El fabuloso negocio de los recién paridos (segundo capítulo) – por Maria Poumier
La Doctora María Poumier (exprofesora en la Universidad de París VIII) nos hace el inmenso favor de publicar en nuestro sitio partes de su próximo libro sobre los vientres de alquiler (gestación subrogada), que es de una actualidad ardiente. Aquí el segundo capitulo.
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Introduccion al segundo Capitulo
Unas buenas y otras malas.
Dos noticias felices, desde la publicación del primer capítulo sobre este tema: el papa Francisco comparó a los médicos abortistas con asesinos a sueldo, y la millonaria condena judicial a Monsanto, para terminar con los estragos del envenenamiento general que conllevan sus pesticidas.
Puede sonar brutal la fórmula papal, pero en realidad es apenas parcial: pues los que practican el aborto no son más que empleados de una acéfala empresa mundialmente esparcida, fantasmal pero no menos eficiente. Veremos que esta tienes dos caras: por una parte, apunta a limitar al máximo la reproducción natural, y por otra, a fomentar la otra, producto de la bioingeniería. Veamos las novedades en esto de la reproducción artificial, en el actual campo de batalla jurídico. El lobby en cuestión aspira a la legalización universal de sus actividades, de manera gradual, peleando con los legisladores en cada país. Francia está pugnando en estos días en torno a la extensión que pueda tener la inseminación artificial de las mujeres. Si no se le pone límites, el paso siguiente será autorizar a cualquier mujer a fabricar niños por encargo de otros, que a su vez estarán en derecho de comprarlos, suministrarlos, regatearlos, publicitarlos, revenderlos…
El propio gobierno había suscitado durante seis meses un auténtico debate público sobre el tema candente de las mujeres que reivindican el “derecho” a tener hijos, utilizando semen anónimo, sin reconocer ninguna autoridad paterna, y se desprendía de la consulta una fuerte hostilidad de la población a este proyecto, con argumentos jurídicos, morales y de salud pública, ya que se trata de fomentar el nacimiento de hijos sin padre, sin referencia paterna, sin familia paterna, sin hermanos por parte de padre a los que puedan conocer y tratar, a pesar de ser tal vez cientos, gracias al floreciente negocio de la venta de semen en ciertos países nórdicos, como Dinamarca: ser “hijo de nadie” no puede convertirse en algo normal, favorecido por la ley, en ninguna sociedad sana.
Ahora bien, el pasado 25 de septiembre, el Consejo Consultativo Nacional de Etica (sic) nacional (CCNE) publicó una opinión favorable para que se autorice a cualquier mujer a tener un hijo artificial, con semen anónimo, si le da la gana, sin la justificación de ninguna esterilidad fisiológica. Además, aboga porque una mujer pueda mandarse a implantar un embrión concebido con espermatozoides de un marido muerto, y porque la mujer pueda pedir la congelación de sus propios óvulos; junto con el desarrollo del uso y la comercialización de embriones para la investigación, dicho Consejo promueve los exámenes previos a una implantación, y la eliminación de los embriones que no sean perfectos o perfectibles. O sea, varios pasos más hacia la selección artificial de las próximas generaciones. La reproducción se quiere supeditar a proyectos individuales estrechamente canalizados por instancias autoritarias de biotecnología avanzada.
Y el supuesto Consejo de Etica, un grupo de personas seleccionadas por sus títulos académicos y por su adhesión al poder, le da la espaldas al resultado de la consulta popular, si siquiera lo comenta, demostrando un total desprecio hacia el pueblo y sus intérpretes.
Esto está dando lugar a reacciones enérgicas. Se está organizando una auténtica resistencia popular, y el país se está volviendo a dividir, como en 2013, cuando se nos impuso la parodia del matrimonio homosexual, invento sostenido por las supuestas élites del mundo occidental, cuando instintivamente los pueblos lo rechazan indignados ante tamaña violación de la ley natural y la moral natural. Hay un desequilibrio cómico entre los argumentos: unas, las lesbianas, dicen simplemente: porque nos da la gana, exigimos el cumplimiento de nuestros deseos, a los que llaman derechos. ¿Derecho de qué, de dónde, desde cuándo, con qué beneficio para la sociedad? No hacemos daño a nadie, dicen. Por suerte, las feministas más honestas se niegan a entrar en esa lógica de la absoluta frivolidad, de la irresponsabilidad total. Se podría argumentar que siempre la reproducción humana ha sido dominio de la irresponsabilidad…
Pero si se pretende racionalizar el futuro de la especie, entonces busquemos servir a una lógica de fondo, acorde con las leyes profundas de la naturaleza. En el capítulo anterior se ha explicado la plaga de la esterilidad que se está apoderando de los países más desarrollados. Es muy notable que no se le permita a nadie reflexionar sobre los datos incuestionables al respeto. Aquí se tratará de contestar al porqué de la indiferencia oficial en este tema escalofriante. La idea es sustituir la reproducción anárquica por una tiránica seudo racionalización : que se siga eliminando mediante el aborto a los no deseados, y sólo se favorezca a unos pocos sobrevivientes. Se le hace una auténtica publicidad al aborto, en nuestros países.
