Es el fascismo ‘de izquierda’ ? (y cómo reconocer su esencia)

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‘Fascismo Liberal’: Por qué el fascismo siempre ha sido un movimiento de izquierda y cómo reconocer su esencia.

En estos tiempos de arrolladora corrección política, cuando bravucones atacan a quienes cuestionan la santa trinidad liberal de la diversidad, la inclusividad y la igualdad, y en los que los medios de comunicación acatan la línea del partido al tiempo que difaman a los disidentes, es fácil ver por qué cada vez más gente llama “fascista” al actual pensamiento grupal progresista. Pero si uno mira la historia, como lo hizo Jonah Goldberg en su libro, Liberal Fascism (“El fascismo liberal”), uno se da cuenta de que esto pasa por alto lo importante: la izquierda de hoy no está simplemente usando tácticas fascistas. No, el fascismo es, y siempre ha sido, un proyecto progresista de izquierda. Lo que hoy llamamos conservadurismo tiene poco que ver con el mismo; de hecho, se trata casi exactamente de lo contrario.

Para comprender esto, primero debemos darnos cuenta de que el fascismo es un movimiento revolucionario, dentro de la tradición de la Revolución Francesa. Como lo expresa Goldberg:

…la Revolución Francesa fue la primera revolución totalitaria, la madre del totalitarismo moderno, y el modelo espiritual para las revoluciones fascista italiana, nazi alemana y comunista rusa. Fue un levantamiento nacionalista-populista, dirigido y manipulado por una vanguardia intelectual decidida a reemplazar el cristianismo por una religión política que glorificara “al pueblo”, consagrara la vanguardia revolucionaria como sus sacerdotes y coartara los derechos de los individuos.

La revolución no es exactamente un tema de conversación conservador, ¿verdad? O considere un programa prematuro de Mussolini, “el padre del fascismo”: algunas de las cosas que estos primeros fascistas querían incluían rebajar la edad mínima para votar, poner fin al servicio militar, revocar los títulos de nobleza, fijar un salario mínimo, construir escuelas “rígidamente seculares” para el proletariado, un gran sistema tributario progresista… en otras palabras, una plataforma clásicamente izquierdista. El fascismo fue, en cierto sentido, una revolución bolchevique sin el internacionalismo. Consecuentemente, muchos progresistas estadounidenses de la época se mostraron muy favorables a Mussolini. Hitler era igualmente anticapitalista y anticonservador. Goldberg escribe:

Los nazis llegaron al poder aprovechándose de la retórica anticapitalista en la que creían indiscutiblemente. Incluso si Hitler era un criptonihilista como lo retratan muchos, es imposible negar la sinceridad de las masas nazis que se veían a sí mismas como organizadoras de un ataque revolucionario contra las fuerzas del capitalismo. Además, el nazismo también enfatizó muchos de los asuntos planteados posteriormente por las Nuevas Izquierdas en otros lugares y tiempos: la primacía de la raza, el rechazo al racionalismo, el énfasis en lo orgánico y holístico (incluyendo el ambientalismo, la alimentación saludable y el ejercicio) y, sobre todo, la necesidad de “trascender” las nociones de clase.

Goldberg deja claro que el fascismo (tanto el fascismo clásico de Mussolini como el nazismo de Hitler; pero también el comunismo como el gemelo igualmente malvado del fascismo) es en esencia colectivista, anticapitalista, antirreligioso (aunque a veces puede usar la religión para promover sus objetivos), quiere controlarlo todo en nombre del bienestar, el progreso y el “bien del pueblo”, utiliza la ciencia como una especie de clase sacerdotal para justificar a los líderes del “movimiento”, odia al individuo y siempre busca el avance del colectivo… sip, exactamente la pesadilla Orwelliana que vemos hoy, mayormente en la izquierda.

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El New Deal de Roosevelt y su Reforma Nacional: lo mejor del fascismo progresista.

