Un holocausto de proporciones bíblicas – por Laurent Guyenot

Sangre judía para Sión

Holocausto es un término tomado de la Biblia hebrea (en la traducción griega), que designa el sacrificio religioso de animales que se queman completamente en un altar. El primer holocausto registrado en la Biblia es el realizado por Noé en Génesis 8. En un arrebato de ira, Yahvé se dijo a sí mismo: «Libraré la superficie de la tierra de los seres humanos que he creado, […] porque me arrepiento de haberlos hecho». Pero después de ahogar a casi todas sus criaturas en un diluvio, Yahvé se arrepiente de haberse arrepentido, cuando Noé le ofrece un enorme holocausto. «Yahvé percibió el agradable olor y se dijo: “Nunca más maldeciré la tierra a causa de los seres humanos, porque su corazón trama el mal desde su infancia”». Yahvé ha sido adicto al «dulce olor» de la carne carbonizada desde entonces. Según el Libro de Esdras, un gigantesco holocausto fue ofrecido a Yahvé por los judeo-babilonios que (re)colonizaron Palestina, en preparación de la (re)construcción del Templo (7:12-15).

¿Por qué, entonces, se eligió el nombre de «Holocausto» para designar la destrucción de «seis millones» de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial? Todo lo que tiene importancia en la historia de Israel recibe un nombre bíblico, incluso la política de disuasión nuclear de Israel, la «Opción Sansón». Pero, ¿por qué «holocausto»? ¿En qué sentido es el Holocausto un holocausto? La implicación obvia es que la muerte de millones de judíos europeos complació a Yahvé y, en consecuencia, aceleró el cumplimiento de su promesa mesiánica. Tan evidente como es, esa implicación es, por supuesto, indecible en términos explícitos. Sólo se susurrará crípticamente entre los iniciados (léase, por ejemplo, las polémicas declaraciones de Irving Greenberg en Wikipedia). En el mejor de los casos, puede velarse en términos religiosos: «El Estado de Israel es la respuesta de Dios a Auschwitz», en la fórmula trinitaria de Abraham Herschel que vincula a Yahvé (el Padre), Israel (el Hijo) y el Holocausto (el Espíritu Santo…)[1].

Pero en su libro Las víctimas del Holocausto acusan, el rabino antisionista Moshe Shonfeld se acerca a la escandalosa afirmación de que los sionistas necesitaban seis millones de judíos incinerados para la fundación del Estado judío: «Los líderes sionistas vieron la sangre judía derramada del holocausto como grasa para las ruedas del Estado nacional judío». (Lea una reseña del libro de Moshe Shonfeld aquí, y consiga el libro en pdf aquí).

¿Existen hechos que respalden la teoría de que las élites sionistas sacrificaron voluntariamente a los judíos alemanes en el altar del sionismo? Yo creo que sí los hay. Podemos empezar con la declaración de guerra publicada en la portada del Daily Express británico, el 24 de marzo de 1933, por iniciativa del abogado sionista de Wall Street Samuel Untermeyer: «el pueblo israelí de todo el mundo declara la guerra económica y financiera contra Alemania». Las palabras fueron cuidadosamente elegidas para implicar a los 400.000 judíos que vivían en Alemania entre los conspiradores contra el Estado alemán y el pueblo alemán: «Judíos de todo el mundo se unen en acción», rezaba el titular, mientras que el artículo insistía: «Catorce millones de judíos dispersos por todo el mundo se han unido como un solo hombre… para apoyar a los 600.000 judíos de Alemania». Esta declaración, escuchada alto y claro en Alemania, era una provocación destinada a poner a los judíos alemanes en extremo peligro, en un momento en que «no se había tocado ni un pelo de la cabeza de ningún judío», como protestaba Goebbels.

Muchos judíos, hay que decirlo, protestaron por la irresponsabilidad del llamamiento al boicot de las élites financieras judías. El rabino estadounidense Harry Waton escribiría en 1939 en su en Programa para los judíos:

«con este estúpido boicot agravan la posición de los judíos en Alemania. En su vanidad y estupidez, los judíos de este país no se dan cuenta de lo inhumano y cruel que es sacrificar a los judíos de Alemania para satisfacer una estúpida y demente vanidad. […] Seis años pasaron desde que los judíos fuera de Alemania declararon la guerra contra la Alemania nazi y la Italia fascista. Los judíos nunca admitirán que los recientes pogromos tuvieron mucho que ver con su estúpido boicot»[2].

Tampoco admitirían, por supuesto, que los pogromos eran el resultado previsto del boicot, el pretexto necesario para convertir la guerra económica en una guerra militar, que a su vez haría caer el infierno sobre los judíos alemanes.

Cómo Hitler se vio atrapado por su propia profecía

Como era de esperar, cinco días después de la declaración del boicot, Hitler anunció un contraboicot a los negocios judíos en Alemania como «medida defensiva». Al mismo tiempo, advirtió que «la judería debe reconocer que una guerra judía contra Alemania conducirá a fuertes medidas contra la judería en Alemania»[3].

El 30 de enero de 1939, en un último intento de disuadir a Inglaterra de declarar la guerra a Alemania, Hitler le envió una advertencia desde la tribuna del Reichstag. Tras recordar que a menudo había sido profeta, como cuando predijo su propio ascenso al poder, Hitler añadió:

«Quiero una vez más ser profeta. Si la judería financiera internacional, dentro y fuera de Europa, consiguiera hundir de nuevo a los pueblos de la tierra en una guerra mundial, el resultado no sería la bolchevización de la tierra, y por tanto una victoria judía, sino la aniquilación [Vernichtung] de la raza judía en Europa».

Esta «profética advertencia a los judíos», como tituló el Völkische Beobachter al día siguiente, fue ampliamente difundida y comentada. Como respuesta, Inglaterra declaró la guerra el 3 de septiembre de 1939. El Congreso Judío Mundial (fundado en 1936 para unir a los judíos del mundo contra Hitler) declaró inmediatamente que apoyaba incondicionalmente a Gran Bretaña.

Hitler repitió su profecía el 30 de enero de 1941, esta vez dirigiéndose a Estados Unidos. El New York Times respondió con un artículo que equivalía a retarle a cumplir su palabra:
«no existe ni un solo precedente que demuestre que cumplirá una promesa o una amenaza. Si hay alguna garantía en su historial, de hecho, es que lo único que no hará es lo que dice que hará»[4].

