El Cristianismo y la gran mentira: Cómo pudo Yahvé conquistar a Roma – por Laurent Guyénot
“La mentira es un pecado para los demás, y para nosotros una virtud. La mentira forma parte de nuestras tareas: debemos mentir con palabras, con los ojos, con la sonrisa, con la ropa.”
El pueblo de la mentira
Primo Levi, autor italiano de Si esto es un hombre (1947) – “un pilar de la literatura del Holocausto” según Wikipedia -, escribió un cuento corto de ficción titulado “Un testamento”, que consiste en la última recomendación de un miembro del gremio de los “sacamuelas” a su hijo. Termina con estas palabras:
De todo lo que acabas de leer se deduce que la mentira es un pecado para los demás, y para nosotros una virtud. La mentira forma parte de nuestras tareas: debemos mentir con palabras, con los ojos, con la sonrisa, con la ropa. No sólo para engañar a los pacientes; como se sabe, nuestro propósito es más elevado, y la mentira, no nuestro talento en el giro de la mano, hace nuestra verdadera fuerza. Con la mentira, pacientemente aprendida y piadosamente ejercida, si Dios nos ayuda llegaremos a dominar este país y tal vez el mundo: pero esto sólo se puede hacer con la condición de haber sido capaces de mentir mejor y más tiempo que nuestros enemigos. Yo no veré ese día, pero vosotros lo veréis: será una nueva edad de oro, en la que sólo en última instancia tendremos que arrancar de nuevo alguna que otra muela, pues nos bastará con gobernar el Estado y administrar los asuntos públicos, para prodigar las piadosas mentiras que hemos aprendido a llevar a la perfección. Si demostramos que somos capaces de esto, el imperio de los sacamuelas se extenderá de este a oeste hasta las islas más distantes, y no tendrá fin.[1]
No hay valor literario particular en esta prosa. Su único interés es la pregunta que surge: ¿A quién se refiere Primo Levi con esta sociedad de mentirosos profesionales, cuyo oficio se transmite de padre a hijo, y cuyo plan es conquistar el mundo? ¿De quiénes son la metáfora? Y quizás esta otra pregunta: ¿Qué es este “testamento” de ellos?
Aunque no supiéramos a qué banda de mentirosos profesionales pertenecía Leví, su “Dios” los delataría: sólo hay un dios que entrenó a su pueblo para mentir y les prometió la dominación del mundo, y ese es el dios de Israel. “Israel”, recuerden, es el nombre que Yahvé le dio a Jacob, después de que Jacob mintiera a su anciano padre Isaac, con palabras y con un disfraz: “Yo soy Esaú tu primogénito”, dijo, vestido con “las mejores ropas de Esaú”, para quitarle a Esaú su primogenitura (Génesis 27:15-19). Esta es, en sentido literal y literario, la historia fundacional de Israel. Mientras los cristianos no le vean la maldad o lo malicioso a esta fábula, y su correlación con el comportamiento judío, seguirán desempeñando el papel de Esaú.
¿Cuál es la mayor mentira judía de la historia? Sin duda, la afirmación de que los judíos, de todas las naciones que habitan esta tierra, fueron alguna vez “elegidos” por el todopoderoso Creador del Universo para iluminar y gobernar la humanidad, mientras que todos sus enemigos eran maldecidos por el mismo Creador. Lo verdaderamente desconcertante no es la enormidad de la mentira: muchos individuos pueden sentirse elegidos por Dios, e incluso hay naciones que se lo creen en ciertas etapas. Pero sólo los judíos han logrado convencer a miles de millones de no judíos (cristianos y musulmanes) de su elección. ¿Cómo lo hicieron? “Casi por accidente”, escribió el autor judío Marcus Eli Ravage en su artículo de 1928 “Un caso real contra los judíos“. En mi opinión, el factor accidental fue bastante menor.
La teoría de los cristianos según la cual, después de elegir a los judíos, Dios los maldijo por su rechazo a Cristo no se contradice, sino que valida la afirmación de los judíos de que son el único grupo étnico al que Dios eligió, amó exclusivamente y guió personalmente a través de sus profetas durante miles de años. He argumentado en “El Gancho Santo” que esto ha dado a los judíos una ambivalente pero decisiva autoridad espiritual sobre los gentiles. De hecho, incluso la “maldición” de los judíos que acompaña su elección desde el punto de vista cristiano ha sido beneficiosa para ellos, porque el judaísmo no puede sobrevivir sin la hostilidad hacia y desde el mundo gentil; eso es parte de su ADN bíblico. Jesús salvó a los judíos en el sentido de que el odio de éstos hacia el cristianismo preservó su identidad, que de otra manera podría haber perecido, una vez desaparecido el Templo. Según Jacob Neusner “el judaísmo tal como lo conocemos nació en el encuentro con el cristianismo triunfante”[2] La judeofobia cristiana tenía una ventaja sobre la judeofobia pagana: con el cristianismo, los judíos no sólo siguieron odiados como atávicos antisociales (ver por ejemplo las Historias de Tácito v, 3-5), sino como el pueblo elegido por Dios en otro tiempo, y su Torá se convirtió en el bestseller mundial. La elección divina es una carta de triunfo imbatible en el juego de las naciones. Si Ud. duda de su poder, pregúntese: ¿habrían conseguido los judíos apoderarse de Palestina en 1948 sin esa carta de triunfo? ¡La carta maestra del “Holocausto” por sí sola jamás lo habría logrado!
A medida que he ido tomando conciencia de la resonancia entre lo espiritual y lo genético, así como de la guerra de los judíos contra la identidad blanca, he llegado a preguntarme si la noción revelada de la preferencia y predestinación divina judía no ha sido un lento y debilitante veneno inyectado en nuestra alma colectiva. La supuesta elección judía significa una superioridad metafísica que nos hace, a nosotros los no judíos, la segunda opción de Dios en el mejor de los casos. Claro, este no es un dogma explícito del cristianismo – el Credo no incluye “Creo que Dios eligió a los judíos” -, pero es un postulado subyacente de la Cristología. ¿Eso lo hace menos o más eficiente contra nuestro sistema inmunológico racional? Es difícil decidir. Creo que los judíos han llevado su elección por el dios celoso Yahvé como una especie de aura intimidante, y a veces espeluznante, no muy diferente de la marca de Caín, según la cual “el que mate a Caín sufrirá una venganza séptuple” (Génesis 4:15). Es apropiado mencionar aquí que Caín es el ancestro epónimo de los ceneos, una tribu madianita aliada de los israelitas durante la conquista de Canaá; de acuerdo con la erudita “hipótesis de los ceneos”, el culto Yahwista es de origen ceneico[3].
¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo se las arreglaron los judíos para introducir de contrabando su Gran Mentira en la religión exclusiva de las naciones europeas? Se trata de una pregunta legítima e importante, ¿no es así? Desde una perspectiva puramente histórica, sigue siendo uno de los mayores enigmas; uno que los historiadores laicos prefieren dejar a los historiadores eclesiásticos, que se conforman con el extraño relato que menciona a Constantino escuchando voces [y viendo dibujarse una cruz en el cielo, con lo cual decide convertirse al cristianismo] cerca del puente Milvio. La pregunta es muy simple: ¿Cómo es que Roma terminó adoptando como fundamento espiritual una doctrina y un libro que afirma que Dios eligió a los judíos, en un período de judeofobia romana generalizada? ¿Y cómo es posible que, menos de dos siglos después de convertir a Jerusalén en una ciudad griega llamada Aelia Capitolina, donde los judíos tenían prohibida la entrada, Roma adoptara oficialmente una religión que anunciaba la caída de Roma y una nueva Jerusalén?
Una parte de la respuesta es que había sido una gran preocupación de los emperadores romanos la voluntad de unificar al Imperio bajo una religión común. Antes del cristianismo, no se trataba de eliminar las religiones locales, sino de crear un culto común para dar una legitimidad divina y un vínculo religioso al Imperio. Cuando buscaban inspiración religiosa, los romanos generalmente se dirigían a Egipto. Los cultos de Osiris (o Serapis, como llegó a llamarse desde el siglo III a.C.), de su hermana-esposa Isis y de su hijo Horus (o Harpócrates, Horus el Niño) fueron muy populares en todo el Mediterráneo y proporcionaban a los romanos lo más parecido a una religión internacional.
Adriano (117-138) le dio a Osiris los rasgos de Antinoo, a quien también le dedicó una nueva ciudad, nuevos juegos deportivos y una constelación. El origen de Antinoo no está claro. La Historia de Augusto nos dice que era el amante gay (eromenos) del emperador Adriano, y muchos historiadores todavía reproducen ese cuento, aunque la Historia de Augusto es la obra de un impostor, cosa que saben los especialistas. Es muy probable que esta historia forme parte de una propaganda cristiana contra una religión competidora. Se supone que Antinoo, cuyo nombre está formado por anti, “semejante”, y nous, “espíritu”, se ahogó en el Nilo un 24 de octubre, al igual que Osiris, y su muerte fue interpretada como un sacrificio. Como divinidad, Antinoo fue asimilado a Osiris, y por extensión a Hermes, Dionisio y Baco, todas divinidades del Más Allá. En un obelisco monolítico encontrado en Roma pero construido en Antinópolis, Antinoo es designado como Osiris Antinópolis. Por lo tanto, su culto debe interpretarse como una nueva expresión del culto a Osiris patrocinado por el Imperio. El rostro y el cuerpo de Antinoo, esculpido en miles de copias, eran una autocelebración de la raza blanca que entonces dominaba el mundo, desde Anatolia hasta España, y desde Gran Bretaña hasta Egipto[4].
Antinoo como Baco, escultura colosal que se presume perteneció a la villa de Adriano en Palestrina
¡Qué contraste con su competidor, el culto del Crucificado! La pregunta, entonces, se vuelve: ¿Por qué Cristo finalmente suplantó a Osiris, incluso absorbiendo el culto de Isis? ¿Cómo es que el Imperio romano glorioso y seguro de sí mismo se convirtió al culto de un curandero judío torturado y ejecutado por las autoridades romanas por sedición? Esta es la cuestión judía que pocos quieren investigar. Asumiendo que el cristianismo es una creación humana (esta es mi premisa personal), es obviamente una creación judía en gran medida. ¿Cómo se las arreglaron los judíos para crear una religión para los gentiles capaz de erradicar todas las demás religiones del Imperio, comenzando por el culto imperial?
