El verdadero ‘contrapoder’ también es invisible
Contra el poder invisible no vale el contrapoder visible
El nombre de Norberto Bobbio (1909-2004) tal vez no diga mucho a nadie, pero aquellos que nos iniciamos en la carrera de Derecho sí que sabremos, como mínimo, que fue uno de los politólogos y teóricos de la democracia más célebres del siglo XX.
Desde su posición socialista, rechazó siempre los extremismos y quiso dotar de cimientos filosóficos el armazón jurídico de las democracias europeas. Nunca fue santo de mi devoción, pero hay que reconocerle que en su vejez profundizó en los fracasos de la democracia (y también en las “contradicciones” de la misma) y su análisis es toda una muestra de honestidad intelectual, con independencia de que se comulgue o no con sus teorías jurídicas, tan kelsenianas.
En este particular, uno de los textos más sugerentes (y poco conocidos) que nos dejó fue “La democracia y el poder invisible”, donde esboza una aproximación sobre el gran peligro que constituyen para las democracias los tejemanejes tras las bambalinas del “subgobierno” (los poderes económicos encubiertos), el “criptogobierno” (los poderes subversivos en connivencia con el Estado; en esto España tiene un abultado dossier de casos: el magnicidio de Carrero Blanco, la entrega del Sáhara, el 23-F, el 11-M… misterios velados) y el “poder omnividente” (ejercido desde el empleo de las nuevas tecnologías: el gobernante sería así aquel que a todos ve, sustrayéndose él a la vista de todos).
La coexistencia de democracia y poder invisible es capaz por sí misma de dinamitar la ingenuidad del ciudadano si éste tuviera un mínimo interés por contrastar lo que va del dicho al hecho, algo que no parece ocurrir por la indiferencia reinante sobre cuestiones sustanciales, mientras se generan -controladas siempre- efervescentes crispaciones puntuales, momentáneas y anecdóticas, inducidas por una “actualidad” marcada por el “cuarto poder”. El debate sobre el “poder invisible” de subgobiernos o cripto-gobiernos está vetado para la gran masa de gobernados, a los que se le da el último escándalo de un currículo averiado de éste o aquella para que con eso se entretengan. ¿Para cuándo determinar las relaciones entre ex-miembros de gobiernos y comités directivos de Bancos o empresas tan lucrativas como las eléctricas? Eso, se barrunta, se huele: pero no se averigua.
El régimen democrático se define como público y trasparente, por lo que ejercerse desde el secreto y en la opacidad pone patas arriba toda la versión idílica de la democracia, volatilizando el discurso auto-complaciente. Las corrientes antidemocráticas -tanto en su versión ultraderechista como ultraizquierdista- alimentan la creencia en las teorías conspiracionistas, pero que lo haga un teórico de la democracia como Bobbio implica que hay que hacerse cargo de que, ahorrándonos disparatadas explicaciones, los poderes invisibles existen y actúan.
Bobbio también deja caer un pensamiento que no me parece menos interesante:
“…donde el sumo poder está oculto, tiende a hallarse también oculto el contrapoder. Poder invisible y contrapoder invisible son dos caras de la misma moneda. La historia de todo régimen autocrático y la historia de la conspiración son dos historias paralelas que se remiten la una a la otra”.
CONCLUSIÓN PROPIA
La regla que cabe extraer sería que las autocracias ejercen la invisibilidad como estrategia y parte de su propia naturaleza; pero allí donde, bajo máscara de democracia, opera un poder invisible, la democracia se deslegitima. Y no queda otra que oponerle un contrapoder (también oculto).
Es tan ridículo como ineficaz oponer a un poder invisible establecido un contrapoder visible (indignados públicos, inconformistas declarados), esto incluso podría ser un recurso del poder para exhibir su “tolerancia”, pero ese tipo de oposición nace muerta y es incapaz de transformar nada: el contrapoder eficaz siempre será contrapoder invisible.
Manuel Fernández Espinosa, 23 septiembre 2018