DOSSIER: el gran engaño del ataque de los años 90 contra Rusia

A medida que el Mundial de Fútbol de 2018 en Rusia se acerca a su fin, muchos de los extranjeros que acudieron se sorprendieron al encontrar en Rusia una sociedad próspera y un anfitrión amistoso y acogedor. Esto dificulta la comprensión de que, apenas a una generación atrás, Rusia experimentó un colapso político, económico y social de proporciones calamitosas. Después de la desintegración de la Unión Soviética en 1991, Rusia comenzó una transición del comunismo al capitalismo. El llamado programa de “terapia de choque”, prescrito y guiado por expertos occidentales, provocó la depresión económica más larga y una de las más graves del siglo XX. Hoy en día, pocas personas fuera de las naciones de la antigua Unión Soviética recuerdan este oscuro episodio. Menos aún lo entienden.

Incluso entre los intelectuales mejor informados de Occidente, el fracaso de la transición de la terapia de choque rusa se malinterpreta en gran medida y a menudo se atribuye a algún defecto siniestro de la sociedad rusa; un defecto que engendró corrupción y criminalidad de asombrosas proporciones. En este ambiente tóxico, los dulces frutos de la democracia occidental y el capitalismo simplemente no pudieron crecer a pesar de la generosa benevolencia de los amigos y ayudantes occidentales de Rusia.

En abril de 2015, el consejo editorial del Washington Post publicó un artículo en el que informaba a sus lectores que en la década de 1990 “miles de estadounidenses fueron a Rusia con la esperanza de ayudar a su pueblo a alcanzar una vida mejor. El esfuerzo estadounidense y occidental de los últimos 25 años -al que Estados Unidos y Europa dedicaron miles de millones de dólares- tenía como objetivo ayudar a Rusia a superar el horrible legado del comunismo soviético, que dejó al país de rodillas en 1991. … Los estadounidenses”, escriben los editores del Washington Post, “vinieron por la mejor de las razones… se le extendió una mano generosa a la Rusia postsoviética, ofreciendo lo mejor de los valores y conocimientos occidentales”. (Hiatt 2015)

Sin embargo, a pesar de abandonar el totalitarismo comunista unipartidista y abrazar la democracia parlamentaria y el capitalismo de libre mercado, y a pesar de recibir “lo mejor de los valores y conocimientos occidentales”, Rusia experimentó una verdadera tragedia, ya que su economía sufrió un colapso económico que fue peor que el que sufrió durante la ocupación nazi de la Segunda Guerra Mundial. Más de 70 millones de rusos se hundieron en la pobreza mientras que una cuarta parte de ellos vivía en lo que el Banco Mundial describió como “pobreza desesperada”. Las tasas de suicidio se duplicaron, el alcoholismo y los crímenes violentos se dispararon. Durante los primeros seis años de reformas, casi 170.000 personas fueron asesinadas. Se desencadenó una malnutrición generalizada y una crisis sanitaria aguda, que dio lugar a epidemias de enfermedades curables como el sarampión y la difteria. Las tasas de cáncer, enfermedades cardíacas y tuberculosis también se elevaron a los niveles más altos en cualquier país industrializado del mundo. La esperanza de vida colapsó y los abortos se dispararon.

La tasa de mortalidad rusa se incrementó en un 60% durante esos años, hasta alcanzar un nivel que sólo han experimentado los países en guerra. En total, Rusia sufrió entre cinco y seis millones de muertes excedentes, lo que corresponde a entre el 3,4% y el 4% de su población total. Como comparación, durante la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido perdió el 0,94% de su población, Francia perdió el 1,35%, China perdió el 1,89% y Estados Unidos perdió el 0,32%. (Chossudovsky 2010)

En la próxima serie de artículos, extraídos del Capítulo 3 de mi libro recientemente reeditado, Grand Deception [Gran Engaño], echaremos un vistazo detallado a este episodio histórico. La edición anterior del libro, titulada The Killing of William Browder [El Asesinato de William Browder], había sido “suprimida” en septiembre pasado después de sólo 5 semanas en el mercado. Pero algunas personas tuvieron la oportunidad de leerlo y el libro obtuvo 12 críticas de lectores: 11 reseñas de cinco estrellas y una de cuatro (más recientemente, otro lector agregó una reseña de tres estrellas).

También recibí varios correos electrónicos de lectores rusos. Uno de ellos, que solía trabajar en el gobierno ruso, confirmó que él estaba involucrado y al tanto de una serie de acontecimientos que describo y que las cosas sucedieron como las describí. Otro lector, un ejecutivo de alto nivel de Gazprom, escribió que “su relato del colapso económico de Rusia y el subsiguiente saqueo es el mejor que he leído hasta ahora. Sin duda merece una audiencia muy amplia”.

El extracto que estoy a punto de compartir es una historia bastante larga, de unas 15.000 palabras, así que lo he dividido en seis partes, cubriendo los siguientes temas:

  • La transición: Cómo ocurrió la transición de Rusia del comunismo al capitalismo y quiénes fueron los principales actores y beneficiarios en el proceso.
  • El contragolpe: La tentativa de los legisladores rusos de hacer que el saqueo sin ley retrocediera, y la violenta represión de Boris Yeltsin (con la aprobación y el apoyo de los gobiernos occidentales), enviando 5.000 tropas con tanques y helicópteros para frenar la revuelta de los legisladores, matando a muchos cientos de personas.
  • El papel de las instituciones occidentales: El FMI estranguló deliberadamente la economía de Rusia, lo que resultó en un “genocidio económico”.
  • Las raíces de la participación del estado profundo estadounidense: Los preparativos para este asalto a Rusia (la URSS, más bien) por los elementos del estado profundo del gobierno estadounidense desde los primeros días de la administración de Ronald Reagan. El gobierno británico probablemente estaba involucrado y era cómplice.
  • Las consecuencias: la peor catástrofe humanitaria en tiempos de paz de la historia moderna.
  • Las alternativas a la terapia de choque: los métodos de transición fueron estudiados y preparados por muchos economistas rusos, y fueron parcialmente implementados en Rusia. Desafortunadamente, estas reformas fueron desestimadas por el gobierno de Yeltsin, que seguía los preceptos de sus asesores occidentales.

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Las reformas económicas y la privatización fueron altamente destructivas para Rusia. Y se alcanzaron fuera del marco jurídico legítimo. Para esquivar a las agencias gubernamentales y eludir el parlamento, el gobierno de Yeltsin trabajó a través de una red de agencias privadas y organizaciones no gubernamentales creadas por Anatoly Chubais, sus asociados y sus asesores occidentales. Una de las más importantes de estas organizaciones fue el Centro de Privatización de Rusia (CPR), creado por el HIID [Instituto de Harvard para el Desarrollo Internacional, por sus siglas en inglés -NdT] y Anatoly Chubais bajo decreto presidencial. Los directores del CPR fueron Andrei Schleifer y el propio Chubais. Como ejemplo de corrupción y conflictos de intereses privados y públicos en el gabinete de Yeltsin, Chubais dirigió simultáneamente el CPR privado y la GKI (Agencia Federal para la Administración de la Propiedad Estatal) del gobierno. Esto no parecía molestar a los patrocinadores occidentales del CPR; además de una subvención de 45 millones de dólares de la USAID, el CPR obtuvo un crédito de 59 millones de dólares del Banco Mundial, 43 millones de dólares del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo y otros fondos de la Unión Europea, Japón y varios gobiernos europeos individuales.1 El CPR también ayudó a establecer la Comisión Federal de Valores, también con dinero de la USAID.

