La realidad virtual y el síndrome del humano-niño – por Xavier Bartlett

children_playing

Muchas veces, desde un punto de vista estrictamente científico, me he planteado la cuestión de que el ser humano se muestra como una gran anomalía en comparación con el resto del mundo natural. ¿Por qué, por ejemplo, el ser humano es el único animal que sigue tomando leche a lo largo de su vida, mucho más allá de su periodo de lactancia natural? ¿Por qué somos tan débiles e indefensos durante los primeros meses y años de nuestra vida, totalmente dependientes de nuestros progenitores? ¿Por qué siendo niños muy pequeños aprendemos casi intuitivamente el idioma de nuestros padres, y luego de mayores, con una inteligencia desarrollada, nos cuesta tanto aprender una nueva lengua? En cambio, ¿por qué ya siendo adultos experimentamos tantas conductas que podríamos calificar de infantiles?

Me gustaría ir más lejos de estas observaciones superficiales y mostrar una realidad que no resulta precisamente agradable, pues de alguna manera sugiere que la mayor parte de los humanos no evolucionan y se quedan en un estado infantil, a pesar de que formalmente sean adultos, por la edad y por “haber madurado”, esto es, por haber adoptado lo que convencionalmente se consideran las típicas conductas y maneras de pensar y de actuar de un adulto. Esta situación de eterno niño la encontré en un concepto que procede del iniciado Jed McKenna[1], y que él define como “Humano-niño”:

“La mayoría de los seres humanos cesan de desarrollarse a la edad de diez o veinte años. La persona media de setenta años es frecuentemente una de diez con sesenta años de repeticiones… Debemos aprender a ver la diferencia entre un Humano-Adulto y un Humano-Niño con la misma facilidad y fiabilidad como distinguimos una persona de sesenta años de una de seis… Nuestras sociedades están constituidas de, por y para Humanos-Niños, lo que explica la naturaleza auto-perpetuadora de esta enfermedad morbosa, así como de la mayoría de las estupideces que vemos en el mundo.”

Para McKenna, este estado –que en muchos rasgos coincide con lo que califiqué en un artículo reciente de “dormido”– se caracteriza por el predominio del ego, por el conformismo y el no cuestionamiento de la realidad; no hay problemas ni tampoco alternativas a las que recurrir. La vida pasa en una feliz ignorancia. Y aquí radica el quid de la cuestión. El humano-niño vive apegado a su ego, que ha ido construyendo desde muy pequeño, y es incapaz de deshacerse de él en ningún momento. Así, aunque aparentemente madure como adulto, adoptando actitudes de responsabilidad, criterio y seriedad, en realidad no hay una evolución o progreso interior. Los humanos-niños siguen siendo niños grandes, que han crecido y que han adquirido las habilidades y actitudes propias para desenvolverse exitosamente en el mundo de los adultos, que es lo mismo que decir que en la gran maquinaria social en la que todos estamos inmersos.

educacion2Ahora bien, el auténtico niño, aquel que “aterriza” con el cerebro en blanco en nuestro mundo y comienza hacerse preguntas (a veces muy incómodas para los mayores) y a descubrir su entorno con curiosidad, ése desaparece paulatinamente, “gracias” a la educación, los hábitos y las imposiciones. La capacidad innata de soñar, de imaginar, de crear, de fantasear, etc. se va perdiendo y queda recluida a unos pocos individuos que la aplican generalmente para avanzar en su mundo de adultos y poco más.

El niño que no entiende el complicado mundo de los adultos se va desvaneciendo con el tiempo, y se espera que así sea, porque de lo contrario tendríamos un mundo lleno de ingenuos y soñadores, gente naïve sin malicia y sin un propósito declarado en la vida, que muy posiblemente no aceptarían –porque no los comprenderían– los conceptos de orden, sociedad, ley, convenciones, autoridad, trabajo, etc.

En vez de esto, nos encontramos que los que rigen los destinos de toda la Humanidad están muy interesados en que permanezcamos en la eterna guardería infantil de la evasión, la distracción y el entretenimiento. Si nos fijamos un poco en el avance de la sociedad en las últimas décadas, podremos apreciar que desde arriba se procura que el humano-niño siga trabajando duramente pero que se mantenga apegado a un mundo de juego y diversión, donde no hay que pensar ni reflexionar, ni soñar ni mirar hacia dentro. Antes bien, interesa que el ser humano viva en un eterno parque de atracciones donde se divierta, no pregunte y pase un buen rato, llenando de maravillas sus sentidos.

cell_phoneAsí, al humano-niño se le facilitan pasatiempos clásicos como el cine, los espectáculos, la música, la televisión, el turismo y los deportes de masas, donde puede seguir enganchado a la conducta social, al patio de juegos, al parque infantil. Si nos fijamos especialmente en la televisión, veremos que cada vez hay más programas en hora de máxima audiencia que son simples juegos, concursos, pasatiempos, payasadas, curiosidades, extravagancias, bromas, etc. Pero donde se ha puesto toda la carne en el asador es en la popularización de la tecnología, prácticamente disponible para todo el mundo En efecto, podemos ver que la tecnología ha jugado un papel impagable en la distracción del humano-niño, pues se le ha concedido ese artefacto-droga llamado teléfono móvil con el que puede distraerse a gusto con todas sus múltiples posibilidades, hasta convertirse en un auténtico juguete para niños y adultos. Muchos niños y adolescentes no pueden pasar ni un minuto sin su móvil y es de esperar que de mayores proseguirán con esa conducta. Si se les quita su juguete montan en cólera y se rebelan. Ni pueden ni saben vivir sin su cajita mágica. Pero en la actualidad casi todos los adultos, excepto las generaciones ya más mayores, tampoco.

