Cuánto duró el primer milenio? La cronología de Gunnar Heinsohn’, basada en la estratigrafía – por Laurent Guyenot

¿Cuánto duró el primer milenio?  Abogamos por un revisionismo radical acerca primer milenio [a partir del “Anno Domini” (AD)]. En la primera y segunda parte, examiné una serie de problemas fundamentales en nuestra historia estándar de la mayor parte del primer milenio “AD”. Aquí presento lo que creo que ofrece la mejor solución a dichos problemas.

Estamos tan acostumbrados a confiar en una cronología global universalmente aceptada que cubre toda la historia de la humanidad que tomamos esta cronología como un hecho, una simple representación del tiempo mismo, tan evidente como el aire que respiramos. En realidad, esta cronología, que nos permite situar con relativa precisión en una sola escala de tiempo todos los acontecimientos importantes de la historia de todos los pueblos, es una sofisticada construcción cultural que no se logró antes de finales del siglo XVI. Los jesuitas desempeñaron un papel destacado en ese cómputo, pero el principal arquitecto de la cronología tal como la manejamos hoy en día fue un hugonote francés llamado Joseph Scaliger (1540-1609), quien se propuso armonizar todas las crónicas y calendarios disponibles (hebreo, griego, romano, persa, babilonio, egipcio). Sus principales obras de cronología, escritas en latín, son De emendatione temporum (1583) y Thesaurus temporum (1606). El jesuita Denys Pétau (1583-1652) se basó en lo diseñado por Scaliger para publicar su Tabulae chronologicae, de 1628 a 1657.

Así que nuestra cronología global, la columna vertebral de la historia de los libros de texto, es una construcción científica de la Europa moderna. Como otras normas europeas, fue aceptada por el resto del mundo durante el período de dominación cultural europea. Los chinos, por ejemplo, ya habían compilado, durante la dinastía Song (960-1279), una larga narración histórica, pero fueron los misioneros jesuitas quienes la reformaron para que encajara en su calendario ordenado entre “Antes de Cristo” (BC en inglés) y Después de Cristo (AC en inglés, traducción habitual aunque discutible, como veremos más adelante de AD, “Anno Domini” en latín), dando como resultado los trece volúmenes de la Histoire Générale de la Chine de Joseph-Anne-Marie de Moyriac de Mailla, publicada entre 1777 y 1785[1]. Una vez que la historia china quedó firmemente ensartada en la cronología escaleriana, el resto siguió. Pero algunos pueblos tuvieron que esperar hasta el siglo XIX para encontrar su lugar en ese marco; los indios tenían registros muy antiguos, pero ninguna cronología coherente con la nuestra hasta que los británicos les dieron una.

La verdad es que la cronología de los antiguos imperios nunca fue completamente establecida. En La Cronología enmendada de los Antiguos Reinos, Isaac Newton (1642-1727) había sugerido reducir drásticamente la antigüedad entonces aceptada de Grecia, Egipto, Asiria, Babilonia y Persia. Hoy en día, la cronología antigua sigue siendo objeto de debate en la comunidad académica (léase, por ejemplo, la “Nueva cronología” de David Rohl). Pero a medida que nos acercamos a la Era Común, la cronología se considera intocable, excepto en cuanto a pequeños ajustes, debido a la abundancia de fuentes escritas. Sin embargo, hasta el siglo IX D.C., ninguna fuente primaria proporciona fechas absolutas. Los eventos se fechan en relación con algún otro evento de importancia local, como la fundación de una ciudad o la llegada de un gobernante. La datación de eventos recientes a partir del anno domini (AD) sólo se hizo común en el siglo XI. Así que la línea de tiempo general del primer milenio todavía depende de una gran cantidad de interpretaciones, sin mencionar el hecho de que hay fuentes dudosas de por sí. Como en las crónicas de tiempos y contextos remotos, nuestra cronología oficial se fijó varios siglos antes del comienzo de las excavaciones científicas (siglo XIX, y principalmente el XX) y, como veremos, su autoridad es tal que los arqueólogos se rinden ante ella, renuncian a discutirla aun cuando sus descubrimientos estratigráficos la contradicen. La dendrocronología (datación por anillos en el tronco de los árboles) y la datación por radiocarbono (para materiales orgánicos) son de poca ayuda, y de todos modos no son fiables porque son relativas, interdependientes y están calibradas en la línea de tiempo estándar de una manera u otra.

Por las razones expuestas en la Parte 1, la Parte 2 y más abajo, algunos investigadores piensan que ya ha llegado la hora de un cambio de paradigma en la cronología del primer milenio.

 

Anatoly Fomenko y los dos Romas

El más conocido de estos revisionistas es el matemático ruso Anatoly Fomenko (nacido en 1945). Con su socio Gleb Nosovsky, ha producido decenas de miles de páginas en apoyo de su “Nueva Cronología” (ver su página en Amazon). En mi opinión, Fomenko y Nosovsky han señalado un gran número de problemas importantes en la cronología convencional, y han proporcionado soluciones plausibles a muchos de ellos, pero su reconstrucción global es extravagante, por excesivamente ruso-céntrica. Su confianza en su método estadístico (una buena presentación en este vídeo) también es exagerada. No obstante, hay que dar crédito a Fomenko y Nosovsky por haber proporcionado estímulo y pistas novedosas a muchos más. Para un primer acercamiento a su trabajo, recomiendo el volumen 1 de su serie Historia: Ficción o Ciencia (aquí en archive.org), especialmente el capítulo 7, ” La llamada Edad Media en la Historia Medieval”, pp. 373-415.

Uno de los principales descubrimientos de Fomenko y Nosovsky es que nuestra historia convencional está llena de dobletes, o sea, duplicados producidos por la arbitraria alineación de extremo a extremo de unas crónicas que cuentan los mismos eventos, pero que están “escritas por diferentes personas, desde diferentes puntos de vista, en diferentes idiomas, con los mismos personajes bajo diferentes nombres y apodos”[2]. Por ejemplo, a partir de la obra anterior del ruso Nikolai Mozorov (1854-1946), Fomenko y Nosovsky muestran un sorprendente paralelismo entre las secuencias Pompeyo/César/Octavo y Diocleciano/Constancio/Constantino, lo que lleva a la conclusión de que el Imperio Romano de Occidente es, en cierta medida, un duplicado fantasmagórico del Imperio Romano de Oriente. [3] Según Fomenko y Nosovsky, la capital del único Imperio Romano fue fundada en el Bósforo unos 330 años antes de la fundación de su colonia en el Lacio. A partir de la época de las cruzadas, los clérigos romanos, seguidos por los humanistas italianos, produjeron una secuencia cronológica invertida, usando la historia real de Constantinopla como modelo para su falsa historia anterior de la Roma italiana. Se produjo una gran confusión, ya que “muchos documentos medievales confunden las dos Romas: la de Italia y la del Bósforo”, siendo ambas comúnmente llamadas Roma o “la Ciudad”[4]. Un esquema probable es que el prototipo de la Historia de Tito Livio trataba de Constantinopla, la capital original de los “romanos”. El original de Livio, conjetura Fomenko, se fue escribiendo alrededor del siglo X, y trataba de Constantinopla, por lo que no estaba muy lejos de la verdad cuando colocó la fundación de la Ciudad (urbs condita) unos siete siglos atrás. Pero como fue reescrito por Petrarca y reinterpretado por humanistas posteriores (léase “¿Cuán falsa es la antigüedad romana?“), se introdujo un abismo cronológico de aproximadamente mil años entre la fundación de las dos “Romas” (desde el 753 a.C. hasta el 330 d.C.).

Sin embargo, incluso las fechas de Constantinopla son erróneas, según Fomenko y Nosovky, y toda la secuencia ocurrió mucho más recientemente: Constantinopla fue fundada alrededor del siglo X u XI AD, y Roma, 330 ó 360 años después, es decir, alrededor del siglo XV o XVI AD. Aquí, como a menudo, Fomenko y Nosovsky pueden estar echando a perder sus mejores ideas por exageración.

 

Los Zeitenspringers alemanes

A mediados de la década de 1990, independientemente de la escuela rusa, los académicos alemanes Heribert Illig, Hans-Ulrich Niemitz, Uwe Topper, Manfred Zeller y otros también se convencieron de que algo anda mal en la cronología aceptada de la Edad Media. Llamándose a sí mismos los “Zeitenspringer” (saltadores de tiempo), sugirieron que aproximadamente 300 años – del 600 al 900 dC – nunca existieron. Resúmenes en inglés de su enfoque han sido producidos por Niemitz (“Did the Early Middle Ages Really Exist?” 2000), y en Illig (“Anomalous Eras – Best Evidence: Best Theory” 2005).

La discusión alemana se centró originalmente en Carlomagno (el libro de Illig). Las fuentes sobre Carlomagno son a menudo contradictorias y poco fiables. Su biografía principal, Vita Karoli de Eginhard, supuestamente escrita “para beneficio de la posteridad en lugar de permitir que los matices del olvido fueran borrando la vida de este Rey, el más noble y grande de su época, y sus hechos famosos, que los hombres de tiempos posteriores difícilmente podrán imitar” (del prólogo de Eginhard), está modelada de manera reconocible sobre la vida, por Suetonio, del primer emperador romano Augusto en su Vida de los Doce Césares.

El propio “imperio” de Carlomagno, que duró sólo 45 años, desde el año 800 hasta su dislocación en tres reinos, desafía a la razón. Ferdinand Gregorovius, en su Historia de la Ciudad de Roma en la Edad Media en 8 volúmenes (1872), escribe: “La figura del Gran Carlos puede compararse con un relámpago que salió de la noche, iluminó la tierra por un tiempo, y luego dejó la noche atrás” (citado por Illig). ¿Es esta estrella fugaz sólo una ilusión, y las leyendas sobre él podrían virtualmente carecer de relación alguna con la historia?

El principal problema con Carlomagno es la arquitectura. Su Capilla Palatina en Aquisgrán exhibe un avance tecnológico de 200 años, con naves arqueadas no vistas antes del siglo XI. Por el contrario, la residencia de Carlomagno en Ingelheim fue construida en el estilo romano del siglo II, con materiales supuestamente reciclados del siglo II. Illig y Niemitz desafían tales absurdos y concluyen que Carlomagno es un predecesor mítico inventado por los emperadores otomanos para legitimar sus pretensiones imperiales. Todos los carolingios del 8º y 9º y sus guerras son también ficticios, y el período de tiempo de aproximadamente 600-900 CE, es una era fantasma.

