades. Desde 1948, los ortodoxos no han construido una sola iglesia en Israel. Grandes ciudades con numerosos cristianos, tales como Beerseba, Afula o la turística Eilat, no tienen iglesias en lo absoluto. Por supuesto podemos echarle la culpa de esta situación en parte al odio que las autoridades israelíes sienten hacia la Cristiandad. Esto no quita que la Iglesia de Jerusalén no hace lo suficiente por erigir nuevas iglesias.

Hay un millón de inmigrantes rusos viviendo en Israel. Algunos son cristianos, otros quieren entrar en la iglesia, pero se decepcionan por el brutal y hostil judaísmo imperante. Llegaron con una imagen romántica de la fe judía, porque crecieron en la URSS atea, pero la realidad no era para nada lo que imaginaban. No sólo ellos, hay israelíes de cualquier origen que están descontentos con el judaísmo que reina ahora en Israel. Están listos para recibir a Cristo. Una nueva Iglesia en Tierra Santa establecida por los rusos podría atraer a israelíes, judíos y no-judíos, a palestinos nativos y a  inmigrantes hacia Cristo.

Así pues, el rechazo del territorialismo por el Fanar puede ser utilizado para la mayor gloria de la Iglesia. Sí, la Iglesia rusa cambiaría su carácter y asumiría una función más ecuménica, global. Será todo un desafío, no sé si los rusos están listos o si el Patriarca de Moscú, Cirilo I, tenga la audacia necesaria.

Su Iglesia es más bien tímida; los obispos no expresan sus puntos de vista en público. Sin embargo, un sacerdote de Moscú, Vsevolod Chaplin, cercano al Patriarca hasta hace poco, llamó a un reformateo completo de la Cristiandad Ortodoxa, a la eliminación de los burgos podridos y de los fantasmas, al establecimiento de un sólido vínculo entre los laicos y el Patriarcado. Sin el gran impulso auspiciado por el incauto Patriarca Bartolomeo, estas ideas habrían tomado años en gestarse; de pronto, ahora pueden dar un paso adelante y cambiar el rostro de la fe.

Israel Shamir, 23 de noviembre de 2018

 

Publicación original en inglés: TheUnzReview

Publicado en español por Red Internacional (Traducción: Daniel Osuna)

Para contactar a Israel Shamir: adam@israelshamir.net

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NOTAS

[1] Libro en español disponible aquí: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020028740_C/1020028740_T1/1020028740.PDF

[2]Traducción de A. Laurent.

[3] Disponible en inglés: https://orthodoxwiki.org/Canonical_territory

[4] Ídem.

[5] Disponible en inglés: http://www.ehw.gr/asiaminor/Forms/fLemmaBodyExtended.aspx?lemmaID=7313

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