Estados Unidos entró en la guerra en diciembre de 1941. Pocos días después, durante la reunión de la Cancillería del Reich del 12 de diciembre de 1941, según el diario de Goebbels, Hitler declaró que su profecía «no era sólo una frase. La guerra mundial está aquí, y la aniquilación [Vernichtung] de los judíos debe ser la consecuencia necesaria». Una vez más, Hitler debería haber considerado lo obvio: estaba siendo empujado a actuar según su profecía.

Ese mismo año de 1941, en respuesta a una petición de rescate de los judíos de Europa, Nathan Schwalb, jefe de la Agencia Judía en Suiza, se negó con la siguiente justificación:
«si no aportamos sacrificios, ¿con qué conseguiremos el derecho a sentarnos a la mesa cuando hagan el reparto de naciones y territorios después de la guerra? […] sólo con sangre será nuestra la tierra»[5].

Ya en 1938, los sionistas angloamericanos habían saboteado la Conferencia Internacional de Evian sobre los Problemas Políticos y Económicos Causados por la Expulsión de los Judíos del Reich, y la resolución de las democracias occidentales de abrir sus fronteras a los judíos de los que Alemania estaría encantada de deshacerse, porque, dijo David Ben-Gurion, esto «pondrá en peligro la existencia del sionismo»[6]. Los judíos alemanes debían ser convertidos a la fuerza al sionismo y emigrar a Palestina —pero los británicos sólo permitían cupos limitados— o ser dejados morir en los campos de concentración nazis —en ambos casos, en beneficio último del sionismo—. Cuando estalló la guerra, quedaban en Alemania unos 275.000 judíos que, por falta de un visado concedido por un país extranjero, no podían emigrar. Esto había sido planeado por los sionistas angloamericanos.

Se hizo todo lo posible para intensificar la ira alemana contra los judíos. A principios de 1941 apareció el folleto de 96 páginas del empresario judío estadounidense Theodore Kaufman, Germany Must Perish (Alemania debe perecer), que abogaba por «la extinción de la nación alemana y la erradicación total de la tierra de todo su pueblo» mediante la esterilización de todos los varones alemanes menores de sesenta años y de las mujeres menores de cuarenta y cinco, lo que podría hacerse en menos de un mes por unos veinte mil cirujanos. «En consecuencia, en el lapso de dos generaciones, […] la eliminación del germanismo y sus portadores, habrá sido un hecho consumado»[7]. Entrevistado por la Canadian Jewish Chronicle, Kaufman habla de la «misión» de los judíos de guiar a la humanidad hacia la «paz perpetua»; gracias a ellos, «lenta pero seguramente el mundo se convertirá en un paraíso»; pero de momento, «¡esterilicemos a todos los alemanes y se acabarán las guerras de dominación mundial!»[8]. El libro de Kaufman recibió críticas positivas en el New York Times y el Washington Post. En 1944, sería comentado por Louis Nizer en su influyente libro ¿Qué hacer con Alemania? (muy elogiado por Harry Truman). Nizer rechazó la solución de Kaufman por exagerada, pero recomendó la pena de muerte para 150.000 alemanes y «batallones de trabajo» para cientos de miles más[9].

Louis Marschalko, en The World Conquerors: The Real War Criminals (1958), cita algunos autores judíos más que abogan por una «solución final» para la «cuestión alemana»: Maurice Leon, que en How Many World Wars (Nueva York, 1942), proclama que no debe quedar ninguna Alemania ni ninguna raza alemana después de la guerra; Charles Heartman, que en There Must Be No Germany After This War (Nueva York, 1942), también exige el exterminio físico del pueblo alemán; Paul Einzig, que en Can We Win the Peace? (Londres, 1942), exigía el desmembramiento de Alemania y la demolición total de la industria alemana; Ivor Duncan, que en el número de marzo de 1942 de Zentral Europa Observer, exigía la esterilización de cuarenta millones de alemanes, estimando el coste total en cinco millones de libras esterlinas[10].

Poco después del desembarco de Normandía, Roosevelt y Churchill discutieron el futuro de Alemania en la Segunda Conferencia de Quebec del 11 de septiembre de 1944, y firmaron un proyecto desarrollado bajo el liderazgo de los judío-estadounidenses Henry Morgenthau Jr., Secretario del Tesoro, y su ayudante Harry Dexter White. Este Sugerido Programa Post-Rendición para Alemania, o Programa para Evitar que Alemania Inicie una Tercera Guerra Mundial, «busca convertir a Alemania en un país principalmente agrícola y pastoral en su carácter», desmantelando y transportando a las naciones aliadas «todas las plantas y equipos industriales no destruidos por la acción militar», al tiempo que pide «trabajo alemán forzado fuera de Alemania». La revelación de este demencial «Plan Morgenthau» por el Wall Street Journal (23 de septiembre) empujó a los nazis a una desesperada mentalidad de lucha a muerte y a una mayor rabia contra los judíos[11].

Mientras tanto, en 1944, un nuevo esfuerzo de la administración Roosevelt para abrir las fronteras de los países aliados a los refugiados judíos fue abortado de nuevo por los sionistas estadounidenses. Cuando Morris Ernst, enviado por Roosevelt a Londres para discutir el proyecto, regresó con el acuerdo británico de acoger a 150.000 refugiados, Roosevelt se dio por satisfecho: «150.000 a Inglaterra-150.000 para igualar los de Estados Unidos-recoge 200.000 o 300.000 en otros lugares y podemos empezar con medio millón de esta gente oprimida». Pero una semana después, Roosevelt anunció a Ernst el abandono del proyecto «porque el liderazgo judío vocal dominante de América no lo soportará». Los sionistas, dijo Roosevelt, «saben que pueden recaudar vastas sumas para Palestina diciendo a los donantes: ‘No hay otro lugar donde pueda ir este pobre judío’. Pero si hay un asilo político mundial, no pueden recaudar su dinero». Incrédulo, Ernst hizo la ronda de sus contactos judíos. Escribió en sus memorias que «dirigentes judíos activos me vituperaron, se mofaron de mí y luego me atacaron como si fuera un traidor. En una cena me acusaron abiertamente de promover este plan de una inmigración más libre [en Estados Unidos] para socavar el sionismo político»[12].

