Porque no se puede revotar el Brexit? – por Candela Sande
Por qué deben apoyar el ‘Brexit’ incluso quienes se oponen al ‘Brexit’?
Si permito que un gobierno intrusivo y meticón cercene libertades a mi favor, le estoy dando tácitamente permiso para hacerlo también en mi contra. Hay serias razones para oponerse a medidas cuyo resultado nos beneficia, porque otorgan un poder que puede usarse en nuestra contra.
El rechazo abrumador en los Comunes al acuerdo sobre el Brexit alcanzado por la primera ministra conservadora Theresa May ha sumido la escena política británica en un verdadero caos. ¿Qué se hace cuando más de un centenar de los miembros de tu propio partido votan en contra de un plan que has presentado?
Dimitir, ¿no? De hecho, Theresa May está donde está porque el anterior primer ministro, David Cameron, dimitió en 2016 tras perder el ya celebérrimo referéndum sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
Dimitir… ¿en quién? El problema británico es que el tema más candente, el más importante, no enfrenta a uno de los partidos tradicionales contra el otro, sino que es, como se dice ahora, ‘transversal’: hay ardientes ‘remainers’ entre los laboristas y entre los tories, igual que existen decididos ‘brexiteers’ en ambos partidos.
De hecho, una de las razones para el rechazo del acuerdo es que, según casi todos los observadores, es un pésimo acuerdo, lo que no es extraño teniendo en cuenta que lo ha negociado el gobierno presidido por May, que no era partidaria de abandonar la Unión. Los partidarios de marcharse consideran que el acuerdo les obliga a pagar una cantidad impensable para, además, quedarse ‘dentro’ en muchos aspectos. Viene a ser lo peor de las dos opciones: depender de Bruselas sin poder opinar.
Por su parte, quienes quieren quedarse no desean, naturalmente, acuerdo alguno. De hecho, muchos cifran sus esperanzas en que el caos en que ha sumido el rechazo del acuerdo la escena política británica acabe desembocando en que se olvide por completo la idea y aquí paz y después, gloria. Pelillos a la mar. ¿Quién dijo ‘Brexit’?
Sería un error de proporciones colosales. Y no, no es una opinión derivada de un rechazo a la Unión Europea, ni tengo en cuenta siquiera si es para Gran Bretaña -o para cualquier otro país- un desastre abandonar la alianza o una bendición. Digo y mantengo que, aunque fuera una decidida partidaria de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, defendería con uñas y dientes el ‘Brexit’.
No es una opinión popular. De hecho, apenas es una opinión publicable: el consenso absoluto de todos los grandes medios no es meramente que el ‘Brexit’ es un error, sino que es un verdadero disparate que no hay por dónde cogerlo, que los británicos han demostrado ser unos asnos arrogantes y xenófobos y David Cameron, una desgracia para la historia británica. Y, naturalmente, lo mejor sería repetir el referéndum (hasta que salga el “sí”, añadiría) o que el 10 de Downing Street olvide todo el asunto y ratifique por las buenas su permanencia en ‘Europa’.
Y sería una catástrofe, ya digo, aunque se piense lo peor del ‘Brexit’. Para explicarlo, les contaré algo personal. Hace ya algún tiempo que dejé de fumar, no sabría decir cuánto (un año, dos meses, una semana, tres días y seis horas) y, como suele suceder, me he vuelto una maniática a la que le molesta terriblemente el olor a tabaco y que está encantada con los resultados de las restricciones legales contra el tabaquismo.
Y, sin embargo, aunque me benefician evidentemente y son beneficiosas para la salud, sigo oponiéndome a ellas con todas mis fuerzas. Porque si permito que un gobierno intrusivo y meticón cercene libertades a mi favor, le estoy dando tácitamente permiso para hacerlo también en mi contra. Es decir, que hay serias razones de principios para oponerse a medidas cuyo resultado nos beneficia, porque establecen un precedente y otorgan un poder que puede igualmente usarse en nuestra contra.
Esto, tan obvio, se olvida invariablemente en el debate, y la ley de la que hablaba era casi invariablemente defendida por los no fumadores y atacada por los fumadores, con escasas excepciones, sin que parecieran darse cuenta de que lo que estaba en juego era la legitimidad del poder para decidir más y más por nosotros.
Apliquen ahora esto al ‘Brexit’. El gobierno de Cameron no fue ‘tonto’, como suele darse por hecho, por convocar el referéndum. De hecho, era una promesa electoral que le hizo ganar su primer mandado, durante el cual la ignoró, y la repitió para el segundo de un modo que no le quedaba otro remedio que aplicarla. Aun así, el Gobierno confiaba en que toda la maquinaria propagandística que podía movilizar, unida a la que de mil amores le proporcionaban los grandes medios nacionales y extrranjeros, le haría ganar el referéndum.
Este se convocó con todas las formalidades relativas a su importancia, con una campaña suficiente y la garantía reiterada de que se respetaría el resultado. Si ahora se anulase el resultado o se repitiese la consulta, la consecuencias no serían meramente volver al ‘status quo ante’ y aquí no ha pasado nada. No, las consecuencias serían, entre otras:
La negación de la democracia. El mensaje sería transparente: lo que votéis no cuenta si no nos conviene a nosotros, la élite. Esta es una alarmante deriva a la que, por cierto, estamos asistiendo con cierta perplejidad: la progresía les está cogiendo asco a las urnas, después de décadas -¡siglos!- de cantar sus loas. Y no vale decir que “los partidarios del ‘no’ basaron su mensaje en mentiras”, aunque solo sea porque los contrarios hicieron lo mismo, con la autoridad, además, de instituciones tan venerables como el Banco de Inglaterra. Si anunciar lo que va a pasar y que luego no pase anulara los resultados electorales, nuestros dos últimos presidentes del Gobierno (me quedo corta, lo sé) hubieran tenido que dimitir a la semana de tomar posesión.
El divorcio definitivo del pueblo y las élites gobernantes en la UE. Es un secreto a voces que Bruselas ha metido la directa en su avance hacia un megaestado, y que si no hemos llegado allí es porque le crecen los enanos, desde los chicos malos de Visegrado a los ‘populistas’ de toda laya. Crear una Europa nación al margen de los europeos sería crear un Estado que nacería muerto o, peor, una versión de la Unión Soviética con multinacionales.
Imprimir en la mente de todos que la UE no es una alianza libre, sino una cárcel de pueblos, y que quien intenta escapar la paga. Decía Groucho Marx que no querría pertenecer a un club que le admitiese como socio; personalmente, no querría pertenecer a un club donde pudiera entrar pero no salir, como el Hotel California de los Eagles. Los eurócratas esperan que el caos británico desanime a los otros a intentar siquiera una fuga. Pero el resultado podría ser exactamente el inverso: animar a muchos a escapar cuanto antes.