La cólera de las masas productivas en Francia – por Égalité et réconciliation

 

[A los mismos franceses les coge de sorpresa la resistencia sindical ante los proyectos de Macron para agravar la pobreza de las masas trabajadoras, desde que terminó la farsa de la supuesta pandemia de Covid; se decía que los Chalecos amarillos habían sido el último brote de rebeldía, pero sin conciencia de clase clara. Ahora resulta que los trabajadores portuarios, los de las refinerías, del transporte, de la educación y de la recogida de basura están bloqueando al país. Conviene repasar las etapas del movimiento obrero francés para entender estas iniciativas indudablemente populares. Como dice esta página de septiembre de 2019, “ya es tiempo que los franceses miren la realidad de frente”]

La cuestión de la gestión de las masas es el verdadero problema oligárquico; un problema intrínsecamente ligado a la revolución liberal de 1789. Al fundar por primera vez la comunidad francesa sobre una clase (la burguesía) y no sobre un principio (la ciudad antigua se fundaba sobre el principio guerrero y la ciudad monárquica sobre el principio divino), la democracia liberal moderna dio nacimiento al proletariado. Un proletariado negado y bloqueado desde el principio, ya que la ley Isaac Le Chapelier -calificada por Karl Marx de “golpe de Estado de la burguesía”- prohibía ya en 1791 las huelgas, las mutualidades, las corporaciones y la constitución de sindicatos, y triunfó donde había fracasado Turgot, el interventor general de finanzas del rey Luis XVI: Su edicto de 1776 por el que se abolían los gremios y se liberalizaba el comercio de cereales había provocado, de hecho, disturbios y protestas contra la caída de los salarios y la subida del precio del pan hasta tal punto que el rey se separó de su consejero y derogó su ley.

Prefigurando la lucha de clases, se estableció el equilibrio de poder entre las masas trabajadoras y las nuevas élites: más que el cuestionamiento radical del sistema capitalista y de sus diferencias sociales inherentes, los trabajadores de principios del siglo XIX luchaban por sus condiciones de vida y su dignidad. En plena revolución industrial, los obreros de los pequeños talleres, atemorizados por la degradación de las condiciones de vida de los trabajadores de las fábricas, comprendieron la dinámica. Económicamente contenido, el movimiento sindical francés cobró vida a partir de 1864 y la ley Ollivier, bajo el Segundo Imperio (el de Napoleón III). La ley Waldeck-Rousseau de 1884 confirma la derogación de la ley Le Chapelier y el miedo burgués a la organización obrera. Iniciada por Jules Ferry, esta ley “progresista” sometía en realidad el funcionamiento de los sindicatos a varias normas estrictas y confirmaba la voluntad de controlar la revuelta.

Los primeros sindicatos no pensaban en conquistar el poder político; sólo pretendían defender sus intereses y trabajaban en el mutualismo y la educación. A medida que la relación de fuerzas se intensificaba frente a la perfidia burguesa, la solidaridad de clase tendía a afirmarse y a ir más allá de la solidaridad gremial. Rápidamente, la toma de conciencia de la capacidad de la fuerza obrera y de la importancia de la acción más allá de la ley escrita y del sentido jurídico anuncia el ascenso del sindicalismo revolucionario y de su principio guerrero de la huelga general sobre el sindicalismo reformista de colaboración bajo el control del Estado burgués. Las Bourses du Travail (“Lonjas laborales”) se convirtieron muy pronto en bastiones de la independencia sindical, lejos de las simples salas de reunión y de documentación para las que las había creado el ayuntamiento de París…

En 1895, el congreso de Limoges dio origen a la Confederación General del Trabajo: a partir de entonces, encarnando una unidad de hecho del movimiento sindical francés, la CGT inscribió en sus estatutos una vía resueltamente revolucionaria. La idea de destruir el gobierno arraiga y se instala a través de la propaganda sindical en la clase obrera, lejos de los partidos políticos republicanos. La idea de una huelga general sedujo y aglutinó a las distintas facciones del socialismo de la época: anarquistas, allemanistas, blanquistas e incluso algunos reformistas. Consagrada en 1906 en el congreso de Amiens, la victoria del sindicalismo revolucionario sobre las demás concepciones del sindicalismo fue frustrada en tres etapas por el Sistema:

– El caso Dreyfus, que empujó a algunos de los socialistas radicales a luchar junto a los liberales y republicanos, dando así nacimiento oficialmente (ésta es la tesis de Jean-Claude Michéa) a la “izquierda”. Por primera vez, los valores “progresistas” (antirracismo) primaron sobre la lucha social. La llegada al poder de algunos socialistas (Millerand, por ejemplo) a cambio de esta alianza no aportó nada al proletariado: el mismo Clemenceau debía su ascenso a la victoria de Dreyfus fue el que ejerció una represión férrea contra las huelgas;

