La revolución islámica en Irán : una lección para todos los pueblos del mundo – por Sheij Abdul Karim Paz

Sheij Abdul Karim Paz

Cuarenta años de la Revolución Islámica de Irán

La Revolución Islámica de Irán, según rezaba la portada de una revista francesa en los años ochenta, con la foto del Imam Jomeini, había hecho temblar a Occidente. Semejante título era toda una confesión por parte de los franceses que, viendo que la revolución liderada contra el Sha (Rey) de Irán, se llevaba a cabo contra Norteamérica (quien había impuesto al Sha tras un golpe de Estado, en 1953, contra el presidente nacionalista Mossadeq), quiso ganar influencia en la nueva era iraní que se abría con el Imam Jomeini y su novedosa propuesta de un gobierno religioso en pleno siglo XX. Por ello Mitterrand, el presidente francés por aquel entonces, aceptaba albergar al exiliado Imam Jomeini en Paris en aquellos fines de los años setenta. Pero fue en vano, su delfín, Bani Sadr, fue echado de Irán (y con él la fugaz influencia francesa) por corrupción y traición a la revolución, apenas unos años después del triunfo de ésta.

Los pilares de un Occidente que domina al mundo desde la Segunda Guerra Mundial que temblaron, son los dos pilares más fundamentales que sostienen todo el edificio de su existencia doctrinal. El gran pilar del secularismo que reemplazó a la religión por el humanismo y sus sostenes en la razón o ilustración y el cientificismo, dando forma a lo que se denominó la modernidad. El otro pilar menor, que es derivado de aquel, es el de la religión, no ya acotada, marginada, impotente y excluida de la gran conducción de la sociedad, sino directamente presentada como opio del pueblo, instrumento de opresión, invento de los ricos (Marx) o invento de los pobres (Nietzsche) o del inconsciente humano (Freud).

De acuerdo a esta concepción, Occidente se auto proclamó la civilización por excelencia, vanguardia, modelo y conductora de la humanidad toda. En términos religiosos podemos decir que erigió un nuevo falso dios, un ídolo, ya no de piedra o madera, ya no el sol o la luna, esta vez, se puso en el altar a sí mismo, a su ego humano, no como lo que es, un ser necesitado, creado, sino como un ser autosuficiente, para ser adorado. Una auto vanagloria desmedida.

Una vez más, frente a los ídolos y la idolatría, el Dios verdadero enviaría a un emisario a advertirle, desafiarlo y a mostrarle su impotencia e impostura, tal como lo había hecho en tiempos de Noé, Abraham y luego contra el Faraón, el César y Abu Sufian.

Esta vez fue el turno de un sabio, descendiente del profeta Muhammad, el Imam Jomeini. En pleno siglo XX, Dios se hizo presente mediante este gran hombre y su pueblo para destronar al Sha y resquebrajar los pilares del templo del falso dios.

Ese Occidente que parecía triunfal, sin rival que le pudiera disputarle su altivo lugar en lo más alto del altar del templo, luego de la Segunda Guerra Mundial, se repartía el planeta soberbiamente sin disimulo ni pudor. Al mundo islámico le tocaba someterse totalmente mediante una profunda occidentalización. Arabia Saudita no era un problema porque era una monarquía puesta por los ingleses para impedir la unidad y desarrollo del islam independiente. Debían sostenerla y más ahora que había un reverdecer de la religión islámica. (El otro gendarme puesto por Inglaterra era Israel). Quedaban Turquía e Irán. Los otomanos habían sido derrotados y ya no presentaban un peligro. Ataturk, “el Padre” de Turquía moderna, occidental, imponía el traje como nueva y obligatoria vestimenta y las letras latinas en lugar de las árabes tradicionales a su idioma turco, tal era su deslumbramiento con Occidente. Desde entonces, Turquía solo soñaba con ser aceptada por Europa. Hoy, ya no es lo mismo.