Es realmente fascinante y escalofriante cómo Goldberg (re)cuenta la historia moderna de Estados Unidos a través de esta lente; como la historia de Woodrow Wilson y Teddy Roosevelt, que abrazaron exactamente este tipo de pensamiento: ellos fueron personas que veían la constitución como un mero obstáculo en el camino de los grandes líderes y querían el poder absoluto en nombre del “progreso”. Es asombroso leer la historia de Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial y lo que Wilson y toda la banda progresista, incluyendo más tarde a Franklin D. Roosevelt, tenían en sus mentes; personas con una tremenda influencia en el pensamiento progresista hasta el día de hoy. Y decir que la muy glorificada revolución de los años 60 contenía elementos fascistas sería quedarse corto; de hecho, las turbas violentas y hambrientas de poder que acallaban a cualquiera que se opusiera remotamente a sus ideas radicales son inquietantes reminiscencias de lo que pasó en las universidades alemanas en los años 30.

Si todo esto parece confuso, puede deberse a que se trata de un fenómeno engañoso por su propia naturaleza. La utilización de palabras como armas y la torsión de su significado tienen una larga tradición entre los líderes patológicos. Un buen ejemplo es el brillante uso propagandístico que hizo Josef Stalin de la palabra “fascismo” para difamar a todos y a todo lo que no estaba de acuerdo con él al cien por cien – de donde viene el uso obstinado del término por parte de la izquierda de hoy para difamar cosas que no tienen nada que ver con el fascismo. Lo cierto es que los eslóganes y las justificaciones ideológicas cambian, pero la naturaleza profundamente patológica del fascismo permanece, ya se trate del nazismo, del fascismo de Mussolini, del comunismo o del “progresismo” liberal de hoy.

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© Bundesarchiv, Bild 183-R80329 / CC-BY-SA 3.0
Josef Stalin: el hombre que redefinió el significado del “fascismo” con fines propagandísticos.

Por lo tanto, si hemos de tomar en serio el mantra tan repetido de “nunca más”, tenemos que llegar a un acuerdo sobre lo que es realmente el fascismo y cómo es su aspecto. El problema es que su naturaleza patológica lo convierte en un blanco móvil: el fascismo siempre adapta su lenguaje a lo que está de moda. Lo que debemos hacer, entonces, es examinar los principios subyacentes: ¿cuáles son las características que son independientes de los eslóganes ideológicos de hoy día?

Andrew Lobaczewski ha intentado estudiar los regímenes patológicos y cómo llegaron al poder. Después de haber presenciado los horrores del comunismo de primera mano, él y sus compañeros en la entonces Polonia controlada por los nazis miraron el fenómeno desde una perspectiva psicológica y reportaron sus hallazgos en su libro, La ponerología política. Él acuñó el término “patocracia” para describir un régimen que es patológico en el sentido clínico: un sistema que responde a la visión distorsionada de individuos patológicos que buscan corromper a toda la sociedad. Denominó “ponerización” al proceso por el cual una sociedad normal y funcional se transforma en una patocracia: comienza con un conjunto de ideas de intelectuales que parecen prometedoras, pero que son demasiado limitadas, dicotómicas y tienen ciertas características patológicas. Una de ellas es lo que Lobaczewski llama “la declaración esquizoide”: una creencia fundamental de que, dejada a su suerte, la gente siempre será estúpida y cruel, y por lo tanto debe estar firmemente integrada a una estructura poderosa; todo por “el bien de la gente”, por supuesto.

El siguiente paso es que los individuos con diversas patologías vean el potencial de estas ideologías y las utilicen instintivamente para ganar poder. A pesar de su retórica, su objetivo no es hacer del mundo un lugar mejor, sino someter y corromper la sociedad de la “gente normal”, a la que ven como una amenaza. En palabras de Lobaczewski:

Los individuos con diferentes trastornos psicológicos perciben la estructura social dominada por personas normales, al igual que su mundo conceptual, como un “sistema de fuerza y opresión”. En reglas generales, los psicópatas siempre llegan a esa conclusión. Si, al mismo tiempo, existe una gran cantidad de iniquidad en una sociedad determinada, los sentimientos patológicos de injusticia y las declaraciones sugestivas emitidas por individuos con trastornos pueden resonar con aquellos que han sido verdaderamente tratados injustamente. Eso llevará a que sea posible difundir fácilmente doctrinas revolucionarias en ambos grupos, si bien cada uno tendrá razones completamente diferentes para apoyarlas.