Gunnar Heinsohn objeta esta teoría con un argumento numismático: se han encontrado unas 15.000 monedas con el nombre de Karlus (alternativamente Karolus o Carlus) Magnus.

 

El avance de Gunnar Heinsohn

Gunnar Heinsohn, de la Universidad de Bremen, es, en mi opinión, el más interesante y convincente erudito en el campo del revisionismo cronológico. Sus recientes artículos en inglés se publican en este sitio web, y su conferencia de 2016 en Toronto es una buena introducción. Heinsohn se centra en las pruebas arqueológicas duras, e insiste en que la estratigrafía es el criterio más importante para la datación de los hallazgos arqueológicos. Demuestra que, una y otra vez, la estratigrafía contradice la historia, y que los arqueólogos deberían haber forzado lógicamente a los historiadores a un cambio de paradigma. Desafortunadamente, “Para ser coherentes con una cronología prefabricada, los arqueólogos -sin saberlo- traicionan su propio oficio”[5]. Cuando desentierran unos mismos artefactos o estructuras de construcción en diferentes partes del mundo, los asignan a diferentes períodos para satisfacer a los historiadores. Y cuando encuentran, en el mismo lugar y en la misma capa, mezclas de artefactos que ya han atribuido a diferentes períodos, lo explican con la absurda “teoría de la herencia”, o los llaman “colecciones de arte”.

“Los arqueólogos están particularmente confiados en fechar correctamente los hallazgos de las excavaciones del primer milenio cuando encuentran monedas asociadas a ellos. Una capa fechada con monedas se considera de máxima precisión científica. ¿Pero cómo saben los eruditos las fechas de las monedas? Por los catálogos de monedas. ¿Cómo saben los autores de estos catálogos cómo datar las monedas? No según los estratos arqueológicos, sino a partir de las listas de emperadores romanos. ¿Pero cómo se fechan los emperadores y luego se clasifican en estas listas? Nadie lo sabe con seguridad.”[6]

Muy a menudo, los arqueólogos desentierran monedas de fechas supuestamente muy diferentes en los mismos estratos de asentamientos o en las mismas tumbas. Un ejemplo es el famoso bolso de cuero de Childeric, un príncipe franco que reinó desde el 458 al 481 d.C. Para Heinsohn, estas monedas no son una “colección de monedas” sino que “indican la simultaneidad de Emperadores Romanos dispersos artificialmente en dos épocas – la Antigüedad Imperial y la Antigüedad Tardía”[7].

La labor de Heinsohn no es fácil de resumir, porque es un trabajo en curso, porque abarca prácticamente todas las regiones del mundo y porque está abundantemente ilustrado y referenciado con estudios históricos y arqueológicos. Nada puede reemplazar un estudio minucioso de sus artículos, completado con una investigación personal. Todo lo que puedo hacer aquí es tratar de reflejar el alcance y la profundidad de su investigación y el significado de sus conclusiones. En lugar de parafrasearlo, citaré extensamente sus artículos. De ahora en adelante, sólo se mencionarán como tales las citas de otros autores. Todas las ilustraciones, excepto la siguiente y la última, están tomadas o adaptadas de sus artículos.

El mejor punto de partida es su propio resumen (“Heinsohn en pocas palabras”): “De acuerdo con la cronología dominante, las principales ciudades europeas deberían exhibir – separadas por rastros de crisis y destrucción – distintos grupos de estratos de edificios para los tres períodos urbanos de unos 230 años que están incuestionablemente construidos en estilos romanos con materiales y tecnologías romanas (Antigüedad/A >Antigüedad Tardía/LA >Edad media temprana/EMA). Pero ¡ninguna de las cerca de 2500 ciudades romanas conocidas hasta ahora tiene los tres grupos de estratos esperados superpuestos! … Cualquier ciudad (que cubra, al menos, los períodos desde la Antigüedad hasta la Alta Edad Media [HMA; siglos X – XI]) tiene sólo un (A o LA o EMA) grupo distinto de estratos de construcción con un formato romano (con evolución interna, reparaciones, etc.). Por lo tanto, los tres reinos urbanos etiquetados como A o LA o EMA existían simultáneamente, uno al lado del otro en el Imperium Romanum. Ninguno puede ser eliminado. Los tres reinos (si es que sus ciudades mantuvieron una continuidad absoluta) entran en HMA en tándem, es decir, todos pertenecen al período de 700-930s que terminó en una catástrofe global. Este paralelismo no sólo explica la alucinante ausencia de evolución tecnológica y arqueológica durante 700 años, sino que también resuelve el enigma de la petrificación lingüística del latín entre el siglo I-II y el siglo VIII-IX. Ambos grupos de textos son contemporáneos”[8].

En otras palabras, de otros artículos: “La Alta Edad Media, comenzando después del 930 D.C., no sólo se encuentra – como se esperaría – inmediatamente por encima de la Edad media temprana terminando en el 930). También se encuentran los vestigios – lo que es cronológicamente desconcertante – directamente por encima de la Antigüedad Imperial o la Antigüedad Tardía en lugares donde continuaron los asentamientos después del cataclismo de los años 930.”[9] “Hay – en cualquier sitio individual – sólo un período de unos 230 años (todos ellos con características romanas, como las monedas imperiales, las fíbulas, las cuentas de vidrio millefiori, las villas rusticas, etc.) que termina con una conflagración catastrófica. Dado que el cataclismo de la década de los 230 comparte la misma profundidad estratigráfica que los cataclismos de la década de los 530 o 930, unos 700 años de la historia del primer milenio son años fantasma”[10] El primer milenio, en otras palabras, duró sólo unos 300 años. “Siguiendo la estratigrafía, todas las fechas anteriores tienen que acercarse unos 700 años más al presente, también. Así, el último siglo de lo descubierto en Latène (100 a 1 a.C.), se desplaza hasta alrededor del 600 al 700 d.C.”[11]

En todo el mundo mediterráneo “tres bloques de tiempo han dejado – en cualquier sitio singular – sólo un bloque de estratos que cubre unos 230 años”. Dondequiera que se encuentren, los estratos de la Antigüedad Imperial y la Antigüedad Tardía se encuentran justo debajo del siglo X y por lo tanto pertenecen realmente a la Edad Media Temprana, es decir, entre el 700 y el 930 d.C. La distinción entre la Antigüedad, la Baja Antigüedad y la Alta Edad Media es una representación cultural que no tiene base en la realidad. Heinsohn propone la contemporaneidad de los tres períodos, porque “se encuentran todos en la misma profundidad estratigráfica y, por lo tanto, deben terminar simultáneamente en la década de 230 d.C. (siendo también las llamadas décadas de 520 y 930). “Así, los tres bloques de tiempo paralelos que ahora se encuentran en nuestros libros de historia en una secuencia cronológica deben ser devueltos a su posición estratigráfica”[13]. De esta manera, “el período temprano medieval (aprox. 700-930 d.C.) se convierte en la época a partir de la cual la historia puede escribirse, al fin y al cabo, ya que contiene también la Antigüedad Imperial y la Antigüedad Tardía”[14].

Como resultado de haberse estirado de 230 años a 930 años, la historia está ahora distribuida de manera desigual, teniendo cada bloque de tiempo la mayoría de sus eventos registrados localizados en una de las tres zonas geográficas: Sudoeste romano, sudeste bizantino y norte germanoeslavo. Si miramos las fuentes escritas, “tenemos [para el siglo I-3] un foco de atención en Roma, pero sabemos poco sobre el siglo I-III en Constantinopla o Aquisgrán. Luego tenemos un foco en Ravena y Constantinopla, pero sabemos poco sobre el siglo IV-VII en Roma o Aquisgrán. Finalmente, tenemos un foco en Aquisgrán en el siglo VIII-X, pero apenas conocemos detalles de Roma o Constantinopla. Enciendo todas las luces al mismo tiempo y así puedo ver conexiones que antes se consideraban oscuras o completamente inconcebibles.”[15]

Cada período, dicen los historiadores habituales, terminó con un colapso demográfico, arquitectónico, técnico y cultural, causado por una catástrofe cósmica y acompañado de una plaga. Los historiadores “han identificado grandes mega-catástrofes que sacuden la tierra en tres regiones de Europa (Suroeste [230s]; Sureste [530s], y Norte Eslavo [940s]) dentro del 1er milenio.”[16] Ahora bien, “los catastróficos finales de (1) la Antigüedad Imperial, (2) la Antigüedad Tardía, y (3) la Temprana Edad Media se encuentran en el mismo plano estratigráfico inmediatamente antes de la Alta Edad Media (comenzando alrededor del 930 DC)”[17] Por lo tanto estos tres devastadores colapsos de la civilización son uno solo, al que Heinsohn se refiere como “el Colapso del Siglo X”.

La identificación por Heinsohn de tres bloques de tiempo que deben ser sincronizados no debe ser tomada como un paralelismo exacto: “Esta suposición no reclama un estricto paralelismo 1:1 en el cual los eventos reportados para el año 100 DC podrían simplemente ser complementados con la información que tenemos para el año 800 DC”[18] La identidad estratigráfica sólo significa que todos los eventos reales que están fechados en la Antigüedad Imperial o la Antigüedad Tardía ocurrieron de hecho durante la Alta Edad Media (desde el punto de vista estratigráfico).

Además, los tres bloques de tiempo no tienen la misma duración. Esto se debe a que la Antigüedad Tardía (desde el comienzo del reinado de Diocleciano en 284 hasta la muerte de Heraclio en 641) es unos 120 años demasiado larga, según Heinsohn. El segmento bizantino desde el ascenso de Justiniano (527) hasta la muerte de Heraclio (641) fue en realidad más corto y se superpuso al período de Anastasio (491-518). En otras palabras, no sólo el primer milenio en su conjunto, sino la propia Antigüedad tardía tiene que ser acortada. Los duplicados dan cuenta de unos años fantasmales. Así, el emperador persa Khosrow I (531-579) combatido por Justiniano es idéntico al Khosrow II (591-628) combatido por sus sucesores inmediatos – independientemente del hecho de que los arqueólogos decidieron atribuir las dracmas de plata a Khosrow I y los dinares de oro a Khosrow II[19].