Los mismos judíos que habían presionado tanto hasta los años treinta a favor de la inmigración judía sin restricciones en Estados Unidos querían ahora que los judíos permanecieran atrapados en Alemania, hasta que se pudiera obligar a los supervivientes a ir a Palestina.

¿Cómo, si no, podrían capitalizar un número de muertos de seis millones de judíos? Seis millones es la cifra que habían establecido hace mucho tiempo para el holocausto fundacional de Israel, al parecer (lea «Doscientas alegaciones de ‘Seis millones de judíos’ entre 1900 y 1945» o vea «Seis millones de judíos entre 1915 y 1938»). El 31 de octubre de 1919, por ejemplo, en un artículo titulado «¡La crucifixión de los judíos debe terminar!» The American Hebrew advertía de «este holocausto amenazador de vidas humanas» sobre «seis millones» de judíos europeos (una cifra repetida siete veces en una página) que «están siendo arremolinados hacia la tumba… a través de la horrible tiranía de la guerra y una sed intolerante de sangre judía», y concluía que «Israel tiene derecho a un lugar bajo el sol». La «sangre judía» se refería en este caso a los pogromos de los contrarrevolucionarios rusos y ucranianos, que causaron 6.000 víctimas ese año, una cifra decepcionante.

Desde que Theodor Herzl utilizó el asunto Dreyfus como trampolín para el sionismo, se comprendió que «el antisemitismo es una fuerza propulsora que, como la ola del futuro, llevará a los judíos a la tierra prometida», como escribió Herzl en su diario. «El antisemitismo ha crecido y sigue creciendo, y yo también»[13]. Lógicamente, la fuerza propulsora será proporcional a la violencia del antisemitismo, es decir, al número declarado de sus víctimas y al horror gráfico de su perdición.

Los judíos buenos de los nazis

Los judíos que más sufrieron bajo la Alemania nazi no fueron los judíos sionistas. Los judíos sionistas eran considerados por los nazis como los judíos buenos[14]. Y por buenas razones: aplaudieron las leyes de Nuremberg de 1933 y protestaron contra el boicot económico impuesto por los judíos estadounidenses. La Federación Sionista de Alemania dirigió un memorándum al «Nuevo Estado Alemán» (fechado el 21 de junio) condenando el boicot y expresando simpatía por la ideología nazi:

«Nuestro reconocimiento de la nacionalidad judía prevé una relación clara y sincera con el pueblo alemán y sus realidades nacionales y raciales. Precisamente porque no deseamos falsificar estos fundamentos, porque también nosotros estamos en contra del matrimonio mixto y somos partidarios de mantener la pureza del grupo judío y rechazamos cualquier intrusión en el ámbito cultural». «La realización del sionismo sólo podría verse perjudicada por el resentimiento de los judíos en el extranjero contra el desarrollo alemán. La propaganda de boicot como la que se lleva a cabo actualmente contra Alemania de muchas maneras es en esencia no sionista[15]

Un destacado dirigente de la judería alemana, Joachim Prinz, futuro presidente del Congreso Judío Estadounidense, escribió en su libro Wir Juden («Nosotros los judíos»), publicado en Berlín en 1934:

«Queremos que la asimilación sea sustituida por una nueva ley: la declaración de pertenencia a la nación judía y a la raza judía. Un Estado construido sobre el principio de la pureza de la nación y la raza sólo puede ser honrado y respetado por un judío que declare su pertenencia a su propia especie».[16]

No se trataba sólo de oportunismo. Siempre había habido simpatía entre el racismo judío y el alemán, hasta el punto de que el rabino Waton (citado anteriormente) afirmó que «el nazismo es una imitación del judaísmo»[17]. No fue Hitler, sino Zeev Jabotinsky quien escribió en su Carta sobre la autonomía, unos veinte años antes de Mein Kampf:

«Un judío criado entre alemanes puede asumir costumbres alemanas, palabras alemanas. Puede estar totalmente imbuido de ese fluido alemán, pero el núcleo de su estructura espiritual siempre seguirá siendo judío, porque su sangre, su cuerpo, su tipo físico-racial son judíos. […] La preservación de la integridad nacional es imposible excepto mediante la preservación de la pureza racial»[18].

Así que fue muy lógico que Reinhardt Heydrich, jefe del Servicio de Seguridad de las SS, escribiera en 1935 en Das Schwarze Korps, la revista de las SS:

«Debemos separar a los judíos en dos categorías: los sionistas y los partidarios de la asimilación. Los sionistas se adhieren a una posición racial estricta y al emigrar a Palestina están ayudando a construir su propio Estado judío. […] No puede estar lejos el momento en que Palestina pueda aceptar de nuevo a sus hijos que han estado perdidos para ella durante más de mil años. Nuestros buenos deseos, junto con nuestra buena voluntad oficial, van con ellos»[19].

Sesenta mil sionistas alemanes adinerados fueron autorizados a establecerse con su fortuna en Palestina en virtud del Acuerdo de Haavara, una contribución decisiva a la colonización judía de Palestina[20]. Como recordó Hannah Arendt en 1963, «todos los puestos directivos de la ‘Reichsvereinigung’ [organización obligatoria de todos los judíos de la Alemania nazi, que seleccionaba a los judíos para la emigración] nombrada por los nazis estaban ocupados por sionistas». Esto creó «una situación en la que la mayoría de los judíos no seleccionados se encontraron inevitablemente enfrentados a dos enemigos: las autoridades nazis y las autoridades judías»[21]. Los sionistas y los nazis estaban unidos contra la noción misma de asimilación y la abominación de los matrimonios mixtos.

Decir que Hitler era sionista sería exagerado, ya que escribió en 1923:

«Porque mientras el sionismo trata de hacer creer a la otra parte del mundo que la autoconciencia nacional del judío encuentra satisfacción en la creación de un Estado palestino, los judíos engañan de nuevo muy astutamente a los estúpidos gentiles. No piensan en construir un Estado judío en Palestina, para poder habitarlo, sino que sólo quieren una organización central de su engaño mundial internacional, dotada de prerrogativas, sustraída a la incautación de los demás: un refugio para granujas convictos y una escuela secundaria para futuros canallas»[22].