Otro organismo importante fue el Instituto de Economía Basada en el Derecho, financiado por el Banco Mundial y por una donación de 20 millones de dólares de la USAID. Su misión era ayudar a desarrollar el marco legal y reglamentario de Rusia. Aunque fracasó estrepitosamente en esa misión, se hizo famoso por escribir los decretos presidenciales de Boris Yeltsin. En total, la USAID financió las reformas rusas con 325 millones de dólares del dinero de los contribuyentes estadounidenses. El simple objetivo de todo esto, como lo dijo Richard Morningstar, otro ex-alumno de Harvard involucrado en el proyecto, era “ganar en las privatizaciones…” 2

grand deception krainer

Este marco de conflictos de intereses y corrupción permitió que el gobierno de Yeltsin llevara a cabo el negocio de las reformas económicas y la privatización sin oposición de las legítimas instituciones gubernamentales. Walter Coles, de la USAID, lo expresó en términos sencillos: “Si necesitábamos un decreto, Chubais no tenía que atravesar la burocracia“.3

Otra ventaja de esta red era que todos los sectores podían eludir la rendición de cuentas. Los funcionarios rusos podían defender sus acciones alegando que estaban siguiendo las demandas del FMI o del Banco Mundial, mientras que los estadounidenses y otros extranjeros podían culpar a los rusos por la corrupción, cuando eran descubiertos en algún acto ilícito.

El flagrante desprecio completo de Yeltsin por la ley finalmente provocó una violenta confrontación con el Congreso de los Diputados del Pueblo, la rama legislativa del gobierno ruso. En diciembre de 1992, los diputados destituyeron a Yegor Gaidar como primer ministro y ordenaron al banco central que siguiera concediendo créditos a las empresas del país para evitar su cierre total. Aunque el privilegio de Yeltsin de gobernar por decreto expiró a finales de 1992, el 20 de marzo de 1993 se otorgó a sí mismo poderes ejecutivos extraordinarios y anunció un régimen especial de gobierno que permanecería en vigor hasta la resolución de la crisis política. Tres días después, el Tribunal Constitucional ruso declaró ilegales las medidas de Yeltsin y el 26 de marzo se inició un juicio de destitución contra el Presidente en una sesión extraordinaria del IX Congreso de los Diputados del Pueblo.

Yeltsin logró sobrevivir al voto de impugnación, por lo que continuó gobernando por decreto y la crisis política se reavivó después de las vacaciones de verano. El 18 de septiembre, restableció a Yegor Gaidar como Viceprimer Ministro, pero el Parlamento rechazó enérgicamente este nombramiento. El 21 de septiembre, Yeltsin respondió disolviendo el Parlamento y realizando, en efecto, un golpe de Estado. Sin embargo, los legisladores no estaban dispuestos a ceder y la crisis política continuó intensificándose. Después de que el Tribunal Constitucional dictaminara que las acciones del presidente violaban la Constitución, el parlamento celebró una sesión de emergencia durante la cual declaró nulo el decreto de Yeltsin. Los diputados lo despojaron de la presidencia y juraron al vicepresidente Aleksandr Rutskoy como nuevo presidente. El primer acto de Rutskoy fue despedir a Yeltsin y a sus ministros clave de sus puestos en el gabinete. En una sesión celebrada el 24 de septiembre, los diputados anunciaron que en marzo de 1994 se celebrarían nuevas elecciones para la presidencia y el parlamento de Rusia.

La violenta reprimenda de Yeltsin

Las acciones de los legisladores tenían probabilidades de llevar a un cese o incluso a una revisión del proceso de privatización. Los nuevos amos de Rusia tenían demasiado en juego como para permitir que la democracia rusa obstruyera su agenda.4 Boris Yeltsin respondió con la fuerza bruta, aislando el edificio del parlamento, cortando su electricidad, las líneas telefónicas y el agua caliente. Esto provocó una rebelión manifiesta entre muchos moscovitas y decenas de miles de ellos salieron a las calles en apoyo del parlamento. Las manifestaciones pacíficas duraron días y el número de manifestantes aumentó a pesar de la censura mediática de las protestas. El 28 de septiembre, el Ministerio del Interior finalmente se movilizó para reprimir las manifestaciones por la fuerza. Esto condujo a violentos enfrentamientos entre el pueblo y la policía. Sin embargo, ni los parlamentarios ni los manifestantes retrocedieron. El 3 de octubre, los manifestantes se manifestaron en la cadena de televisión Ostankino, con el fin de terminar la censura mediática y transmitir la verdad al resto del público ruso. Eso podría haber catalizado una revuelta nacional contra el régimen de Yeltsin y el gobierno actuó despiadadamente para dispersar a los manifestantes. Abrieron fuego con munición real contra la multitud que incluía a ancianos, mujeres y niños, dejando un saldo de 46 muertos y 124 heridos según el recuento oficial.

Al día siguiente, Yeltsin ordenó que una división militar de cinco mil hombres asaltara el parlamento, flanqueada por tanques, vehículos blindados de transporte de tropas y helicópteros. Cuando los tanques del ejército abrieron fuego contra el edificio del parlamento, decenas de diputados y miembros del personal resultaron muertos y heridos. Cuando terminó el asedio, la seguridad del Presidente tenía órdenes de matar al presidente Aleksandr Rutskoy y al portavoz, Ruslan Khasbulatov. El guardaespaldas personal de Yeltsin, Alexander Korzhakov, testificó que entró en el edificio del Parlamento con una pistola cargada y desbloqueada en su bolsillo derecho en busca de Rutskoy y Khasbulatov, pero que no pudo utilizarla porque había demasiados testigos5.

El número oficial de víctimas mortales de la violenta represión ejercida por Yeltsin en el levantamiento contra su gobierno fue de 187 muertos y 437 heridos6. Las cifras no oficiales oscilan entre 2.000 y 5.000 víctimas. En los días y semanas posteriores al sangriento asalto al parlamento, Yeltsin emitió una serie de decretos para apuntalar su poder, con lo que purgó a su oposición política, al Tribunal Constitucional y a los medios de comunicación que apoyaban al parlamento. Aprovechó la crisis también para liberar al banco central del control de los legisladores y hacerlo independiente. El 12 de diciembre de 1993, Yeltsin forzó la aprobación de una nueva constitución que le otorgaba amplios poderes para gobernar por decreto y establecía una presidencia firme en el corazón del sistema político ruso. A lo largo de toda esta crisis, Yeltsin gozó del pleno apoyo y comprensión de las potencias occidentales a pesar de su toma de poder inconstitucional, la represión asesina de los manifestantes y parlamentarios y la represión violenta de la oposición política y mediática.