Otras duplicaciones dentro de la Antigüedad tardía incluyen al emperador romano Flavio Teodosio (379-395), siendo este idéntico al gobernante gótico de Ravena y a Flavio Teodorico de Italia (471-526), que lleva el mismo nombre, sólo que con el sufijo adicional riks, que significa rey. “En algún momento del medio milenio, con manipulaciones de los textos originales que ya no se pueden contar ni reconstruir, dos nombres de una persona se han convertido en dos personas con nombres diferentes colocados uno detrás del otro”. Las guerras góticas también se han duplicado: con la guerra de Odoacro y su hijo Thela en el 470, y la de ToTila en el 540, “no se trata de dos guerras italianas diferentes, sino de dos narraciones diferentes sobre la misma guerra, que se conectaron cronológicamente una tras otra”[20].

La visión del autor acerca de los tres bloques de tiempo simultáneos de 230 años

La fuerza del enfoque de Heinsohn, comparado con el de Illig y Niemtiz, es que no borra la historia: “Si se elimina el lapso de tiempo que se ha creado artificialmente al colocar erróneamente períodos paralelos en secuencia, sólo se pierde el vacío, no la historia. Al reunir textos y artefactos que hasta ahora han sido troceados y dispersos a lo largo de siete siglos, se hace posible por primera vez una historiografía significativa”[21]. De hecho, “surge una imagen mucho más rica de la historia romana. Los numerosos actores desde Islandia (con monedas romanas: ver Heinsohn 2013d) hasta Bagdad (cuyas monedas del siglo IX se encuentran en el mismo estrato que las del siglo II: ver Heinsohn 2013b) pueden unirse por fin para tejer el rico y colorido tejido de ese vasto espacio con 2.500 ciudades y 85.000 km de carreteras”[22].

 

 

Roma

Aplicada a Roma, la teoría de Heinsohn resuelve un enigma que siempre ha desconcertado a los historiadores: la ausencia de cualquier vestigio que se pueda fechar desde finales del siglo III hasta el siglo X (mencionado en la Parte 1): “La Roma del primer milenio d.C. construye barrios residenciales, letrinas, tuberías de agua, sistemas de alcantarillado, calles, puertos, panaderías, etc. sólo durante la Antigüedad Imperial (s. I-3) pero no en la Antigüedad Tardía (s. IV-6) ni en la Alta Edad Media (s. VIII-X). Dado que las ruinas del siglo III se encuentran directamente debajo de las primitivas nuevas construcciones del siglo X, la Antigüedad Imperial pertenece estratigráficamente al período comprendido entre los siglos 700 y 930 d.C.”[23] “El corazón del Imperium Romanum no tiene ninguna nueva construcción en los siete siglos comprendidos entre los siglos III y X d.C. El material urbano del siglo III es estratigráficamente contingente con los primeros años del siglo X en los que fue eliminado”[24] En la siguiente ilustración, el suelo del Foro de Trajano (Piano Antico 2/3 d.C.) está directamente cubierto por la capa de barro oscuro (fango) del cataclismo que selló la civilización romana (más sobre esto más adelante).

Para llenar su milenio artificialmente estirado, los historiadores modernos a menudo tienen que violentar sus fuentes primarias. Como ya señaló Fomenko, los Getae y los godos eran considerados el mismo pueblo por Jordanes – siendo él mismo un gótico – en su Getica escrita a mediados del siglo VI. Otros historiadores antes y después de él, como Claudio, Isidoro de Sevilla y Procopio de Cesarea también usaron el nombre de Getae para designar a los godos. Pero Theodor Mommsen rechazaba la identificación: “Los Getae eran tracios, los godos alemanes, y aparte de la coincidencia de sus nombres no tenían nada en común”[25] Sin embargo, los arqueólogos están desconcertados por el hecho de que los Getae y los godos habitan la misma zona a 300 años de distancia, y no hay ninguna explicación de cómo los Getae desaparecieron antes de la aparición de los godos, y por la falta de demografía durante el intervalo de 300 años. Además, hay pruebas, contrariamente a lo que afirman los textos de Mommsen, de gran semejanza entre su cultura, incluso en la vestimenta, como señala Gunnar Heinsohn: Los godos del siglo III y IV “hicieron grandes esfuerzos para vestirse, de pies a cabeza, como sus predecesores misteriosamente desaparecidos” (los Getae del siglo I y III), y continuaron “fabricando cerámicas 300 años más antiguas, retrocediendo en la evolución tecnológica hasta la cerámica precristiana de La Tène”. “[26] Según Heinsohn, “La identidad entre Getae y los godos puede ayudar a resolver algunos de los enigmas más obstinados de la historia del gótico”, como el fuerte paralelismo entre las guerras gótico-dacíacas de Roma en el siglo I d.C. y las guerras góticas de Roma unos 300 años después. El líder daciano Decebalus (que significa “El poderoso”) puede ser idéntico al gótico Alarico (que significa “Rey de todo”). Por tales procesos, “diferentes fuentes que tratan con los mismos eventos han sido divididas (y alteradas) de manera tal que el mismo evento figura dos veces, aunque desde diferentes ángulos, creando así una cronología que es la duplicación del curso real de la historia que puede ser corroborada por la arqueología”[27].

 

 

Prisionero getiano y guerrero gótico, ambos con la misma ropa, incluyendo el sombrero frigio

 

Constantinopla

“Aunque no se construyeron nuevas zonas residenciales con letrinas, sistemas de agua y calles en Roma durante la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media, en Constantinopla vemos que faltan por igual durante la Antigüedad Imperial y la Alta Edad Media. […] Ambas ciudades tienen estos componentes básicos de la urbanidad en sólo una de las tres épocas del primer milenio. Aunque en Roma se datan en la Antigüedad Imperial, mientras que en Constantinopla se datan en la Antigüedad Tardía, desde el punto de vista de la arquitectura y la tecnología de la construcción son casi indistinguibles”[28], porque en realidad “comparten el mismo horizonte estratigráfico”[29].

Sin embargo, hay construcciones no residenciales en Bizancio que datan de la Antigüedad Imperial. La más importante es su primer acueducto registrado, construido bajo Adriano (117-138 d.C.). “Esto se considera un misterio porque el verdadero fundador de Bizancio, Constantino el Grande (305-337 d.C.), no amplió la ciudad hasta 200 años después”. En realidad, “El acueducto de Adriano lleva agua a una ciudad floreciente 100 años después de Constantino, y no a un supuesto páramo siglos antes. Sí aceptamos esta rectificación de la historia oficial, el misterio desaparece. Cuando Justiniano renueva la gran Basílica Cisterna, que recoge el agua del acueducto de Adriano, lo hace no 400 años, sino menos de 100 años después de su construcción.”[30]

La Alta Edad Media es conocida como la Edad Oscura de Bizancio, que comenzó en 641 después del reinado de Heraclio y terminó con el Renacimiento Macedonio bajo Basilio II (976-1022 d.C.)[31]. En palabras del historiador John O’Neill, “Unos cuarenta años después de la muerte de Justiniano el Grande, a partir del primer cuarto del siglo VII, [durante] tres siglos, las ciudades fueron abandonadas y la vida urbana llegó a su fin”. No hay signos de resurgimiento hasta mediados del siglo X.”[32] Para Heinsohn, este período, como la mayoría de las otras “edades oscuras”, es una edad fantasma. La dinastía Justiniana que comienza con Justino I (518-527 d.C.) es idéntica a la dinastía macedonia, que podemos contar desde Constantino VII (913-959), iniciador del renacimiento macedonio. El período de 400 años entre Justiniano (527-565 d.C.) y Basilio II duró en realidad sólo 70 años, correspondientes al colapso del siglo X.

Además de la arqueología, también hay “anacronismos y rompecabezas en el desarrollo de las leyes de Justiniano (527-535 DC)”, escritas en latín del siglo II. “Ni un solo jurista de los 300 años entre la dinastía severa de principios del siglo III y la fecha del libro de texto de Justiniano del siglo VI está incluido en el Digestae. Además, ningún jurista posterior a los años 550 de nuestra era cristianapuso su mano en el Digestae.” Así que “hay, desde los Severos hasta el final de la Alta Edad Media, unos 700 años sin comentarios de los juristas romanos.” Además: “Es un misterio por qué los súbditos griegos de Justiniano tuvieron que esperar 370 años [hasta el 900 d.C.], sólo para recibir una versión de las leyes en griego koiné del 2º c. fuera de uso desde hace 700 años.” Todo esto “parece extraño sólo mientras se niegue la simultaneidad estratigráfica de la Antigüedad Imperial, la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media”[33] Que las dinastías severas y Justiniano sean contemporáneas explica el hecho de que ambas lucharon contra un emperador persa llamado Khosrow.

Según Heinsohn, la fundación de la Roma Imperial y la Constantinopla Imperial son aproximadamente contemporáneas. Se trata de “una secuencia geográfica de oeste a este [que] se convirtió en una secuencia cronológica de antes a después”[34]. “Diocleciano no residía en ruinas, sino que vivía al mismo tiempo que Augusto. Su capital no era Roma. Tenía residencias en Antioquía, Nicomedia y Esmirna. Desde allí trabajó incansablemente para la protección del imperio de Augusto”[35] La hipótesis de Heinsohn sobre la contemporaneidad de Diocleciano en el Este y Octavio Augusto en el Oeste (gobernando y concertándose) lo distingue de Fomenko, quien cree que Augusto es un duplicado ficticio del Emperador Romano que reside en Constantinopla. Heinsohn también se diferencia de Fomenko en la forma en que ve la relación entre las dos capitales romanas: acepta la precedencia de Roma y asume que Diocleciano era un subordinado de Octavio Augusto. Fomenko, por otro lado, considera que Constantinopla fue el centro original del imperio. Esto es coherente con la posición de Diocleciano como superior de su contraparte occidental Maximiano. Diocleciano fue un emperador oriental desde el principio. Nació en la actual Croacia, donde construyó su palacio (Split), y casi nunca puso un pie en Roma. Maximiano, enviado a gobernar en Roma, era él mismo de los Balcanes.