Es probable que nunca se llegue a aprehender plenamente esta temática, pero con lo que hemos aprendido sobre las costumbres judías en los últimos cien años, podemos tratar de dibujar algún escenario razonable, uno que no implique que Dios le hable a los emperadores, sino otro dispositivo parlante muy convincente – el dinero – junto con la influencia política de una red transgeneracional judía decidida a tomar el control de la política religiosa del Imperio. Hoy en día sabemos que tales redes transgeneracionales judías, capaces de llevar a la ruina imperios o naciones anfitrionas, existen. También sabemos que las redes judías son buenas para fabricar y promover su macabra religión judeocéntrica para los Goyim, el llamado cristianismo.
Las dos caras de la gran mentira
¿Es esta búsqueda realmente necesaria? ¿Puede esperarse algún beneficio para la civilización occidental con cuestionar sus ya tambaleantes fundamentos cristianos? ¿Y es la Gran Mentira un asunto tan importante? Antes de seguir adelante, quiero compartir mi punto de vista sobre estas preguntas, en las que he estado reflexionando mucho.
“La grandeza de la civilización blanca surgió de la fe cristiana”. Tal declaración no parece muy controvertida. Y sin embargo, creo que es algo equivocado. Los logros de nuestra civilización provienen de la fuerza interior de nuestra raza, que incluye una excepcional propensión a “idealizar”, con lo que me refiero tanto a generar ideas como a trabajar para su realización. El genio de nuestra raza es ser creadores de poderosas ideas que nos impulsan hacia adelante y hacia arriba. Esta capacidad, que Søren Kierkegaard llama idealidad (In Vino Veritas, 1845), no debe confundirse con lo que comúnmente llamamos idealismo, aunque se puede argumentar que el idealismo es nuestro punto flaco, donde radica nuestra vulnerabilidad, la debilidad inherente a nuestra fuerza.
Durante siglos, la fe cristiana ha sido un vehículo – casi se podría decir una superestructura – para nuestro anhelo de idealizar y realizar; pero esta fe no es lo que lo originó. No son los sacerdotes los que construyeron las catedrales en las que oficiaban (la mayoría de las iglesias eran empresas colectivas de ciudades, pueblos y aldeas); no eran monjes los trovadores y poetas que elaboraron el sublime ideal del amor caballeresco que es el “milagro de nuestra civilización” (Stendhal)[5]; Johann Sebastian Bach escribió música para la Iglesia, pero no era un clérigo, y su Ave María sonaría igualmente admirable si se le cantase a la diosa Isis; muchos genios de nuestros panteones europeos, como Dante, Leonardo da Vinci o Galileo, eran católicos nominales, por obligación, pero amantes secretos de Sofía (léase mi artículo “La Crucifixión de la Diosa“). La fuente del genio artístico, científico y cultural de la raza blanca no es el cristianismo, esto es lo que opino yo.
Descendimiento de la Cruz, detalle, por Rogier Van der Weyden, Antes de 1435, Museo del Prado
Kevin MacDonald hace un discreto pero crucial énfasis en su prefacio a La Espada de Cristo de Giles Corey cuando escribe que “los aspectos adaptativos del Cristianismo” son los que “produjeron la expansión occidental, la innovación, el descubrimiento, la libertad individual, la prosperidad económica y los fuertes lazos familiares”[6] Esto es cierto si con “los aspectos adaptativos del cristianismo” nos referimos a los aspectos que son adoptados y adaptados del antiguo mundo greco-romano-germánico, más que del Antiguo y el Nuevo Testamento. Entre los aspectos adaptativos del cristianismo deben contarse sus diversos colores nacionales. La ortodoxia Rusa es buena para Rusia por la misma razón que el confucionismo es bueno para China: porque es una Iglesia nacional, por lo que ser un ortodoxo ruso significa ser un patriota. Lo mismo podría decirse en el pasado sobre el luteranismo para Alemania o, en un contexto más estrecho, el catolicismo para Irlanda. Pero estas versiones nacionales del cristianismo están, de hecho, en oposición a su declaración de misión universal (katholikos) y a la Roma papal.
Los valores familiares son también aspectos adaptativos del cristianismo. Jesús renegó de su familia (Mateo 12:46-50) y Pablo enseñó que “es bueno para el hombre no casarse”, recomendándose el matrimonio sólo para aquellos que no pueden evitar fornicar (1 Corintios 7). Los “valores cristianos” no son para nada cristianos, son simplemente conservadores. De hecho, si nos fijamos en las expresiones populares del cristianismo, el catolicismo ha sido tan adaptable que se podría decir que es más pagano que judío. ¿Qué tiene de judío la Navidad o la Madre María?
El problema con el cristianismo está en sus aspectos judíos no adaptables y hoy en día prominentes. No se trata sólo de la noción grotesca de que los judíos son los elegidos de Dios, sino del carácter aún más grotesco del dios que los eligió. Paradójicamente, con su imagen antropomórfica de Dios ¿o deberíamos decir judeomórfica? heredada de la Torá, el cristianismo ha sentado las bases del ateísmo moderno, y tal vez haya dañado irremediablemente la idealidad gentil. Debido a que el Dios del Antiguo Testamento es “un pequeño, injusto e implacable fanático del control; un limpiador étnico vengativo y sediento de sangre; un […] gorila caprichosamente malévolo”, Richard Dawkins decidió ser ateo, como la gran mayoría de los eruditos de origen cristiano[7]. Todos ellos, lo reconocen, han confundido a Dios con Yahvé y han caído víctimas de la Gran Mentira Bíblica. Y como no pueden concebir a Dios fuera del paradigma bíblico, prohíben que se discuta sobre el Diseño Inteligente en las universidades, bajo la calumniosa acusación de que es otro nombre para el Dios bíblico (ver el documental Expulsados: No se permite el Diseño Inteligente), cuando en realidad es una reivindicación de la Sofía griega. El sociópata Yahvé ha arruinado la reputación de Dios y ha llevado a la moderna impotencia occidental.
Así pues la Gran Mentira Judía engendró la Gran Mentira Atea, ¿o la llamaremos la Mentira Darwiniana? “Yahweh es Dios” y “Dios está muerto” se oponen como las dos caras de una misma moneda. Nuestra civilización materialista es de hecho más judía que el cristianismo que rechazó, porque el materialismo (la negación de cualquier otro mundo) es el núcleo metafísico de la Biblia hebrea (léase mi ensayo “Israel como un solo hombre, una teoría del poder judío”).
Si el cristianismo pudiera incluir, entre sus aspectos adaptativos, el rechazo del Dios Celoso del Antiguo Testamento y la Gran Mentira de la elección judía, entonces sería redimible. Pero los cristianos prefieren vender sus almas al diablo; se niegan a rechazar el Antiguo Testamento, a convertirse en discípulos de Marción. En dos mil años de existencia, el cristianismo institucional ha evolucionado constantemente en la dirección opuesta, volviéndose cada vez más escriturario, judaizado y centrado en Israel: de la ortodoxia al catolicismo, y del catolicismo al protestantismo, la tendencia es inconfundible. ¿Qué más se puede esperar de una institución que siempre ha invitado a los judíos y ha declarado que los judíos dejan de serlo con sólo recibir el bautismo?
Así que el cristianismo es un callejón sin salida. Incluso, ahora forma parte del problema, no de la solución. Puede que nos haya servido bien durante algunos siglos, pero a largo plazo, ha sido un instrumento de la esclavización gentil ante el poder judío. En todo caso, al menos, no nos ha ayudado a prevenir este estado de servidumbre, y no puede ayudarnos a superarlo. Muchos hoy en día se preguntan: ¿por qué somos tan débiles? Ya es hora de considerar lo obvio: se nos estuvo enseñando durante generaciones a adorar y emular al hombre clavado en la cruz bajo la presión judía: esto no es ningún estímulo para resistir el martirio. Hay una correlación obvia entre el hecho de que hasta ayer se nos decía que era moral “amar a tus enemigos” y el que hoy nos meten presos por cualquier supuesto “discurso de odio”.
No guardo ningún rencor personal contra el cristianismo. El catolicismo forma parte de mis recuerdos de infancia más felices, y el sonido de las campanas de la Iglesia nunca deja de tocar una profunda fibra en mí. Mis abuelos por parte de mi madre eran burgueses católicos que criaron una familia grande y feliz con sólidos valores morales. Si pudiera vislumbrar alguna esperanza en esta clase social, yo sería un católico político como Balzac, o un católico romántico como Chateaubriand. Pero la burguesía católica está casi extinguida, nunca se ha recuperado del fallecimiento del Marechal Petain. A sus hijos los llamaron fascistas y sus nietos son adictos a la pornografía. El catolicismo también ha abandonado el país: ya no hay sacerdotes, y de qué sirve un cura rural si no puede bendecir las cosechas en las Pascuas de Resurrección. Por lo tanto, ya que no creo que Jesús se levantó físicamente de su tumba, considero que el cristianismo institucional ha agotado su potencial de civilización en Occidente. ¡Y miren a nuestro Papa, por Dios, aquél que dijo que “dentro de cada cristiano hay un judío”!
Hablo como francés, pero dudo que al catolicismo americano le quede mucho más del Espíritu santo. Murió en Dallas con la bala mágica de Arlen Specter. Por supuesto, hay católicos valientes como E. Michael Jones, que ha capturado el genio malvado de la raza judía en su libro imprescindible El Espíritu Revolucionario Judío (que pronto saldrá traducido en al español). Pero el profesor Jones es la excepción que confirma la regla. Y ni siquiera hablo del protestantismo americano, hoy en día una simple fuerza mercenaria para Sión.
Los judíos en Roma antes de las guerras judías
Mucho antes de que fuera reempacada para los gentiles, la Gran Mentira era un autoengaño judío. Como he detallado al final de mi largo artículo “El sionismo, el criptojudaísmo y el engaño bíblico“, en los siglos VI y V a.C. en Babilonia, una élite sacerdotal de Jerusalén decidió que Yahvé, el dios nacional de Israel, aunque aparentemente vencido, era de hecho el único dios real y, por consiguiente, el Creador del Cielo y la Tierra. Una afirmación irrisoria, pero cuando los persas conquistaron Babilonia, esos judíos, que se encontraban en una posición favorable después de ayudar a los persas, se propusieron fingir que su monoteísmo teoclástico, basado en la exclusión de todos los demás dioses, era idéntico al monoteísmo tolerante de los persas; en otras palabras, que su dios tribal Yahvé era Ahura Mazda, el Dios del Cielo. He demostrado que el engaño salta a la vista en los libros de Esdras y Nehemías, donde a los persas solos se les pinta como creyentes en que Yahvé es “el Dios del Cielo”, mientras que para los israelitas es “el dios de Israel” y nada más.