El ex presidente de los Estados Unidos Richard Nixon, quien fue un observador cercano de los acontecimientos en Rusia, testificó que funcionarios rusos le habían informado de que el gobierno de Estados Unidos apoyaba la violenta represión de Yeltsin contra el parlamento a condición de que su gobierno acelerara las reformas económicas7. De hecho, poco después de la represión, el Congreso de Estados Unidos votó a favor de donar 2.500 millones de dólares del dinero de los contribuyentes estadounidenses para apuntalar al gobierno de Yeltsin. A lo largo de este sangriento episodio, el público occidental tuvo la impresión de que Yeltsin estaba luchando contra una insurgencia armada de reaccionarios comunistas radicales, mientras que él era presentado como un demócrata comprometido, modernizador de Rusia y amigo de Occidente. Esa versión de los eventos fue creada a través de un esfuerzo concertado de propaganda, coordinado en gran parte por el infame gigante de las relaciones públicas Burson-Marstellar, cortesía de USAID y de los involuntarios contribuyentes estadounidenses8.

En la parte 3 de esta serie veremos las políticas del Fondo Monetario Internacional que prácticamente resultaron en el estrangulamiento de la economía rusa. Como veremos, estas políticas no fueron un accidente: fueron premeditadas y deliberadas, perseguidas para facilitar el saqueo al por mayor y la destrucción de Rusia.

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La terapia de choque le dio a Rusia una de las peores y más largas depresiones económicas del siglo XX, una catástrofe humanitaria sin precedentes durante una crisis en tiempos de paz y una privatización criminalmente injusta de los bienes públicos. Las razones por las que las cosas sucedieron de esta manera en Rusia generalmente no se entienden bien en Occidente. Incluso entre los intelectuales mejor informados de Occidente, el fracaso de la transición de la terapia de choque rusa se malinterpreta en gran medida y a menudo se atribuye a algún defecto siniestro de la sociedad rusa. Es lo que Bill Browder caracterizó como “la sucia deshonestidad de Rusia”, o “los cimientos malvados de Rusia”, que engendró corrupción y criminalidad de asombrosas proporciones. En este ambiente tóxico, los dulces frutos de la democracia occidental y el capitalismo simplemente no pudieron crecer a pesar de la generosa benevolencia de los amigos occidentales de Rusia.

Esta versión tan crédula de los acontecimientos no se basó nunca en un análisis coherente de lo que ocurrió en Rusia durante los años noventa. Más bien, se basó en la manipulación intencionada de la percepción a través de los medios de comunicación occidentales. Ya en abril de 2015, el Washington Post ofreció un buen ejemplo de esta manipulación de la percepción. En un artículo del consejo editorial, el periódico informó a sus lectores que en la década de 1990, “miles de estadounidenses fueron a Rusia con la esperanza de ayudar a su pueblo a alcanzar una vida mejor. El esfuerzo estadounidense y occidental de los últimos 25 años -al que Estados Unidos y Europa dedicaron miles de millones de dólares- tenía como objetivo ayudar a Rusia a superar el horrible legado del comunismo soviético, que dejó al país de rodillas en 1991. … Los estadounidenses”, escriben los editores del Washington Post, “vinieron con muy buenas intenciones… se le extendió una mano generosa a la Rusia postsoviética, ofreciendo lo mejor de los valores y conocimientos occidentales”.2

En efecto, el papel occidental en la transición rusa se representa casi invariablemente como una generosa benevolencia. Aunque muchos de los ayudantes occidentales de Rusia llegaron con intenciones sinceras y honorables, todo el proyecto, según lo determinado por su estructura de mando y control, fue simplemente una enorme organización criminal y descarada.

Los dictados de la política del FMI

Cuando Jeffrey Sachs redactó sus recomendaciones sobre la terapia de choque, estimó que para que las reformas tuvieran éxito, la Unión Soviética necesitaría un apoyo financiero de unos 15.000 millones de dólares al año durante muchos años. Este dinero era necesario para que el Estado continuara administrando los servicios sociales esenciales como las pensiones, la asistencia sanitaria y la ayuda alimentaria para la población del país. Pero mientras el FMI y el gobierno de Estados Unidos insistían en que Moscú cumpliera con las draconianas medidas de terapia de choque, se negaron obstinadamente a proporcionar la ayuda financiera necesaria. Sachs también abogó por el alivio de la deuda de la URSS que, antes de su colapso en 1991, ya tenía un adeudo de 60.000 millones de dólares en pagos a acreedores extranjeros.

Cuando asesoró a los gobiernos boliviano (1985-1986) y polaco (1989-1991) en la implementación de sus propias terapias de choque, Sachs pudo negociar una amortización del 50% de la deuda para Polonia y del 90% para Bolivia. En contraste, Rusia no obtendría ningún tipo de alivio de la deuda. Por el contrario, en la cumbre del G7 celebrada en Moscú en noviembre de 1991, los representantes de las siete principales potencias occidentales insistieron en que la Unión Soviética tenía que seguir pagando sus deudas externas a toda costa, incluso amenazando a Yegor Gaidar con que “cualquier suspensión de los pagos de la deuda daría lugar a la suspensión inmediata de la ayuda alimentaria urgente y a que los barcos que estuvieran a punto de llegar a los puertos del Mar Negro cambiaran de rumbo”.3 El esfuerzo de Moscú por cumplir con estas obligaciones de pago agotó por completo el tesoro del gobierno en un plazo de tan sólo tres meses (para febrero de 1992).

Sachs informó más tarde que en diciembre de 1991 mantuvo conversaciones con el FMI instando a sus representantes a adelantar el apoyo financiero necesario para la transición de Rusia, pero ellos insistieron en que Rusia no necesitaba tal ayuda y le dijeron que habían dado instrucciones al G7 al respecto. Para Sachs, la metodología en la que el FMI había basado su decisión era “increíblemente primitiva”, lo que le llevó a asumir que el FMI estaba simplemente “repitiendo las decisiones políticas ya decididas por Estados Unidos”. Tenía razón, por supuesto: como ahora sabemos, la política de ayuda de EE.UU. a Rusia fue determinada por dos agencias clave del gobierno de EE.UU.: el Departamento del Tesoro dirigido por Robert Rubin y Lawrence Summers a cargo de los asuntos rusos, y el Consejo de Seguridad Nacional.4

Es cierto que el FMI adelantó algunos préstamos a Rusia durante su período de transición, pero los montos en cuestión eran demasiado pequeños y llegaban demasiado tarde como para brindar un alivio económico o social significativo. En total, entre 1993 y 1999 el FMI prestó a Rusia entre 30.000 y 40.000 millones de dólares, muy lejos de los 15.000 millones de dólares anuales que se consideraban necesarios para apoyar sus reformas económicas. Además, la mayor parte de los préstamos del FMI se concedieron a los bancos privados de propiedad oligárquica que los utilizaron para financiar la fuga de capitales, la especulación en el mercado de bonos y las apuestas contra el rublo.5

Existieron otros aspectos problemáticos en los préstamos del FMI: en 1995, sin casi ninguna condición, el FMI adelantó a Rusia un préstamo de 6.700 millones de dólares a través de su Mecanismo de Transformación Sistemática. Prácticamente la totalidad de esa suma de 6.700 millones de dólares se utilizó para financiar el ataque militar de Yeltsin contra Chechenia.6 Esa operación fue un desastre, pero a nivel nacional sirvió para distraer la atención del público de los problemas económicos y la corrupción política. El siguiente préstamo del FMI a Rusia fue una misión poco discreta para rescatar a Yeltsin y a su gobierno de la democracia rusa. Concretamente, la desgracia chechena le costó mucho a Yeltsin en las elecciones parlamentarias de diciembre de 1995 y su partido sufrió una derrota devastadora ante los comunistas.