 

Ravena

Ravena es un caso especial, porque se encuentra entre Roma y Constantinopla: estuvo durante mucho tiempo bajo control bizantino, y sin embargo fue la “capital de Occidente en la Antigüedad tardía” (Friedrich Wilhelm Deichmann). Ravena ha sido llamada “palimpsesto” por la razón explicada por la historiadora Deborah Mauskoppf Deliyannis (Ravenna in Late Antiquity, Cambridge UP, 2014), citada por Heinsohn:

“Los muros e iglesias de Rávena se construían generalmente con ladrillos reutilizados. Los eruditos discrepan sobre si el uso de estos espolios era simbólico (triunfo sobre el paganismo romano, por ejemplo) o si su uso simplemente tenía que ver con la disponibilidad y el gasto de materiales. En otras palabras, ¿era su uso significativo, o práctico, o ambos? ¿Demostró el poder de los emperadores para controlar la construcción de edificios preexistentes, o el poder de la iglesia para demolerlos? O, para cuando se construyeron los edificios de Ravena, ¿se consideraba la spolia romana simplemente imprescindible para darle nobleza a los impresionantes edificios públicos? Una característica sorprendente de todos estos edificios [siglo V; GH] es que, al igual que las murallas de la ciudad, estaban hechos de ladrillos reutilizados de estructuras romanas anteriores [siglo II / III; GH]. […] Se suponía que una iglesia noble debía edificarse con spolia“[36]

Uno siente aquí un esfuerzo desesperado por forzar dentro del marco cronológico aceptado una situación que no encaja en él. El revisionismo de Heinsohn resuelve este problema: los edificios y sus materiales son, dice él, obviamente contemporáneos, en lugar de estar separados por 300 años.

También hay un problema con el puerto civil y militar de Ravena, que podría albergar 240 barcos según Jordanes, con su faro alabado por Plinio el Viejo como rival de los faraones de Alejandría. “Sin embargo, lo que se considera extraño es que después de que todas las actividades portuarias cesaron alrededor del año 300 d.C. todavía se celebra con mosaicos supuestamente creados en el siglo V/6. Incluso Agnelio en el siglo IX conoce el faro, aunque la ciudad supuestamente había caído en ruinas a finales del siglo VI.”[37]

Andrea Agnellus (ca. 800-850) fue un clérigo de Ravena que escribió la historia de Ravena desde el comienzo del Imperio hasta su época. Después de Vespasiano (69-79 d.C.), el emperador del martirio de san Pedro, Agnelo no reporta nada antes de los eventos fechados 500 años después. Escribe sobre el envío de San Pedro a Ravena para fundar la iglesia de Ravena, y luego sobre la construcción de la primera iglesia de Ravena (Sant’Apollinare fechada en el 549 d.C.),  aparentemente sin darse cuenta de que medio milenio los separaba. De nuevo, vemos aquí cómo los historiadores violentan sus fuentes al insertar tiempos fantasmas en sus crónicas. Según Heinsohn, sólo pasaron aproximadamente 130 años entre Vespasiano y Agnelo.

El mosaico de la Basílica de Sant’Apollonare Nuove (fechado alrededor de 500 d.C.)

 

Carlomagno y la Edad Media europea

Siguiendo los pasos de Illig y Niemitz, Heinsohn señala que la residencia de Carlomagno en Ingelheim está construida como una villa romana del siglo II y no del IX. Como se nota en un sitio web dedicado al edificio, “no estaba fortificada”. Tampoco este edificio fue construido en un sitio naturalmente protegido, lo cual era generalmente necesario y acostumbrado cuando se construían castillos” (Fortificaciones 2009). Comenta Heinsohn: “Era como si Carlomagno no entendiera los caprichos de su propia época, y se comportara como un senador que aún vivía en el Imperio Romano. Insistió en tener tejas romanas pero se olvidaba de las defensas. ¿No era sólo grande sino también loco?”[38] No se ha encontrado ninguna fortificación medieval que pueda ser atribuida a Carlomagno o a cualquiera de los carolingios.

Los arqueólogos que excavaron Ingelheim estaban “asombrados por un complejo de edificios que – desde el abastecimiento de agua, y hasta el tejado – estaba ‘basado en diseños antiguos’ (Investigación 2009), y, por lo tanto, parece ser una reencarnación de esquemas romanos de 700 años de antigüedad del siglo I al III d.C.”[39] Lo mismo ocurre con su residencia de Aquisgrán (capilla excluida): “Los excavadores se están dando cuenta de que la Antigüedad Imperial de Aquisgrán y la Alta Edad Media de Aquisgrán no pueden haberse sucedido a una distancia de 700 años, sino que deben haber existido simultáneamente. Esto parece increíble, pero los hallazgos materiales, hasta las baldosas del suelo, hablan con una claridad inconfundible: El sistema de alcantarillado romano de Aquisgrán está tan intacto que incluso los primeros medievalistas de Aquisgrán “se atenían al sistema de alcantarillado romano”. Lo mismo se aplica a las rutas de transporte: “El uso continuo desde la época romana también se aplica a grandes partes de la red de carreteras y caminos del centro de la ciudad. […] La calzada romana, que ya ha sido documentada en el Dome-Quadrum [conjunto del Palatinado] de orientación noreste-suroeste, fue utilizada hasta finales de la Edad Media”[40].

Como se mencionó anteriormente, Heinsohn rechaza la conclusión de Illig y Niemitz sobre la inexistencia de Karlus Magnus, por el gran número de monedas que llevan su nombre. Sin embargo, añade, “Estas monedas son a veces sorprendentes porque pueden ser encontradas amontonadas con monedas romanas que son 700 años más antiguas”[41] Si se borran aquellos 700 años se resuelve este problema, y al mismo tiempo se hace coincidir los palacios de Carlomagno con la arquitectura romana del siglo II/III. La era carolingia que precede inmediatamente al colapso del siglo X es la era del Imperio Romano. “Los investigadores de hoy ven a Carlomagno como el promotor de una restauración del Imperio Romano (restitutio imperii). Ven su época como un ingenioso y consciente renacimiento de una civilización perecida. Sin embargo, el propio Carlomagno no sabía nada de tales nociones. […] En ninguna parte proclama que vive muchos siglos después de las glorias de la Roma imperial”[42].

Así como “los arquitectos carolingios erigieron edificios y tuberías de agua en la temprana Edad Media que eran similares en forma y tecnología a los de la Antigüedad Imperial”, así “los autores carolingios escribieron en la temprana Edad Media en el estilo latino de la Antigüedad Imperial”. Así, Alcuin de York (Flaccus Albinus Alcuinus, 735-804 d.C.) le devolvió vigencia en la corte de Carlomagno al latín clásico de la Antigüedad Imperial (siglos I a III) después de muchos siglos oscuros[43] Alcuin también escribió Propositiones ad acuendos iuvenes, un texto que se considera como el primer estudio general de los problemas matemáticos en latín. “No entendemos cómo Alcuin pudo aprender matemáticas y escribirlas en latín ciceroniano después de las crisis de los siglos III y VI, cuando ya no había más maestros de Atenas, Constantinopla y Roma para instruirlo”[44].

Heinsohn muestra que Carlos el Grande, Carlos el Calvo, Carlos el Gordo y Carlos el Simple parecen tener la misma firma y podrían haber sido una sola persona, aunque Heinsohn “no ha llegado a una opinión definitiva sobre cuántos gobernantes Carolinginan Carolus deben ser retenidos”[45]. Debe notarse que Karlus es la forma latina de Karl, un sustantivo eslavo que significa “rey”, difícilmente un nombre de pila personal. Heinsohn comenta: “Se nos dice que ha habido dos señores francos llamados Pepin en el territorio de Civitas Tungrorum (aproximadamente la diócesis de Lieja). Cada uno tenía un hijo llamado Charles (o Carlos). Uno era Charles Martel, el otro Carlomagno. Cada uno de ellos libró una guerra contra los sarracenos en la frontera franco-española, y diez guerras contra los sajones. […] Este autor ve a ambos Pepines, así como a ambos Carlos, como alter egos.”[46] Además, Heinsohn recientemente sugirió que: “Estratigráficamente […], Carlomagno y Luis [el Pío] no pertenecen al siglo VIII/9, sino al IX/10. Vivieron en la zozobra de los tiempos de Marco Aurelio y Cómodo de finales del siglo II.”[47]

El hecho de que Karlus se llame Imperator Augustus no impide que sea contemporáneo de otros que reclaman el mismo título en Italia. Heinsohn menciona que las monedas de oro encontradas en Ingelheim “causaron sorpresa por la diadema imperial que llevaba Carlos haciéndole parecer un socio menor de Roma”.[48]

 

La Inglaterra sajona

Se supone que los sajones comenzaron a tomar el control de Inglaterra en el 410 D.C., pero los arqueólogos no pueden encontrar ningún rastro de ellos en ese período. Las casas y edificios sagrados sajones han desaparecido, no hay rastro de su agricultura, ni siquiera de su cerámica.[49] Heinsohn resuelve este problema sugiriendo que los primeros anglosajones de la Alta Edad Media (siglo VIII-X) fueron contemporáneos de la Antigüedad Imperial Romana (siglo I-3); “eso significaría que romanos y anglosajones habían luchado simultáneamente y en competencia entre sí por el control de la Gran Bretaña Celta”[50].

En Winchester, la ciudad de Alfredo el Grande (871-899 d.C.), no se ha encontrado ningún resto arqueológico que coincida con su reinado. “Nadie sabe dónde el rey anglosajón pudo reunir su corte. Aunque algunos estudiosos intentan recurrir a la idea de una corte móvil sin capital fija en cualquier lugar de las Islas Británicas en el período comprendido entre el siglo VIII y principios del X, las fuentes no dan ningún indicio de tales gobernantes sin hogar. Describen a Venta Belgarum/Winchester como la capital indiscutible de Wessex. Como no hay estratos de construcción en el siglo IX en Venta Belgarum/Winchester, la teoría de la corte móvil tendría que extenderse a la teoría de la nación móvil porque los burócratas de Alfred y sus súbditos no tenían casas fijas. Sin embargo, ¿es posible que hayan existido naciones enteras siempre en movimiento, y sin dejar rastros?”[51]

Los arqueólogos encuentran una abundancia de edificios en Winchester, pero son del típico estilo romano del siglo II y, a diferencia del caso de Carlomagno, los arqueólogos los ven como genuinos del siglo II en vez de considerarlos imitaciones del siglo II. “Sin embargo, el estrato de construcción del período romano del siglo II y III con casas de ciudades romanas (domus), templos y edificios públicos en un foro con columna de Júpiter […] coincide con el estrato de construcción del siglo X y XI de Winchester.” “No hay ningún estrato entre los siglos III y XI para albergar el palacio del rey del siglo IX. Sin embargo, hay un palacio del periodo romano del siglo II/III en Winchester del que nadie reclama la propiedad.”[52] Por lo tanto, según Heinsohn, el estrato de construcción del siglo II/III pertenece al periodo de Alfred. Esto también se compagina con el estilo romano de las monedas de Alfred (como es el caso de Carlomagno).