Lo que los judíos sacerdotales lograron en Babilonia en el siglo V a.C. fue una etapa preliminar para lo que otra generación del mismo elenco sacerdotal comenzaría a planear en el siglo I d.C. en Roma, después de haber sido llevados allí en condiciones similares de cautiverio. Mientras Yahvé parecía nuevamente vencido, se propuso conquistar a su vencedor desde dentro. La conspiración de los judíos de Babilonia para engañar a los persas con un monoteísmo falsificado fue el ensayo para la más sofisticada conspiración de los judíos de Roma para engañar a los romanos con el cristianismo.
Entre esas dos etapas, los judíos parecen haber convencido a una parte de la aristocracia romana de que ellos eran los primeros monoteístas verdaderos, los adoradores del verdadero Dios. Para griegos y romanos, el Creador supremo era un concepto filosófico, mientras que los cultos religiosos eran politeístas por definición. Por eso, alrededor del 315 AC, el aristotélico Teofrasto de Ereso reflexionaba sobre los judíos como unos “filósofos de nacimiento”, aunque le molestaban sus primitivos holocaustos [sacrificios totales por el fuego]. Algunos escritores judíos (Aristóbulo de Paneas, Artapanos de Alejandría, e incluso Filón de Alejandría) habían logrado algo más: engañar a algunos griegos con la descabellada afirmación de que Homero, Hesíodo, Pitágoras, Sócrates y Platón habían sido inspirados por Moisés.[8]
A los judíos ya se les menciona en Roma en el siglo II a.C. Se ha supuesto que eran en su mayoría fenicios convertidos. Martín Bernal defiende esa tesis en “Judíos y Fenicios“, con el argumento de que “no hay rastros de judíos en el Mediterráneo Occidental antes de la destrucción de Cartago [146 a.C.]”, mientras “después de esa fecha, se señala su presencia con frecuencia en la zona”, mientras que los fenicios se desvanecieron de las páginas de la historia. Las lenguas y culturas de los fenicios y los judíos eran prácticamente idénticas[9]. Peter Myers aporta más luz en su bien fundado artículo “Cartagineses, fenicios y bereberes se convirtieron en judíos“, en el que sostiene que “tras la destrucción de Cartago por Roma, muchos cartagineses y fenicios se convirtieron al judaísmo, porque Jerusalén era el único centro que quedaba de la civilización semítica occidental”. El artículo de la Enciclopedia Judaica sobre Cartago, citado por Myers, apoya esa hipótesis, añadiendo que los fenicios, al convertirse al judaísmo después de su declive político, “conservaron su identidad semítica y no fueron asimilados por la cultura romano-helenística que odiaban”. Esta teoría, que también explica el misterioso origen de los sefardíes en España – una colonia cartaginesa -, es de obvia importancia para comprender la actitud de los judíos hacia el Imperio Romano, destructor de la civilización fenicia.
Flavio Josefo destaca la antigua afinidad entre fenicios y judíos: Hirom, rey de Tiro, intercambiaba regalos con el rey Salomón; le ayudó a edificar el templo de Jerusalén, antes de la fundación de Cartago, y se carteaban intercambiando desafíos científicos.
En el año 63 a.C., la comunidad judía de Roma se amplió con miles de cautivos traídos de Judea por Pompeyo, y progresivamente liberados (Filón de Alejandría, Legatio ad Caium, 156). Se cree que Julio César introdujo una legislación para garantizar su libertad religiosa y que la ley fue confirmada por Augusto, quien también los eximió del servicio militar. Se dice que el emperador Claudio (41-54 d.C.) expulsó a los judíos de Roma (Suetonio, Claudio xv, 4; Hechos 18:2), o al menos les prohibió congregarse (Casio Dio lx, 6). Pero parece que conocieron tiempos favorables bajo Nerón (54-68), cuya esposa Popea Sabina es considerada como una judía secreta tipo Ester en la tradición judía, porque el historiador judío Flavio Josefo la llama “adoradora de Dios” (Antigüedades de los Judíos, xx, 195) y menciona su apoyo a la liberación de los sacerdotes judíos procesados en Roma (Vita 16)[10].
La fundación de la Iglesia Romana bajo la dinastía Flavia
En 70, el recién proclamado emperador Vespasiano y su hijo Tito trajeron a Roma unos 97.000 judíos cautivos (Josefo, La Guerra Judía vi, 9), así como miembros de la nobleza judía recompensados por su apoyo en la guerra de Judea, siendo Josefo el más famoso de ellos. Poco después, cuando Josefo comenzó a trabajar en sus Antigüedades de los Judíos en 20 volúmenes, se nos dice que fueron redactados los Evangelios[11]. En el mismo período, según la historia estándar de la Iglesia, ya tenemos en Roma una iglesia cristiana, encabezada por un tal Clemente de Roma (88-99). Clemente debió ser un judío educado como Josefo, porque su única epístola genuina se caracteriza por numerosos hebraísmos, abundantes referencias al Antiguo Testamento y una mentalidad levítica. Una antigua y creíble tradición lo supone liberto del cónsul Tito Flavio Clemens, primo de los emperadores flavianos. Nos enteramos por Casio Dio de que Flavio Clemens fue ejecutado por Domiciano, hermano y sucesor de Tito, por “ateísmo” y “desviación hacia las costumbres judías”. Su esposa Flavia Domitilla fue desterrada a la isla de Pandateria (Ventotene). Con el tiempo, Flavio Clemens llegó a ser considerado un mártir cristiano, y esto dio lugar a la idea de la persecución de Domiciano a los cristianos. Pero los historiadores ahora descartan esta idea (no hay ninguna persecución claramente atestiguada de los cristianos antes de mediados del siglo III),[12] y asumen que a Flavio Clemens y Flavia Domitila se les acusaba simplemente de judaizar, y el primero quizás de circuncidarse[13]. Uno de los asesinos de Domiciano en el año 96 fue un mayordomo de Domitila llamado Esteban, lo que puede sugerir una venganza judía.
La actitud de los Flavianos hacia los judíos era aparentemente doble. Por un lado, parecían decididos a acabar con la religión judía, que veían, correctamente, como la fuente del separatismo judío. No contento con haber destruido el templo judío de Jerusalén, Vespasiano también ordenó la destrucción del de Leontópolis, en Egipto. En general, los romanos solían integrar a los dioses vencidos con una ceremonia de evocatio deorum, por la cual se le concedía al dios un santuario en Roma. Pero se consideraba inasimilable al dios Yahvé, por lo que sus objetos de culto se trataban como mero botín, según Emily Schmidt: “El tratamiento del dios judío puede verse como una inversión del típico tratamiento o actitud romana hacia los dioses extranjeros, tal vez como una anti evocatio“[14].
Por otro lado, la biografía de Josefo muestra que Vespasiano y Tito no sólo eran misericordiosos, sino incluso agradecidos con los judíos que se habían unido a ellos en Judea. No hay contradicción entre estos dos aspectos de la política judía de los Flavianos: reprimieron el separatismo judío y prohibieron el proselitismo judío, pero fomentaron la asimilación judía. Los judíos asimilacionistas abandonaron la circuncisión y no tenían ninguna objeción a la asimilación sincrética de Yahvé con Zeus o Júpiter. La misma política básica doble fue seguida por los sucesores de los emperadores flavianos, Trajano (98-117) y Adriano (117-138)[15].
A partir de estos hechos básicos, y teniendo en cuenta el patrón establecido por el círculo sacerdotal de Esdras en Babilonia, no es difícil imaginar lo que estaba pasando en Roma en el primer siglo. La teoría que voy a discutir ahora va así: la piedra angular de la Iglesia Católica Romana fue colocada por primera vez por una hermandad secreta de judíos sacerdotes, que habían sido traídos a Roma por Vespasiano y Tito en la secuela de la guerra judía que destruyó su templo en el año 70 DC. Algunos se habían ganado el favor y la protección de Vespasiano al entregarle el fabuloso tesoro del Templo que hizo posible su ascenso al trono imperial. Flavio Josefo, que se había pasado al bando de los romanos en Galilea y fue recompensado más allá de toda medida por Vespasiano, puede haber sido un miembro influyente de ese círculo judío. Aquellos judíos poderosos, ricos y conscientes, usando la asimilación para el disimulo, tenían el motivo, los medios y la oportunidad de fabricar la religión sincrética que podría servir sus intereses como su caballo de Troya.
Tomo prestada esta teoría del libro de Flavio Barbiero La Sociedad Secreta de Moisés: La línea de sangre mosaica y una conspiración que abarca tres milenios (2010). El autor no es un historiador entrenado, sino un científico con una mente inquisitiva y lógica combinada con una gran imaginación y un gusto por las teorías atractivas. Hay una gran cantidad de especulaciones en la gran historia que desarrolla, desde Moisés hasta los tiempos modernos, pero es perspicaz y coherente. Al menos es un buen punto de partida para tratar de responder a la pregunta de cómo los judíos crearon el cristianismo.
Según esta tesis, estos judíos sacerdotales traídos a Roma por Vespasiano y Tito habían aceptado la ruina de su nación y su Templo, pero no habían renunciado a su programa bíblico de supremacía judía; simplemente lo reinterpretaron desde su nuevo punto de vista dentro de la capital del Imperio. Aún celosos de su linaje y estrictamente endogámicos, retuvieron y transmitieron a su progenie el sentido de la misión de pavimentar para Israel un nuevo camino hacia su destino. ¿Acaso no se podría suponer que, bajo su aparente lealtad al Emperador, compartían el mismo odio a Roma que transpira de los textos judíos del primer siglo como los Apocalipsis de Esdras y de Baruch? En Esdras, el rugido del León de Judá hace que el águila romana estalle en llamas, y un Israel reunificado y libre se vuelve a asentar en Palestina. En Baruch, el Mesías derrota y destruye los ejércitos romanos, y luego lleva al emperador romano encadenado al Monte Sión y lo mata[16]. El mismo odio hacia Roma impregna el Libro del Apocalipsis, donde a Roma, bajo el fino velo de “Babilonia”, se le llama la Gran Ramera, cuyas carnes serán consumadas por la ira de Dios, para dar paso a una nueva Jerusalén.