Sin embargo, de 1933 a 1938, Hitler consideró a los sionistas alemanes como aliados ideológicos y estratégicos en su deseo de librar a Alemania de sus judíos. Y no cabe duda de que la mayoría de los judíos que murieron bajo el nazismo se encontraban entre los judíos asimilacionistas, aquellos que no simpatizaban con el sionismo y a los que los sionistas consideraban apóstatas y traidores a su raza.

Eso, creo, explica por qué el Holocausto se llama Holocausto: la idea de que los judíos asimilacionistas deben perecer es sistemáticamente bíblica. La noción viene directamente del Deuteronomio:

«Si tu hermano, el hijo de tu padre o de tu madre, o tu hijo o tu hija, o el cónyuge a quien abrazas, o tu amigo más íntimo, intenta seducirte en secreto, diciendo: ‘Vayamos a servir a otros dioses’, […], debes matarlo a pedradas, pues ha intentado apartarte de Yahvé, tu Dios. […] Todo Israel, al oír esto, tendrá miedo, y ninguno de vosotros volverá a hacer semejante maldad» (Deuteronomio 13, 7-12)[23].

Y si en una ciudad, «sinvergüenzas de tu propia estirpe […] han extraviado a sus conciudadanos, diciendo: ‘Vayamos y sirvamos a otros dioses’», entonces:

«debes pasar a cuchillo a los habitantes de esa ciudad; debes ponerla bajo la maldición de la destrucción: la ciudad y todo lo que hay en ella. Debes amontonar todo su botín en la plaza pública y quemar la ciudad y todo su botín, ofreciéndolo todo a Yahvé, tu Dios. Será una ruina para siempre y no se reconstruirá jamás» (Deuteronomio 13:13-17).

O, según otra traducción: «todo el pueblo debe ser puesto a la antorcha como holocausto a Yahvé tu Dios».

El imperio del terror de los levitas

En términos bíblicos, asimilación significa «servir a otros dioses». Los judíos que buscan la asimilación merecen la muerte, y su muerte servirá de ejemplo al resto. Cuando, en el siglo II a.C., algunos israelitas dijeron: «Aliémonos con los gentiles que nos rodean, pues desde que nos separamos de ellos nos han sobrevenido muchas desgracias», los macabeos «se organizaron en una fuerza armada, abatiendo a los pecadores en su ira y a los renegados en su furia» (1Macabeos 1-2), y establecieron su teocracia asmonea[24].

Aterrorizar a los judíos para que se sometan a una estricta separación y endogamia es la esencia del pacto yahvista. La Torá muestra que el gobierno del terror de Yahvé se basa en el sacrificio de los judíos asimilacionistas y rebeldes. En el Libro de los Números, cuando un israelita tuvo la desfachatez de presentarse ante Moisés con su mujer madianita, Fineas, nieto de Aarón, «tomó una lanza, siguió al israelita hasta la alcoba y allí los atravesó a ambos, al israelita y a la mujer, por el estómago». Yahvé felicitó a Fineas por tener «el mismo celo que yo» y, como recompensa, le concedió a él y a sus descendientes después de él, […] el sacerdocio para siempre», es decir, «el derecho a realizar el ritual de expiación por los israelitas» (Números 25:11-13). Reflexionemos sobre el hecho de que, según la Biblia, el sacerdocio aaronita fue una recompensa por el doble asesinato de un israelita asimilacionista y su esposa no judía.

Aún más reveladora es la historia de Éxodo 32. Tras el episodio del Becerro de Oro, Moisés conspira con los hijos de Leví que se unieron en torno a él:

«Les dijo: ‘Yahvé, dios de Israel, dice esto: ‘Abrochaos la espada, cada uno de vosotros, y recorred el campamento de puerta a puerta, matando cada uno a su hermano, a su amigo y a su vecino.” Los levitas hicieron lo que Moisés les dijo, y aquel día perecieron unos tres mil hombres del pueblo. Hoy dijo Moisés os habéis consagrado a Yahvé, uno a costa de su hijo, otro a costa de su hermano; por eso os concede hoy una bendición» (Éxodo 32, 27-29).

Como recompensa por haber masacrado a 30.000 «apóstatas» israelitas, los levitas reciben su privilegio como clase sacerdotal hereditaria, una oligarquía sostenida por las demás tribus. Así es como el biblista Karl Budde parafrasea este episodio, la historia fundacional de la institución de los levitas:

«Aquí tenemos, de hecho, el momento mismo del origen de Leví, y así es como debe entenderse. A la llamada de Moisés, los fieles de todas las tribus se apresuran hacia él y le prestan su brazo incluso contra su propia parentela. Los así probados y acreditados permanecieron desde entonces unidos, y formaron una nueva tribu, ‘Leví.’ […] Leví es así, por así decirlo, el guardaespaldas, el piquete de los fieles a Yahvé que se reúnen en torno a Moisés, renunciando a los antiguos lazos de tribu y familia»[25].

En Números 16-17, un grupo de doscientos cincuenta levitas, dirigidos por Coré, son exterminados por haberse rebelado contra Moisés y Aarón. «Voy a destruirlos aquí y ahora», dijo Yahvé, y «Entonces salió fuego de Yahvé y consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían incienso» (16,20-35). «Al día siguiente, toda la comunidad de israelitas murmuraba contra Moisés y Aarón diciendo: “¡Sois responsables de haber matado al pueblo de Yahvé!”». Entonces Yahvé dijo: «Voy a destruirlos aquí y ahora», y una plaga diezmó a catorce mil setecientos de ellos (17:6-14).

Lo que ponen de relieve estos episodios es que la autoridad de Yahvé y de su elenco de élite de levitas se basa por completo en la violencia y el terror contra los propios israelitas. También demuestra que la Alianza se basa en la amenaza permanente de destrucción. Los judíos que desafían a sus élites representativas y que socializan con sus vecinos no judíos, que comen con ellos, que se casan con ellos y que, mientras hacen todo esto, muestran respeto a sus dioses, son la escoria del pueblo judío, traidores a Yahvé y a su raza. Merecen ser eliminados sin piedad, sobre todo porque ponen en peligro a toda la comunidad al atraer la ira de Yahvé.