El libro de Goldberg se aproxima bastante al abordaje del proceso de ponerización que tuvo lugar en Occidente y, con el conocimiento adquirido en La ponerología política, emerge un panorama desagradable sobre cómo, poco a poco, fuimos conducidos a una trampa. En retrospectiva, es realmente increíble cómo la humanidad pudo haberlo permitido; cómo renunciamos a nuestra individualidad, a las comunidades locales, a la responsabilidad sobre nuestras vidas, a la sabiduría tradicional, y a tanto más, ante los caprichos de un Estado tiránico y fascista enmascarado en sutilezas y en un doble discurso “progresista”, en el que las decisiones de largo alcance se toman tras los bastidores entre las instituciones, los “científicos ilustrados” y las grandes corporaciones ligadas al aparato estatal. ¡Cómo perdimos nuestras voces tanto individualmente como a nivel comunitario para que “ellos” puedan hacernos lo que quieran, delante de nuestras narices y, cada vez más, a nuestras espaldas! ¿Cómo pudimos permitir la completa reingeniería de todo (nuestros valores, nuestras reacciones, nuestro vocabulario, etc.), todo en nombre del “progreso”?

10 principios del fascismo

La imagen del fascismo que surge de la descripción de Goldberg de la historia del pensamiento y las acciones fascistas, desde Wilson hasta Stalin y Hitler, podría condensarse en 10 principios. A continuación se presentan, junto con algunos comentarios sobre cómo se manifiestan en el mundo actual:

1. La declaración esquizoide, es decir, “abandonado a su suerte, el hombre siempre será estúpido y cruel, así que debemos integrarlo firmemente a una estructura vertical”. Para un ejemplo de cómo se desarrolla esto hoy en día, no miremos más allá de la cosmovisión de los “activistas” liberales de hoy en día, donde todo el mundo sin excepción es opresor, racista, misógino y violador potencial. Y si usted piensa que no lo es, entonces simplemente no es consciente de su “sesgo inconsciente”. La solución, según la vieja tradición fascista, es la reeducación masiva y la vigilancia de la palabra y el pensamiento, ¡por supuesto!

2. Para encauzar a la gente (porque no se puede confiar en ellos), necesitamos crear un Estado poderoso (también conocido como Gran Gobierno) que controle todos los aspectos de la vida. Siempre son los fascistas los que piden un Estado poderoso que obligue a la gente a “alinearse”. En su sistema, no está permitido tomar decisiones diferentes; uno marcha o perece. La burocracia impera. Y aunque podemos discutir incesantemente sobre diferentes políticas y sistemas políticos, los límites son claramente sobrepasados cuando el Estado dicta nuestros propios valores y reemplaza a las familias y comunidades locales como el origen del sentido y la ética. Pero éste es precisamente el proyecto fascista: pretender que el Estado-nación, o incluso cierto internacionalismo vago, puede emular el funcionamiento y el sentido de pertenencia que caracterizan a las pequeñas comunidades. Todas las marchas y la ostentación de virtudes, todos los intentos de dictar nuevos valores como la equidad, la diversidad, el veganismo, el no fumar o el dar “consentimiento” regular a tu pareja de baile, la presión moral y también legal sobre las instituciones, las empresas y los domicilios privados… todo ello indica que el Estado se está convirtiendo en la madre devoradora arquetípica que destruye las almas de sus hijos al tratar de protegerlos de sí mismos.

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“Motines, no dietas”: la violencia y la estupidez siempre han sido el sello distintivo del fascismo,

3. Para hacer avanzar nuestra “gran causa por el bien del pueblo”, necesitamos crear un “movimiento”, “movilizarnos”. Mucha gente asocia el fascismo con la guerra. Pero para los fascistas, el punto no es tanto la guerra en sí, sino la movilización. Siempre se trata de hacer que la gente actúe, ya que, la acción triunfa sobre el pensamiento. Considere la locura de que Los Ángeles pinte sus calles de blanco “contra el cambio climático” o trucos publicitarios como romper bombillas de luz normales en Berlín para “protestar” contra su huella energética (irónicamente, si hubiesen hecho esto con bombillas de bajo consumo, esta maniobra no habría sido permitida bajo las leyes de protección del medio ambiente debido a todos los productos químicos y electrónicos que contienen), o toda la locura del #MeToo. Advierta el sabor fascista aquí: no se trata de una discusión inteligente de temas tan complejos como el cambio climático, la política energética o la complicada relación entre hombres y mujeres en la era moderna. No, se trata de la “movilización”, de marchar y gritar, no importa cuán mal definida esté su razón o cuán estúpida sea la causa.