La teoría de Heinsohn sobre la contemporaneidad de la Alta Edad Media y la Antigüedad Romana resuelve el enigma del legendario Rey Arturo: “El gobernante celta Arturo de Camelot, activo en una época en que sajones y romanos están simultánea y competitivamente en guerra para conquistar Inglaterra, encuentra su alter ego en Aththe-Domaros de Camulodunum, el mejor líder militar celta del período del emperador Augusto, cuyas huellas arqueológicas se trasladan a una fecha basada en la estratigrafía del c. 670-710 d.C.” “Camelot, el nombre que le da Chrétien de Troyes [c. 1140-1190 d.C.] a la Corte de Arturo, se deriva directamente de Camelod-unum, el nombre romano de Colchester”[53]. Así, tanto Arturo de Camelot como Aththé de Camulodunum, al reunirse, salen del olvido. Esta es una buena ilustración de la forma en que Heinsohn, en lugar de declarar canceladas algunas partes de la historia, las lleva a la luz de la historia.

Los vikingos del siglo VIII fueron contemporáneos de los invasores francos y sajones: “Los escandinavos de los siglos I a III y IV a VI fueron los mismos que hoy llamamos vikingos. La evidencia estratigráfica nos dice que sólo pertenecen al período del siglo VIII al X, pero se ha querido estirar esa etapa  a lo largo de todo el primer milenio para llenar un lapso de tiempo de 1.000 años; se trata de una construcción mental que no se entiende ni se cuestiona”[54] “Las lanchas vikingas del siglo IX con velas cuadradas se encuentran de hecho a la misma profundidad estratigráfica que las lanchas romanas con velas cuadradas. A estas les ponen erróneamente fecha 700 años después del siglo II d.C. Por lo tanto, el supuesto retraso de 700 años de los escandinavos en todos los principales campos de desarrollo, como ciudades, puertos, rompeolas, reinado, acuñación de moneda, monoteísmo y barcos de vela, se deriva de las ideas cronológicas que hacen que el período romano sea unos 700 años más antiguo de lo que autentifica la estratigrafía”[55].

Se encuentran problemas similares en todas las tierras de francos, sajones y eslavos, es decir, en las regiones donde los hallazgos arqueológicos se atribuyen generalmente a la Alta Edad Media. Así, las ciudades de Pliska y Preslav en Bulgaria, supuestamente construidas en el siglo IX, coinciden totalmente con la arquitectura y la tecnología romanas de los siglos I a III. “Las eternas controversias entre las diferentes escuelas de arqueología búlgaras sobre si Pliska y Preslav pertenecen a la Antigüedad, a la Baja Edad Media o a la Alta Edad Media nunca pudieron llegar a una conclusión porque todas ellas tienen razón a la vez”[56].

 

China, Arabia, Israel

La cronología abreviada de Heinsohn del primer milenio resuelve incoherencias fundamentales en la historia de muchas regiones del globo. Explica, por ejemplo, “por qué la invención del papel hecho a mano tarda unos 700 años en extenderse desde China hacia el este y el oeste”. “La enigmática ausencia de papel en Japón, tan cerca de China, hasta el siglo VIII d.C., cuando de repente se produce en 40 provincias, puede explicarse también teniendo en cuenta que los Han estratigráficamente son unos 700 años más jóvenes que en la cronología de los libros de texto”[57]:

Las incoherencias en la historia de los árabes también se resuelven. “Nadie entiende cómo los herederos de los nabateos y su lengua aramea, los que dominan el comercio a larga distancia entre Asia en Oriente y el Imperio Romano en Occidente, pudieron sobrevivir unos 700 años sin poder acuñar monedas o firmar contratos. Este supuesto primitivismo árabe extremo contrasta con los árabes que prosperaron desde el siglo VIII hasta el principio del siglo X. Sus monedas no sólo se encuentran en Polonia, sino también en Noruega, hasta la India y más allá, en una época en la que el resto del mundo conocido intentaba salir de la oscuridad de la Alta Edad Media, y la civilización podría haberse perdido para siempre si los árabes no la hubieran mantenido viva. “[58] Por otra parte, “Los hallazgos de monedas de Raqqa, por ejemplo, que estratigráficamente pertenecen a la Alta Edad Media (siglo VIII-X), también contienen monedas romanas imperiales de la Antigüedad Imperial (siglo I-3) y de la Antigüedad Tardía (siglo IV-7).”[59]

“Los árabes no se mantuvieron en la ignorancia sin monedas ni escritos durante unos 700 años. Esos 700 años representan siglos fantasmas. Por lo tanto, no es cierto que los árabes estuvieran atrasados en comparación con sus vecinos romanos y griegos inmediatos que, curiosamente, no están registrados por haber reclamado alguna vez un atraso árabe. En la estratigrafía de los sitios antiguos, las monedas árabes se encuentran a la misma profundidad estratigráfica que las monedas romanas imperiales desde el siglo I hasta principios del III d.C. Así, los califas que ahora situamos entre los años 690 y 930 son en realidad los califas del período de Augusto, hasta los años 230. Los romanos desde Augusto hasta la década de 230 los conocían como los gobernantes de Arabia Felix. Los romanos (del mismo período de 1 a 230) en su duplicación con salto al período de 290-530s (“Antigüedad tardía”) los conocían como califas hasanidas con la misma reputación de monoteísmo antitrinitario que los califas abasíes ahora fechados en los siglos 8/9.”[60]

Los artículos de Heinsohn contienen una abundancia de citas de arqueólogos desconcertados por las contradicciones entre sus pruebas fehacientes y la cronología recibida, que eligen traicionar su oficio y ceder ante la cronología oficial. Así es como el arqueólogo israelí Moshe Hartal es citado en un artículo de Haaretz:

“Durante el curso de una excavación diseñada para facilitar la expansión del Galei Kinneret Hotel, Hartal notó un misterioso fenómeno: Junto a una capa de tierra de la época de los omeyas (638-750[CE]), y a la misma profundidad, los arqueólogos encontraron una capa de tierra de la antigua época romana (37 AEC-132[CE]). Se encontró con una situación para la que no tenía explicación – dos capas de tierra separadas por cientos de años yaciendo a la misma profundiada, una al lado de la otra,” dice Hartal. “Simplemente me quedé atónito”.”[61]

Tazones millefiori romanos y abasíes que son idénticos, pero supuestamente con siete siglos de distancia.

 

Aunque Heinsohn aún no ha escrito específicamente sobre el Israel del primer milenio, ha observado las mismas lagunas en el registro histórico. Como dice el siguiente letrero fotografiado en el Museo Israelí de Jerusalén:[62]

 

La hipótesis del cataclismo

Heinsohn se vincula con el paradigma cataclísmico del que fue pionero Immanuel Velikovsky, un científico nacido en Rusia, autor en 1950 de Mundos en Colisión (Macmillan), libro al que siguió Las edades en el caos y La Tierra en la agitación (Doubleday, 1952 y 1956). Aunque los libros de Velikovsky fueron entonces severamente atacados por la comunidad científica, su hipótesis de un cataclismo mayor causado por la cola de un cometa gigante hace unos diez mil años ha sido retomada[63]. Existe un creciente consenso en torno a la hipótesis de que el repentino descenso de las temperaturas globales que marcó el comienzo de la era geológica del Dryas reciente hace 12.000 años comenzó con el impacto de un cometa que sopló grandes cantidades de polvo y cenizas a la atmósfera, eclipsando al sol durante años. Este catastrófico cometa y otros posteriores pueden haber formado la base de los mitos mundiales sobre los dragones voladores con aliento de fuego (léase  aquí).

Para el primer milenio d.C., Heinsohn reúne pruebas acerca de tres grandes colapsos de civilización causados por catástrofes cósmicas seguidas de plagas, en los años 230, 530 y 930, y argumenta que son uno y el mismo, descritos de manera diferente en las fuentes romanas, bizantinas y medievales[64].

El primero de estos cataclismos causó la “Crisis del Tercer Siglo” que comenzó en el año 230. La historia de los libros de texto lo define principalmente como “un período en el que el Imperio Romano casi se derrumbó bajo las presiones combinadas de las invasiones bárbaras y las migraciones al territorio romano, las guerras civiles, las rebeliones campesinas, la inestabilidad política” (Wikipedia). La enfermedad desempeñó un papel importante, sobre todo con la plaga de Cipriano (c. 249-262), originada en Pelusio en Egipto. En el punto álgido del brote, se decía que 5.000 personas morían cada día en Roma (Kyle Harper, The Fate of Rome: Climate, Disease, and the End of an Empire, Princeton UP, 2017). Aunque las fuentes latinas no lo mencionan, los enormes daños observados por los arqueólogos en varias ciudades sugieren que la crisis fue desencadenada por un cataclismo cósmico. En Roma, “el mercado de Trajano -el corazón comercial del mundo conocido- fue masivamente dañado y nunca más fue reparado. Los once acueductos fueron destruidos. El primero no fue reparado hasta 1453.”[65] Como se ilustra arriba, hay gruesas capas de una llamada “tierra oscura” se encuentran inmediatamente encima de la que corresponde al siglo III, sin ninguna nueva construcción encima antes del siglo X. Esta situación, que se repite en muchas otras ciudades occidentales como Londres, se interpreta generalmente como prueba de que la tierra fue convertida para uso agrícola y pastoral o abandonada por completo durante siete siglos. Pero es más probable que el barro fuera principalmente el resultado de un cataclismo cósmico.