– La corrupción y la cooptación de los dirigentes socialistas: el reformista Auguste Keufer se declaró “fiel seguidor de la religión de la humanidad”, los dirigentes sindicalistas apaciguados por las ventajas de la paz social que les ofrecían los poderes fácticos, Jean Jaurès y Jules Guesde hundieron el marxismo en la democracia parlamentaria creando la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO), que más tarde se convertiría en el Partido Socialista… A pesar de la resistencia y la integridad de auténticos sindicalistas revolucionarios como Georges Sorel y Édouard Berth, que profesaban una ruptura total con el mundo democrático capitalista burgués, las masas se volvieron difíciles de movilizar, agotadas por las divisiones;

– El estallido de la Primera Guerra Mundial fue el golpe de gracia: en favor de la “unión sagrada”, toda una franja del sindicalismo se unió no exactamente a la nación, sino al gobierno. Por no hablar de las pérdidas humanas, ya que la democracia siempre prefirió honrar a un soldado muerto antes que a un obrero revolucionario…

La fiebre bolchevique de 1917 agravó aún más las diferencias. Aún viva, la cólera popular tardó varios años en fraguar la unidad sindical, bajo los auspicios de la epopeya comunista. Una unidad frágil en un contexto europeo en ebullición que, bajo la presión de los financieros cosmopolitas y de los Estados plutocráticos, desembocó en la Segunda Guerra Mundial y, a partir de los años 1960, en la subordinaión de la cuestión social a la ya sacrosanta Shoah…

Abandonadas al parlamentarismo republicano, las masas productivas radicales iban a experimentar una nueva oleada de “izquierdismo” después de la guerra. Para contrarrestar la dominación intelectual del marxismo y el poder político del PCF, los socialdemócratas propusieron a Sartre y a los filósofos postestructuralistas (Deleuze, Derrida, Foucault, Lacan, Althusser). La reducción al subjetivismo y el individualismo resultante acompañaron la implantación de la sociedad de consumo americanizada por el Plan Marshall, coronada por la dimensión liberal-libertaria de mayo de 1968. A partir de entonces se evacua la cuestión de la praxis y se niega al pueblo: la “nueva ola” sustituye la revolución social por la revolución sexual y el consumidor transgresor de clase media (el “rebelde”) se convierte en el nuevo modelo a seguir (todo está en la obra de Michel Clouscard). El proletario, en cambio, se convierte poco a poco en “empollón”, “paleto”, “reaccionario”, “fascista”…

En los años 80, los social-liberales suceden a los socialdemócratas, el paréntesis de los Treinta años gloriosos da paso a los Treinta años lamentables, a la desindustrialización y al paro, el capitalismo se globaliza, la soberanía nacional se somete a las superestructuras del Mercado (Unión Europea, FMI, Banco Mundial, etc.) y a los lobbies, y nace la idea de “libre mercado”. En pocos años, las cuestiones de seguridad e identidad comunitaria monopolizan el debate público. La plutocracia oligárquica muestra su verdadero rostro, pasando en dos siglos de la “democracia burguesa” al liberalismo de seguridad, es decir, al santuario policial de una élite libre de dominar con total impunidad (hemos pasado del Estado de derecho al Estado de excepción). Una “hiper-clase” que presenta como ideal una democracia mundial llena de sub-ciudadanos expropiados, sin derecho a voto (los griegos son los primeros sub-ciudadanos de Europa, todo un símbolo…) y a ser acorralados a voluntad (los “hiper-nómadas” queridos por Jacques Attali). ¡Una esclavización gradual pero poco progresiva!

Esta estrategia de disolución de la idea social y de la tendencia revolucionaria en el magma liberal-democrático también se aplicó paralelamente a los otros polos de la organización francesa: la historia del catolicismo intransigente (Pío IX y Pío X) y del nacionalismo integral (Maurras y Action française) dan fe de ello. Los intentos de articular estos polos siguen siendo los más fecundos y ricos de la experimentación política francesa (Albert de Mun, René de la Tour du Pin y el “catolicismo social”, Georges Valois y el Círculo Proudhon).

Amortiguado, despreciado y desviado de la derecha a la izquierda desde Mitterrand, el pueblo ha vuelto a la calle en masa en 2018, con el surgimiento espontáneo de los Chalecos amarillos. Frente a ellos, los mismos mecanismos de dominación: izquierdismo, división, cooptación, chantaje al antisemitismo y, finalmente, una represión sangrienta eminentemente valorada por los predicadores burgueses del pacifismo y el humanismo.

En el trasfondo, siempre está la cuestión de la gestión de la masa productiva por una oligarquía antisocial inconmensurablemente menos legítima que bajo el Antiguo Régimen.