El propio presidente se había vuelto extremadamente impopular. Con un índice de aprobación que languidecía entre el 4% y el 6%7, Yeltsin realmente corría el riesgo de perder las elecciones presidenciales de junio de 1996, lo cual, una vez más, amenazaba con revertir la transición de Rusia y anular la privatización de su economía. Para evitar esto, el gabinete de Yeltsin contrató a un equipo de estrategas políticos estadounidenses vinculados a la administración Clinton para que asesoraran su campaña electoral. Cuando los estadounidenses empezaron a trabajar en marzo de 1996, una de las primeras cosas de las que se dieron cuenta fue que el pueblo ruso estaba furioso por la falta de pago de los salarios y pensiones estatales durante meses. Washington recibió el mensaje y el FMI tomó medidas: liberó rápidamente un tramo de 1.000 millones de dólares de su próximo préstamo de 10.200 millones de dólares para que Yeltsin pudiera pagar todos los salarios y pensiones que su gobierno debía. El préstamo sirvió para aliviar la impopularidad de Yeltsin y hacer que las elecciones amañadas parecieran un poco menos sospechosas.

El FMI aprobó su mayor préstamo de 22.600 millones de dólares a Rusia el 20 de julio de 1998, cuando su gobierno en bancarrota se dirigía inexorablemente hacia el incumplimiento de pagos. El préstamo sirvió para dos propósitos clave: una gran parte del mismo fue un regalo a los oligarcas que se sirvieron de los fondos para convertir su tesoro de rublos en dólares. En cuatro semanas compraron 6.500 millones de dólares y transfirieron la mayor parte de ellos a bancos extranjeros.8 La mayor parte del resto de los préstamos del FMI fue un rescate furtivo para instituciones financieras occidentales que contaban con unos 200.000 millones de dólares en préstamos e inversiones en Rusia. Los bancos temían la posibilidad de un incumplimiento de pagos por parte de Rusia que les dejaría con pérdidas paralizantes. Estos riesgos se agudizaron aún más tras la crisis financiera de 1997 en Asia oriental que asolaría Rusia en 1998.

En un testimonio ante el Congreso de Estados Unidos, el veterano inversionista Jim Rogers caracterizó la asistencia del FMI a Rusia de la siguiente manera: “Las actividades de la organización están emperifolladas en una prosa santurrona sobre la ayuda a los pobres y la elevación del nivel de vida en el tercer mundo. No se dejen engañar. Estos rescates en realidad tienen que ver con la protección de los intereses de Chase Manhattan, J.P. Morgan y Fidelity Investments.9

Además de cargar a Rusia con una deuda improductiva, el FMI también diseñó la hiperinflación y la crisis de liquidez de Rusia. Después de eliminar el control de precios, el FMI obligó a Rusia a mantener el rublo como moneda común para todos los estados sucesores de la Unión Soviética, dando a cada uno de los 15 nuevos países el incentivo de emitir créditos en rublo para su propio beneficio, al tiempo que alimentaba la inflación para todos los demás. Sachs informó que él había discutido enérgicamente con el FMI en contra de esta medida, pero “por razones inexplicables”, fue constantemente rechazado. El resultado fue que la introducción de las monedas nacionales de las antiguas repúblicas soviéticas se retrasó un año, empujando a Rusia a la hiperinflación y prolongando innecesariamente su depresión económica. Al mismo tiempo, el FMI diseñó la asombrosa crisis de liquidez de Rusia que hizo casi imposible que las empresas pagaran a sus proveedores y trabajadores. Bajo el dictado del FMI, la economía rusa se las arregló con menos de un sexto de la moneda necesaria para operar una economía de su tamaño.

El alcance del control férreo del FMI sobre la economía rusa se ejemplificó en una carta del representante del FMI, Yusuke Horaguchi, al presidente del banco central ruso, Sergei Dubinin. La carta especificaba el calendario preciso del suministro de rublos rusos junto con instrucciones “rigurosamente redactadas” en relación con los créditos bancarios, el presupuesto estatal, la política energética, los niveles de precios, los aranceles comerciales y las políticas agrícolas. La carta de Horaguchi incluso incluía una advertencia de que cualquier acto del parlamento que contravenga los mandatos del FMI sería vetado por el presidente Yeltsin.10

Está claro que la “terapia” de choque fue poco más que un implacable y cruel estrangulamiento de la economía rusa para facilitar el saqueo de su vasta riqueza industrial y de recursos. Sin embargo, la mayoría de los análisis publicados por Occidente sobre este episodio tendían a abordarlo como un fracaso de las buenas intenciones. Si bien lamentan los resultados y ciertas prácticas cuestionables, la mayoría de los analistas básicamente atribuyen el fracaso de la transición rusa a errores honestos, a la corrupción endémica de Rusia y quizás a la inexperiencia de muchos de los protagonistas del drama. En New York Review of Books, Robert Cotrell ofrece un ejemplo típico: “No se puede culpar realmente a los jóvenes movimientos democráticos por este fracaso. Eran inexpertos e inocentes, con un entendimiento vago, en el mejor de los casos, de lo que querían lograr y ninguna comprensión de la forma concreta de lograrlo”.11 Goldman Marshall, de Harvard, y el Consejo de Relaciones Exteriores escribieron: “Sin duda, hubo informes inquietantes sobre negocios turbios durante las tomas de poder, pero la mayoría de los observadores los explicaron como efectos secundarios inevitables de una transformación de semejante envergadura”.

Naturalmente, Marshall no detalla cómo o dónde encuestó a esta “mayoría de los observadores”, pero su mensaje a los lectores es inequívoco: sigan adelante, no hay nada que ver aquí; menos aún presten atención al hecho de que muchos de esos miles de occidentales que vinieron a Rusia “con las mejores intenciones”, incluyendo a Bill Browder, Andrei Schleifer y Jonathan Hay,12 regresaron de Rusia como multimillonarios. La reportera financiera Anne Willamson, que cubría Rusia para el New York Times y el Wall Street Journal, comentó acertadamente en su testimonio ante el Congreso que “los estadounidenses, que pensaban que su dinero estaba ayudando a una tierra asolada, han sido deshonrados; y el pueblo ruso que confió en nosotros ahora está dos veces más endeudado de lo que estaba en 1991 y con razón se siente traicionado”.

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Los comentaristas occidentales suelen centrarse en el período de 1991 a 2000 y culpan a la administración de Bill Clinton de gestionar mal su ayuda a Rusia. Sin embargo, culpar a la administración Clinton es como si se leyera un libro desde el centro y no desde el principio. Para entender el papel del gobierno de Estados Unidos en la tragedia rusa, tenemos que remontarnos al menos diez años atrás, a los inicios de la administración del presidente Ronald Reagan. También debemos distinguir entre el gobierno legítimo de Estados Unidos y una estructura de poder ilegal y paralela que opera dentro de él. Durante mucho tiempo, la sociedad educada no pudo discutir este “gobierno secreto” porque su existencia era considerada una loca teoría de la conspiración.