Trescientos años después de la crisis del siglo III en Italia, el Imperio Oriental se vio afectado por fenómenos idénticos, cuyo efecto, señala el historiador de la Antigüedad tardía Wolf Liebeschuetz, “fue como la crisis del siglo III”[66]. Un desastre climático está documentado por antiguos historiadores de ese período, como Procopio de Cesárea, Casiodoro o Juan de Éfeso, que escribe: “el sol se oscureció y su oscuridad duró dieciocho meses. […] Como resultado de esta inexplicable oscuridad, las cosechas fueron pobres y hubo hambruna.” Para explicar esta “edad de hielo en miniatura”, confirmada relativamente por los datos de anillos en los árboles y núcleos de hielo, algunos científicos como David Keys hipotetizan masivas erupciones volcánicas (Catástrofe: An Investigation into the Origins of the Modern World, Balanine, 1999, y retoma esta hipótesis el documental de Channel 4 basado en él; véase también este artículo). Otros ven “un impacto de cometa en el año 536 d.C.” causando un descenso de las temperaturas de hasta 5,4 grados Fahrenheit durante varios años, lo que provocó las pérdidas de las cosechas que trajeron la hambruna al Imperio Romano. Sus debilitados habitantes pronto se volvieron vulnerables a las enfermedades. En 541, la peste bubónica golpeó el puerto romano de Pelusium, exactamente como la peste de Cipriano 300 años antes, esta vez extendiéndose a Constantinopla, con unas 10.000 personas muriendo diariamente sólo en la capital de Justiniano, según Procopio. En palabras de John Loeffler, “Cómo los cometas cambiaron el curso de la historia humana”: “Los ciudadanos y comerciantes aterrorizados huyeron de la ciudad de Constantinopla, regando la enfermedad más allá de Europa, donde arrasó con comunidades de europeos hambrientos tan lejos como Alemania, matando a entre un tercio y la mitad de la población”[67] (ver también el documental de la BBC de Michael Lachmann “The Comet’s Tale“).

El cometa de Justiniano sobre Constantinopla

 

Según Heinsohn, el colapso occidental del siglo III y el colapso oriental del siglo VI son ambos idénticos al “Colapso del siglo X” que comenzó en la década de 930[68]. Este colapso civilizacional está documentado por la arqueología en las partes periféricas del Imperio: “Las destrucciones generalizadas desde Escandinavia hasta Europa Oriental y el Mar Negro están fechadas a finales de la Alta Edad Media (930 d.C.). El desastre se produjo en territorios donde no parece haber habido devastaciones durante la ‘Crisis del siglo III’ o la ‘Crisis del siglo VI'”[69] La arqueología muestra que Austria, Polonia, Hungría y Bulgaria también fueron afectadas a principios del siglo X, así como los territorios eslovacos y checos. La metrópoli búlgara Pliska básicamente desapareció, estrangulada por una considerable cantidad de material de erosión (coluvio), también conocido como “tierra negra”. Todos los puertos del Báltico repentina y misteriosamente “sufren discontinuidad”.[70]

Lo que Heinsohn llama el “Colapso del Siglo X” es bien conocido por los historiadores de la Edad Media, pero generalmente se atribuye a las invasiones. Mark Bloch escribió sobre ello en su obra clásica La Sociedad Feudal (1940):

“Del tumulto de las últimas invasiones, Occidente emergió cubierto de innumerables cicatrices. Las ciudades en sí no se habían salvado – en todo caso no se salvaron de los escandinavos – y si muchas de ellas, después del pillaje o la evacuación, volvieron a levantarse de sus ruinas, esta ruptura en el curso regular de su vida las dejó debilitadas durante largos años. A lo largo de las rutas fluviales los centros de comercio habían perdido toda seguridad […] Por encima de todo, las tierras cultivadas sufrían desastrosamente, quedando a menudo desérticas. Naturalmente, los campesinos, más que cualquier otra clase, se desesperaban por estas condiciones. Los señores, que obtenían sus ingresos de la tierra, se empobrecieron”[71].

Esta agitación marcó el fin del mundo antiguo y sería seguida por el surgimiento del mundo feudal. Guy Blois, en “La transformación del año mil”, describe la transición como global y repentina. En alguna región como el Mâconnais, que estudió en detalle, “de veinte a veinticinco años bastaron para transformar el paisaje social de arriba a abajo”.

“No hubo un progreso suave por transiciones imperceptibles de una situación a otra. Se produjo una agitación drástica que afectó a todos los aspectos de la vida social: una nueva distribución del poder, una nueva relación de explotación (la seigneurie), nuevos mecanismos económicos (la irrupción del mercado) y una nueva ideología social y política. Si la palabra revolución significa algo, difícilmente podría encontrar una mejor aplicación”.

Al mismo tiempo, los factores y procesos reales de transformación siguen siendo en gran medida misteriosos, porque el siglo X es “un período que se encuentra entre los más misteriosos de nuestra historia” y “ha dejado pocas huellas en nuestra memoria colectiva”[72]. Los habitantes de principios del siglo XI vivieron con la sensación de una convulsión radical entre el siglo pasado, un tiempo de destrucción, desintegración y confusión, y su presente, un tiempo lleno de promesas que pronto daría lugar a lo que los historiadores llaman el “Renacimiento del siglo XII”.

Heinsohn comenta: “El colapso del siglo X siguió su curso letal, y sucedió más cerca del presente que cualquier otro acontecimiento que sacudiera el mundo en la historia de la humanidad. Sin embargo, también es el menos investigado. … Aún no sabemos qué podría haber sido lo suficientemente poderoso para provocar una transformación tan alucinante de nuestro planeta. Aunque debe haber sido enorme, todavía no podemos reconstruir el escenario cósmico”[73]. Esto es porque la mayoría de las fuentes que tratan de la catástrofe han sido desplazadas hacia atrás. Sin embargo, las pocas crónicas occidentales que tenemos del siglo XI sí nos informan. El monje Rodulfus Glaber, escribiendo entre 1026 y 1040, menciona para diciembre de 997 lo siguiente: “apareció en el aire una admirable maravilla: la forma, o quizás el propio cuerpo, de un enorme dragón, que venía del norte y se dirigía al sur, con deslumbrantes rayos. Este prodigio aterrorizó a casi todos los que lo vieron, en Galia”. Glaber también menciona que, entre el 993 y el 997,

“El Monte Vesubio (que también se llama la Caldera de Vulcano) se abría mucho más a menudo de lo que solía hacerlo y eructaba una multitud de vastas piedras mezcladas con llamas sulfurosas que caían hasta una distancia de tres millas a la redonda. Mientras tanto, casi todas las ciudades de Italia y de Galia fueron devastadas por llamas de fuego, y la mayor parte de la ciudad de Roma fue devorada por una conflagración. […] Al mismo tiempo, una horrible plaga se extendió entre los hombres, un fuego oculto que, en cualquier miembro que tonificara, lo consumía y lo separaba del cuerpo. …] Por otra parte, más o menos en la misma época [997], durante cinco años se desató en todo el mundo romano [en el universo Romano orbe] una carestía muy fuerte, de tal manera que no se oía hablar de ninguna región que no estuviera afectada por el hambre por falta de pan, y muchos de los habitantes murieron de hambre. También en aquellos días, en muchas regiones, la terrible hambruna obligó a los hombres a alimentarse no sólo de bestias inmundas y reptiles, sino también de carne de hombres, mujeres y niños, sin tener en cuenta ni siquiera el parentesco; pues esta hambre se agudizaba tanto que los hijos adultos devoraban a sus madres, y las madres, olvidando su amor materno, se comían a sus hijos”[74].

 

El nacimiento de la cronología de la AD (“Anno Domine“) o DC (“Después de Cristo”)

En Fantasmas del Recuerdo: Memoria y olvido al final del primer milenio, Patrick Geary escribe, refiriéndose al colapso del siglo X:

“Aquellos que vivían al otro lado de esta cesura se sintieron separados por un gran abismo de la  época anterior. Ya en el siglo XI, las personas que se comprometieron a preservar el pasado en forma escrita, para sus contemporáneos o su posteridad, parecían saber poco y comprender menos de su pasado familiar, institucional, cultural y regional. […] Y sin embargo estaban profundamente preocupados por este pasado, casi poseídos por él, y su pasado inventado se convirtió en el objetivo y la justificación de sus programas en el presente”[75].

Desde la “Zona Cero” del Colapso del Siglo X, recrearon este pasado a partir de trozos y piezas – una forma de “memoria recuperada”. Es esta recreación la que tenemos:

“Mucho de lo que creemos saber sobre la temprana Edad Media fue determinado por los cambiantes problemas y preocupaciones de los hombres y mujeres del siglo XI, no por los del pasado más lejano. A menos que entendamos las estructuras mentales y sociales que actuaron como filtros, suprimiendo o transformando el pasado recibido en el siglo XI en términos de necesidades propias de aquél presente, estamos condenados a malinterpretar esos siglos anteriores”[76].

La confusa perspectiva de los hombres del siglo XI sobre las edades más tempranas puede explicar las distorsiones cronológicas que más tarde llegaron hasta los libros de historia. En unas pocas generaciones, lo que Rodulfus Glaber todavía llama “el mundo romano” (cita arriba), destruido por cataclismos, plagas y hambrunas sólo décadas antes de su tiempo, fue idealizado y retrocedido hasta formar parte de tiempos casi míticos.

Esto coincide con el auge del cristianismo, fuertemente dominado por el apocalipsis en su infancia. En Mateo 24:6-8, cuando los discípulos de Jesús le preguntaron: “Dinos, ¿cuándo va a suceder esto, y qué señal habrá de tu venida (parusía) y del fin del mundo?”, respondió: “Habrá hambrunas y terremotos en varios lugares. Todo esto es sólo el comienzo de los dolores de parto”[77] “En la mente de los supervivientes,” escribe Heinsohn, “los antiguos dioses habían fracasado, pero los libros apocalípticos de la Biblia habían demostrado ser correctos. Las conversiones espontáneas a las diversas sectas derivadas del judaísmo aumentaron rápidamente en todo el imperio”[78] El Libro del Apocalipsis sonaba como un resumen de las conflagraciones que acababan de pasar:

“Un poderoso terremoto tuvo lugar, y el sol se volvió negro como un saco de pelo de animal, y la luna llena se volvió como sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, […] Y los reyes de la tierra, y la gran gente y los generales y los ricos y los poderosos, y todos, esclavos y libres, se escondieron en las cuevas, y entre las rocas de las montañas. […] Vino granizo y fuego mezclado con sangre, y llovió sobre la tierra. Y la tercera parte de la tierra se quemó, y la tercera parte de los árboles se quemó, y toda la hierba verde se quemó. Algo como una enorme montaña ardiendo con fuego fue arrojada al mar. […] Una enorme estrella cayó del cielo, ardiendo como una lámpara, y cayó sobre un tercio de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas.” (del Apocalipsis de Juan, capítulos 6 y 8)