Yahvé enseña al pueblo judío que la amistad con los no judíos es una traición a la alianza, y será castigada con el desastre, posiblemente el exterminio. Josué, el sucesor de Moisés, dijo a los israelitas que habían tomado posesión de Canaán:

«Nunca os mezcléis con los pueblos que aún quedan a vuestro lado. No pronunciéis los nombres de sus dioses, no juréis por ellos, no les sirváis y no os inclinéis ante ellos. […] si te haces amigo del resto de esas naciones que aún viven junto a ti, si te casas con ellas, si te mezclas con ellas y ellas contigo, ten por seguro que Yahvé, tu dios, dejará de desposeer a esas naciones antes que a ti, y para ti serán una trampa, un escollo, espinas en tus costados y abrojos en tus ojos, hasta que desaparezcas de este hermoso país que Yahvé, tu dios, te ha dado. […] Porque si violáis la alianza que Yahvé vuestro dios os ha impuesto, si vais y servís a otros dioses y os inclináis ante ellos, entonces la ira de Yahvé se encenderá contra vosotros y pronto desapareceréis del hermoso país que os ha dado». (Josué 23:6-16)

La conquista de la Tierra Prometida por Josué es el modelo de la colonización sionista, y la mentalidad no ha cambiado. El sionismo, la ideología fundadora del Estado judío, es una versión secularizada del yahvismo. Su concepto de nación judía es estrictamente bíblico y, por tanto, intensamente etnocéntrico y xenófobo. Por eso es natural que un sionista como Benzion Netanyahu (padre de Benjamin) considere que para un judío casarse con una no judía es «incluso desde un punto de vista biológico, un acto suicida»[26]. Se dice que Golda Meir, primera ministra de Israel de 1969 a 1974, formuló la misma idea en términos más evocadores: «Casarse con un no judío es unirse a los seis millones [de judíos exterminados]»[27]. En otras palabras, aquellos judíos asimilacionistas que rompen el pacto endogámico bien podrían ser holocaustados, en lo que a Israel se refiere. ¡Eso es tan bíblico!

El paradigma bíblico psicopático

En el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, los judíos no fueron asesinados por otros judíos, como en los pasajes bíblicos antes mencionados. Pero desde el punto de vista bíblico, no hay diferencia, porque siempre es Yahvé quien golpea a los israelitas, ya sea utilizando a Moisés (un asesino a la fuga desde el principio), o enviándoles plagas, piedras del cielo o ejércitos extranjeros. Para castigar a David por haber ordenado un censo nacional (contar a los judíos muertos está bien, pero a los vivos no), Yahvé le da a elegir: «¿Qué prefieres: que caigan tres años de hambre sobre tu país; huir durante tres meses ante un ejército perseguidor; o que haya tres días de epidemia en tu país?». David eligió la epidemia, que causó setenta mil muertos (2 Samuel 24:13), pero Yahvé podía utilizar igualmente un ejército extranjero.

Siempre que los israelitas son atacados, es porque Yahvé quiere castigarlos por su rebeldía y su idolatría. Es Yahvé quien envió a los asirios a destruir el reino del norte de Israel para castigar a los israelitas por su «idolatría» (2 Reyes 17; Amós 3:14), y es Yahvé quien movió al ejército babilónico a destruir las ciudades de Judá, «a causa de las maldades que cometieron para provocar mi ira, yendo y ofreciendo incienso y sirviendo a otros dioses» (Jeremías 44:3).

La verdadera relación causa-efecto entre el pluralismo religioso y la campaña babilónica contra Jerusalén fue, de hecho, exactamente lo contrario de lo que afirma la Biblia. En el mundo antiguo, la diplomacia internacional estaba estrechamente relacionada con la tolerancia religiosa: las naciones se respetaban mutuamente respetando a sus dioses. Los escribas bíblicos culpan al rey de Judea, Manasés, de haber hecho «lo que desagrada a Yahvé, copiando las repugnantes prácticas de las naciones que Yahvé había desposeído para los israelitas» al adorar «todo el conjunto del cielo» (2 Reyes 21:2-3). Pero su reinado de 55 años fue un periodo de paz y prosperidad excepcionales. En cambio, su nieto Josías, a quien se alaba por haber retirado del templo «todos los objetos de culto que se habían hecho para Baal, Asera y todo el conjunto del cielo», y por haber exterminado a todos los sacerdotes «que ofrecían sacrificios a Baal, al sol, a la luna, a las constelaciones y a todo el conjunto del cielo» (2 Re 23,4-5), trajo el desastre a su reino por su arrogante política de exclusivismo y provocación hacia Babilonia.

Pero los escribas bíblicos han perdido las lecciones de la historia. Su enseñanza no sólo es engañosa desde el punto de vista histórico; es un insulto al sentido común y al sentido moral, que enseña que la convivencia (compartir comidas, casarse ocasionalmente…) fomenta la confianza y la paz civil, mientras que la separación crea desconfianza y conflicto. El mensaje de Yahvé es una receta para la catástrofe (shoah en hebreo). Equivale a decir a los judíos: «No socialices con tus vecinos, desprecia sus tradiciones y, si es posible, despójalos o extermínalos. Si, después de eso, os violentan, es culpa vuestra: no habéis obedecido lo bastante escrupulosamente». Tal es la demencial «sabiduría» interiorizada por los judíos durante cien generaciones.

Con sus mentes enmarcadas por el paradigma bíblico, los judíos no se convencen fácilmente de que puedan tener alguna responsabilidad colectiva por la persecución que les sobreviene. Después de todo, incluso los gentiles les dicen ahora que «el judío, objeto de tanto odio, es perfectamente inocente, más aún, inofensivo» (Jean-Paul Sartre, Réflexions sur la question juive, 1946)[28]. Seguros por su tradición y sus dirigentes de la perfecta inocencia de su comunidad, los judíos ven naturalmente a sus críticos como irracionales y patológicos. Les parece que odiar a los judíos está en la naturaleza de los no judíos. «La judeofobia es una variedad de la demonopatía», escribió Leon Pinsker (médico). «Como aberración psíquica es hereditaria, y como enfermedad transmitida durante dos mil años es incurable»[29]. Lo que los judíos tienen que hacer, entonces, es protegerse, incluso preventivamente, del odio de los no judíos, y cualquier forma de engaño o coerción que tengan que emplear para hacerlo es mera autodefensa. «Para el judío el mundo es una jaula llena de bestias salvajes», escribió Henry Miller[30].