Consideremos, como hipótesis de trabajo, que estos sacerdotes judíos tenían un plan. Adoptaron la estrategia de la red que permitió a sus lejanos antepasados infiltrarse en la corte persa y así recuperar el poder perdido bajo el patrocinio de Esdras. Su objetivo, según Flavio Barbiero, era “tomar posesión de la recién nacida religión cristiana y transformarla en una sólida base de poder para la familia sacerdotal” (p. 146). Ya existía un culto a Cristo, atestiguado por las epístolas de Pablo escritas en los años 50, pero los Evangelios le dieron un giro muy diferente en las décadas siguientes a la destrucción del Templo. Pedro, el que respetaba las leyes judías, presentado como cabeza de la Iglesia de Jerusalén por el Evangelio de Mateo, se convirtió en el fundador del papado romano en la literatura atribuida a Clemente de Roma, estableciendo así un vínculo espiritual entre Roma y Jerusalén.
Para entender mejor la comunidad judía que elaboró estas tradiciones, debemos mirar más de cerca la primera guerra judía. En el año 67, el emperador Nerón envió a su comandante del ejército Vespasiano para aplastar la rebelión de los saduceos sacerdotales que habían desafiado el poder romano prohibiendo en el Templo los sacrificios diarios que se ofrecían en nombre y a expensas del Emperador. Cuando, tras la muerte de Nerón, Vespasiano fue declarado emperador en diciembre del 69, su hijo Tito se quedó en Judea para terminar de sofocar la rebelión. En el Libro vi de la Guerra Judía de Josefo, nos enteramos de que, desde la primera etapa del asedio de Tito a Jerusalén, muchos judíos se pasaron a los romanos, incluyendo “cabezas de las familias sacerdotales”. Tito “no sólo recibió a estos hombres muy amablemente, sino que […] les dijo que cuando se librara de esta guerra, les devolvería a cada uno de ellos sus posesiones de nuevo”. Hasta los últimos días del asedio, según nos informa Josefo, algunos sacerdotes obtuvieron un salvoconducto bajo la condición de que entregaran a Tito parte de las riquezas del Templo. Uno, llamado Jesús, entregó “dos candelabros similares a los que estaban depositados en el Templo, algunas mesas, algunos cálices y copas para beber, todos de oro macizo. También entregaron la cortina [la que se rasgó al expirar Jesús según Mateo 27:51], las vestiduras del sumo sacerdote, con las piedras preciosas y muchos otros objetos utilizados para los sacrificios”. Otro, llamado Finees, presentado por Josefo como “el guardián del tesoro del Templo”, entregó “las túnicas y los cinturones de los sacerdotes, una gran cantidad de tela púrpura y escarlata […] y una gran cantidad de los ornamentos sagrados, gracias a los cuales, aunque era prisionero de guerra, obtuvo la amnistía reservada a los desertores”.
Obviamente, esos sacerdotes negociaban sus vidas y su libertad a cambio de partes del tesoro del Templo. El Templo no era sólo un santuario religioso, era, en un sentido real, un banco central y una bóveda gigante, que albergaba enormes cantidades de oro, plata y artefactos preciosos financiados por los diezmos de todo el mundo. Uno de los propósitos del Templo, podríamos decir, era satisfacer la codicia de Yahweh: “Llenaré este Templo de gloria, dice Yahweh Sabaoth. La plata es mía, el oro es mío”. (Hageo 2:7).[17] Según el Pergamino de Cobre encontrado cerca del Mar Muerto en 1952, el tesoro del Templo, que ascendía a toneladas de oro, plata y objetos preciosos, había sido escondido durante el asedio en 64 lugares.[18] Por lo tanto, es lógico suponer, como lo hace Barbiero, que Tito y Vespasiano sólo pudieron apoderarse del mismo con la ayuda de sacerdotes de alto rango.
Este enorme botín, cuya pieza central simbólica era la enorme menorá representada en el Arco de Tito (foto de apertura), ciertamente ayudó a Vespasiano a ganarse la aclamación de sus tropas como emperador, y luego a convencer al Senado. La construcción del Coliseo, entre los años 70 y 80, fue financiada enteramente por este botín.
Flavio Josefo y el cristianismo
Barbiero hace la suposición plausible de que Josefo había contribuido con su parte del tesoro del Templo a Vespasiano. Ya que Josefo juega un gran papel en la teoría de Barbiero, esbocemos lo que sabemos de él. Nacido como Yosef ben Matityahu, pertenecía a la primera de las 24 clases sacerdotales por parte de padre, según su autobiografía. También se nos dice que, a mediados de sus veinte años, había pasado más de dos años en Roma para negociar con el emperador Nerón la liberación de algunos sacerdotes judíos que estaban sometidos a juicio, probablemente por evasión de impuestos (Vita 16). En el 67, a la edad de 30 años, sirvió como comandante del ejército judío, y luego desertó, pasándose al bando romano ese mismo año. Luego sirvió como traductor para Tito y Vespasiano, y pudo salvar la vida de doscientos cincuenta miembros de su círculo sacerdotal. Cuando Vespasiano se convirtió en emperador en el 69, le concedió a Josefo su libertad, y a partir de ese momento Josefo asumió el apellido del emperador. De vuelta en Roma, Vespasiano lo alojó en su propia villa (habiendo construido para sí mismo un lujoso palacio), y le concedió un salario vitalicio sacado del tesoro del Estado, así como una enorme finca en Judea. Josefo dedicó el resto de su vida a escribir libros que celebraban la historia judía, siendo su último libro, Contra Apion, una defensa del judaísmo. Hasta su muerte a principios de siglo, fue un miembro prominente de la comunidad judía en Roma, que incluía muchos sacerdotes más.
En el Libro IV de la Guerra Judía, Josefo cuenta cómo, tras su captura en Galilea, fue llevado a Vespasiano, y convenció al general para que lo escuchara en privado. Vespasiano consintió y les pidió a todos que se retiraran, excepto a Tito y a dos de sus amigos. Entonces Josefo entregó a Vespasiano una “profecía” de Dios, según la cual Nerón moriría pronto y Vespasiano ascendería al poder imperial. Vespasiano mantuvo a Josefo con él y le recompensó por su profecía cuando se hizo realidad. Este relato en particular carece de la credibilidad que generalmente caracteriza al libro de Josefo. Por lo tanto, Flavio Barbiero asume que debe entenderse como un eufemismo vergonzoso: en realidad, Josefo proporcionó a Vespasiano no una predicción acerca de su ascenso a emperador, sino los medios para convertirse en emperador. Los medios eran el tesoro del Templo.
Josefo Flavio fue el primero de los sacerdotes judíos en caer a merced de los romanos, y fue el que obtuvo los mayores favores. Viendo que no sólo pertenecía a la primera de las familias sacerdotales, sino que también ocupaba un puesto de responsabilidad muy alto en Israel, como gobernador de Galilea, y que tenía un profundo conocimiento del desierto de Judá, donde había pasado tres años de su juventud, es legítimo creer que conocía las operaciones para esconder el tesoro y era perfectamente capaz de encontrar los escondites. Durante su audiencia privada con Vespasiano inmediatamente después de su captura, Josefo debió negociar su propia seguridad y futura prosperidad a cambio del tesoro del Templo. La propuesta debió ser irresistible para el pobre general romano, que veía así la posibilidad de asegurarse los recursos necesarios para su ascenso al poder imperial. En esa ocasión, los dos probablemente hicieron un pacto, que iba a cambiar los destinos del mundo.[19]
Esto, más que una “profecía”, puede explicar el extraordinario favor que Josefo recibió de Vespasiano, lo cual, admite Josefo, despertó mucha envidia entre la aristocracia romana.
Sin embargo, hay algo de importancia en la profecía de Josefo que se le escapa a Barbiero. Se trata de la inversión de la expectativa mesiánica que había provocado el levantamiento judío contra Roma. Como escribe Josefo en La Guerra Judía (vi, 5), “lo que más movió al pueblo a rebelarse contra Roma fue una profecía ambigua de sus Escrituras de que ‘uno de su país iba a gobernar el mundo entero'”. Los judíos se equivocaron en su interpretación de esta profecía, escribe Josefo, porque se aplicaba en realidad a Vespasiano, “que fue nombrado emperador en Judea”. Pero al darle la vuelta a la profecía mesiánica judía, ¿renunció Josefo al destino de los judíos de gobernar el mundo, o estaba elaborando un Plan B, algo basado en el procurar aprovechar la fuerza del Imperio Romano en vez de oponerse a él? En otras palabras, al reconocer a Vespasiano como el Mesías, ¿no estaba pensando en convertir a Roma en el instrumento a largo plazo del mesianismo judío?
Tal vez incluso ya estaba pensando en la reconstrucción de Jerusalén. Sabemos que los primeros cristianos judíos lo hicieron. Dos generaciones después de Josefo, Justino Mártir (murió en 165), nacido en Samaria y muy probablemente judío, pero predicando en Roma, escribió en su Diálogo con Trifón que respondía afirmativamente a la pregunta: “¿Ustedes los cristianos realmente sostienen que este lugar, Jerusalén, volverá a levantarse, y creen realmente que su pueblo se reunirá aquí en la alegría, bajo Cristo…?”[20]
Barbiero sugiere que Josefo estaba íntimamente conectado con los padres fundadores judíos del cristianismo romano. Esta hipótesis se deriva de los propios escritos de Josefo, que contienen tres referencias indirectas al cristianismo. El libro xviii, capítulo 3 de las Antigüedades incluye el famoso pasaje sobre Jesús, “un hombre sabio” y “un hacedor de obras maravillosas, un maestro de aquellos hombres que reciben la verdad con placer”, que fue condenado a la cruz por Pilato. “Y la tribu de cristianos, así llamada por él, no se ha extinguido en este día.” La autenticidad de este Testimonium Flavianum está en debate, pero la opinión académica dominante es que es un pasaje genuino con interpolaciones cristianas. En xviii, 5, Josefo habla con gran admiración sobre “Juan, que fue llamado el Bautista”, subrayando su gran popularidad y condenando a Herodes Antipas por su asesinato. Este es considerado un pasaje gauténtico. En xx, 9, Josefo expresa la misma simpatía por Santiago, “el hermano de Jesús, que fue llamado Cristo”, y lo presenta como una figura respetada en los círculos fariseos: cuando fue apedreado hasta morir por orden del sumo sacerdote Anan, provocó la indignación de todos los celosos de la Ley, y causó en última instancia el fin de la carrera de Anan. Esto también se considera un pasaje genuino, con una sola inserción cristiana, la referencia a que Jesús era llamado Cristo.