4. Nuestra comprensión avanzada del camino hacia el “progreso” se basa en la ciencia; hay una clase sacerdotal de científicos que pueden decirnos exactamente dónde están los problemas y qué necesitamos hacer. Todos debemos recordar que los marxistas, siguiendo la tradición de Hegel, pensaban que tenían un conocimiento científico de la historia y que podían predecir con precisión el futuro basándose en sus principios “científicos”. Para los nazis, las teorías racistas eran consenso científico, o como podríamos decir hoy: “la ciencia estaba resuelta”, o mejor aún: “una abrumadora mayoría de científicos estaban de acuerdo”. En retrospectiva, es fácil descartar el “materialismo histórico” de Marx o los experimentos de los nazis para probar la superioridad racial de la gente blanca como pseudociencias, pero para la gente de la época era todo lo contrario. Las teorías científicas racistas eran la tendencia dominante incluso antes de los nazis, y en el siglo XIX, la gente realmente creía que la ciencia podía predecir la historia de la misma manera que podía predecir los movimientos de los planetas. Lo mismo sucede hoy en día cuando los “científicos ilustrados” predican su evangelio desde grupos de reflexión, organismos gubernamentales, facultades universitarias y oficinas de prensa. Deberíamos preguntarnos: ¿cómo verán las generaciones futuras los dogmas actuales del ateísmo materialista, el neodarwinismo rígido, el alarmismo por el calentamiento global o la negación categórica de hechos biológicos como las diferencias entre hombres y mujeres por parte de los departamentos de estudios de género? Por no hablar del cheque en blanco médico para envenenar a los niños con hormonas a fin de tratar la “disforia de género”. Y no olvidemos la estafa de la pirámide alimenticia que fue impuesta en el mundo occidental mediante la fuerza fascista, que causa miseria a una escala sin precedentes. Esto no quiere decir que la ciencia no sea importante, por supuesto, pero no nos engañemos: el fascismo siempre utiliza afirmaciones muy extendidas de ortodoxias científicas ideológicas para promover su agenda.

5. Necesitamos romper estructuras tradicionales, lealtades, jerarquías, religiones, clases, etc., “sólo entonces podremos alcanzar nuestras metas progresistas”. Las estructuras tradicionales obviamente se interponen en el camino del cambio radical. El sello distintivo del programa fascista es acabar con todo lo que existió antes y reescribir la historia: en sintonía con el viejo espíritu de la Revolución Francesa, se trata de derrocar violentamente el orden existente, de “trascender las clases” y de eliminar sin piedad cualquier fuente de sentido y cordura psicológica ajena a la agenda progresista. Las familias no caben aquí y son degradadas a meras herramientas para hacer avanzar la ideología. Todos los que están resentidos y amargados por diversas razones tienen libertad para quebrar las estructuras “opresivas” de la gente normal procedentes de generaciones pasadas. Esto va acompañado de una grotesca glorificación de la juventud; la falta de experiencia y sabiduría se eleva como una virtud a los ojos de los fascistas. Los revolucionarios patológicos siempre tratan de hablar con la juventud, probablemente porque las personas mayores están generalmente mejor preparadas para comprender hacia dónde conducen inevitablemente estos programas revolucionarios. Quizás la manifestación más obvia del derribo de las estructuras tradicionales en el mundo actual es el derribo literal de estatuas o la prohibición de obras literarias debido al “lenguaje ofensivo” o a la raza del autor. Cualquier cosa que sea más profunda que la última moda debe ir a la basura para que el desenfrenado Nuevo Orden pueda ser construido.

6. Necesitamos “educar” a la gente, especialmente a los niños. Si las masas se niegan a adoptar el programa radical, es siempre por una “falta de educación” o porque “no transmitimos el mensaje lo suficientemente bien”. En otras palabras, necesitamos propaganda masiva para enderezar a los estúpidos tradicionalistas. Si observamos las políticas educativas de los nazis, los comunistas o los progresistas de hoy en día, son sorprendentemente similares. El contenido y el enfoque ideológico pueden cambiar, pero el principio es siempre el mismo: separar a los niños de sus familias tan pronto como sea posible, debilitar la estructura familiar y colocarlos en instituciones educativas estatales para romper el vínculo entre el niño y la familia, de modo que la principal lealtad del niño esté con el Estado y su ideología. Hoy en día, esto se manifiesta con toda su fealdad en los ideales de la educación postmoderna que utilizan el feminismo para justificar el desamparo de los bebés al cabo de pocos meses, enseñan el relativismo cultural y moral, la igualdad de resultados, la obsesión por el sexo y la “diversidad” y no toleran ningún otro punto de vista. Huelga decir que el adoctrinamiento de la población debe ser total; para ello, los medios de comunicación deben atenerse a las normas las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y siempre atacar a los disidentes.