¿Y se han fijado que desde hace unos años en la publicidad de los videojuegos más sofisticados ya salen hombretones con barba de 20 y 30 años? No es por casualidad. Se espera que el humano-niño alargue su niñez a través de todo tipo de entretenimientos tecnológicos, que ahora se proyectan hacia la llamada realidad virtual, otro pasatiempo para que veamos un mundo fantástico a través de unas “gafas mágicas”. Asimismo, Internet y las redes sociales han enganchado a cientos de millones personas en todo el mundo, y han disparado la cháchara infantil a la que estamos tan acostumbrados, con sus detalles no menos infantiles como los me gusta, los emoticonos, los mensajitos, los whassaps, etc.

futbolEvidentemente, todo esto tiene una razón de ser, y no hay que ser muy listo para entrever que la potenciación del humano-niño comporta muchos beneficios para los que manejan el mundo. Por un lado, los adultos están literalmente distraídos o alienados con su mundo de juego y diversión. Mientras están conectados a esa red de entretenimiento masivo no hacen preguntas ni reflexionan sobre la paranoia o el absurdo en que están sumidas sus vidas. Por otro lado, si se mantiene a la población en un permanente estado infantil, es mucho más fácil para las autoridades ejercer un rol de “padres”, tutores o vigilantes. De este modo, el estado puede mostrarse como un referente para guiar sus vidas. En otras palabras, si el niño hace lo que se le dice y obedece, a cambio se le premia con entretenimiento. En consecuencia, el humano-niño no se cuestionará la autoridad paterna, porque asume inconscientemente que el estado debe velar “por sus niños”, controlarlos, decirles lo que han de hacer, e imponerles mandatos y reglas, por su bien y su seguridad. No hay más que ver lo mucho que se preocupa el estado para que hagamos esto o lo otro y a menudo nos sanciona duramente si no hacemos lo que dice. Por ejemplo, los motoristas han de llevar casco obligatoriamente, no sea que se hagan daño. O no se puede circular a más de 100 km/h por autovía. O al llegar a cierta edad hay que hacerse pruebas clínicas de todo, vacunarse, etc.

Sí, el mundo sería una porquería si estuviéramos permanentemente en la escuela, en la clase, teniendo que hacer deberes, etc. Mas, afortunadamente, el humano-niño tiene sus momentos de expansión y libertad (limitada) porque si no, tal vez comenzaría a quejarse por tanta disciplina y ocupación. Y de algún modo, tiene la necesidad de mantener un entorno de seguridad, de certidumbre, de apoyo ante lo desconocido. Por eso no se atreverá a desafiar al profesor o a buscar nuevos caminos; ya ha visto que eso no lleva a ninguna parte y que él no es capaz de cambiar las cosas. En realidad, ese humano-niño está instalado en el miedo que le inculcaron y le reforzaron, y se siente cómodo cuando tiene las cosas bajo control. Todo lo que se salga de ese entorno le provoca estupor, desconfianza, incomodidad… hasta incluso pánico.

El humano-niño se encuentra bien jugando y divirtiéndose, en un ambiente conocido y seguro, en que se mantenga su mundo de maravillas. Entretanto, no se da cuenta de que sus pensamientos y emociones son completamente básicos y que no han evolucionado. Se rige por los impulsos que le han inculcado y repite como un loro lo que cree que es cierto, sólo porque el resto de la clase dice lo mismo, o sea, porque alguien ha dicho a toda la clase cómo tienen que pensar los niños para que “todo vaya bien”.

Lamentablemente, el verdadero niño, el espíritu puro que llevamos dentro, es destruido a los pocos años de estar en este mondo sinistro. Se va difuminando y hundiendo en las profundidades del corazón mientras el cerebro y la mente van asumiendo el mando. Se trata de un proceso en que el niño va explorando el mundo y al topar continuamente con márgenes, barreras y restricciones se va encerrando en el mundo real hasta aceptar que es ahí donde ha de vivir y que no debe cuestionarse lo que los mayores le imponen.

principitoQuizás el aviador y escritor Saint-Exupéry quiso recuperar a ese niño puro en su famoso cuento El Principito, si bien me temo que su obra quedó etiquetada como una bella historia de fantasía para adultos, o sea, para humanos-niños. Lo que queda claro, empero, es que desde la visión de ese niño los adultos resultan incomprensibles. En realidad, el Principito se muestra más bien como un niño genuino, aquel que no crece jamás, una especie de Peter Pan, que sabe que el mundo de los adultos es una auténtica locura o una esclavitud.

Sólo a modo de ejemplo, cabe destacar el episodio del planeta en que un farolero apaga y enciende un farol continuamente porque eso es lo que le han inculcado desde siempre, aunque la repetición de su trabajo (su deber, su consigna) sea un puro absurdo, porque la rotación de su minúsculo planeta ha cambiado y entre el día y la noche ya no hay más que un minuto de diferencia. “No hay nada que entender, la consigna es la consigna”. Este es el humano-niño que se apega a lo que le han mandado y que siempre lo hará porque le han dicho que el mundo serio, el de las normas y las reglas, es así. Por lo demás, de El Principito me quedo con una frase tan lúcida como ésta (dicha por un zorro): Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos. Estoy totalmente de acuerdo.

Xavier Bartlett, 13 febrero 2018

Fuente


[1] Citado por Stephen Davis en su obra “Las mariposas vuelan libres”.

Print Friendly, PDF & Email