La tesis de Barbiero sobre la implicación de Josefo con el cristianismo es verosímil. Si aceptamos el consenso de que la Iglesia Romana ya estaba organizada en los 90, con un obispo de sangre sacerdotal judía, entonces es inconcebible que Josefo no estuviese consciente de ello. Siendo consciente de ello, podría haber sido hostil o apoyarlo. Si además aceptamos el consenso general sobre las referencias positivas de Josefo a Jesús, a su precursor Juan el Bautista y a su hermano Santiago, debemos concluir que Josefo apoyó a la Iglesia Cristiana primitiva. ¿Era secretamente un cristiano, entonces?
La pregunta nos trae a la mente otro Josefo, un misterioso personaje presente en los cuatro evangelios canónicos: José de Arimatea, quien asumió la responsabilidad del entierro de Jesús después de su crucifixión. Se le describe como “un miembro prominente del Sanedrín” (Marcos 15:43), “un hombre bueno y recto” que “no había consentido lo que los demás habían planeado y llevado a cabo” (Lucas 23:51), y “que era discípulo de Jesús, aunque en secreto porque tenía miedo de los judíos” (Juan 19:38). Estaba suficientemente conectado con Pilato como para obtener su permiso para sacar el cuerpo de Jesús de la cruz y enterrarlo en su tumba privada. La razón por la que menciono a José de Arimatea aquí es para sugerir -esta es mi contribución a la teoría de Barbiero- que podría haber sido un personaje inventado como un alter ego simbólico de Flavio Josefo.
Dicho esto, Barbiero quizás sobreevalúe la autenticidad de las referencias de Josefo a Jesús, Juan el Bautista y Santiago. La pregunta sigue sin resolverse. Personalmente, encuentro todo el Testimonio Flavio sospechoso, y no sólo parcialmente dudoso. Aparece en todos los manuscritos griegos, pero podría haber sido añadido en el segundo o tercer siglo. Volveré sobre este problema.
El Culto Misterioso de Mitra
Para explicar cómo una hermandad secreta de judíos sacerdotes pudo convertir el Imperio al culto de un mesías judío, Barbiero plantea otra teoría audaz, basada en la íntima conexión entre el cristianismo y el mitraísmo.
El culto a Mitra, asociado a Sol Invictus, experimentó su rápido desarrollo en Roma en la época de Domiciano. Como explica Barbiero, “no era una religión, sino una asociación esotérica reservada exclusivamente a los hombres”. Todos los participantes eran sacerdotes, por lo menos desde el cuarto nivel, y entre ellos sólo había diferencias de jerarquía determinadas por el nivel de iniciación” (pág. 164). La mayoría de las mitras eran criptas subterráneas, y muchas se encuentran ahora bajo las iglesias. “Tanto las fuentes escritas como los testimonios arqueológicos demuestran que desde Domiciano, Roma siempre fue el centro más importante de esta organización, que se había arraigado profundamente en el corazón mismo de la administración imperial, tanto en el palacio como en la guardia pretoriana” (p. 160).
Mitras sacrificando el toro, c. 150 d.C.
Tertuliano y otros autores cristianos señalan los paralelos entre el mitraísmo y el cristianismo y los atribuyen a la imitatio diabolica: Se dice que Mitra es un demonio que imitó los sacramentos cristianos para descarriar a los hombres. Los historiadores generalmente están de acuerdo en que la imitación procedió en la dirección opuesta.
Los paralelismos no deben ser exagerados. Por ejemplo, el hecho de que tanto Mitra como Jesús nacieran en el solsticio de invierno no es significativo ya que es un desarrollo tardío en el caso del cristianismo (no tiene base en los Evangelios), y se aplica a muchas otras divinidades. Pero hay muchas otras similitudes, como la ceremonia mitraica “durante la cual se consumía pan y vino consagrado en memoria de la última cena de Mitra” (p. 162).
La organización mitraica estaba presidida por un jefe supremo conocido como el pater patrum [abreviado como papa], quien gobernaba desde una gruta en la colina del Vaticano en Roma, donde Constantino hizo construir la basílica de San Pedro en 322. Esta cueva del Vaticano (la llamada Phrygianum, que todavía está, y se encuentra situada a los pies de la actual basílica) fue la sede central del culto a Mitra hasta la muerte del último pater patrum, el senador Vectius Agorius Praetextatus, en el año 384 d.C. Inmediatamente después, el culto a Mitra fue oficialmente abolido y la cueva fue ocupada por Sirio (el sucesor del obispo de Roma, Dámaso), quien adoptó el nombre del jefe de la secta mitraica, pater patrum, o Papa, por primera vez en la historia de la iglesia. También adoptó la misma vestimenta y se sentó en la misma silla, que se convirtió en el trono de San Pedro en Roma. Los símbolos mitraicos estaban, y aún están, grabados en este trono. Sol Invictus Mithras, al que según los historiadores rendían pleitesía la mayoría de los senadores romanos, del ejército y la administración pública, desapareció casi de golpe, sin ninguna matanza, persecución, exilio o abjuración forzada. De la noche a la mañana, el senado romano, bastión del culto a Mitra, descubrió que era totalmente cristiano. […] El asiento, las vestiduras, el título y las prerrogativas del pater patrum no fueron las únicas cosas que pasaron del culto en torno a Mitra a la iglesia. Además de las similitudes en doctrinas y rituales, encontramos en las iglesias cristianas la mesa de piedra frente al ábside, el altar donde se exhibía el disco del sol en la mitraea. También encontramos la estola, el tocado del obispo (todavía llamado mitra), las vestiduras, los colores, el uso del incienso, el aspergillum, las velas encendidas delante del altar, las genuflexiones y, no menos importante, el objeto más representativo que domina el rito cristiano: la exposición de la Hostia, que está contenida en un disco del que sale el sol, la custodia. (pp. 162-164)
El culto de Mitra, señala Barbiero, “prosperó casi en simbiosis con el cristianismo, hasta el punto de que las iglesias cristianas muy a menudo se elevan encima o al lado de los lugares de culto mitraico. Este es el caso, por ejemplo, de las basílicas de San Clemente, San Esteban Rotundo, Santa Prisca, etc., que surgieron sobre grutas dedicadas al culto del Sol Invictus” (p. 32).
Barbiero concluye que el mitraísmo y el cristianismo “no eran dos religiones en competencia, como a menudo leemos, sino dos instituciones de naturaleza diferente que estaban estrechamente conectadas”, o “dos caras de la misma moneda”. (p. 163). Recoge que el culto iniciático de Mitra se había transformado bajo los Flavios en una especie de masonería, que promovía el cristianismo como una religión exotérica para el pueblo.
Pero obviamente el cristianismo no se deriva totalmente del mitraísmo: tiene raíces judías. ¿Cómo se mezcló el mitraísmo con el judaísmo? Esto Barbiero lo explica con la hipótesis de que, bajo los Flavianos, los judíos sacerdotales entraron al sacerdocio mitraico en una estrategia concertada para apoderarse de él y judaizarlo, tal como lo harían con la masonería siglos después. Desde la época de Domiciano, los seguidores del mitraísmo “eran libertos de la familia imperial de los Flavios y, por consiguiente, con toda probabilidad, judíos romanizados” (p. 159). “Sol Invictus Mithras era la cobertura tras la cual se escondía la organización esotérica secreta recreada en Roma por la familia sacerdotal mosaica que había escapado de la masacre de Jerusalén” (p. 173). No estoy convencido del todo al respecto. La hipótesis de la toma del mitraísmo por parte de los sacerdotes judíos es un eslabón débil en la cadena de hipótesis de Barbiero. El mitraísmo claramente no es un culto judío, y la tesis de su subversión por parte de los sacerdotes judíos en el siglo I d.C. descansa en muy pocas pruebas.
Sin embargo, una mirada más cercana al origen oriental del mitraísmo puede iluminarnos. Plutarco explica (Vidas paralelas xxiv, 7) que el culto a Mitra fue traído por primera vez desde Asia Menor después de que Pompeyo derrotara a Mitrídates VI, rey del Ponto, quien, aunque de origen persa, gobernaba sobre Anatolia. Mitra es un dios frigio -de ahí su sombrero frigio-, y Mitridates significa “regalo de Mitra”. El historiador romano Appian de Alejandría, en Las guerras extranjeras, describe la tercera guerra mitridáctica como una guerra mundial, y dice que “al final trajo la mayor ganancia a los romanos; ya que ensanchó los límites de su dominio desde la puesta del sol hasta el río Éufrates”[21]. Mientras buscaba más información sobre el mitraísmo, me encontré con un libro de Cyril Glassé titulado Mitraísmo, el virus que destruyó Roma (2016). Aunque el libro es de calidad no académica, vale la pena tomar en cuenta su visión central:
La religión del mitraísmo fue un caballo de Troya dejado en la playa por Mitrídates VI del Ponto como veneno para que los romanos lo tomaran endulzado. […] El mitraísmo era un culto a sí mismo diseñado para subvertir y destruir a Roma. Ese culto ha dejado su marca en la civilización occidental.
Según Glassé, el sacrificio del toro, o Taurobolium, que está representado en innumerables relieves, era un críptico llamado a la venganza contra Roma: el toro representa a Roma, mientras que Mitra es Mitrídates , Esta teoría es sorprendentemente similar a la de Barbiero, sólo que con frigios en lugar de judíos en el papel de conspiradores contra Roma. La tesis de Glassé es tan infundada como la de Barbiero, pero ambas pueden reforzarse mutuamente si recordamos que frigios y judíos habían sido vencidos por Pompeyo durante la misma campaña militar en el 63 A.C. Además había muchos judíos en el reino deMitrídates, y muchos cautivos de ambas naciones fueron llevados juntos a Roma en el primer siglo A.C. Compartieron un destino común y, quizás, una aspiración común de venganza.
No se me ocurre ninguna razón en particular por la que el toro simbolizaría Roma para los judíos cautivos de Pompeyo, pero encontré un detalle interesante que podría explicar por qué sí podría haber simbolizado el poderío militar de Roma para los judíos cautivos de Vespasiano: la Legio X Fretensis romana, que estuvo involucrada de manera central durante la guerra judía -desde el ataque a Judea en el 66 hasta la captura de Masada en el 72, pasando por el asedio a Jerusalén que llevó a la destrucción del Templo en el 70-, tenía el toro como símbolo.