Pero en Irán hubo problemas con la occidentalización que encargaron al Sha. Se topó con una tremenda resistencia que no se esperaban. Conducidos por un gran líder religioso que supo movilizar al espíritu de su pueblo, los iraníes se levantaron contra este atropello y contra el ilegítimo gobierno del Sha con su terrible policía secreta. Un religioso sin balas ni ametralladoras, pero con una fe inconmovible y con una valentía y determinación extraordinarias los condujo hasta el anhelado triunfo, un once de febrero de 1979. Sin guerrillas urbanas o campesinas, sino con el pueblo masivamente en la escena.

De nada han servido las amenazas y premoniciones de sionistas y yanquis de que la revolución islámica de Irán no vería su décimo cuarto aniversario. La manifestación en las calles bajo la nieve y la lluvia fue millonaria en todo el país y los iraníes y el mundo vieron más que los festejos de los cuarenta años, vieron un futuro brillante por su fuerza y logros obtenidos. Las estadísticas sobre los avances y conquistas de Irán en estos últimos cuarenta años publicadas por organismos occidentales – dadas a conocer y accesibles en internet – lo comprueban sin posibilidad de refutación. Independencia, desarrollo educativo, tecnológico científico, seguridad, caída de la pobreza, achicamiento de la brecha entre ricos y pobres, industrialización, defensa, desarrollo energético, agrícola, aumento del PBI y las exportaciones, creciente influencia regional, un lugar en la alta diplomacia mundial, etc.

La República Islámica no es un fin en sí misma. Es, según explicó su fundador, el Imam Jomeini, una preparación para el gobierno de Dios en la Tierra, mediante el Imam Mahdi, guía de parte de Dios a quien esperan todos los musulmanes para que llene la Tierra de justicia, con la ayuda de Jesús, tal como esperan los cristianos y los judíos que, como hace dos mil años, vean en él al Meshias. El Meshias descendiente de Moisés y David que los fariseos no quisieron reconocer en su primera venida. Tal son las abundantes profecías contenidas en la tradición islámica y en la creencia de los monoteístas de las tres religiones abrahámicas.

Será el triunfo del monoteísmo, no con la espada, sino contra ella. La imposición por la fuerza es una característica del gobierno opresor de los imperios faraónicos y los falsos religiosos o fariseos, hipócritas.

Los cuarenta años significan consolidación, madurez, fortaleza, adultez, vigor, experiencia, plenitud. Así se vive y siente a la Revolución estos días en Irán.

Los analistas señalan algunos factores que permitieron el triunfo de esta Revolución Islámica que se enfrentó con éxito a los dos bloques dominantes, norteamericano y soviético, que se repartían el mundo mientras competían en una guerra fría, pero caliente en algunas partes donde era exterminada la gente (más de 65 guerras desde la creación de Naciones Unidas, después de la Segunda Guerra Mundial, sufrieron los pueblos en distintas partes del mundo, sobre todo el Tercer Mundo). Esos principios son un liderazgo apropiado, una doctrina eficiente, realista, en armonía con una ideología eficaz y la aceptación de estos dos principios por parte de las masas comprometidas. No es cuestión de liderazgos y vanguardias iluminadas separadas de las masas.

En esta Revolución Islámica, estos factores contaron y cuentan con la ayuda de Dios. Ello produjo el milagro vivo y vigente hasta hoy, tal como se vio con los millones que marcharon bajo la nieve y la lluvia en Irán. Por eso, Foucault llamó a esta revolución, la revolución del espíritu para un mundo sin espíritu. Marcuse dijo que el siglo XXI será espiritual o no será. Pues, estamos viendo que el imperio está en franca descomposición, ya no guarda las formas en su desparpajo, señal de su fin próximo. Solo una renovación espiritual y moral puede encender la esperanza. Esta Revolución Islámica ha sido inmune a toda la propaganda falsa del imperio que pretende presentarla como terrorista, sin una sola prueba. Su innegable éxito en su desarrollo e independencia a pesar del imperio, ¿no es un milagro?

Sheij Abdul Karim Paz

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