Pero todo eso cambió en el otoño de 1986 cuando un avión de suministro estadounidense fue derribado en Nicaragua y las ventas ilegales de armas de Reagan a Irán quedaron al descubierto. Estos acontecimientos sacaron a la luz el asunto de “Irán-Contra”. Se inició una investigación exhaustiva del Congreso y el proceso reveló la existencia de una estructura de poder paralela que opera ilegalmente dentro de la estructura legítima de gobierno. Por primera vez se hicieron patentes las acciones de esta red, también conocida como gobierno en la sombra, el Estado profundo o la Empresa, y ya no se podían descartar como mera teoría de la conspiración.

En su informe especial titulado ” El gobierno secreto “, el periodista Bill Moyers describió a la organización como “una red interconectada de funcionarios oficiales, espías, mercenarios, ex generales, especuladores y súper patriotas que por una variedad de motivos operan al margen de las instituciones legítimas del gobierno. Los presidentes han recurrido a ellos cuando no podían ganar el apoyo del Congreso o del pueblo, creando ese poder sin supervisión tan temido por los redactores de nuestra constitución”. El difunto senador Daniel Inouye lo caracterizó como “un gobierno en la sombra con su propia fuerza aérea, su propia fuerza naval, sus propios mecanismos de recaudación de fondos y la capacidad de perseguir sus propias ideas de interés nacional, exento del sistema de control y equilibrio y ajeno a la propia ley”.1

Para el propósito de nuestro análisis es importante tener en cuenta la existencia de esta red, así como la de William Casey, el más alto funcionario de la administración de Reagan directamente asociado con ella.

Los guerreros de la Guerra Fría de la administración Reagan formulan la política…

Cuando Reagan asumió el cargo en 1981, nombró a William Casey como Director de Inteligencia Central (DIC).2 Casey era el gerente de campaña electoral de Reagan, pero no era un simple apparatchik [funcionario] del partido. Tenía estrechos vínculos en los círculos políticos, financieros y de inteligencia y figuraba entre las personas más poderosas de la clase dirigente de Estados Unidos.3 De hecho, fue Casey quien postuló al ex director de la CIA y co-conspirador clave del asunto Irán-Contra, George H. W. Bush, como vicepresidente en las elecciones republicanas. Reagan nombró a Casey miembro de su gobierno, lo que causó cierta consternación en Washington, ya que era la primera vez en la historia que el DIC también sería miembro del gabinete. A Casey se le encomendó el mandato de “fortalecer la capacidad de la C.I.A. para llevar a cabo acciones militares y políticas fuera de Estados Unidos”.4 Esta misión fue lo suficientemente importante como para justificar un aumento anual del 17% en el presupuesto de la CIA hasta la década de 1980.5

Casey era un anticomunista acérrimo con opiniones muy hostiles sobre la Unión Soviética. Este antagonismo afectó su trabajo y a veces causó serias tensiones dentro del gobierno y la comunidad de inteligencia, particularmente en la Oficina de Análisis Soviético (SOVA) de la CIA. Casey exigía sistemáticamente las interpretaciones más duras de los asuntos soviéticos en los informes de inteligencia de la CIA, incluso cuando las pruebas no apoyaban su postura. Los analistas que se resistían a esta presión eran intimidados y marginados y se les tachaba de simpatizantes comunistas. El sesgo antisoviético de Casey era tal que el Secretario de Estado George Schultz informó más tarde que llegó a desconfiar de todos los documentos de inteligencia relacionados con la URSS. El senador Daniel Moynihan se atrevió incluso a acusar a la agencia de inteligencia de mentir, “reiterada y descaradamente”.6

La economía soviética era uno de los puntos de interés de la CIA. La agencia seguía de cerca la evolución de la economía soviética y elaboraba un informe anual al respecto para el Comité Económico Conjunto del Congreso de los Estados Unidos. Ya a finales de la década de 1970, la CIA había identificado graves problemas económicos en la URSS. En su informe de 1977 se señalaba que “la combinación de la desaceleración del crecimiento económico y el aumento de los desembolsos militares plantean opciones difíciles para los dirigentes en los próximos años”.7 Las condiciones continuaron empeorando a lo largo de los años y cuando Mijaíl Gorbachov llegó al poder en 1985, el crecimiento económico había caído casi a cero. Gorbachov era muy consciente de la necesidad de una reforma drástica del sistema, pero se enfrentaba a un campo minado de problemas económicos, políticos y sociales que se habían agravado durante décadas e impedían cualquier solución directa. Un informe de la Dirección de Inteligencia señalaba que las reformas de Gorbachov no podían “simultáneamente mantener un rápido crecimiento del gasto en defensa, satisfacer la demanda de una mayor cantidad y variedad de bienes y servicios de consumo, invertir los fondos necesarios para la modernización y expansión económica y continuar apoyando las economías de los Estados clientes”.8

A los seis meses del mandato de Gorbachov, la nueva rama de Asuntos Sociales de la SOVA de la CIA publicó un informe exhaustivo titulado Domestic Stress on the Soviet System (“Estrés doméstico en el sistema soviético”), en el que se detallaban los muchos problemas que afectaban a la sociedad soviética. El informe señalaba que la URSS estaba entorpecida por una fuerza laboral apática plagada de una criminalidad y un alcoholismo crecientes, y que su sistema político, su burocracia parasitaria y su liderazgo moribundo obstruían el crecimiento económico y las reformas. Enfatizó las crecientes presiones de las aspiraciones del pueblo soviético y la incapacidad del sistema para proporcionarles oportunidades verdaderas para cumplirlas.

La CIA entendió que estas tensiones eran una amenaza potencial para la estabilidad del propio régimen: “Estas tensiones podrían eventualmente confrontar al régimen con desafíos que no podría manejar efectivamente sin un cambio en el sistema y los riesgos de control que acompañarían a dicho cambio”.9 Este informe era tan importante para la política soviética de la administración Reagan que su autor principal, Kay Oliver, informó personalmente al Presidente sobre sus hallazgos e implicaciones: que el sistema soviético era insostenible, que necesitaba reformas sociales y económicas drásticas, y que tales reformas podrían desestabilizar al régimen y hacer que el partido comunista perdiera el control político sobre el país.

Los observadores occidentales estaban conscientes de que si Gorbachov realmente emprendiera las reformas necesarias, pondría en peligro el control del país por el partido comunista y arriesgaría su propio suicidio político. En consecuencia, parte del establishment de la política exterior pensaba que Gorbachov estaba simplemente posicionándose para ganar tiempo y obtener concesiones y ayuda de Occidente. En 1987, el teniente general de la NSA, William Odom, señaló: “Parece cada vez más claro que el propio Gorbachov no pretende un cambio sistémico. … Si lo que se entiende por reforma es una mejora significativa en el nivel de vida de los ciudadanos soviéticos y una mayor protección de sus derechos individuales bajo la ley, ese tipo de reforma no puede ir muy lejos sin producir un cambio sistémico; el tipo de cambio que Gorbachov no podría desear”.

