Francia: la guerra que viene – por Luis Rivas
En Francia no son los delincuentes los que huyen de los policías, sino al contrario. Los miembros de la autoridad no solo se ven frenados por el temor a ser juzgados por “violencia excesiva”, sino que son humillados por delincuentes cada vez más jóvenes que han impuesto la ley en sus barrios.
En pocos países sería tolerado que una patrulla de policía sea filmada con celulares y ridiculizada por bandas de jóvenes, conscientes de que su superioridad en número y la impunidad que les concede una justicia laxa, les permite comportarse así.
“¿Quién va a proteger a la sociedad si los policías pueden ser insultados en público y se les impide actuar en respuesta? ¿Cómo van a proteger a la sociedad si ellos mismos tienen miedo?”. Son preguntas que se hace un inspector de policía y que están recogidas en el libro “El miedo ha cambiado de bando”, del periodista especializado en asuntos policiales Frédéric Ploquin.
La obra no puede ser de más actualidad. La ola de violencia callejera y gratuita que viven algunos barrios de Francia ha disparado las señales de alarma, no ya de unas fuerzas de orden público cansadas de no ser escuchadas, sino de algunos políticos con responsabilidades sobre el asunto, como el exministro del Interior de Emmanuel Macron, el socialista Gerard Collomb, que dimitió recientemente.
Al “avestrucismo”, la ocultación de la realidad y la cultura de la justificación social, tradicionales en Francia desde hace décadas, se le une ahora la ideología de lo políticamente correcto y la loa al comunitarismo para evitar enfrentar el problema.
Por eso, las palabras de Collomb el día de su dimisión supusieron un sismo, y los hechos delictivos sucedidos desde entonces corroboran las inquietudes del ex responsable de la seguridad de la República.
Collomb advirtió que la situación podría llevar a un enfrentamiento civil. El exalcalde de Lyon denunció que el Estado ha perdido el control de barrios que han pasado a ser dirigidos por las mafias que controlan el mercado de la droga y los grupos de islamistas radicales. Y serán los componentes de esos dos colectivos los que se enfrentarán al resto de ciudadanos en esa guerra que Collomb teme y que, si no se pone remedio, enfrentará a los franceses, según, prevé, en cinco años.
Hace ya 16 años que otro libro puso en alerta lo que ya es hoy una realidad. En “Los territorios perdidos de la República”, varios profesores de colegios denunciaban cómo territorios franceses estaban en manos de delincuentes, y cómo la escuela pública había sido abandonada al “pedagogismo” y ya no enseñaba los valores de la República. Por supuesto, ese libro fue poco menos que quemado simbólicamente por la “intelligentsia” de izquierda que, por cierto, nunca deja a sus hijos en manos de la enseñanza pública y, mucho menos, saca un pie fuera de los barrios acomodados y seguros donde vive y se reproduce.
Por eso, las nuevas declaraciones del exministro que salen a la luz estos días clarifican aún más el cambio de actitud de algunos notables de la política, que han dejado de meter la cabeza bajo tierra y justificar la delincuencia por “razones sociales”.
El semanario “Valeurs Actuelles” recoge las palabras de Collomb hechas en marzo pasado, seis meses antes de abandonar a Macron, en las que calificaba de inquietante la situación de la inseguridad en Francia. Confesaba, además, que diversas comunidades no quieren vivir juntas y mostraba su preocupación por la posibilidad de vivir una secesión entre zonas controladas por mafiosos e islamistas y el resto del país.
Collomb se atrevió, además, a romper un tabú mucho más persistente entre los políticos franceses, asegurando que la responsabilidad de la inmigración en este fenómeno es “enorme” y que, por ello, la nueva ley que él propuso pretendía atajar el flujo ilegal de llegados a territorio francés. Preguntado si los 200.000 extranjeros aceptados cada año eran demasiados, reconoce que sí, y que Francia no necesita más inmigrantes.
Ligar inmigración e inseguridad puede provocar al que lo sugiere un auto de fe de la policía del pensamiento, pero el socialista Collomb no se arredra ante la fuerza de la realidad.
El nuevo ministro francés de Interior, Christophe Castaner, fiel macronista y también exsocialista, no ha tenido respiro desde que asumió su cartera. Menores o jóvenes muertos en batallas entre bandas callejeras, asesinatos con utilización de armas de guerra por el control del negocio de la droga, aumento de la violencia gratuita en las calles, ataques organizados con ácido a la policía, como la noche de Halloween, o no…
Pistolas en la escuela
Gracias a un vídeo publicado a través de una red social, Francia vivió la experiencia que muchos de los profesores de barrios más pobres denuncian desde hace años. En la imagen, un alumno de 16 años apuntaba con una pistola a la cabeza de su profesora. No es que los escolares franceses acudan armados a la escuela, pero la imagen sirvió para destapar el silencio y la indiferencia impuestas por la jerarquía de la enseñanza a las continuas agresiones y menosprecios que deben sufrir los enseñantes en muchos colegios franceses. Cientos de profesores se liberaron por primera vez después de años de sufrimiento e inundaron las redes sociales con las experiencias de violencia vividas por ellos en las aulas.
Cuando uno de los debates de actualidad en Francia propone si se deben proteger las escuelas con miembros de la policía, se comprende la situación de temor que algunos responsables políticos han empezado a denunciar. Es precisamente en la escuela donde se debería de comenzar a formar a los alumnos en el respeto de las leyes de la República y de la autoridad.
Pero, hasta ahora, las agresiones hacia los profesores de los pequeños delincuentes eran ocultadas por los responsables de los centros y el Ministerio. Y si llegaban a los juzgados de menores, atascados por el número de casos de delincuencia infantil y juvenil, eran pasadas por alto.
Difícil cometido para el responsable de Educación, que, además de la vertiente violenta debe hacer frente a otro germen de secesión, esta vez cultural, en ciertos colegios franceses: hijos menores de musulmanes radicales se niegan a asistir a clase de música, no quieren entrar en aulas donde el color rojo sea predominante, o aducen enfermedad para evitar ir a la piscina por temor a tragar agua durante el período del Ramadán.