Como la mayoría de los rasgos de la psicología colectiva judía, se trata de un patrón cognitivo aprendido de la Biblia. Una buena ilustración de ello es el apagón en la cadena causal de acontecimientos entre, por un lado, el final del Génesis, cuando José arruinó a los campesinos de Egipto, los obligó a endeudarse y finalmente a la esclavitud, mientras enriquecía a los miembros de su tribu, y, por otro lado, el comienzo del Éxodo, cuando un rey de Egipto «que nunca había oído hablar de José», al ver que los israelitas se habían vuelto «más numerosos y más fuertes que nosotros», decidió tomar medidas «para impedir que siguieran aumentando, o si estallaba la guerra, podrían unirse a las filas de nuestros enemigos» (Éxodo 1: 9-10). Teniendo en cuenta la actividad parasitaria de la tribu de Jacob, las preocupaciones del rey y su decisión de gravar a los israelitas con trabajos forzados pueden parecer totalmente justificadas; pero como José el almacenista es el santo de Yahvé, que actúa en pro de la prosperidad del pueblo elegido por Yahvé, su comportamiento es irreprochable, y por eso se presenta al faraón como irremediablemente malvado. Ahora que lo pienso, es perfectamente apropiado que el Faraón sea visto como el prototipo bíblico de Hitler, que quería reducir la influencia judía en Alemania y tenía razones para temer que los judíos pudieran «engrosar las filas de sus enemigos».

Otra ilustración simbólica del modo en que la Torá inhibe cualquier consideración sobre la responsabilidad de Israel en la hostilidad de las naciones, se encuentra en el breve libro profético de Abdías: Yahvé culpa a Esaú de su resentimiento contra su hermano Jacob (también conocido como Israel), sin recordar que Esaú ha sido engañado por Jacob en su derecho de primogenitura:

«¡Por la violencia hecha a tu hermano Jacob, la vergüenza te cubrirá y serás aniquilado para siempre! […] La Casa de Jacob será un fuego, la Casa de José una llama, y la Casa de Esaú como rastrojo. Le prenderán fuego y la quemarán, y nadie de la Casa de Esaú sobrevivirá». (Abdías 10-18)

Tenemos aquí, en realidad, una bonita profecía de holocausto para la Casa de Esaú (que simboliza las naciones y, en la tradición rabínica posterior, específicamente las naciones cristianas).

Holocaustos de gentiles para Yahvé y Sión           

Obviamente, Yahvé también puede usar holocaustos de gentiles. Al fin y al cabo, hay poca diferencia entre los gentiles y los animales. El primer caso del que se tiene noticia aparece en Números 31, tras la matanza de los madianitas, salvo sus rebaños y 32.000 muchachas vírgenes. El botín se dividió en dos: la mitad para los combatientes y la otra mitad para el resto. De la mitad de los combatientes, Yahvé exigió como «porción» propia, «una de cada quinientas personas, bueyes, asnos y ovejas». La porción de Yahvé incluía 32 muchachas, todas confiadas al sacerdote Eleazar para que las ofreciera a Yahvé. ¿Cómo fueron ofrecidas a Yahvé? El Libro Bueno no lo dice. Pero sabemos que siempre se servían animales a Yahvé como holocaustos, y la redacción de Números 31 no distingue entre despojos humanos y animales, sino que insiste en meterlos en la misma bolsa. Así que no hay razón para suponer que la «porción de Yahvé» de muchachas vírgenes se ofreciera a Yahvé de otra manera que la porción de Yahvé de bueyes, asnos y ovejas.

El trato que el rey David dio a los habitantes de la ciudad de Rabba también puede calificarse de holocausto: David reunió a todos los prisioneros y «los cortó con sierras, con gradas de hierro y con hachas» y «los hizo pasar por el horno de ladrillos; y así hizo con todas las ciudades de los hijos de Amón» (2Samuel 12:3 y 1Crónicas 20:3).[31] Aunque no se dice explícitamente que desmembrar e incinerar a los amonitas en hornos de ladrillos fuera una «ofrenda quemada» a Yahvé, se nos da a entender que él lo aprobaba; suponemos que le gustaba el olor.

El exterminio completo de los cananeos («hombres y mujeres, jóvenes y viejos») en las ciudades de Jericó, Maceda, Libna, Laquis, Eglón, Hebrón, Debir y Hazor en el Libro de Josué, capítulos 6 a 12, y el mismo destino reservado a los amalecitas en 1 Samuel 15, son también holocaustos que obviamente complacieron a Yahvé.

Desde el punto de vista sionista, la Primera y la Segunda Guerras Mundiales pueden interpretarse como holocaustos para Sión, ya que trajeron bendiciones sobre Israel. En mi primer artículo para unz.com, sugerí que incluso la Guerra de Vietnam podría considerarse un Holocausto para Sión, porque fue querida por el agente sionista Lyndon Johnson y su Consejero de Seguridad Nacional Walt Rostow, y proporcionó el contexto internacional favorable para que Israel lanzara su guerra de anexión de 1967. Esto fue remarcado por el presidente francés Charles De Gaulle quien, en una famosa conferencia de prensa (27 de noviembre de 1967), llamó a un acuerdo internacional sobre la base de la retirada de Israel de los territorios ocupados, pero añadió:

«Pero no se ve cómo podría alcanzarse tal acuerdo mientras uno de los más grandes entre los cuatro no se retire de la atroz guerra que están librando en otros lugares. Sin la tragedia de Vietnam, el conflicto entre Israel y los árabes no se habría convertido en lo que se ha convertido».

El culto al Holocausto

La historia es un estudio de causas y efectos en las decisiones y acciones humanas. Pero Israel ve su propia historia a través del prisma bíblico de su elección, lo que le hace ciego a su propia responsabilidad en la hostilidad gentil. La historia es sustituida por la memoria, la sustancia de las leyendas y los mitos. Por eso Yosef Yerushalmi sostiene en su libro Zakhor: Historia judía y memoria judía, que Israel «eligió el mito en lugar de la historia». Eso se aplica al Holocausto: «su imagen está siendo moldeada, no en el yunque del historiador, sino en el crisol del novelista»[32].

Cuando una tragedia histórica no puede situarse en una perspectiva de causa-efecto, entra en el terreno de la mitología. Si no puede analizarse de un modo racional, se fantasea de un modo religioso. Y así, Elie Wiesel puede declarar que el Holocausto «desafía tanto al conocimiento como a la descripción», «no puede explicarse ni visualizarse», «nunca podrá comprenderse ni transmitirse», es «incomunicable»[33]. «Quien no haya vivido el acontecimiento nunca podrá conocerlo. Y quien haya vivido el acontecimiento nunca podrá revelarlo plenamente»[34].