Maria Poumier, 19 octubre 2018
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El fabuloso negocio de los recién paridos (segundo capítulo)
por Maria Poumier
Aquí hay gato encerrado
¿Acaso no son criminales los especialistas que imponen la ley del silencio sobre esta amenaza de genocidio callado en cada país, en cada región del mundo, que será vivida como tragedia en cada pareja, en cada familia, y posiblemente como una plaga que puede acabar con la humanidad en pocas generaciones? Se sabe que las malformaciones y enfermedades genéticas proliferan como el cáncer. La expansión de la homosexualidad, del malestar de ciertas personas con su sexo de nacimiento, o la indefinición sexual, la feminización de los varones y la ambigüedad en las hembras, son fenómenos de dimensiones fisiológicas, y los animales también padecen de ellos; así los salmones cambian de sexo, por ejemplo, y los tigres ya no se saben reproducir, mientras cierta especie de caimanes nace con un micropene; incluso abundan cada día más las malformaciones en especies muy apartadas de las concentraciones humanas: focas, osos polares, y como en el caso del cáncer, ni un solo gobierno en el mundo decide poner fin al uso sistemático de los productos causantes de la contaminación, porque le dirían retrógrado, reaccionario, arcaico, y el lobby de la comercialización de dichos productos se abalanzaría sin piedad hasta obligarlo a dar marcha atrás. Visto todo ello, ¿vamos a dejar que la indiferencia, ingenua en unos, cínica en los que toman las decisiones, perdure hasta la última generación de seres humanos normales?
Lógicamente, surge otra pregunta, cuando bajamos un escalón más en la excavación de las causas y las culpas: ¿acaso hay gente que desea el exterminio de la raza humana?
En realidad, es un proyecto confeso el de exterminar a la mayor parte de la humanidad, pero de manera selectiva; la población africana sigue creciendo, mientras mengua la raza europea, y se estabiliza la asiática. En el siglo XVII, la raza blanca era mayoritario en el mundo, la africana muy reducida; hoy las proporciones se han invertido. Se anuncia para 2050 que la población del África negra abarcará el 25% de la población mundial, mientras la población étnicamente europea, es decir la más blanca, ha reducido su natalidad hasta un nivel insuficiente para mantener su presencia frente a las demás; este suicidio en marcha se viene verificando de manera consentida, a través de la contracepción y el aborto cada vez más extendido. En los países del Extremo Oriente, la baja de ambiciones reproductivas fue impuesta desde la cúspide. En China, se castigaba a las familias que tuviesen más de un hijo, desde los años 1980. Pero China ya está abandonando esta política, porque el resultado es un desbalance de más del 10%, entre carencia de mujeres y exceso de varones. Las parejas han sacrificado masivamente a las niñas, antes o después del nacimiento. China tiene una tasa de fecundidad bajísima, muy inferior a la de 2,1 hijos por mujer, la tasa necesaria para lograr una población estable (que ya ningún país alcanza en Europa, pero que en Argentina y todos los países de América, salvo Brasil, Cuba y Chile, se mantiene superada). En la India también, se redujo por medidas estatales la fecundidad.
En países con menor autonomía y con Estados débiles, son los organismos internacionales los que se encargan de reducir la población por el abuso: en los países más pobres, son innumerables los casos de madres esterilizadas en contra de su voluntad, cada vez que se encuentran indefensas, recluidas en hospitales para parir en condiciones de higiene y atención médica aceptables. En Israel se dio a conocer esta práctica sistemática con los judíos de origen etíope, los falasha, autorizados por su religión a instalarse en el país, pero rechazados y discriminados en la práctica. En Ruanda existe un programa oficial de esterilización de la séptima parte de los hombres. Por supuesto no se les informa.