Pero los escépticos pronto tendrían que reconsiderar su desconfianza en el Secretario General. En el otoño de 1988, Gorbachov, que se encontraba entonces bajo una presión creciente por parte de los comunistas de la vieja guardia, llamó a elecciones multipartidistas y se movió para flanquear a los de la línea dura buscando su propio nombramiento como presidente. Quedó claro que sus reformas eran reales y que iba en serio. Sin embargo, Gorbachov ya estaba chocando con tantos intereses particulares que se estaba gestando un gran conflicto dentro de la dirección del partido comunista. Las circunstancias lo obligaron a acelerar las reformas, y sus medidas se volvieron visiblemente más precipitadas y erráticas, lo que generó un nivel de incertidumbre desagradable que tendría un efecto adverso sobre la economía. Como resultado, en 1988 la economía volvió a empeorar.

La creciente vulnerabilidad de la URSS presentaba una oportunidad de oro para que los guerreros de la Guerra Fría estadounidenses derrotaran a su gran rival geopolítico. Para los fanáticos anticomunistas y sus jefes financieros, ésta era una oportunidad demasiado grande como para ignorarla y decidieron asumir un papel activo en la gestión de las consecuencias que se avecinaban. Como dijo el Asistente Especial del Consejo de Seguridad Nacional de Reagan, Jack Matlock, “Lo que uno tenía que hacer era encontrar una política que lo protegiera si [la verdadera reforma] no sucedía, pero que se aprovechara de ello si sucedía. Y eso es lo que ideamos. Era una política sin desventajas”.10

Desde entonces, algunos elementos de esa política se han filtrado al público. Fuentes rusas revelaron un supuesto documento de la CIA de 1986 titulado “Cambiar el sistema constitucional y político en Europa del Este y la URSS”. El documento detallaba las medidas clave de la política de Estados Unidos. Éstas incluían la contratación de colaboradores entre representantes influyentes del aparato estatal, la integración de las instituciones públicas y financieras en el sistema político y económico del Estado, y “el establecimiento del control sobre los flujos financieros y la eliminación de activos de las economías de los países desarrollados”.11 La evolución de los acontecimientos corroboró en gran medida la autenticidad de estos documentos filtrados. También lo hicieron varias otras fuentes oficiales estadounidenses.

Preparando el terreno en la Unión Soviética

La caída de la URSS desató una ola de júbilo entre los dirigentes, funcionarios públicos y líderes de opinión estadounidenses. En su prisa triunfalista por atribuirse el mérito de derrotar el azote del comunismo, muchos de ellos hablaron abiertamente, incluso jactanciosamente, de sus acciones, revelando bastante acerca de lo que realmente había sucedido. Uno de esos fanáticos era David Ignatius, del Washington Post. Como periodista, estaba lo más cerca posible de las entrañas de la bestia para un periodista. Graduado de Harvard y Cambridge, su reportaje en Washington cubría el Departamento de Justicia de Estados Unidos, el Senado y la CIA. Sus escritos sobre las actividades de la CIA se convirtieron en objeto de burla por su tono crédulo y su sesgo propagandístico. El veterano operativo de la CIA, Melvin Goodman, lo llamó “el antiguo apologista principal de la CIA en el Washington Post… “12 Este detalle sobre Ignatius es relevante para nuestro análisis porque revela sus lealtades y sus estrechas conexiones con la comunidad de inteligencia.

Poco después del golpe anticomunista de agosto de 1991 en Rusia,13 Ignatius escribió un artículo en el Washington Post exaltando el papel de los operativos occidentales “pro-democracia” en la caída del régimen soviético. Al hablar de “la gran revolución democrática que ha conquistado el mundo”, Ignatius hace una sorprendente revelación acerca de cómo se forjó esta revolución: “La preparación del terreno para el triunfo de la acción abierta el mes pasado14 ha consistido en una red de operadores manifiestos que durante los últimos 10 años han estado cambiando silenciosamente las reglas de la política internacional. Han estado haciendo en público lo que la CIA solía hacer en privado: proporcionar dinero y apoyo moral a los grupos prodemocráticos, entrenar a los combatientes de la resistencia, trabajar para subvertir el régimen comunista“.15

Ignatius podría estar siendo un poco deshonesto al insistir en que estas actividades eran abiertas y no encubiertas. Cosas como entrenar a los combatientes de la resistencia y trabajar para subvertir el régimen comunista no se podrían haber hecho abiertamente. A lo mejor sólo para dar una impresión, Ignacio simplemente escribió mal la palabra encubierta [“covert” en inglés – NdT] omitiendo la “c” [lo que quedaría como “overt”, abierto o explícito, público, etc. – NdT]; sería como si yo caracterizara sus afirmaciones como rap [“crap” si se añade una “c”, es decir mierda.- NdT].

Ignatius destaca el trabajo del activista prodemocrático Allen Weinstein, quien comenzó a organizar a los disidentes soviéticos ya en 1980. Weinstein “rápidamente se conectó con la red de activistas a favor de la democracia… En poco tiempo, estaba patrocinando conferencias para los disidentes, organizando visitas a los Estados Unidos para ellos y, por lo demás, causando problemas”.16 Desde el principio, Boris Yeltsin y sus ayudantes se vieron atraídos por la “hospitalidad transatlántica” de Weinstein. Weinstein permaneció en estrecha comunicación con el círculo de Yeltsin, particularmente durante los acontecimientos críticos de agosto de 1991. “Cuando los ayudantes de Boris Yeltsin intentaban conseguir apoyo para su resistencia en Moscú el 19 de agosto”, escribe Ignatius, “necesitaban transmitir su mensaje desafiante a Rusia y al mundo”. Uno de ellos envió un fax a Weinstein en Washington, solicitando que el presidente estadounidense emitiera una declaración pública de apoyo a Yeltsin. Inmediatamente, George Bush llamó a Yeltsin para expresarle su apoyo y luego salió en televisión para describir su conversación telefónica. La capacidad de Weinstein para involucrar al Presidente de Estados Unidos con tan poco tiempo de anticipación fue, de hecho, una hazaña increíble de trabajo en la red de poder para un humilde activista a favor de la democracia.

Por supuesto, Weinstein no fue el único operador que “causó problemas” contra la URSS. Ignatius también da crédito a William Miller del Comité Estadounidense de Relaciones Soviéticas, George Soros de la Open Society Foundation, John Mroz del Centro de Estudios de Seguridad Este-Oeste, John Baker del Consejo Atlántico y Harriett Crosby del Instituto de Relaciones Soviéticas Estadounidenses. El Fondo Nacional para la Democracia (NED), encabezado por Zbigniew Brzezinski, era el “papito de las operaciones abiertas”17. Había estado activo dentro de la Unión Soviética durante años (abiertamente, por supuesto), financiando a varios sindicatos soviéticos y al “Grupo Interregional” liberal en el Congreso de los Diputados del Pueblo. El Grupo Interregional fue el primer grupo de oposición legalmente organizado en la Unión Soviética y posteriormente fue identificado como el principal catalizador de las “reformas democráticas” en Rusia.

Ahora podemos discernir vagamente cómo Boris Yeltsin, un apparatchik del partido comunista de Sverdlovsk en Siberia, tropezó con todo el plan de derrocar al régimen comunista soviético y privatizar la riqueza de Rusia. El líder populista era bien conocido por ser un ambicioso profesional dispuesto a “pisotear a cualquiera para llegar a su objetivo18 y había acumulado un historial impresionante de crear problemas para el partido comunista. Entre otras cosas, Yeltsin predicó sobre la democracia multipartidista al Komsomol, la Liga Comunista Juvenil, donde los futuros oligarcas rusos fueron reclutados y preparados para participar en la privatización de Rusia en nombre de sus patrocinadores occidentales.