Quienes controlan el discurso público judío prohíben que nadie exprese la posibilidad de que la persecución nazi pueda tener algunas causas en hechos judíos (como empujar a Inglaterra y Estados Unidos a la guerra). Puesto que los judíos están, por definición, libres de culpa, la violencia nazi contra ellos es gratuita y, por tanto, una manifestación del mal puro y metafísico: el mechón de pelo de Hitler y su bigote han sustituido a los cuernos y la cola del diablo en la iconografía popular.

En el reino de la mitología, todo es posible. La imaginación de los mitógrafos es el límite. Con el Holocausto, incluso lo inimaginable, lo absurdo, lo imposible, lo milagroso debe ser creído. He aquí, por ejemplo, cómo el célebre profesor Simon Baron-Cohen —un hombre serio comparado con su primo, el actor Sacha Baron Cohen— comienza su libro La ciencia del mal: sobre la empatía y los orígenes de la crueldad, publicado en 2011 por Basic Books:

«Cuando tenía siete años, mi padre me dijo que los nazis habían convertido a los judíos en pantallas de lámpara. Es uno de esos comentarios que oyes una vez y nunca se te va de la cabeza. Para la mente de un niño (incluso para la de un adulto) estos dos tipos de cosas simplemente no van de la mano. También me contó que los nazis convertían a los judíos en pastillas de jabón. Parece increíble, pero es verdad. Sabía que nuestra familia era judía, así que esta imagen de convertir a la gente en objetos me resultaba un poco familiar. Mi padre también me habló de una antigua novia suya, Ruth Goldblatt, cuya madre había sobrevivido a un campo de concentración. Le habían presentado a la madre y se sorprendió al descubrir que tenía las manos al revés. Científicos nazis le habían cortado las manos a la señora Goldblatt, se las habían cambiado de sitio y se las habían vuelto a coser de modo que, si ponía las manos con las palmas hacia abajo, los pulgares quedaban por fuera y los meñiques por dentro. Uno de los muchos «experimentos» que habían realizado. Me di cuenta de que había una paradoja en el corazón de la naturaleza humana la gente podía cosificar a los demás que mi joven mente aún no estaba preparada para descifrar. […] Hoy, casi medio siglo después de las revelaciones que me hizo mi padre sobre los extremos del comportamiento humano, mi mente sigue ejercitándose con la misma y única pregunta: ¿Cómo entender la crueldad humana?»[35].

Frente a quienes se atreven a plantear cuestiones de credibilidad, Primo Levi, cuyas memorias Si esto es un hombre (1947) están «consideradas un pilar de la literatura sobre el Holocausto, junto a La noche de Elie Wiesel y El diario de Ana Frank» (Wikipedia en francés), ha dado una respuesta imbatible. En Los ahogados y los salvados (1988) escribió cómo «los milicianos de las SS disfrutaban cínicamente amonestando a los prisioneros» con tanto cinismo:

«Termine como termine esta guerra, hemos ganado la guerra contra vosotros; ninguno de vosotros quedará como testigo, pero aunque alguien sobreviviera, el mundo no le creería. Tal vez habrá sospechas, discusiones, investigaciones de historiadores, pero no habrá certezas, porque destruiremos las pruebas junto con vosotros. E incluso si quedaran algunas pruebas y algunos de ustedes sobrevivieran, la gente dirá que los hechos que describen son demasiado monstruosos para ser creídos: dirán que son exageraciones de la propaganda aliada y nos creerán a nosotros, que lo negaremos todo, y no a ustedes. Seremos nosotros quienes dictaremos la historia de los Lager»[36].

El Holocausto es ahora una religión, que exige fe y prohíbe la indagación crítica. Para los judíos, es un sustituto eficaz del culto a Yahvé. «La religión judía murió hace 200 años. Ahora no hay nada que una a los judíos de todo el mundo aparte del Holocausto», comentó una vez Yeshayahu Leibowitz[37]. Una encuesta de Pew Research de 2013 sobre el tema «Un retrato de los estadounidenses judíos» muestra que, a la pregunta «¿Qué es esencial para ser judío?», «Recordar el Holocausto» ocupa el primer lugar para el 73% de los encuestados, por delante de «Preocuparse por Israel» y «Observar las leyes judías»[38].

El Holocausto es un dios celoso. No hay ningún museo de la guerra de Vietnam en Estados Unidos. A los ucranianos que deseaban conmemorar el «Holodomor» —la muerte de entre 7 y 8 millones de ellos en 1932-1933 por una hambruna provocada deliberadamente contra los kulaks que se resistían a la colectivización— el presidente israelí Shimon Peres les aconsejó, durante una visita a Kiev el 25 de noviembre de 2010: «Olviden la Historia»[39].

El Holocausto es eterno. «Hoy nos enfrentamos, simple y llanamente, a un peligro de aniquilación. […] La gente cree que la Shoah [Holocausto] ha terminado, pero no es así. Continúa todo el tiempo», proclamó Benzion Netanyahu, padre del Primer Ministro israelí[40]. En Israel, explica Idith Zertal, «Auschwitz no es un acontecimiento pasado, sino un presente amenazador y una opción constante»[41].

El Holocausto no es sólo una religión para los judíos. En algunos países europeos, como Francia, se está convirtiendo en una religión de Estado: su culto es obligatorio en la escuela y la blasfemia se castiga severamente. Pero, aunque ahora el mundo entero «recuerda el Holocausto» casi a diario, no todos los hombres son iguales en este culto. Al igual que Yahvé separó al pueblo elegido del resto de la humanidad, el Holocausto traza una línea entre las víctimas —«el pueblo elegido para el odio universal», en palabras de Pinsker[42]— y sus verdugos —virtualmente el resto del mundo—. Y así, el culto al Holocausto resulta ser funcionalmente intercambiable con el antiguo yahvismo: su función principal es alienar a los judíos de la humanidad, exiliarlos a su mórbida excepcionalidad y, al mismo tiempo, aterrorizarlos para que se sometan a sus élites. Mientras que en el Tanaj se decía a los judíos que «temieran a Yahvé», ahora se les insta a temer al Holocausto.