El estandarte de la Legio X Fretensis, y un aureus de oro en su honor
Barbiero nos está llevando a la noción de que los judíos no sólo impusieron una religión judía al Imperio, sino que en realidad asumieron su liderazgo cuando el emperador fue reemplazado por el Papa:
El objetivo de la estrategia era la completa sustitución de la clase dirigente del Imperio Romano con los descendientes de la familia sacerdotal que habían sobrevivido a la destrucción de Jerusalén y el Templo. Este resultado se logró en menos de tres siglos; para entonces todas las religiones antiguas habían sido eliminadas y sustituidas por el cristianismo, y la primitiva nobleza romana había sido virtualmente aniquilada y reemplazada por miembros de la familia de origen sacerdotal que habían acumulado todo el poder y la riqueza del Imperio. (p. 184)
Esta tesis es la base de las dos últimas partes del libro de Barbiero, sobre “Las raíces judeocristianas de la aristocracia europea” y sobre “los orígenes mosaicos de las sociedades secretas modernas”. Estas partes, aunque son bastante especulativas, están llenas de chismes adicionales y nuevos conocimientos sobre esos misteriosos y fascinantes temas. La primera parte sobre el linaje de Moisés también es original y bien argumentada, pero no es directamente relevante para el tema que se discute aquí.
La cuestión de Jesús: ¿Hasta qué punto es falso lo de la “buena noticia” evangélica?
Considero el libro de Barbiero como un intento fructífero para resolver el misterio de cómo los judíos crearon el cristianismo y lo convirtieron en la religión romana. Pero ciertamente no ofrece una reconstitución de la historia completa. Sucediereon muchas cosas en los tres siglos siguientes, que necesitan ser aclaradas. Un contexto importante, que rara vez se toma en cuenta, es la “Crisis del Tercer Siglo” (235-284), durante la cual “el Imperio romano casi se derrumbó bajo las presiones combinadas de las invasiones bárbaras y las migraciones al territorio romano, las guerras civiles, las rebeliones campesinas, la inestabilidad política” (Wikipedia), pero también los eventos cataclísmicos y las enfermedades generalizadas como la Peste de Cipriano (c. 22] En este contexto, el sabor apocalíptico del cristianismo temprano debe haber sido un factor clave de su éxito. Curiosamente, el Apocalipsis, el último texto incluido en el canon cristiano, es considerado por algunos estudiosos como una versión cristianizada de un apocalipsis judío, porque, excepto por su prólogo y epílogo (de 4:1 a 22:15), no contiene ningún motivo cristiano reconocible.[23]
También hay dos importantes bloques de construcción del cristianismo que el enfoque de Barbiero en el mitraísmo romano deja fuera: la vida de Jesús en los Evangelios, y el Cristo místico de Pablo. ¿Cómo se originaron y cómo se integraron? La conexión entre ellos es uno de los problemas más difíciles del nacimiento del cristianismo. Porque, como escribe el Conde Doherty en El rompecabezas de Jesús: ¿comenzó el cristianismo con un Cristo mítico (1999), un libro que ha enviado una onda expansiva entre los especialistas de Jesús (aquí citado partir del pdf de 600 páginas): “Ni una sola vez Pablo o cualquier otro escritor de epístolas del primer siglo identifica a su divino Cristo Jesús con el hombre histórico reciente conocido por los Evangelios. Ni atribuyen las enseñanzas éticas que presentan a tal hombre”. Cristo es simplemente para Pablo una deidad celestial que ha soportado una prueba de encarnación, muerte, sepultura y resurrección, y que se comunica con sus devotos a través de sueños, visiones y profecías. Tal cristología gnóstica tiene raíces en las religiones de misterio anteriores a Jesús. Es difícil explicar cómo un Jesús humano pudo transformarse en un Cristo tan divino en unas pocas décadas, estando en vida de aquellos que lo conocieron.
La primera dificultad es que la gran mayoría de los primeros cristianos eran, obviamente, judíos. “Dios es uno”, dice el más fundamental de los principios teológicos judíos. Además, la mente judía tenía una obsesión contra la asociación de cualquier cosa humana con Dios. No podía ser representado ni siquiera por la sugerencia de una imagen humana, y miles de judíos habían desnudado sus cuellos ante las espadas de Pilatos simplemente para protestar contra la implantación de normas militares que conllevaban la imagen del César a la vista del Templo. La idea de que un hombre era una parte literal de Dios habría sido recibida por cualquier judío con horror y apoplejía.
Y aún así se nos insta a creer que los judíos fueron inmediatamente llevados a elevar a Jesús de Nazaret a niveles divinos sin precedentes en toda la historia de la religión humana. Deberíamos creer no sólo que identificaron a un criminal crucificado con el antiguo Dios de Abraham, sino que recorrieron el imperio y prácticamente de la noche a la mañana convirtieron a un gran número de judíos más con la misma propuesta escandalosa y completamente blasfematoria. A pocos años de la supuesta muerte de Jesús, sabemos de comunidades cristianas en muchas de las principales ciudades del imperio, todas las cuales presumiblemente aceptaron que un hombre que nunca habían conocido, crucificado como rebelde político en una colina en las afueras de Jerusalén, había resucitado de entre los muertos y era de hecho el preexistente Hijo de Dios, creador, sustentador y redentor del mundo. Dado que muchas de las comunidades cristianas en las que obraba Pablo existían antes de que él llegara, y dado que las Epístolas de Pablo no aporta validación al cuadro que dibujan los Hechos, acerca de una intensa actividad misionera por parte del grupo de Jerusalén en torno a Pedro y Santiago, hay que reconocer que la historia no registra quién realizó esta asombrosa hazaña.[24]
La forma más simple de superar esta dificultad es asumir que la transformación del Jesús humano en el Cristo cósmico (o al revés, como sugiere Doherty) no ocurrió espontáneamente, sino que fue diseñada conectando varios elementos, con el objetivo de fabricar una religión sincrética judeo-helenística.
Las cartas de Pablo fueron recogidas por primera vez en la primera mitad del segundo siglo por Marción de Sinope, quien también incluyó en su canon una breve evangelización (fue el primero en utilizar el término), pero rechazando el Tanakh judío. Alrededor del 208, Tertuliano, un cartaginés de probable origen judío, se quejó de que “la herética tradición de Marción llenaba el universo” (Contra Marción v, 19). También nos cuenta que, en la época de Marción, otro maestro gnóstico llamado Valentín estuvo a punto de convertirse en obispo de Roma. En el siglo III d.C. apareció el Mani persa, que se llamaba a sí mismo “apóstol de Jesucristo”, pero rechazaba cualquier influencia judía. “Maniqueos” se convirtió en la etiqueta que la Iglesia católica puso a todos los movimientos gnósticos que venían de Oriente, como los paulistas de Anatolia en el siglo VIII, o los bogomilos de Bulgaria en el siglo IX, los antepasados de los cátaros que fueron erradicados del sur de Francia a principios del siglo XIII. Todos estos movimientos, que pueden ser vistos como sucesivas oleadas de un mismo movimiento, veneraban a Pablo y rechazaban la Torá, cuyo dios consideraban como un demiurgo malvado, un demonio engañoso o una ficción maligna.
En el siglo IV, el cristianismo gnóstico seguía vivo y floreciente. La biblioteca monástica de la Hermandad Egipcia de San Pacomio, el primer monasterio cristiano conocido, contenía una gran riqueza de literatura gnóstica (incluyendo el Evangelio de Tomás), entre libros platónicos, herméticos y zoroástricos. Como el erudito del Nuevo Testamento Robert Price cuenta en su libro fascinante Deconstruyendo a Jesús (2000):
Al parecer, cuando los monjes recibieron la Carta de Pascua de Atanasio en el año 367 E.C., que contiene la primera lista conocida de los veintisiete libros canónicos del Nuevo Testamento, advirtiendo a los fieles que no leyeran otros, es probable que los hermanos decidieran esconder sus apreciados evangelios “heréticos”, para que no cayeran en manos de los quemadores de libros eclesiásticos[25].
Todos estos códices fueron escondidos en un cementerio en Nag Hammadi, donde fueron descubiertos en 1945, revolucionando nuestra imagen del cristianismo temprano. Los eruditos han empezado a cuestionar la visión tradicional de los gnósticos como disidentes que se separaron de la Iglesia Ortodoxa; por el contrario, los gnósticos que nunca dejaron de afirmar que los católicos romanos estaban corrompiendo el Evangelio bajo la influencia judía, pueden haber tenido razón de punta a cabo.
Al comenzar a profundizar en estas cuestiones, descubrí que una nueva escuela de exégesis del Nuevo Testamento, iniciada por El Rompecabezas de Jesús de Earl Doherty, afirma que el cristianismo nació en el mito, no en la historia. Yo siempre había asumido que la biografía de Jesús era demasiado plausible históricamente para ser una ficción. A los treinta años, me había fascinado la búsqueda del Jesús histórico y escribí un libro sobre la relación “legendaria” entre Jesús y Juan el Bautista, en el que se argumentaba que los escritores de los Evangelios falsificaban las profecías genuinas de Juan y forjaban falsas alabanzas a Jesús por parte de Juan, y que muchos de los dichos atribuidos a Jesús (del hipotético documento Q) se atribuían originalmente a Juan[26]. No obstante, no dudaba de la historicidad de Jesús. Pero mi reciente incursión en la teoría del “Mito de Cristo” me ha convencido de que el Jesús histórico es más escurridizo de lo que pensaba. Los Evangelios, por un lado, no son tan antiguos como se admite generalmente (entre los 70 y los 90), ya que, como señala Doherty:
Sólo en Justino Mártir, escribiendo en los 150, encontramos las primeras citas identificables de algunos de los Evangelios, aunque él los llama simplemente “memorias de los Apóstoles”, sin nombres. Y esas citas no suelen coincidir con los textos de las versiones canónicas que tenemos ahora, lo que demuestra que tales documentos estaban todavía en proceso de evolución y revisión.[27]
La fecha de finales del siglo II para la primera narración sobre Jesús es coherente con la hipótesis -que va en contra de la teoría de Barbiero- de que las Antigüedades de los Judíos de Josefo contenían originalmente una referencia a Juan el Bautista y otra a Santiago el Justo, pero ninguna referencia a Jesús, al cual más tarde se insertó entre ambos para que Juan pudiera ser presentado como el precursor de Jesús y Santiago como su hermano y heredero. Hay muchas pruebas de que Santiago, como Juan el Bautista antes que él, era una figura famosa por derecho propio. Según el biblista Robert Eisenman, autor de Santiago, el Hermano de Jesús: La Clave para Desentrañar los Secretos de la Cristiandad Primitiva y los Rollos del Mar Muerto, Santiago es idéntico al “Maestro de la Rectitud” mencionado en algunos de los Rollos del Mar Muerto, a los que se les atribuyó una fecha oficial de forma precipitada. Extrañamente, la persona de Santiago se opone casi diametralmente al Jesús de las Escrituras y a nuestra comprensión común de él. Mientras que el Jesús de la Escritura es anti-nacionalista, cosmopolita, antinomiano – es decir, opuesto a la aplicación directa de la Ley Judía – y acepta a los extranjeros y a otras personas clasificadas como impuras, el Santiago histórico aparece como observador celoso de la Ley, y rechaza a los extranjeros y a las personas consideradas impuras en general.
