Estudio (censurado) revela que las modas influyen en la decisión de ‘cambiar de sexo’ – por Candela Sande
La presión social, tanto del grupo directo de amigos como de la cultura general, puede influir de forma decisiva en la decisión del adolescente y el preadolescente de identificarse con un sexo distinto al biológico.
La investigadora americana de la Brown University Lisa Littman ha conmocionado el mundo de la investigación sexual al publicar un elogiado estudio sobre la Disforia de Activación Súbita en el que revela que la opción transexual puede elegirse por moda, por presión social, en los adolescentes. Naturalmente, ha sido denunciada y el estudio, censurado.
Ya sabemos que ser un buen progresista, uno de carné, perfecto e irreprochable, no es fácil. Como en la Oceanía de ‘1984’, el fiel adepto del Pensamiento Único debe ser capaz de extraordinarios malabarismos intelectuales y confesar con fe pura que lo que es así para este caso es lo contrario para este otro, aunque ello exija una absoluta contradicción lógica.
Así, el buen progresista predica que el género es un ‘constructo cultural’, que nadie es ‘hombre’ o ‘mujer’ por naturaleza y nacimiento, sino por asignación, que la identidad sexual es fluida y permite adscribirse a un número indeterminado e indeterminable de géneros, todos ellos tan legítimos como los tradicionales y merecedores de reconocimiento universal. Se trata de libertad de elección, nada está fijado en la piedra de la Biología.
Pero luego, a los tres minutos y, a ser posible, en un foro distinto, te contarán, convencidísimos, que condiciones como la homosexualidad o la transexualidad están grabadas en piedra, constituyen una identidad inalterable por mucho que el sujeto se resista y la rechace, que “se nace así” y cualquier intento para cambiarla es, además de inútil, probablemente destructivo.
Ya me dirán cómo se ata esta mosca por el rabo.
Y ahora viene la profesora Lisa Littman, investigadora del Departamento de Ciencias Sociales y del Comportamiento de la Facultad de Salud Pública de la Universidad Brown a estropearles la fiesta y dar la voz de alarma: la presión de los medios, de los amigos, de la familia; la moda misma, pensar que es lo ‘guay’, puede llevar a un adolescente o preadolescente a indentificarse con el sexo contrario al biológico.
Eso responde a dos argumentos esgrimidos incesantemente por el lobby LGTBI -el más totalitario y represivo de las sociedades abiertas-, el que dice que el transexual es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre (o a la inversa) y que solo aspira a que se reconozca su género ‘real’, y el concomitante de que los refunfuñones ‘conservadores’ no tenemos nada que temer, porque es imposible extender estas ‘identidades’ mediante la educación o la cultura.
Suponga que tiene usted un hijo o una hija adolescente que jamás ha dado el menor signo de estar descontento o descontenta con su sexo biológico y que, prácticamente sin previo aviso, le dice que es ‘transgénero’, exige que le llame por un nombre del género elegido y le pide que le someta a un tratamiento hormonal. El problema, lo alarmante, es que si le lleva al médico lo infinitamente probable -lo obligado, en realidad- es que el facultativo diga amén e insista en iniciar el tratamiento, que puede acabar en cirugía.
Lo que movió a Littman a iniciar este estudio es un dato observable: cada vez son más los individuos que se declaran transexuales. En la explicación convencional de este curioso hecho, que se da de bofetadas con el argumento de que ningún factor externo influye en esa ‘realidad’, es que no es que sean más, sino que el nuevo clima de tolerancia les permite expresar su condición.
El 21% de los padres admitía que su hijo tenía uno o más amigos en su grupo que se había identificado como transgénero poco tiempo antes
A Littman no le convencía el argumento, que no explica la explosión espectacular de casos. Hasta hace poco, era muy infrecuente que un adolescente confesara sentimientos disfóricos durante o después de la pubertad sin que se hubieran percibido en la infancia síntomas claros. De hecho, los médicos especialistas ya se han hecho eco de un aumento de casos de disforia de género, especialmente entre las chicas.
Littman estudió el caso de más de 250 padres de hijos que repentinamente habían desarrollado síntomas de disforia de género durante o después de la pubertad. La investigadora pretendía centrarse en los casos que podían considerarse atípicos, es decir, que eran prácticamente desconocidos hasta hace muy poco.
Los expertos emplean ocho indicadores de disforia en la infancia que predicen el desarrollo posterior de la condición, considerando que si el sujeto cumple seis de ellos, puede preverse la aparición de disforia en la pubertad. El ochenta por ciento de los padres de la muestra no observaron uno solo de estos indicadores en la infancia de sus hijos.
Pero había otros patrones interesantes, que llevaron a Littman a su ‘herética’ conclusión: el 21% de los padres admitía que su hijo tenía uno o más amigos en su grupo que se había identificado como transgénero poco tiempo antes; el 20% advertía un mayor uso de las redes sociales por parte de sus hijos, y el 45% confesaba haber notado ambos fenómenos.
La conclusión es inescapable: la presión social, tanto del grupo directo de amigos como de la cultura general, puede influir de forma decisiva en la decisión del adolescente y el preadolescente de identificarse con un sexo distinto al biológico.
Las consecuencias son devastadoras para el intento de propaganda en que ahora mismo están empeñados los colectivos LGBTI, hasta tal punto de que, tras ser elogiado el trabajo de Littman por numerosos expertos, la Universidad Brown se vio obligada a retirarlo de su página web.
Canela Sande, 30 agsto 2018
Fuente ACTUALL