Laurent Guyénot, 11 de noviembre de 2019

Fuente: https://www.unz.com/article/a-holocaust-of-biblical-proportions/

Traduccion ASH para Red Internacional

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NOTAS

[1] Abraham Herschel, Israel: An Echo of Eternity, Doubleday, 1969, p. 115.

[2] Harry Waton, A Program for the Jews and an Answer to All Anti-Semites, 1939 (archive.org), p. 48.

[3] Jeffrey Herf, The Jewish Enemy: Nazi Propaganda During World War II and the Holocaust, Harvard UP, 2006, p. 39.

[4] Jeffrey Herf, The Jewish Enemy, op. cit., p. 78.

[5] Reb Moshe Shonfeld, The Holocaust Victims Accuse: Documents and Testimony of Jewish War Criminals, Bnei Yeshivos, 1977, p. 24.

[6] Alan Hart, Zionism: The Real Enemy of the Jews, vol. 1: The False Messiah, Clarity Press, 2009, p. 164.

[7] Theodore Kaufman, Germany Must Perish, Argyle Press, 1941 (archive.org), p. 30.

[8] «’Hitler no será más que un capullo de rosa’, dice el autor de ‘Alemania debe perecer’», The Canadian Jewish Chronicle, 26 de septiembre de 1941, citado en Brandon Martinez, Grand Deceptions: Zionist Intrigue in the 20th and 21st Centuries, Progressive Press, 2014, kindle, k. 226.

[9] Louis Nizer, What to do with Germany?, Brentano’s, 1944 (archive.org), pp. 98–107.

[10] Louis Marschalko, The World Conquerors: The Real War Criminals, 1958 (archive.org), p. 105.

[11] Citado en David Irving, Nuremberg: The Last Battle, Focal Point, 1996, p. 20

[12] John Mulhall, America and the Founding of Israel: An Investigation of the Morality of America’s Role, Deshon, 1995, p. 109.

[13] Complete Diaries of Theodore Herzl (1960), vol. 2, p. 581, citado en Alan Hart, Zionism, The Real Ennemies of the Jews, vol. 1, The False Messiah, Clarity Press, 2009, p. 163. Los 5 volúmenes completos de los diarios de Herzl están en archive.org

[14] Lenni Brenner, Zionism in the Age of Dictators, Lawrence Hill & Co., 1983.

[15] Lucy Dawidowicz, A Holocaust Reader, Behrman House, 1976, pp. 150–155.

[16] Citado en Israel Shahak, Historia judía, religión judía: El peso de tres mil años de historia, Antonio Machado Libros, 1994, p. 86.

[17] Harry Waton, A Program for the Jews, op. cit., p. 54.

[18] Lenni Brenner, 51 Documents: Zionist Collaboration with the Nazis, Barricade Books, 2002, pp. 7–20.

[19] Citado en Heinz Höhne, The Order of the Death’s Head: The Story of Hitler’s SS, Penguin Books, 2001, p. 133.

[20] Tom Segev, The Seventh Million: The Israelis and the Holocaust, Hill and Wang, 1993.

[21] Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil, Penguin, 2006, pp. 136–138.

[22] Adolf Hitler, Mein Kampf, Reynal & Hitchcock, 1941 (archive.org), pp. 447–448.

[23] Todas las citas bíblicas de la Nueva Biblia de Jerusalén, www.catholic.org/bible

[24] Norman Cantor, The Sacred Chain: The History of the Jews, Harper Perennial, 1995, pp. 55–61.

[25] Karl Budde, Religion of Israel to the Exile, New York, 1899 (archive.org), p. 82.

[26] Benzion Netanyahu, The Founding Fathers of Zionism (1938), Balfour Books, 2012, kindle 2203–7.

[27] Citado en Edgar Morin, Le Monde moderne et la question juive, Seuil, 2006.

[28] Jean-Paul Sartre, Réflexions sur la question juive (1946), Gallimard, 1985, p. 183.

[29] Leon Pinsker, Auto-Emancipation: An Appeal to His People by a Russian Jew (1882), en www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/Zionism/pinsker.html.

[30] Henry Miller, Tropic of Cancer, citado en Josh Lambert, Unclean Lips: Obscenity, Jews, and American Culture, New York UP, 2013, p. 125.

[31] He combinado los dos relatos casi idénticos del mismo episodio en 2 Samuel 12:31 y 1 Crónicas 20:3.

[32] Yosef Hayim Yerushalmi, Zajor: La historia judía y la memoria judía (1982), Anthropos, 2013.

[33] Norman Finkelstein, La industria del holocausto: Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío, Akal, 2014, p. 47.

[34] Citado en Tim Cole, Selling the Holocaust: From Auschwitz to Schindler: How History is Bought, Packaged, and Sold, Routledge, 1999, p. 16.

[35] Simon Baron-Cohen, The Science of Evil: On Empathy and the Origins of Cruelty, Basic Books, 2011. Este pasaje es de la edición kindle (108-150), y también puede leerse en la edición online en archive.org, o «mirando dentro» en Amazon la edición retitulada Zero Degrees of Empathy de Penguin. Pero, como me costaba creer lo que leía, también «miré dentro» de otras ediciones de Amazon, y tuve la sorpresa de ver que el autor ha modificado este pasaje en una nueva edición de 2012 de Basic Books, suprimiendo la frase «suena tan increíble, pero en realidad es verdad», y recalificando las historias del jabón y la pantalla como «rumores». Sin embargo, se aferra a su creencia en el milagro quirúrgico de las manos invertidas. Este pasaje se reproduce incluso, ligeramente modificado, en el New York Times.

[36] Primo Levi, The Drowned and the Saved (1988), 2013, Abacus, p. 2.

[37] Relatado por Uri Avnery en 2005. Citado en Gilad Atzmon, La identidad errante, Disenso, 2011, pp. 161–162.

[38] «A Portrait of Jewish Americans,» en www.pewforum.org.

[39] Alexander Motyl, «Ukrainians and Jews…», 15 de abril de 2011, worldaffairsjournal.org.

[40] Citado en Alan Hart, Zionism: The Real Enemy of the Jews, vol. 3: Conflict Without End? Clarity Press, 2010, p. 364.

[41] Idith Zertal, Israel’s Holocaust and the Politics of Nationhood, Cambridge University Press, 2010, p. 4.

[42] Leon Pinsker, Auto-Emancipation, op. cit., en www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/Zionism/pinsker.html.

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