Su muerte por apedreamiento en el 62 “estaba conectada en la imaginación popular con la caída de Jerusalén en el 70 CE de una manera que no puede coincidir con la muerte de Jesús unas cuatro décadas antes”.
Ciertas variantes manuscritas de las obras de Josefo, reportadas por padres de la Iglesia como Orígenes, Eusebio y Jerónimo, los cuales estuvieron todos en algún momento viviendo en Palestina, contienen materiales que asocian la caída de Jerusalén con la muerte de Santiago, no con la muerte de Jesús. Sus estridentes protestas, en particular las de Orígenes y Eusebio, posiblemente tengan que ver con la desaparición de este pasaje de todos los manuscritos de la Guerra Judía que han llegado hasta nosotros.[28]
Los estudiosos de Jesús de la escuela “mitológica”, por oposición a la “historicista”, se abstienen de expresar su conclusión en términos conspirativos. En su libro On the Historicity of Jesus, Why We Might Have Reason For Doubt, Richard Carrier escribe: “el Jesús que conocemos se originó como un personaje mítico”, y sólo “más tarde, este mito pretendió, equivocadamente, descansar en sucesos históricos (o deliberadamente reenvasado de esa manera)”. Pero encuentro esto de “equivocado” muy poco probable, y “deliberadamente reempaquetado” mucho más probable. Carrier sugiere en realidad que la estructura fundamental de la narración se tomó prestada de un patrón mítico romano bien establecido:
En la biografía por Plutarco de Rómulo, el fundador de Roma, se nos dice que era el hijo de Dios, nacido de un pastor humilde; luego, como hombre se convierte en amado por el pueblo, aclamado como rey y asesinado por la élite intrigante; al final se levanta de entre los muertos, se le aparece a un amigo para que le dé la buena noticia a su pueblo y asciende al cielo para gobernar desde lo alto. ¡Igual que Jesús!
Plutarco también nos habla de las ceremonias públicas anuales que aún se realizaban, celebrando el día en que Rómulo ascendió al cielo. La historia sagrada contada en este evento era básicamente la siguiente: al final de su vida, en medio de rumores de que había sido asesinado por una conspiración del Senado (al igual que Jesús fue “asesinado” por una conspiración de los judíos – de hecho por el Sanedrín, el equivalente judío del Senado), el sol se oscureció (al igual que cuando Jesús murió), y el cuerpo de Rómulo se desvaneció (al igual que el de Jesús). La gente quería buscarlo pero el Senado les dijo que no lo hicieran, “porque había resucitado para unirse a los dioses” (tal y como un misterioso joven cuenta a las mujeres en el Evangelio de Marcos). La mayoría se fue feliz, esperando cosas buenas de su nuevo dios, pero “algunos dudaron” (tal como todos los evangelios posteriores dicen, en el caso de Jesús: Mt 28.17; Lc 24.11; Jn 20.24-25; incluso Mc 16.8 implica esto). Poco después, Próculo, un amigo íntimo de Rómulo, informó que se había encontrado con Rómulo “en el camino” entre Roma y una ciudad cercana y le preguntó: “¿Por qué nos has abandonado?”, a lo que Rómulo respondió que siempre había sido un dios pero que había bajado a la tierra y se había encarnado para establecer un gran reino, y que ahora tenía que volver a su casa en el cielo (más o menos como sucede con Cleofás en Lc 24.13-32). Entonces Rómulo le dijo a su amigo que le dijera a los romanos que si eran virtuosos tendrían todo el poder mundano.
El relato de Tito Livio [Historia 1.16], al igual que el de Marcos, subraya que “el miedo y el duelo” mantuvieron al pueblo “en silencio durante mucho tiempo”, y sólo más tarde proclamaron a Rómulo “Dios, Hijo de Dios, Rey y Padre”, coincidiendo así con lo de Marcos “no dijeron nada a nadie”, aunque obviamente suponiendo que de alguna manera se corriera la voz.
Parece pues que Marcos está moldeando a Jesús como el nuevo Rómulo, con un mensaje nuevo y superior, estableciendo un reino nuevo y superior. El cuento romulano se parece mucho a un modelo subyacente como un esqueleto para la narración de la Pasión: un gran hombre, fundador de un gran reino, a pesar de venir de orígenes humildes y de un parentesco sospechoso, es en realidad un hijo de Dios encarnado, pero muere como resultado de una conspiración del consejo gobernante; entonces una oscuridad cubre la tierra a su muerte y su cuerpo se desvanece, tras lo cual los que le siguieron huyen con miedo (al igual que las mujeres del Evangelio, Mc 16. 8; y los hombres, Mc 14.50-52); entonces, y como ellos también, buscaron su cuerpo pero se les dicjo que ya no estaba allí, que había resucitado; y mientras algunos dudan, entonces el dios resucitado “aparece” para seleccionar a los mejores seguidores para difundir su evangelio.
Hay muchas diferencias entre los dos relatos, seguramente. Pero las similitudes son demasiado numerosas para ser una coincidencia y las diferencias pueden ser deliberadas. Por ejemplo, el reino material de Rómulo que favorece a los poderosos se transforma en uno espiritual que favorece a los humildes. En todo caso, resulta que la narración de la pasión cristiana es una transvaloración intencional de la ceremonia del Imperio Romano de la encarnación, muerte y resurrección de su propio salvador fundador. Otros elementos han sido añadidos a los Evangelios – la historia fuertemente judaizada, y muchos otros símbolos y motivos que se han introducido para transformarla – y la narración ha sido modificada, en estructura y contenido, para adaptarse a la propia agenda moral y espiritual de los cristianos. Pero la estructura básica no es original.[29]
Otros estudiosos han identificado desde hace tiempo fuertes paralelos entre la vida de Jesús y las legendarias vidas de hombres santos como Pitágoras o Apolonio de Tiana. Sobre este último, por ejemplo, encontramos que Apolonio, después de una vida de hacer milagros, curar a los enfermos, expulsar demonios y resucitar a los muertos, fue entregado por sus enemigos a las autoridades romanas. “Aún así”, según el resumen de Bart D. Ehrman, “después de dejar este mundo, volvió a reunirse con sus seguidores para convencerles de que no estaba realmente muerto sino que seguía viviendo en el reino celestial”[30].
Robert Price ha señalado otra fuente probable para las narraciones del Evangelio: las novelas griegas como Quereas y Calírroe de Chariton, el Cuento Efesino de Xenofonte, la Leucemia y el Clitofonte de Aquiles Tatio, el Cuento Etíope de Heliodoro, Dafne y Cloe de Longus, la Historia de Apolonio, El Rey de Tiro, El Cuento Babilónico de Iamblico y el Satíricon de Petronio.
Tres grandes dispositivos argumentales se repiten como mecanismo de relojería en las antiguas novelas, que solían tratar de las aventuras de amantes estelares, algo así como las modernas telenovelas. Primero, la heroína, una princesa, cae en coma y es dada por muerta. Enterrada prematuramente, se despierta más tarde en la oscuridad de la tumba. Irónicamente, es descubierta en el último momento por ladrones de tumbas que han irrumpido en el opulento mausoleo, buscando ricos adornos funerarios […]. Los ladrones le salvan la vida pero también la secuestran, ya que no pueden permitirse dejar un testigo. Cuando su prometido o marido llega a la tumba para llorar, se queda atónito al encontrar la tumba vacía y adivina por primera vez que su amada ha sido llevada al cielo porque los dioses envidiaban su belleza. En un cuento, el hombre ve el sudario dejado atrás, como en Juan 20:6-7.
El segundo dispositivo de la trama es que el héroe, al darse cuenta finalmente de lo que ha sucedido, va en busca de la heroína y finalmente se topa con un gobernador o rey que la quiere y, para quitárselo de encima, hace que el héroe sea crucificado. Por supuesto, el héroe siempre se las arregla para obtener un perdón de última hora, incluso una vez fijado a la cruz, o sobrevive a la crucifixión por algún golpe de suerte. A veces la heroína también parece haber muerto pero termina viva después de todo.
Tercero, para terminar, tenemos un feliz reencuentro de los dos amantes, cada uno de los cuales había perdido la esperanza de volver a ver al otro. Al principio no pueden creer que no estén viendo a un fantasma, que viene a consolarlos. Al final, pasan del descreimiento a la alegría, y están convencidos de que su amado ha sobrevivido en carne y hueso.
Como he señalado en mi artículo “La Crucifixión de la Diosa”, el patrón del romance amoroso sigue siendo evidente en el Evangelio, donde el Jesús resucitado se aparece primero a su antigua seguidora María Magdalena, quien, tal vez por esa razón, fue considerada como el alma gemela de Jesús por muchos gnósticos[31].