El control de la fecundidad se vale de una retórica progresista, se utiliza a las feministas para pregonar los “derechos reproductivos” de las mujeres. Esto encubre una política de escala mundial para impedirles fundar familias grandes, con el pretexto de aumentar sus libertades individuales. El continente africano resiste mejor que los demás a esta propaganda, pues tradicionalmente, las mujeres se consideran bendecidas por Dios si tienen una prole numerosa, y esto nunca les ha impedido ganar su propio dinero con los trabajos del campo y la comercialización de lo producido, pues cuentan con la ayuda de las demás niñas y mujeres.
En los países desarrollados, ya se esboza una reacción contra el feminismo del siglo XX, que nos volcó a las mujeres al mercado laboral, pues ellas descubren que ya no hay hombres dispuestos a mantenerlas, para que se puedan quedar en casa, con hijos o sin ellos; han perdido el amparo del hogar para criar hijos agradecidos y cariñosos, a medida que se iban esclavizando con el trabajo asalariado a igualdad con el hombre, y sus escasos hijos, menos atendidos, se vuelven rebeldes y malagradecidos.
Mientras tanto, en Francia por lo menos, son los hombres los que procuran conseguir un trabajo que puedan cumplir sin salir de su casa, o piden “licencia parental” para quedarse con los más pequeños, mientras las madres gastan sus fuerzas en la calle, en transportes interminables y trabajos humillantes, agotadores, con sueldos inferiores… Después de la legítima conquista de la autonomía, hay que reconquistar la maternidad.
A partir del momento en que se relacionan los distintos factores que reducen la natalidad, se entiende que surja una industria para contrarrestar el descenso de nuestra fecundidad, o por lo menos de la fecundidad de algunos.
Como escribe el hijo de españoles Alexis Escudero, « lo bonito es que le basta a la industria con esperar que sus propios estragos le abran nuevos mercados. Mutilados de su capacidad para reproducirse, los humanos se encuentran obligados, cada día más, a pagar para tener hijos. Es lo que se llama un mercado cautivo. » Y somos los prisioneros de un único negocio, el de la infertilidad, que a su vez engendra el de la reproducción artificial.
Concretamente, estos son los pasos de la llamada maternidad subrogada, o con madres de sustitución: un niño “sintético” recién parido cuesta de 2000 a 200 000 dólares, según su procedencia y su capital genético.
Hacen falta « donadores » de semen, y « donadoras » de ovocitos, productos naturales que se usarán tal vez muchos años más tarde, pues ya se sabe cómo congelarlos y descongelarlos. El fruto podrá tener hasta cinco padres: dos que aportaron sus células masculina y femenina, dos que se declaran padres “de intención”, que serán los oficiales, más una « nodriza prenatal ». Del pago, las agencias se llevan la mejor parte ; hay que agregar los gastos de viaje, de estimulación hormonal, cirugía, diagnóstico, fabricación y escrutinio de embriones, reciclaje de los defectuosos, congelación, conservación y descongelación de los sobrantes, abogados para burlar las leyes nacionales que no autorizan en ningún país del mundo a una mujer a parir con el objetivo de abandonar o vender al recién nacido, y más abogados para corromper las autoridades consulares y judiciales para que el nene importado tenga la nacionalidad de sus padres compradores etc. Estamos en una etapa en que cada país busca legislar sobre un negocio que ha crecido vertiginosamente en esta década, desde que se congelan los embriones y los ovocitos, permitiendo operaciones combinadas entre varios países. Hoy por hoy, he aquí los países que han legalizado los vientres de alquiler: Israel, el primero de todos, desde 1996, ciertos Estados en EEUU, Canadá, Ucrania, Georgia; Rusia, Portugal, India, Tailandia y Grecia, con restricciones notables. En América, los estados de Tabasco y Sinaloa (donde afluyen la clientela española y otros adinerados) y Perú ya sacan enormes ganancias con la maternidad subrogada legal. México exporta paridoras a EEUU, hay abogados que les facilitan documentos de residencia hasta el parto, para que el niño encargado tenga la ciudadanía americana desde su nacimiento. En Kenya, hay granjas de mujeres que son filiales de agencias de la India y Georgia, las cuales re-exportan a estos productos, generalmente blancos, de mujeres negras, hacia los países compradores, los llamados países desarrollados; y Birmania exporta a China, donde eso está prohibido. En el próximo capítulo, entraremos en el trasfondo clasista y racista de todo el negocio de la reprodución artificial.
María Poumier, 25 septiembre 2018
Publicación original al español: Red Internacional