7. La verdad está sobrevalorada: tenemos que ser pragmáticos. Una mentira a menudo funcionará mejor. Si usted quiere salvar el mundo y hacer que la población marche hacia un nuevo amanecer, una era iluminada de prosperidad e igualdad para todos, se le permite decir algunas mentiras para promover su noble agenda. Y así es precisamente como los fascistas del pasado y del presente ven el mundo. Todo es por el bien de la gente, siempre. Y a veces una mentira es más efectiva para movilizar a la gente por una buena causa, ¿no es así? Ya ve usted, una vez que haya comprendido “completamente” cómo puede conducir a la sociedad a una nueva gran edad de oro, el fin justifica los medios. No es una coincidencia que políticos y activistas parezcan salirse con la suya con mentiras cada vez más escandalosas -una palabra debería bastar como prueba: Hillary.

8. Necesitamos experimentar valientemente y a gran escala. Recuerde: se trata de actuar. Sólo hace falta poner en práctica “reformas” radicales y ver qué pasa, sin importar la ley de las consecuencias imprevistas que dice que es mucho más fácil empeorar las cosas que mejorarlas. Pero los fascistas no quieren mejorar las cosas. Esto requeriría un trabajo duro y humilde, y los fascistas lo odian. Les encanta deleitarse con su poder. Esencialmente, juegan a ser dioses reformando el mundo entero a su propia imagen patológica.

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Racista, homófobo, intolerante, fascista, islamofóbico, nazi, misógino, Hitler… todo esto es una persona que gana una discusión con un liberal.


9. Callar las voces opositoras
. La discusión inteligente puede ser confusa y revelar la infinita complejidad de las cuestiones políticas y éticas. Los fascistas odian esa complejidad, por lo que necesitan sofocar la disidencia o incluso el cuestionamiento más sutil de sus metas e intenciones. Ejemplos actuales incluyen el espeluznante tribunal de Lindsay Shepherd, la violenta confrontación de Bret Weinstein en el Evergreen College y los despiadados ataques contra Jordan Peterson. Ya no debería ser un secreto que los que se atreven a oponerse a las narrativas ideológicas actuales, por muy grotescas que sean (desde el asunto del Novichok hasta el inventado ataque químico en Duma, pasando por el constructivismo social radical y la flagrante promoción de prácticas sexuales perversas en la marcha del Orgullo Gay) son un blanco de ataque. Y sí, ni siquiera se puede insinuar este tipo de cosas en discusiones privadas con amigos, familiares o compañeros de trabajo que han aceptado la narrativa del “movimiento” sin temer repercusiones sociales o incluso profesionales. Piense en eso.

10. La violencia, la guerra, etc. son medios necesarios para alcanzar nuestras metas; en última instancia, todo es por el “bien de la gente”. Hay que romper algunos huevos para hacer una tortilla. Ése ha sido siempre el mantra del revolucionario patológico. Los bandidos fascistas de Antifa son su manifestación actual, al igual que las guerras intervencionistas en nombre de la “compasión”. ¿Y qué es la “movilización” o el “activismo” sino una forma de coerción paramilitar? Estas personas no buscan dar un buen argumento, sino forzarlo a usted a aceptar su versión distorsionada de la realidad. No es de extrañar, puesto que la filosofía postmoderna niega la existencia de la verdad y los valores objetivos y lo ve todo como una jungla de grupos que ejercen un poder primitivo. Con estas premisas, todo lo que uno puede hacer es ser una víctima o victimizar a otros. Los fascistas actuales pretenden ser lo primero mientras son lo segundo.

El conservadurismo sano: ¿Un antídoto contra el fascismo?

Muchos liberales piensan que el conservadurismo significa rechazar obstinadamente el cambio, y que si los conservadores se hubieran salido con la suya en el pasado, seguiría habiendo esclavitud, las mujeres no podrían votar y la homosexualidad seguiría siendo ilegal. El problema es que se trata de un gran argumento de hombre de paja: casi nadie, conservador o no, defiende la esclavitud o la prohibición de la homosexualidad. A los conservadores simplemente no les gusta que los liberales les impongan su estilo de vida radical. Están instintivamente disgustados por los excesos liberales que están obligados a ver, así como a participar en ellos.