 

El problema de la conciencia de clase

Prohibida por las manipulaciones de los políticos (de Marine Le Pen a Jean-Luc Mélenchon) y desdibujada por la metamorfosis de la lucha de clases en la era de la globalización, la “conciencia de clase” (la capacidad de los miembros de una clase de percibir sus intereses y actuar para promoverlos) de los Chalecos amarillos aún no se ha afirmado. Más que la conciencia de sí mismos, los “galos refractarios” no han tomado la medida ni la naturaleza de su opresor…

¿Servirá de algo protestar y manifestarse frente a una empresa-estado fría y económica, anónima y abstracta, parasitaria y prostituida, un anti-estado que ha abdicado de sus prerrogativas (diplomacia militar y justicia) para convertirse en un monstruo burocrático y administrativo en manos de chantajistas tribales?

¿Se dieron cuenta los pueblos, los productores sedentarios, de que sus enemigos eran los nómadas especuladores y de que eran mortales para ellos? ¿Están dispuestos los franceses a admitir el alcance de la perversidad mesiánica de su perseguidor? ¿O siguen considerando que lo único que hay que hacer, es seguirles la corriente a los intelectuales mediáticos Raphaël Enthoven y Élisabeth Lévy, en sus perpetuas “confrontaciones de opiniones”, y “debate de ideas” hasta concluir, en cualquier caso, que “todo es igual”? Esperemos que las implicaciones francesas del escándalo Epstein nos abran los ojos sobre las prácticas y la visión del mundo de nuestras élites despóticas.

Es cierto que la ingeniería del Sistema ha hecho literalmente de todo para llevar al trabajador por carriles de estancamiento e impedirle interpretar por sí mismo la cuestión social: antirracismo en los años 80, feminismo en los 90, estudios de género en los 2000, estudios sobre los animales en los 2010, bioética (eutanasia, Procreación artificial) en los 2020… Más que carriles de estacionamiento, estas trampas son intentos de asesinato. Al negar los polos fundadores de lo humano (hombre/mujer, tradición/revolución, autoridad/libertad) para promover la uniformidad trans (transgénero, transraza, transhumanismo), la disolución posmoderna ha degradado antropológicamente al individuo, como temía Pasolini en 1970.

La manipulación de la historia y la conciencia política son prerrogativas del poder, que usa y abusa de ellas a su antojo, hasta un punto que a los “pequeños” les cuesta imaginar. Las operaciones más escandalosas (como diría Raymond Barre) para transformar al “pueblo” en “público”, obstaculizar su movilización y controlar sus reacciones son moneda corriente en un sistema en el que la publicidad y la psiquiatría compiten por el control de las mentes…

 

 Los retos inmediatos

En un momento en que las verdaderas fuerzas productivas de la nación -empresarios, pequeños comerciantes, artesanos, agricultores- están literalmente asfixiadas por la administración y la competencia desleal de las multinacionales, es urgente que los franceses se liberen del máximo número de cadenas que arrastran a sus pies: el predominio de los “intelectuales”, la dictadura de la ideología del progreso y de lo políticamente correcto, y la dependencia de los grandes grupos (bancos, compañías de seguros).

Consciente el Sistema del riesgo de emancipación, ya se han puesto en marcha dos estrategias para canalizar el potencial despertar popular:

– el nacional-sionismo

– el globalismo nacional

La primera desvía horizontalmente la ira hacia cuestiones identitarias y raciales; la segunda consiste en ocultar los signos ostensibles de la decadencia oligárquica (Macron revolcándose en delirios festivos en las Antillas, Macron y el festival de música, Macron y la selección francesa de fútbol) bajo la apariencia de símbolos y posturas soberanistas, mientras continúa la explotación financiera.

Otro desafío reside en la nueva y reciente mutación de la sociedad de consumo: tras la desafección de los grandes medios de comunicación por parte de las jóvenes generaciones, se está desarrollando un espacio cada vez más significativo entre este mundo “oficial” (TV, radio, prensa) y el mundo de la disidencia en Internet. Una especie de bajo vientre blando investido por nuevos agentes (Thinkerview) y advenedizos de todo tipo (Vincent Lapierre), que tiende a convertirse en el corazón de la nueva oposición controlada: falsa rebelión, reproducción real de los códigos políticos del Sistema. A estos neo-altermundialistas que pululan en YouTube les conviene  confirmar a su joven público en el democratismo y mantenerlo alejado de la insubordinación real y peligrosa.

Frente a un sistema en el que todo está falsificado (impresión de dinero, virtualidad, transgénicos, relaciones humanas mercantilizadas, impostura generalizada) y que pretende trabajar por el “progreso” aplicando una política eugenésica global (control y selección demográfica mediante una ecología favorable a los emigrantes, eutanasia, etc.), nos encontramos ante un sistema cada vez más peligroso. Frente a ello, es necesario luchar contra la alienación del capitalismo sin desvincularnos nunca de la defensa de nuestro patrimonio y de nuestro modelo de identidad y cultura. Reforzar y articular los polos nacionalista y social en lugar de negarlos o hibridarlos.

FUENTE: http://egaliteetreconciliation.fr/Pour-que-les-Francais-regardent-la-realite-en-face-56288.html

Traducido por Red Internacional

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