La «ruta de la seda» e Israel – por Thierry Meyssan

China sigue adelante con su proyecto de «Nueva Ruta de la Seda». El vicepresidente chino, Wang Qishan, inició una gira por el Medio Oriente, con una estancia de 4 días en Israel. Según los acuerdos ya firmados, de aquí a 2 años China controlará la mayor parte del mercado agroalimentario israelí, así como la alta tecnología y los intercambios internacionales de Israel. El paso siguiente debería ser la conclusión de un acuerdo de libre comercio. Todo eso modificará radicalmente la geopolítica regional.

 
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La gira del vicepresidente chino Wang Qishan por Israel, Palestina, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos apunta a desarrollar la «Nueva Ruta de la Seda».

 

En el otoño de 2013, China hizo público su proyecto de creación de vías de comunicación marítimas y principalmente terrestres a través del mundo. Asignó a ese proyecto sumas colosales y comenzó a concretarlo a toda velocidad. Los principales ejes pasan por Asia o por Rusia hacia el oeste de Europa. Pero China prevé también la creación de rutas de transporte a través de África y Latinoamérica.

 

Los obstáculos a la «Nueva Ruta de la Seda»

El proyecto chino tiene ante sí dos obstáculos: uno es de índole económica y el otro de carácter estratégico.

Desde el punto de vista chino, el objetivo de este proyecto es exportar los productos chinos siguiendo el modelo de la «Ruta de la Seda» que, desde el siglo II hasta el siglo XV, conectó China con Europa a través del valle de Ferganá –en Uzbekistán– y de territorios de Irán y Siria. En aquellos tiempos, los productos se transportaban de ciudad en ciudad y en cada etapa se intercambiaban unos productos por otros, según las necesidades de los comerciantes locales. Hoy en día la intención de China es vender sus productos directamente en Europa y en el resto del mundo.

Pero ya no se trata de productos exóticos (sedas, especias, etc.) sino de productos idénticos a los que fabrican los europeos y a menudo de superior calidad. La ruta comercial se convierte así en autopista. Marco Polo se enamoró de las variedades de seda que descubrió en el Extremo Oriente, incomparablemente superiores a las que podía encontrar en Italia, pero hoy Angela Merkel tiembla de temor ante la posibilidad de ver la industria automovilística alemana aplastada por sus competidores chinos. O sea, los países desarrollados van a tener que comerciar con China y, al mismo tiempo, tratar de proteger sus propias industrias del impacto económico.

Al exportar masivamente su producción, China ocupará en el comercio mundial el lugar que el Reino Unido ocupó, inicialmente en solitario y más tarde junto a Estados Unidos, desde la época de la Revolución Industrial. Fue precisamente para conservar esa supremacía que Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt firmaron la Carta del Atlántico y que Estados Unidos se incorporó a la Segunda Guerra Mundial. Por consiguiente, es probable que los anglosajones no vacilen en recurrir a la fuerza militar para obstaculizar el projecto chino [1], como ya lo hicieron en el pasado ante los proyectos de alemanes y japoneses.

En todo caso, el Pentágono publicó en 2013 el plan Wright, que preveía la creación de un nuevo Estado en territorios de Irak y Siria para bloquear la ruta de la seda entre Bagdad y Damasco. Esa era la misión encomendada al Emirato Islámico (Daesh), así que China ha modificado el trazado de su ruta. Pekín ha decidido finalmente hacerla pasar por Egipto y, para hacerlo posible, invirtió en la ampliación que multiplicó por dos la capacidad de tránsito a través del Canal de Suez y en la creación de una gran zona industrial a 120 kilómetros de El Cairo [2]. Para garantizar el bloqueo del proyecto chino, el Pentágono organizó también una «revolución de color» en Ucrania, como modo de cortar el tramo europeo de la ruta, y ha venido estimulando desórdenes en Nicaragua para impedir la construcción a traves de ese pais de un nuevo canal interoceánico que comunicaría las aguas del Pacífico con las del Atlántico.

A pesar del volumen sin precedente de las inversiones chinas en la Nueva Ruta de la Seda, es importante recordar que, en el siglo XV, China llegó a crear una gigantesca flota para garantizar la seguridad de sus rutas marítimas. El almirante chino Zheng He, conocido como «el eunuco de las Tres Joyas», combatió a los piratas de Sry Lanka, construyó pagodas en Etiopía e hizo personalmente el peregrinaje a La Meca. Sin embargo, cuando Zheng He regresó a China, el emperador canceló el proyecto y ordenó quemar la flota. China se replegó entonces sobre sí misma, precedente que indica que no se debe considerar que, desde el punto de vista chino, el éxito del proyecto pueda darse por sentado.