En otras palabras, lo que están haciendo los liberales que se quejan de los “conservadores fascistas” es atacar una caricatura, una fata morgana del extremismo conservador. Lo que no entienden es que las actitudes conservadoras deben ser vistas en relación con la sociedad en la que se expresan. Por ejemplo, ¿no estaría usted de acuerdo en que en la Alemania de Hitler, “resistirse al cambio” era algo bueno? ¿Hablar en contra de la transformación radical que los nazis buscaban implementar? Hoy nos encontramos en una situación similar: los llamados (y calumniados como) conservadores hoy en día no son meros tradicionalistas testarudos con una tendencia temperamental hacia una estructura rígida. No, en estos uno pasa a ser un conservador simplemente por plantear preguntas sobre los cambios radicales, la reingeniería radical de todo (desde nuestras relaciones románticas hasta las relaciones internacionales), mediante la fuerza fascista de los “movimientos” y el “activismo”. Una vez más, la resistencia al cambio es una virtud o no dependiendo, obviamente, del tipo de cambio al que se esté resistiendo uno.

Es cierto que el conservadurismo también ha sido secuestrado y convertido, por ejemplo, en “neoconservadurismo” imperialista o cristiano-fundamentalista. Pero el verdadero conservadurismo que se levanta y dice: “basta, tenemos valores profundos e importantes que son el fundamento de la humanidad y vemos de qué se tratan sus juegos de poder”, parece ser la actitud correcta hacia el fascismo. O, como dijo Goldberg, no se trata de estar en contra del cambio per se. Eso sería ridículo. Se trata más bien de preguntarse: ¿qué cambio y por qué, precisamente? ¿A qué costo? Se trata de cuestionar el cambio radical basado en conceptos mal definidos y mirar los detalles.

Tal vez más al grano, el conservadurismo sensato podría ser simplemente lo que Andrew Lobaczewski llamó la cosmovisión natural de la “gente normal”, en oposición a la percepción completamente diferente de quienes están psicopatológicamente retorcidos y buscan imponer su vida interior moribunda a la sociedad. Así es como él lo describe:

Los psicópatas comienzan a soñar con una especie de utopía de un mundo “feliz” y de un sistema social que no los rechaza ni los obliga a someterse a leyes y costumbres cuyo significado les resulta incomprensible. Sueñan con un mundo en el que su forma simple y radical de experimentar y percibir la realidad domine la sociedad, asegurándoles así, por supuesto, seguridad y prosperidad. En este sueño utópico, imaginan que aquellos “otros”, diferentes pero a su vez más habilidosos, deben ser obligados a trabajar para permitir que los psicópatas y otros miembros de su grupo alcancen esa meta. “A fin de cuentas”, dicen, “nosotros crearemos un nuevo gobierno justo”.

Los líderes patocráticos creen que pueden lograr un estado en el que la mente de aquellas “otras” personas se vuelva dependiente, a través de los efectos que generan su personalidad, los métodos pedagógicos pérfidos, los medios de desinformación masiva y el terror psicológico; asumen que dicha creencia es algo evidente. En su mundo conceptual, los patócratas estiman que es prácticamente un hecho que los “otros” vayan a aceptar su forma obvia, realista y simple de percibir la realidad. Sin embargo, por alguna misteriosa razón, los “otros” se las ingenian para escapar, se escabullen y se ríen entre sí de los patócratas. Estos últimos asumen que alguien debe ser responsable por esto: quizás sean los ancianos de antes de la revolución, o alguna estación de radio extranjera. Se vuelve entonces necesario mejorar el método de acción, hallar mejores “ingenieros del alma” con cierto talento literario, y aislar a la sociedad de la literatura inapropiada y de toda influencia extranjera.

Por ende, el conflicto es dramático para ambas partes. Las personas normales sienten que se está insultando su humanidad, que el sistema los está volviendo obtusos y los obliga a razonar en forma opuesta a lo que dicta el sentido común sano. Los patócratas rechazan la premonición de que, en caso de que no logren sus objetivos, tarde o temprano el gobierno volverá a estar en manos del hombre normal, y los juzgará según una vengativa falta de comprensión acerca de su personalidad.