En 1987, los alborotos de Yeltsin llevaron a un choque con las autoridades comunistas de Moscú después de que criticara públicamente a la dirección del partido por demorarse en las reformas. La crítica pública a los dignatarios del partido fue una grave afrenta en la URSS. Fue fuertemente amonestado, excluido de la política y forzado a regresar a Sverdlovsk a una simple función de gestión de negocios. Durante su éxodo, pero posiblemente incluso antes, Boris Yeltsin se asoció estrechamente con un círculo de disidentes y académicos liberales dirigidos por Gennady Burbulis. Burbulis fue el líder y uno de los fundadores del mencionado “Grupo Interregional”, financiado por el Fondo Nacional para la Democracia de Estados Unidos. Burbulis se convirtió en uno de los asociados más cercanos de Yeltsin y le ayudó a resucitar su carrera política. En 1991, dirigió la exitosa elección de Yeltsin para la presidencia rusa (junio de 1991) y se convirtió en el primer Secretario de Estado en el gabinete de Yeltsin.

Casi tan pronto como Yeltsin llegó a la presidencia en 1991, la vanguardia de Harvard y otros occidentales comenzaron a llegar a Moscú. Pasaron un tiempo en una dacha fuera de la ciudad para reclutar a sus colaboradores rusos y trazar el curso de los acontecimientos que determinarían el trágico destino de Rusia durante el resto de la década.

No debemos asumir que todos los involucrados trabajaron para la CIA o intentaron dañar a Rusia deliberadamente. Lo más probable es que la mayoría de los reformadores rusos hayan sido personas serias que anhelaban cambiar un sistema insostenible e insatisfactorio que se estaba derrumbando sobre sí mismo. Sin duda, muchos de ellos fueron seducidos por la promesa de una democracia al estilo occidental y un capitalismo que parecía mucho mejor para satisfacer las necesidades y aspiraciones de la gente. Cuando el mismo Boris Yeltsin viajó por Estados Unidos en septiembre de 1989, quedó fascinado con el brillo y la abundancia que vio en Houston y Miami. Cuando sus anfitriones lo llevaron a él y a su séquito a un supermercado en Clear Lake en Texas, Yeltsin observó con asombro que en Rusia, ni siquiera los miembros del politburó podían soñar con la abundancia y variedad de bienes que estaban disponibles para cualquier estadounidense de clase media.

yeltsin us 1989

Boris Yeltsin visita un supermercado estadounidense en septiembre de 1989. Ni siquiera los miembros del politburó de la URSS podrían soñar con la variedad y abundancia disponibles para cualquier consumidor estadounidense de clase media.

Todo esto debe haber causado una profunda impresión en Boris Yeltsin y quizás lo decidió a hacer lo que fuera necesario para convertir también a Rusia en una tierra de riqueza, abundancia y avance tecnológico. Si los estadounidenses lo hicieron bien, seguir sus consejos habría sonado como lo correcto. Los reformistas rusos vieron el cebo, pero no vieron el anzuelo. La generosa amistad exterior de los líderes estadounidenses disuadió a los rusos que pensaban que, al dejar atrás el comunismo, se convertirían en amigos y aliados de los estadounidenses.

Esta ilusión se vio probablemente reforzada por la amistad real y sincera de la mayoría de los estadounidenses y otros occidentales que fueron a Rusia para compartir sus conocimientos y ayudar a guiar las reformas. Pero las personas que estaban en la cúspide de este proyecto no eran ni altruistas ni amistosas. Su mentalidad estaba arraigada en las animosidades de la guerra fría y su objetivo era derrotar, desmembrar y saquear a Rusia de su riqueza, y dejarla tan debilitada y empobrecida que nunca más pudiera desafiar la hegemonía estadounidense. El subdirector de William Casey, Robert Gates19, dejó entrever esta mentalidad en 1986, al declarar: “Estamos en una lucha histórica contra la Unión Soviética… [Los soviéticos] utilizan el conflicto en el tercer mundo para explotar las divisiones de la Alianza y para tratar de recrear las divisiones internas causadas por Vietnam con el fin de debilitar la respuesta occidental y provocar desacuerdos sobre una política de seguridad nacional y defensa más amplia”.20

Gates acusó a los soviéticos de apuntar a cuatro áreas de expansión: los campos petroleros del Medio Oriente, el istmo del Canal de Panamá, la riqueza mineral de Sudamérica y la alianza política y militar occidental. En otras palabras, la administración Reagan vio a la Unión Soviética principalmente como un rival en una lucha global por los recursos. El mismo Robert Gates reconocería más tarde que la CIA había llevado a cabo una campaña de sabotaje económico contra la URSS y se atribuyó el mérito de la caída del comunismo, que él consideraba “el mayor de los triunfos estadounidenses”.

***

El programa de transición diseñado por el Estado Profundo estadounidense y sus patrocinadores de Wall Street resultó ser catastrófico para Rusia. La tormenta perfecta provocada por la repentina liberalización de los precios, la drástica reducción del gasto público y del crédito bancario, y la apertura de los mercados internos a la competencia extranjera sin restricciones, produjo una mezcla tóxica que devastó la economía rusa, destruyó su moneda y sumió a gran parte de la población en la pobreza y el hambre. Después de 1992, la clase media rusa vio cómo sus ahorros se evaporaban y sus salarios reales se reducían a la mitad, si tenían la suerte de recibirlos.1

Las reformas económicas destruyeron rápidamente la producción agrícola de la nación y los estantes de las tiendas quedaron casi vacíos. En 1992, el ruso promedio consumía un 40% menos que en 1991.2 En 1998, alrededor del 80% de las granjas rusas quebraron y la nación, que era una de las principales productoras de alimentos del mundo, pasó a depender repentinamente de la ayuda extranjera. Cerca de 70.000 fábricas cerraron y Rusia produjo un 88% menos de tractores, un 77% menos de lavadoras, un 77% menos de tejidos de algodón, un 78% menos de televisores, etcétera.3 En total, durante los años de transición, el Producto Interior Bruto de la nación cayó en un 50%, lo que fue incluso peor que durante la ocupación alemana de la Segunda Guerra Mundial.4

Un gran segmento de la población quedó en la indigencia. En 1989, dos millones de rusos vivían en la pobreza (con 4 dólares al día o menos). A mediados de la década de 1990, esa cifra se elevó a 74 millones, según cifras del Banco Mundial. En 1996, uno de cada cuatro rusos vivía en condiciones descritas como pobreza “desesperada”.5 El alcoholismo se disparó y las tasas de suicidio se duplicaron, convirtiendo al suicidio en la principal causa de muerte por causas externas. Los crímenes violentos también se duplicaron a principios de la década de 1990 y durante los primeros seis años de reformas, cerca de 170 mil personas fueron asesinadas.