Price cita el siguiente pasaje de Quereas y Calírroe, donde Quereas descubre la tumba vacía de su amada:
Cuando llegó a la tumba, encontró que las piedras habían sido movidas y la entrada estaba abierta. Quedó asombrado al ver esto y se sintió abrumado por una terrible perplejidad, ante lo que había sucedido. Cf. Marcos 16:5] Un rumor – un mensajero rápido – le entregó a los siracusanos esta asombrosa noticia. Rápidamente se amontonaron alrededor de la tumba, pero nadie se atrevió a entrar hasta que Hermócrates dio la orden de hacerlo. [Cf. Juan 20:4-6] El hombre que entró reportó toda la situación con precisión. Cf. Juan 19:35; 21:24] Parecía increíble que ni siquiera el cadáver estuviera allí. Entonces el propio Quereas decidió entrar, en su deseo de volver a ver a Calírroe muerta; pero aunque buscó en la tumba, no pudo encontrar nada. Mucha gente no podía creerlo y entró tras él. Todos estaban sobrecogidos por la impotencia. Uno de los que estaban allí dijo, “se llevaron las ofrendas funerarias [la traducción de Cartlidge dice: “El sudario ha sido arrancado” -cf. Juan 20:6-7]; son unos ladrones de tumbas los que lo han hecho; pero ¿qué pasó con el cadáver, dónde está?” Muchas sugerencias diferentes circulaban entre la multitud. Quereas miró hacia los cielos, extendió sus brazos y lloró: “¿Cuál de los dioses es, entonces, el que se ha convertido en mi rival en el amor y se ha llevado a Calírroe y ahora la tiene junto a él…?
Más tarde, Calírroe, reflexionando sobre sus vicisitudes, dice: “He muerto y he vuelto a la vida”. Más tarde se lamenta: “He muerto y me han enterrado; me han robado de mi tumba”. Mientras tanto, el pobre Quereas es condenado a la cruz, y la tiene que llevar él mismo. Pero en el último minuto, justo antes de ser clavado, su sentencia es conmutada, y lo bajan de la cruz. “Aquí, entonces,” comenta Price, “tenemos a un héroe que padeció la crucifixión por su amor y regresó con vida. En la misma historia, crucifican a un villano también, aunque como está pagando lo que se merecía, no es indultado. Este es Theron, el pirata que se llevó a la pobre Calírroe como esclava. “Fue crucificado frente a la tumba de Calírroe”.
¿Será posible que algunos judíos, por algún Hasbara concertado y persistente, le lavaran el cerebro a los romanos con un increíble cuento judío plagiado a partir de novelas griegas, mitos romanos y culto mitraico? Por supuesto hay otras formas de ver el cristianismo, no como un truco judío. Pero encuentro que vale la pena examinar la hipótesis. Leo en este webzine muchas quejas contra la colonización cultural judía. Sólo estoy sugiriendo que este proceso no comenzó ayer.
Laurent Guyénot, 25 diciembre 2020
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Articulo original en inglés : https://www.unz.com/article/how-yahweh-conquered-rome/
Publicacion original en espanol: Red Internacional (Traducción: María Poumier)
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Sobre el autor:
Laurent Guyénot tiene un título de ingeniero (ENSTA, París) y un doctorado en estudios medievales (Sorbona, París). Es el autor de De Yahvé a Sión: Dios celoso, Pueblo elegido, Tierra prometida… choque de civilizaciones, y Nuestro Dios es tu Dios también, pero nos ha elegido a nosotros: Ensayos sobre el poder judío (una colección de artículos anteriores de Unz Review). También ha escrito JFK-9/11: 50 años de Estado Profundo (prohibido en amazon.com) y es co-autor de un documental sobre “Israel y los asesinatos de los hermanos Kennedy“.
Hasta ahora sus publicaciones en español son:
– 11 de septiembre ¿una operación que se organizó desde adentro, o una operación del Mossad? https://www.voltairenet.org/article180189.html (25 de septiembre de 2013)
– Kennedy, el lobby y la bomba : https://www.voltairenet.org/article178407.html (2 de mayo de 2013)
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Notas
1] Traducido del francés: Primo Levi, Lilith y otras novedades, Le Livre de Poche, 1989.
2] Jacob Neusner, Judaísmo y cristianismo en la era de Constantino: History, Messiah, Israel, and the Initial Confrontation, University of Chicago Press, 1987 , pp. ix-xi.
3] Lea Thomas Römer, The Invention of God, Harvard UP, 2015, pp. 137-138, o Hyam Maccoby, The Sacred Executioner, Thames & Hudson, 1982, pp. 13-51. Abordé este tema en mi libro Nuestro Dios es tu Dios también, pero nos ha elegido a nosotros: Ensayos sobre el poder judío, AFNIL, 2020, pp. 42-45.
[4] Royston Lambert, Amado y Dios: La historia de Adriano y Antinoo, Gigante Fénix, 1984; Christopher Jones, Nuevos Héroes en la Antigüedad, op. cit., pp. 75-83.
5] Stendhal, De l’amour (Love), Penguin Classics, 2000, pág. 83.
6] Giles Corey, La Espada de Cristo: Christianity from the Right, o The Christian Question, publicado independientemente, 2020, p. xiii.
7] Richard Dawkins, The God Delusion, Houghton Mifflin, 2006, p. 51.
8] Joseph Mélèze Modrzejewski, The Jews of Egypt, From Rameses II to Emperor Hadrian, Princeton University Press, 1995, págs. 48-49, 66.
9] Martín Bernal, Geografía de una vida, cap. I. 45, “Judíos y Fenicios”, pp. 386-394.
10] Nahum Goldmann, Le Paradoxe juif. Conversaciones en francés con Léon Abramowicz, Stock, 1976, p. 36; Heinrich Graetz, Histoire des Juifs, A. Lévy, 1882 (en fr.wikisource.org), tomo I, p. 413-428.
11] El primer evangelio, el de Marcos, se suele fechar a finales de los años 60, pero esa fecha es demasiado temprana, sobre todo porque menciona la destrucción del Templo.
12] Tácito escribió en los Anales (xv, 44) que Nerón acusó a los cristianos de iniciar el gran incendio de Roma en el 64, e hizo que muchos de ellos “fueran arrojados a las bestias, crucificados y quemados vivos”. Pero este es el único testimonio sobre este episodio, y algunos estudiosos modernos han puesto en duda su credibilidad: Richard Carrier lo ve como una interpolación cristiana posterior, y Brent Shaw argumenta que la persecución de Nerón es un mito (Wikipedia.) Hay otra mención de la persecución contra los cristianos antes del siglo III, en una carta escrita a Trajano por Plinio el Joven, gobernador de Bitinia (norte de Asia Menor). Pero esta carta también es de dudosa autenticidad, perteneciendo a un libro de 121 cartas encontradas en el siglo XVI, copiadas y perdidas de nuevo.
[13] Paul Mattei, Le Christianisme antique: De Jésus à Constantin, Armand Colin, 2011, p. 119.
14] Emily A. Schmidt, “El triunfo flaviano y el arco de Tito”: The Jewish God in Flavian Rome, UC Santa Barbara: Ancient Borderlands Research Focus Group, 2010, extraído de https://escholarship.org/uc/item/9xw0k5kh
15] Se dice que Trajano tenía una esposa pro-judía, Pompeya Plotina, y una vez sentenció a muerte al dignatario griego llamado Hermaiskos por haberse quejado de que el séquito del emperador estaba “lleno de judíos impíos”. (Joseph Mélèze Modrzejewski, The Jews of Egypt – From Rameses II to Emperor Hadrian, Princeton University Press, 1997, p. 193-196). Pero a Adriano se le atribuye el mérito de haber prohibido la circuncisión y, al enfrentarse en el año 132 a un nuevo levantamiento judío antirromano en Judea, dirigido por Simón bar Kokhba, destruyó una vez más Jerusalén, la convirtió en una ciudad griega llamada Aelia Capitolina y prohibió a los judíos entrar en ella.
[16] Norman Cohn, The Pursuit of the Millennium, Essential Books, 1957, p. 4.
17] Según 1 Reyes 10:14, la cantidad de oro acumulado cada año en el templo de Salomón era de “666 talentos de oro” (1 talento = 30 kg). El tesoro de Salomón puede ser legendario, pero ilustra lo que el Templo de Jerusalén aún significaba para los sacerdotes del primer siglo DC.
18] Debido a que el Pergamino de Cobre es parte de los llamados Pergaminos del Mar Muerto, a los que se les ha asignado erróneamente un origen esenio durante décadas, su contenido fue considerado durante mucho tiempo como ficticio. La revisión de esta teoría errónea, iniciada por Norman Golb en ¿Quién escribió los Pergaminos del Mar Muerto?: La búsqueda del secreto de Qumran, Scribner, 1995, ha corregido ese sesgo.
[19] Flavio Barbiero, La Sociedad Secreta de Moisés: La línea de sangre mosaica y una conspiración que abarca tres milenios, Inner Traditions, 2010, p. 111.
20] Norman Cohn, The Pursuit of the Millennium, Essential Books, 1957, p. 10.
21] Cyril Glassé, Mithraism, Tthe Virus that Destroyed Rome, Revelation , 2016.
22] Kyle Harper, El destino de Roma: Clima, Enfermedad, y el fin de un Imperio, Princeton UP, 2017.
23] Ver por ejemplo James Charlesworth, Jesús dentro del judaísmo, SPCK, 1989.
24] Earl Doherty, The Jesus Puzzle: Was There no Historical Jesus? en este pdf de 600 páginas, pp. 33 y 16.
[25] Robert Price, Deconstruyendo a Jesús, Libro de Prometeo, 2000, archive.org, pp. 44-45.
26] Entre los estudiosos recientes que argumentan en este sentido se encuentran Karl H. Kraeling, John the Baptist, Charles Scribner’s Sons, 1951; Charles H. H. Scobie, John the Baptist, Fortress Press, 1964; W. Barnes Tatum, John the Baptist and Jesus: A Report of the Jesus Seminar, Polebridge Press, 1994; Joan Taylor, The Immerser: John the Baptist within Second Temple Judaism, Wm B. Eerdmans, 1996; Robert L. Webb, John the Baptizer and Prophet: A Socio-Historical Study, Sheffield Academic Press, 1991; Walter Wink, John the Baptist in the Gospel Tradition, Cambridge UP, 1968.
27] Earl Doherty, The Jesus Puzzle, op. cit., p. 52 .
28] Robert Eisenman, Santiago el hermano de Jesús: La clave para desentrañar los secretos de la cristiandad primitiva y los rollos del Mar Muerto, Viking Penguin, 1996.
29] Richard Carrier, On the Historicity of Jesus, Why We Might Have Reason For Doubt, Sheffield Phoenix Press, 2014, p. 56.
[30] Bart D. Ehrman, Did Jesus Exist?: The Historical Argument for Jesus of Nazareth, HarperCollins, USA. 2012, p. 208, citado de Wikipedia.
31] Elaine Pagels, Los Evangelios Gnósticos, Weidenfeld & Nicolson, 1979.