En otras palabras, los fascistas (o “patócratas”, como los llamaba Lobaczewski) están aterrorizados por el “gobierno de la gente normal” y, por lo tanto, atacan vilmente hasta al más elemental sentido común por ser “conservadores” o incluso “de ultraderecha”, y a sus defensores por ser “deplorables”, según las infames palabras de Hillary Clinton. Pero aferrarse al sentido común y a los valores tradicionales es una sana reacción de la gente normal a la dominación cada vez mayor de individuos patológicos en posiciones de poder. Por supuesto, esto es inadmisible para los fascistas patocráticos, así que si no pueden culpar a la estupidez de los “deplorables”, también conocidos como los “viejos pre-revolucionarios”, entonces debe ser (¡tachán, tachán!) “la intromisión rusa”. Es asombroso cómo el análisis de Lobaczewski predice con precisión el comportamiento del establishment liberal-fascista actual.

Antisemitismo y política de identidad

Cuando hablamos del fascismo, también deberíamos tocar brevemente el tema candente del antisemitismo – porque esto es algo que mucha gente atribuye al fascismo y no al izquierdismo. Pero esto está lejos de ser la verdad completa. Mientras que Hitler, por supuesto, hizo que el odio a los judíos alcanzara niveles genocidas completamente inéditos, el fascismo de Mussolini no era antisemita en absoluto hasta que se sometió al poder de Hitler. En contrapartida, el antisemitismo en la izquierda siempre ha prevalecido. Goldberg escribe:

Sí, los nazis eran antisemitas de primera categoría, pero el antisemitismo no es en absoluto un fenómeno de la derecha. Es un hecho ampliamente reconocido, por ejemplo, que Stalin era antisemita y que la Unión Soviética era, en efecto, oficialmente antisemita (aunque mucho menos genocida que la Alemania nazi; en lo que respecta a los judíos). El mismo Karl Marx (a pesar de su herencia judía) odiaba intensamente a los judíos, denunciaba en sus cartas a los “judíos sucios” y denunciaba a sus enemigos con frases como “judío semejante a un negro”.

¿Y cómo podría ser de otro modo, teniendo en cuenta que las políticas de identidad no son más que otra forma de racismo? Para los fascistas progresistas, todo lo que cuenta es la pertenencia a un grupo, principalmente racial. Si uno ha adoptado esta ideología patológica, nada le impide convertirse en Hitler y ver a un “judío” como alguien con características perennemente inmutables y negativas. Este peligro se ve amplificado por la amarga ironía de que muchos judíos también participan en la política de identidad con su apoyo acrítico al sionismo y la primacía étnica que lo acompaña.

Consideremos la situación explosiva en la que nos encontramos hoy en día: por un lado, hay una gran reacción contra la corrección política, los Guerreros de la Justicia Social (SJW, por sus siglas en inglés) y el extremismo izquierdista dominante, también conocido como fascismo, de parte de lo que hoy en día se considera de “derecha” o “conservador”. Muchas de esas voces son judías, como los miembros judíos de la llamada “red oscura intelectual”. Justo ahí, tenemos un blanco para el antisemitismo “progresista”. Los izquierdistas están dispuestos a eso porque todo su pensamiento está dominado por categorías raciales. Luego está la controversia de Israel: la mayoría de los que hablan en contra de la actual locura fascista se identifican como proisraelíes, incluyendo por supuesto a muchos judíos.

Todo esto crea mucha confusión respecto a todas estas etiquetas y campos políticos (como si no tuviéramos ya suficiente confusión). El problema es que aquellos que se oponen a la postura ciega a favor de Israel a menudo están en la izquierda, y de hecho del lado de los Guerreros de la Justicia Social. Pero en este caso, tienen algo de razón: no importa lo que uno piense políticamente sobre la cuestión de Israel/Palestina, disparar a niños inocentes o acosar al azar a la gente sólo porque uno odia su etnia es censurable, y punto. Incluso si uno acepta el resto de la postura israelí (el derecho absoluto a defenderse, el derecho de los judíos a la tierra santa, que los palestinos son los culpables de todo lo que les ha sucedido desde 1948, etc.) simplemente no hay un universo moral en el que uno no esté obligado a denunciar los terribles excesos de Israel. Pero eso no es lo que sucede y, tristemente, a muchos judíos (y expertos conservadores en la materia) les han lavado el cerebro para que justifiquen y toleren hasta las más horrendas aventuras genocidas de “su” Estado y no se avergüenzan de llamar a cualquiera que señale esta verdad obvia como “antisemita”.