En el pasado reciente, China se implicó en el Medio Oriente sólo con la intención de adquirir el petróleo que necesitaba. En Irak, China construyó refinerías, destruidas por los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh) y por las tropas de las potencias occidentales que simulaban luchar contra esos terroristas. Pekín se convirtió también en el principal comprador del petróleo de Arabia Saudita, donde construyó el gigantesco complejo petrolero de Yasref-Yanbu, a un costo de 10 000 millones de dólares.

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Firma de la concesión del puerto israelí de Haifa al Shanghai International Port Group

Israel y la Nueva Ruta de la Seda

Los vínculos entre Israel y China datan del mandato del primer ministro israelí Ehud Olmert, cuyos padres se instalaron en Shanghai luego de haber huido de los nazis. Olmert, predecesor de Benyamin Netanyahu en el cargo de primer ministro, había tratado de establecer fuertes relaciones con Pekín. Pero sus esfuerzos se vieron neutralizados por su propio empeño en respaldar a uno de los grupos de piratas somalíes a los que Estados Unidos había confiado la tarea de obstaculizar el tráfico marítimo de los cargueros rusos y chinos a la salida del Mar Rojo [3]. Aquello estuvo a punto de provocar un gravísimo escándalo. Finalmente, China fue autorizada a abrir una base naval en Yibuti y Ehud Olmert fue separado de la vida política.

Desde 2016, China venía negociando con Israel un tratado de libre comercio. En ese contexto, el Shanghai International Port Group compró la concesión de explotación de los puertos de Haifa y Ashdod. Eso implica que, en 2021, China controlará el 90% del intercambio comercial de Israel. La transnacional china Bright Food ya adquirió el 56% de la cooperativa Tnuva, que agrupa a los productores de los kibutz, y podría incluso aumentar su participación en ella, de manera que China controlará gran parte del mercado agrícola israelí. Por otra parte, Jack Ma, el célebre fundador del sitio de ventas online Alibaba, estuvo en Tel Aviv como miembro de la delegación oficial china y no ocultó su intención de comprar numerosas startup israelíes para obtener acceso a su alta tecnología.

El sector del armamento ha sido el único ámbito de la economía israelí en mantenerse fuera del alcance del apetito chino. En septiembre, el profesor israelí Shaul Horev organizó en la universidad de Haifa –con ayuda del Hudson Institute estadounidense– una conferencia para alertar a los generales del Pentágono sobre las consecuencias de las inversiones chinas. Los expositores señalaron sobre todo que esos contratos exponen el país a un espionaje intensivo, dificultan el uso de los puertos israelíes por parte de los submarinos estadounidenses capaces de lanzar misiles nucleares y los vínculos de Israel con la Sexta Flota de Estados Unidos.

El ex director del Mossad, Ephraim Halevy, cuya vinculación con Estados Unidos es harto conocida, subrayó que el Consejo de Seguridad Nacional nunca deliberó sobre esas inversiones, decididas únicamente en función de aprovechar una oportunidad comercial. La interrogante que habría que plantearse es si Washington autorizó o no ese acercamiento entre Tel Aviv y Pekín.

No debemos equivocarnos sobre las razones que permitieron a China abrir una base militar en Yibuti y parece poco probable que Pekín haya concluido con Washington algún acuerdo secreto sobre esta nueva trayectoria de la ruta de la seda. Por supuesto, a Estados Unidos no le importa que se produzca un derrumbe económico de la Unión Europea. Pero, a largo plazo, China y Rusia van a verse obligadas a ponerse de acuerdo para protegerse de las potencias occidentales. La Historia ha demostrado fehacientemente que estas últimas han hecho todo lo posible –y siguen haciéndolo– por desmantelar a los dos gigantes. Por consiguiente, aunque una alianza entre China y Estados Unidos sería en lo inmediato favorable a Pekín, a la larga acabaría conduciendo a la eliminación sucesiva de Rusia y de la propia China.

Los acuerdos entre China e Israel hacen pensar más bien que, como dijera Lenin, «los capitalistas han vendido la cuerda que servirá para colgarlos».

 

Thierry Meyssan, 31 octubre 2018
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