Heinsohn sugiere que el Libro de la Revelación influyó directamente en el cambio cronológico, porque su capítulo 20 postula un período de mil años entre Jesús y la catástrofe: “Entonces vi un ángel que bajaba del cielo. / Se apoderó del dragón, / Satanás, y lo encadenó durante 1.000 años. / No pudo engañar más a las naciones hasta que se cumplieron los 1.000 años.” El padre de la iglesia Cipriano (200-258 d.C., es decir, 900-958 en cronología revisada), un sobreviviente de la catástrofe en su ciudad de Cartago, muy afectada, escribió: “Nuestro Señor había predecido todo esto. La guerra y el hambre, los terremotos y la peste ocurrirán en todas partes” (Sobre la Mortalidad).[79] Rodulfus Glaber también escribió al final del libro 2: “Todo esto concuerda con la profecía de San Juan [Apocalipsis 20:7], quien dijo que el Diablo sería liberado después de mil años”. Heinsohn sugiere a Michael Psellos (c. 1018-1078 d.C.), autor de la Cronografía, como el principal ingeniero del cambio cronológico.[80]

Para entender más precisamente el papel desempeñado por el cristianismo en el restablecimiento cronológico, necesitaríamos una visión clara de la historia del cristianismo temprano, que no tenemos, como he mostrado en la Parte 2. Lo que es casi seguro es que, al contrario de lo que han escrito los historiadores de la Iglesia, el mundo romano no fue dominado por el cristianismo hasta la Reforma Gregoriana del siglo XI. La excavación de tumbas carolingas arroja dudas sobre la religión cristiana de esa época: “los excavadores que analizaron recientemente el contenido de 96 sepulturas carolingias de 86 lugares diferentes (fechadas entre 751 y 911, pero en su mayoría de la época de Carlomagno y Luis el Piadoso), se sorprendieron por una práctica extremadamente extendida que se asemeja al óbolo de Caronte. Ese pago se utilizaba como medio para sobornar al legendario barquero para que cruzara la Estigia, el río que dividía el mundo de los vivos del mundo de los muertos”[81]. Aún más desconcertante -pero lógico dentro del paradigma heinsohniano-, algunas de esas monedas son monedas romanas.

Un factor probable en la confusión cronológica del siglo XI, que llevó al estiramiento de 300 años hasta un milenio, provino del cálculo tradicional romano. Los historiadores romanos contaban los años ab urbe condita (“desde la fundación de la ciudad”), abreviado AUC. Un monje llamado Dionisius Exiguus determinó que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en 753 AUC. Eso significa que 1000 AUC caen en el 246 DC, durante la crisis del siglo III. La gente que vivió poco después del cataclismo (como Dionisio)[82] creía que vivían alrededor de 1000 AUC. Fácilmente se les podría hacer creer que realmente vivían 1000 años después de Cristo. De hecho se ha sugerido que el “Dominus” en Anno Domine originalmente significaba Rómulo, el fundador de Roma. Convertir a Rómulo en Cristo pudo ser fácil ya que ambas figuras legendarias tienen atributos míticos similares. Al igual que Cristo, Rómulo sufrió una muerte sacrificial, y luego los romanos “comenzaron a aclamar a Rómulo, como un dios nacido de un dios, el rey y el padre de la ciudad, implorando su protección, para que siempre protegiera a sus hijos con su benévolo favor” (Tito Livio, Historia de Roma I.16). (Si tomamos el parecido entre Rómulo y Cristo como otra pista de que Tito Livio es una fabricación medieval o renacentista, no hay mucha diferencia). En algún momento, la gente fue llevada por la Iglesia a cambiar su idea de que vivían un milenio después de Rómulo por la noción de estar viviendo un milenio después de Cristo. Este cambio fue parte del proceso de cristianización: así como la Iglesia cristianizó muchos dioses paganos, lugares santos y días festivos, cristianizó a AUD en “Anno Domini” (AD), o sea era después de Cristo. La confusión se vio facilitada por el hecho de que AUC todavía se utilizaba en el siglo XI (algunos cronistas como Ademar de Chabannes también contaban los años según el annus mundi, basándose en la cronología bíblica).

Dado que, según Dionisio, Jesús nació en 753 AUC, la confusión de AUC con AD añadió 753 años, que es aproximadamente la duración del tiempo fantasma añadido en el primer milenio según Heinsohn. La Iglesia estaba entonces demasiado feliz de llenar el vacío y hacerse ver más vieja de lo que era, con falsificaciones como Liver Pontificalis, la Donación de Constantino, y los Secretas pseudo-isidioides. Los clérigos papales impusieron su milenaria historia cristiana, cuando en realidad, su Cristo había sido crucificado (bajo Augusto) sólo 300 años antes de Gregorio VII (1073-1085).

En la sección de comentarios de mi anterior entrega, el profesor Eric Knibbs ha objetado la teoría de que la cronología de la AD fue impuesta después del Colapso del Siglo X, por los reformadores gregorianos o sus predecesores inmediatos. Él ha proporcionado pruebas de que las fechas de la AD ya estaban en uso en los manuscritos del siglo IX. Por ejemplo, en el códice Sankt-Gallen, Stiftsbibliothek 272 (aquí página 245), leemos “anno dccc.vi. ab incarnatione domini” (“En el año 806 de la encarnación del Señor”). En Ms. lat. 2341, París, Bibl. nat. (aquí), las fechas futuras para la celebración de la Pascua se dan en la forma “anno incarnationis domini nostri iesu christi dcccxliii” (“el año 843 después de la encarnación de nuestro señor Jesucristo”). Otro caso es el Clm 14429 de la Bayerische Staatsbibliothek (aquí), que indica en el primer folio la fecha en que fue copiado: “anno domini dcccxxi” (“el año del Señor 821”).

Sin embargo, pensándolo bien, encuentro que la objeción no es concluyente, porque no hay forma de saber si los escribas usaban las fechas AD de manera coherente. El problema se ilustra con el mencionado Rodulfus Glaber, que escribió entre 1026 y 1040. En el Libro II, §8 de su manuscrito autógrafo, Rodulfus da la fecha “888 del Verbo encarnado” en lugar de 988 (según la nota del editor en mi edición latino-francesa). En el Libro I, §23, menciona un evento durante el pontificado de Benedicto VIII (1012-1024) y le pone la fecha de “el año 710 de la encarnación del Señor”. El editor lo corrige en una nota a pie de página: “En realidad en 1014, pero el manuscrito corregido por Rodulfus lleva indiscutiblemente la fecha 710; nada explica tal error”[83]. Lo más probable es que Rodulfus tomara prestadas estas fechas “erróneas” de otras sin darse cuenta de que estaban afinadas en una escala de fechas diferente. Incluso un manuscrito con una fecha como la del 806 d.C. podría estar mal fechado, es decir, escrito por alguien que cuenta los años con una cronología más corta y que vive en la época gregoriana. Lo que ilustra Rodulfus es que el sistema de fechas a partir del AD no se estableció de la noche a la mañana, y que diferentes personas podían atribuir diferentes fechas de la era AD a tiempos muy recientes. Un examen caso por caso de los supuestos manuscritos del siglo IX con fechas de AD debería determinar si la datación se compagina con estos manuscritos que sobrevivieron al Colapso del Siglo X.

Partiendo de la premisa de que las fechas de AD estaban bien establecidas mucho antes de la Reforma Gregoriana, los historiadores han afirmado que, cuando los hombres medievales vieron acercarse el año 1000, deben haber temido lo peor. Pero esta suposición ha demostrado ser falsa: nuestras fuentes son mudas sobre los supuestos “temores del año 1000”. Los historiadores que, sin embargo, insisten en su realidad, como Richard Landes, recurren a argumentos divertidos como “un consenso de silencio que enmascara una gran preocupación”. […] los escritores medievales evitaron el tema del milenio siempre y cuando fue posible”[84] Más convincentemente, los desaparecidos “terrores del año 1000” son más bien un fuerte argumento para apoyar nuestra hipótesis de que el cómputo a  partir del AD entró en uso después del año 1000.

 

Conclusión

En las dos entregas anteriores, señalé todo tipo de razones para cuestionar la autenticidad y la datación aceptada de muchas fuentes. Algunas de mis hipótesis de trabajo pueden ahora ser corregidas. En la primera parte, “¿Cuán falsa es la antigüedad romana?” estuve de acuerdo con la objeción de Polydor Hochart sobre la posibilidad de que los libros de la Roma Imperial se conservaran hasta el siglo XIV-XV porque los monjes los habrían copiado en el siglo IX, X o XI. Esos monjes cristianos copiando obras paganas en pergaminos caros no son creíbles. Más bien, tenemos todas las razones para creer que, cada vez que ponían sus manos en tales libros, los monjes los destruían o los desechaban para reutilizar el pergamino. Por lo cual Hochart concluye que estos libros de la Roma Imperial son falsificaciones. Pero la cronología revisada de Heinsohn nos da ahora una solución más satisfactoria: la composición original de estas obras (siglo I) y sus copias medievales (siglo IX o más adelante) no distan unos siete siglos o más, sino uno o dos siglos como mucho. El siglo IX todavía pertenecía a la época romana, y el cristianismo estaba entonces en su infancia. Esto no elimina la sospecha de fraudes medievales o renacentistas, pero la reduce. Ahora podemos leer las fuentes romanas con una perspectiva diferente.

En la segunda parte, “¿Cuán falsa es la historia de la Iglesia?”, me centré en la historia de la Iglesia y coincidí con Jean Hardouin (1646-1729), el bibliotecario jesuita que llegó a la aterradora conclusión de que todas las obras atribuidas a san Agustín (354-430 d.C.), san Jerónimo de Estridón (347-420 d.C.), san Ambrosio de Milán (c. 340-397 d.C.), y muchas más, no podían haber sido escritas antes del siglo XI o XII, y por lo tanto eran falsificaciones. Ahora podemos considerar que Hardouin estaba tanto en lo cierto como equivocado. Tenía razón al estimar estas obras mucho más jóvenes de lo que se afirma oficialmente (aunque quizás con alguna exageración), pero no necesariamente tenía razón al concluir que eran falsificaciones; si Agustín, Jerónimo y Ambrosio pertenecen realmente, en tiempo estratigráfico, al final de la Alta Edad Media, no es de extrañar que ataquen las mismas herejías que la Iglesia medieval, ya que era esa misma la que las estaba presenciando.