En definitiva, parece la tormenta perfecta: ¿cuánto falta para que los liberales de hoy vuelvan a culpar a los judíos por los males del mundo? Y cuando el antisemitismo ataque de nuevo, ¿quién creerá a los que están en contra si el concepto ha sido desgastado y se ha vuelto ineficaz a causa de la propaganda israelí durante tanto tiempo? No es tan difícil imaginar un escenario donde los llamados antifascistas y sus hermanos progresistas adopten el fascismo en el pleno sentido hitleriano, con el antisemitismo y todo lo demás. Ironía de ironías. Pero, ¿qué se puede esperar de una historia en la que los protagonistas patológicos se han metido en la cabeza de la gente redefiniendo y convirtiendo las palabras y las etiquetas en armas?

Cuidado con los nuevos movimientos

La lección que todos debemos aprender de la locura progresista de la izquierda, así como de los libros de Goldberg y Lobaczewski, es que el fascismo puede venir en todas las formas y colores. Las ideologías, las palabras de moda, las “cosas que hay que hacer por el bien de la gente” siempre pueden cambiar. Sin embargo, lo que permanece es la esencia del fascismo y su naturaleza revolucionaria, autoritaria y jerárquica, que puede ser reconocida.

Al leer sobre la historia del descenso de Occidente al fascismo, parece que cada pequeño paso en el establecimiento de esta mentalidad fascista y la implementación de su plan tuvo éxito porque, a pesar de que a la mayoría de la gente no le gustaba, también miraron para otro lado porque no parecía importante o porque pensaban que en realidad no afectaba tanto su vida. Pero en conjunto, a lo largo de la historia, fuimos completamente corrompidos y llevados a aceptar la autoridad total del Estado y sus sacerdotes, y nuestra total dependencia del mismo. Mire a Jordan Peterson y su escándalo de los pronombres. La gente siempre dice “no es gran cosa, no afecta mi vida, tal vez incluso es una buena idea”, etc., pero estas cosas representan exactamente los pequeños pasos hacia un fascismo cada vez mayor.

Debemos tener en cuenta estos mecanismos porque está claro que veremos surgir nuevos “movimientos” de oposición a la patológica política izquierdista de hoy en día, y está igualmente claro que estos movimientos estarán sujetos al mismo proceso de ponerización que se describe en La ponerología política. Incluso si las ideas iniciales son más o menos buenas, sin el conocimiento psicológico adecuado y, yo diría, la sabiduría espiritual, estos movimientos mismos degenerarán rápidamente en fascismo de una forma u otra.

Tal vez sería un buen ejercicio echar un vistazo a los 10 puntos mencionados arriba cada vez que alguien presente su “gran programa científicamente informado” para finalmente “volver a encaminar a la humanidad” aplicando tal o cual visión universalmente como si fuera la fórmula científica mundial para la salvación espiritual. Entonces lo podemos verificar: ¿Ese líder o movimiento quiere romper las estructuras tradicionales? ¿Quiere reeducar a las masas y especialmente a los niños? ¿Se trata de “activismo” -actuar audazmente ahora, hacer preguntas después? ¿Se esfuerza por lograr un cambio radical, especialmente cuando se trata de valores y virtudes tradicionales? Lo más probable es que cualquier movimiento que surja muestre algunas o muchas de estas características o las desarrolle rápidamente una vez que gane algo de tracción.

Entonces, ¿qué nos queda por hacer? Concuerdo con Jordan Peterson: ningún movimiento, ningún partido, ningún líder y ninguna visión científica de algún genio puede “salvarnos”. Nuestro crecimiento espiritual depende de nosotros como individuos. O aceptamos la carga de sufrimiento que la vida conlleva inevitablemente, nuestra responsabilidad individual y la humildad que eso acarrea, o podemos ser arrastrados a la muerte espiritual por las fuerzas mefistofélicas que siempre nos prometen iluminación, progreso y un nuevo amanecer dorado… si tan sólo ofrecemos nuestras almas.

Luke Baier, 14 julio 2018

 

Fuente

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