Se desencadenó una crisis sanitaria aguda, que dio lugar a epidemias de enfermedades curables como el sarampión y la difteria. Las tasas de cáncer, enfermedades cardíacas y tuberculosis también se elevaron a los niveles más altos en cualquier país industrializado del mundo.6 La esperanza de vida de los hombres se desplomó a 57 años. Al mismo tiempo, los abortos se dispararon y las tasas de natalidad colapsaron: en Moscú eran tan bajas como el 8,2 por cada 1.000.7 En general, la tasa de mortalidad rusa se incrementó en un 60%, hasta alcanzar un nivel que sólo han experimentado los países en guerra.8

Los demógrafos occidentales y rusos coincidieron en que desde 1992 al 2000, Rusia sufrió entre cinco y seis millones de “muertes excedentes”, es decir, muertes que no podían explicarse por las tendencias demográficas anteriores.9 Esto corresponde a entre el 3,4% y el 4% de la población total de Rusia. Para poner esa cifra en perspectiva, considere que durante la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido perdió el 0,94% de su población, Francia perdió el 1,35%, China perdió el 1,89% y Estados Unidos perdió el 0,32%.10 De hecho, Aleksandr Rutskoy no estaba exagerando cuando calificó el programa de reformas de “genocidio económico”.

La difícil situación de Rusia es difícil de comprender. Crecí en Croacia, antigua parte de Yugoslavia. También tuvimos un régimen comunista unipartidista y una economía socialista dirigida por el Estado, así que estoy íntimamente familiarizado con las muchas deficiencias de ese sistema. Aproximadamente en el mismo momento, Yugoslavia también sufrió una larga crisis económica y una transición traumática hacia una democracia multipartidista y una economía de mercado. La transición condujo a una serie de sangrientas guerras de secesión que duraron desde 1991 al 2000. Croacia estuvo en guerra durante cuatro años, de 1991 a 1995. A pesar de todo ello, la experiencia de Croacia puede haber sido suave en comparación con lo que ocurrió en Rusia. A lo largo de estos años infelices, la gente en Croacia siguió yendo a trabajar y recibiendo sus salarios, los servicios sociales se proporcionaron sin interrupción, los comercios y las farmacias estaban siempre bien abastecidos, y a pesar de una caída tangible del nivel de vida, la población sufrió un nivel de pobreza relativamente bajo y prácticamente nada de hambruna. Aparte de los que vivían en zonas de combate activo, la gente pudo adaptarse a las nuevas circunstancias y la vida continuó.

En cuanto a Rusia, estas desoladoras estadísticas económicas no reflejan el sufrimiento que sufrió su pueblo. Saber que el ruso promedio consumía un 40% menos en 1992 que en 1991, o que la economía funcionaba con sólo el 15% de la moneda que necesitaba, deja de lado la dimensión humana de esta experiencia. ¿Qué le sucede al pueblo cuando su nación es sometida a una campaña de sabotaje económico? Una bloguera ruso-canadiense, Nina Kouprianova, publicó una pequeña colección de recuerdos personales de rusos que vivieron las reformas de la terapia de choque:

  • Natalia: Recuerdo un día en particular de los años 90. Por la mañana, muy temprano, fuimos a dar un paseo al parque con nuestros perros. Nunca intentábamos despertar a nuestros hijos los fines de semana; cuanto más duermen, menos comen. En todo caso, encontramos varios hongos en el parque y volvimos felices a casa, ¡pues teníamos cebada perlada en casa y podíamos hacer sopa!
  • Foma: En mi pueblo mataron [y se comieron] a todas las palomas. La gente se zambullía en los contenedores de basura buscando comida.
  • Svetlana: Yo di a luz a mi hijo en diciembre de 1993. Ese invierno en particular fue muy frío, y nuestro edificio de apartamentos apenas tenía calefacción. Cuando volvimos a casa del hospital, hacía 10 grados centígrados en el interior (50 grados Fahrenheit), así que vivíamos en una habitación pequeña sin apagar nuestro calentador portátil durante días. También recuerdo que incluso era difícil comprar jabón: las tiendas estaban vacías. Mi papá, que siempre fue muy organizado, llegó a casa un día sintiéndose muy satisfecho consigo mismo, cargando una jarra de tres litros con una sustancia marrón apestosa. Esto último resultó ser jabón líquido. Usamos esa horrible sustancia para bañarnos durante mucho tiempo.
  • Evgenia: Da tanto miedo recordarlo, que hasta el día de hoy tengo miedo de quedarme sola con una nevera vacía, como si hubiera crecido en la sitiada Leningrado [durante la Segunda Guerra Mundial – Ed.]. Hasta el día de hoy, me siento muy avergonzada porque pensaba en robar comestibles. Y, sí, tuvimos que comer comida cubierta de moho.
  • Valentina: Mi amiga se desmayaba de hambre haciendo kasha para sus dos hijos pequeños. Tampoco nos pagaban en dinero, sino en bombillas, por ejemplo. Luego teníamos que vender las bombillas para poder comprar algo de comer.
  • Elena: Yo era feliz en ese entonces porque estaba enamorada. También tenía una bolsa de harina y una bolsa de papas.
  • Roman: Recuerdo que mi mamá me compró una barra de chocolate Mars para mi cumpleaños. Luego no hubo más dulces durante mucho tiempo, porque nos quedamos sin dinero. Cuántos murieron entonces, así como así…
  • Vladimir: Nosotros comíamos macarrones. Para el desayuno, el almuerzo y la cena.
  • Marina: Me di cuenta de que habíamos empezado a vivir mejor cuando pudimos comprar regularmente frutas para nuestros hijos. No estoy hablando de limas o aguacates, sino simplemente de manzanas, peras y naranjas.
  • Yana: Yo era una estudiante universitaria a principios de la década de 1990. Recuerdo que un invierno soñaba con manzanas. Evidentemente, me faltaban muchísimas vitaminas, pero las manzanas eran un gran lujo para mí.
  • Olga: Tomé a mi pequeña hija de cinco años (no tenía a nadie que la cuidara) y viajé a la ciudad cercana (era vergonzoso hacer esto en mi propia ciudad) y vendía ropa usada para niños, que a mi hija ya no le quedaba. Si tenía suerte, usaba el dinero que ganaba para comprar comida. También existía el trueque…
  • Un hombre anónimo: Para mí, lo peor de los años noventa no fue el hambre, sino la constante, tediosa y continua sensación de humillación.
  • Asya: En cada receso, me sentaba en mi escritorio en la escuela porque estaba agotada por el hambre. No podía caminar ni reírme. Más tarde leí que así se sentían los que vivían en la asediada Leningrado. Luego dejé de menstruar durante seis meses. También robé pan y tvorog [cuajada – Ed.] de la tienda de comestibles un par de veces.
  • Nina (Kouprianova): [Recuerdo] haber recibido latas grandes y muy alargadas de ayuda humanitaria en mi escuela con carne misteriosa dentro. Carne enlatada, creo. Habían caducado hace mucho, pero nos las comimos. [También recuerdo] convoyes de tanques aparentemente interminables bajo mis ventanas, pero no era un desfile….

Las personas como Ted Cruz y otros que calumnian irreflexivamente a Vladimir Putin como un matón de la KGB, etc., deberían recordar que así estaba Rusia cuando Putin asumió el mando en 1999. Los que lo demonizan deberían comparar a Rusia durante la terapia de choque prescrita por Occidente con la Rusia de hoy después de 18 años de la administración de Putin de esa nación. Aquí se presenta el registro de los resultados de Putin basado en datos empíricos obtenidos principalmente de fuentes occidentales, incluyendo a Ernst&Young, el Banco Mundial, VCIOM, Ipsos y Gallup.

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