Laurent Guyénot, 19 septembre 2020

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Artículos anteriores, del mismo autor:

* Revisando la historia de la antigüedad romana,

https://redinternacional.net/2020/07/15/revisando-la-historia-de-la-antiguedad-romana-parte-1/

** La historia de la Iglesia revisitada:

https://redinternacional.net/2020/10/05/la-historia-de-la-iglesia-revisitada-el-golpe-de-fuerza-gregoriano-y-la-usurpacion-del-derecho-de-nacimiento-de-bizancio/

Texto original: https://www.unz.com/article/how-long-was-the-first-millenium/

Publicacion original al espanol: Red Internacional (Traducción: Maria Poumier)

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Notas

1] Nicolas Standaert, “Relatos jesuitas de la historia y la cronología de China y sus fuentes chinas”, Ciencia, Tecnología y Medicina de Asia Oriental, no. 35, 2012, pp. 11-87, en http://www.jstor.org

2] Anatoly Fomenko y Gleb Nosovsky, Historia: Ficción o Ciencia, volumen 1: Introduciendo el problema. Una crítica de la cronología Scaligeriana. Los métodos de datación que ofrece la estadística matemática. Eclipses y zodíacos, cap. 6, p. 356.

3] Anatoly Fomenko y Gleb Nosovsky, Historia: Ficción o Ciencia, vol. 2: El método del paralelismo dinástico. Roma. Troya. Grecia. La Biblia. Cambios cronológicos (archive.org) pp. 19-42.

4] Fomenko y Nosovsky, Historia: Ficción o Ciencia, vol. 1, cap. 6, pp. 356-358.

5] Heinsohn, “Creación del Primer Milenio CE” (2013).

6] Heinsohn, “La fecha correcta de Justiniano en la cronología del primer milenio” (2019).

7] Heinsohn, “La estratigrafía de Roma” (2018).

8] Heinsohn, “Heinsohn en pocas palabras”

[9] Heinsohn, “Carta a Heribert Illig” (2017).

10] Heinsohn, “Godos del siglo IV y Getae del siglo I” (2014).

11] Heinsohn, “Fecha correcta de Justiniano en la cronología del primer milenio” (2019).

12] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” (2014).

13] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” (2014).

14] Heinsohn, “Carta a Heribert Illig” (2017).

15] De la carta de Heinsohn a Eric Knibbs, 2020, comunicada al autor.

16] Heinsohn, “Creación del primer milenio CE” 2013.

17] Heinsohn, “Londres en el primer milenio DC: encontrando la metrópolis perdida de Bede” 2018.

18] Heinsohn, “Londres en el primer milenio DC” 2018.

19] Heinsohn, “La fecha correcta de Justiniano en la cronología del primer milenio” (2019).

20] Heinsohn, “Ravena y cronología” (2020). También “La fecha correcta de Justiniano en la cronología del primer milenio” (2019).

21] Heinsohn, “Siegfried encontrado: descifrando el período de los nibelungos”, 2018.

22] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” 2014.

23] Heinsohn, “La estratigrafía de Roma” (2018).

24] Heinsohn, “Los orígenes polacos” (2018).

25] Theodor Mommsen, “Una historia de Roma bajo los emperadores”. Routledge, 2005, pág. 281.

26] Heinsohn, “Los godos del siglo IV y los getae del siglo I: ¿son uno y el mismo?” (2014).

27] Heinsohn, “Los godos del siglo IV y los Getae del siglo I: ¿son uno y el mismo?” (2014).

28] Heinsohn, “Orígenes polacos” 2018.

29] Heinsohn, “¿Europa y la civilización se derrumbaron tres veces en el primer milenio?” 2014.

30] Heinsohn, Ravenna y cronología (2020).

31] Michael J. Decker, The Byzantine Dark Ages, Bloomsbury Academic, 2016; Eleonora Kountoura-Galake, ed., The Dark Centuries of Byzantium (7th-9th C.), National Hellenic Research Foundation, 2001.

32] John J. O’Neill, Guerreros Santos: Islam and the Demise of Classical Civilization, Felibri.com, Ingram Books, 2009, p. 231, citado en “¿Realmente no había gente en Polonia entre el 300 y el 600 DC?” (2020).

33] Heinsohn, “La fecha correcta de Justiniano en la cronología del primer milenio” (2019).

34] Heinsohn, “Creación del primer milenio EC”, 2013.

35] Heinsohn, “Augusto y Diocleciano: ¿contemporáneos o con 300 años de diferencia?” 2019.

36] Citado en Heinsohn, Ravenna y cronología (2020).

37] Heinsohn, Ravenna y cronología (2020).

38] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” 2014, citando Fortificaciones (2009), “Kaiserpfalz Ingelheim: Fortificaciones”,

http://www.kaiserpfalz-ingelheim.de/en/historical_tour_10.php

[39] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” 2014

40] Heinsohn, “Ravenna y cronología” (2020; con referencias a citas internas).

41] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” (2014).

42] Heinsohn, “Ravena y la cronología” (2020).

43] Heinsohn, “Londres en el primer milenio d.C.” (2018).

44] De la carta de Heinsohn a Eric Knibbs, 2020, comunicada al autor.

45] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” (2014).

46] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” (2014).

47] Heinsohn, “Ravena y la cronología” (2020).

48] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” (2014).

49] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” (2014).

50] Heinsohn, “Londres en el primer milenio d.C.” (2018).

51] Heinsohn, “El Winchester de Alfredo el Grande y el Haithabu de su viajero, Wulfstan: ¿Están separados por 700 años?” (2014).

52] Heinsohn, “¿Vikingos durante 700 años sin velas, puertos y ciudades? Un ensayo” (2014).

53] Heinsohn, “Arturo de Camelot y los Dómaros de Camulodunum” (2017).

54] Heinsohn, “¿Vikingos durante 700 años sin velas, puertos y ciudades? Un ensayo” (2014).

55] Heinsohn, “¿Vikingos durante 700 años sin velas, puertos y ciudades? Un ensayo” (2014).

56] Heinsohn, “Las capitales búlgaras de principios de la Edad Media, Pliska y Preslav: ¿fueron realmente construidas para parecerse a ciudades romanas 700 años más antiguas?” (2015).

57] Heinsohn, “Fabricación de papel” (2017).

58] Heinsohn, “Mieszko I, destrucciones y conversiones en masa de eslavos al cristianismo” (2014).

59] Heinsohn, “La fecha correcta de Justiniano en la cronología del primer milenio” (2019).

60] Heinsohn, “Cronología del Islam: ¿Fueron los árabes realmente ignorantes de la moneda y la escritura durante 700 años?” (2013).

61] Citado en Heinsohn, “Los árabes del siglo VIII: ¿Imitadores culturales o creadores originales?” (2018).

62] Foto M. M. Vogt, en Heinsohn, “¿Realmente no había gente en Polonia entre el 300 y el 600 DC?” (2020).

63] Velikovsky parte de la hipótesis de que el cometa se identifica como el planeta Venus. Se ha informado recientemente que “Venus tiene una cola gigante, llena de iones que se extiende casi lo suficiente como para hacer cosquillas a la Tierra cuando los dos planetas están en línea con el Sol”. Lea también “Cuando un planeta se comporta como un cometa”. A Velikovsky le da el debido crédito  el astrónomo James McCanney, autor de Planeta-X, Cometas y Cambios de la Tierra: Un Tratado Científico sobre los Efectos de un Nuevo Gran Planeta o Cometa que Llega a nuestro Sistema Solar y el Clima y los Cambios Terrestres Esperados, jmccanneyscience.com press, 2007.

[64] Heinsohn, “¿Europa y la civilización se derrumbaron tres veces en el primer milenio?” (2014).

65] Heinsohn, “¿Europa y la civilización se derrumbaron tres veces en el primer milenio?” (2014).

66] Wolf Liebeschuetz, “The End of the Ancient City”, en J. Rich, ed., The City in Late Antiquity, Routledge, 1992, citado en Heinsohn, “Justinian’s correct date in 1st Millennium chronology” (2019).

67] John Loeffler, “How Comets Changed the Course of Human History”, 30 de noviembre de 2008, en interestingengineering.com/ : cómo los cometas cambiaron el curso de la historia humana

[68] Artículo útil: Declan M Mills, “El colapso del siglo X en el oeste de Francia y el nacimiento de la Guerra Santa Cristiana”, Newcastle University Postgraduate Forum E-Journal, Edición 12, 2015, en línea aquí.

69] Heinsohn, “El colapso del siglo X” (2017).

70] Heinsohn, “Colapso del siglo X” (2017).

71] Mark Bloch, Sociedad Feudal (1940), Routledge, 2014, pp. 43-44.

72] Guy Blois, The Transformation of the Year One Thousand: The Village of Lournand from autiquity to feudalism, Manchester UP, 1992, pp. 161, 167, 1.

73] Heinsohn, “Colapso del siglo X” (2017).

74] Raoul Glaber, Histoires, ed. y trans. Mathieu Arnoux, Brépols, 1996, libro II, § 13-17, pp. 116-125.

[75] Patrick J. Geary, Phantoms of Remembrance: Memory and Oblivion at the End of the First Millenium, Princeton UP, 1994, p. 9.

[76] Patrick J. Geary, Phantoms of Remembrance: Memory and Oblivion at the End of the First Millenium, Princeton UP, 1994, p. 7.

77] Edward Adams, The Stars Will Fall From Heaven: ‘Cosmic Catastrophe’ in the New Testament and its World, The Library of New Testament Studies, 2007.

78] Heinsohn, “Ravenna y la cronología” (2020).

79] Heinsohn, “Mieszko I, destrucciones y conversiones en masa de eslavos al cristianismo” (2014).

80] Heinsohn, “Creación del primer milenio EC” (2013).

81] Heinsohn, “El lugar correcto de Carlomagno en la historia” (2014).

82] Dionisio supuestamente hizo su cálculo en el año 532 d.C., pero como vivía en Bulgaria, en el mundo bizantino, esta fecha corresponde al año 232 de la Antigüedad Imperial (y al 932 d.C. de la Alta Edad Media).

[83] Raoul Glaber, Histoires, ed. y trans. Mathieu Arnoux, Brépols, 1996, pp. 106-107 y 78-79.

84] Richard Landes, “The Fear of an Apocalyptic Year 1000: Augustinian Historiography, Medieval and Modern”, Speculum, Vol. 75, No. 1 (enero de 2000), pp. 97-145, en www.jstor.org.

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