DOSSIER: El impulso del imperialismo británico al terrorismo yihadista – por Martin Bright

blair hermandad

En 2006 llegaron al diario británico The Observer una colección de documentos del Foreign Office sobre las conexiones del gobierno laborista, a través del servicio secreto MI6, con los yihadistas.

El primero era una carta de Michael Jay, el principal mandarín del Foreign Office. Fechada un año antes de las bombas en Londres de 2005, avisaba de que la guerra de Irak estaba alimentando el extremismo musulmán en Irak, algo que el Primer Ministro, el laborista Toni Blair, había negado constantemente.

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Un segundo documento revelaba unos planes para una campaña contra el extremismo islámico mediante la infiltración en grupos yihadistas a través de internet.

Las filtraciones fueron impulsadas por un artículo que yo había escrito a mediados de agosto sobre las relaciones del Consejo Musulmán Británico (MCB) con los yihadistas radicales. El artículo coincidió, por pura casualidad, con un controvertido programa de Panorama sobre el mismo tema, que causó un serio desacuerdo entre la BBC y el MCB.

El MCB tuvo sus orígenes en políticos sectarios de Pakistán y la influencia de esa organización implicaba que otras voces, más liberales, serían marginadas.

Lejos de representar las tradiciones más progresistas o puramente espirituales dentro del islam, la dirección de la MCB toma su inspiración del islamismo político asociado con movimientos de la oposición más reaccionaria de Oriente Medio y el sur de Asia. Iqbal Sacranie, entonces dirigente del MCB, y su portavoz de prensa Inayat Bunglawala, han expresado su admiración por Maulana Maududi, el fundador del partido pakistaní Jamaat-e-islami, comprometido con el establecimiento de un Califato Islámico regido por la shariá.

Los orígenes del MCB se remontan al asunto de los Versos Satánicos, cuando Iqbal Sacranie se destacó como dirigente de la oposición a la novela de Salman Rushdie.

La idea de una organización-paraguas para el islam británico surge cuando Michael Howard era Secretario de Interior en el último gobierno conservador. Pero fue tomada con particular presteza por Jack Straw, siempre con la vista puesta en sus electores musulmanes en Blackburn, y la organización se funda oficialmente en noviembre de 1997. Straw encabezó la causa, primero como secretario de Interior y luego, tras la elección de 2001, como secretario de Exteriores. Mientras estaba en el Foreign Office, Straw estableció un departamento autónomo, ahora denominado “Grupo de Relaciones con el Mundo Islámico”, en donde la influencia del MCB sigue siendo fuerte.

Las filtraciones que recibí estuvieron motivadas por la preocupación dentro del Foreign Office sobre los acuerdos que dicho departamento estaba haciendo con el islamismo radical. Los documentos versaban sobre asuntos variados: un intercambio de emails sobre una escisión en el gabinete en torno a la prohibición de partidos extremistas; un informe sobre el conocimiento por parte de Gran Bretaña de los vuelos de la CIA; detalles de las negociaciones del Foreign Office con el movimiento de la oposición islámica radical en Egipto, los Hermanos Musulmanes; e incluso una filtración sobre la investigación de las filtraciones a The Observer.

Cuando se aproximaba el aniversario de las bombas del 7 de julio de 2005, siguientes descubrimientos me permitieron demostrar que el grupo de trabajo “Preventing Extremism Together” gubernamental, fundado tras los atentados, era un ejercicio de cosmética.

Como resultado de la publicación de las filtraciones, fui contactado en primer lugar por el equipo de Policy Exchange y después por Channel 4 para examinar las amplias implicaciones de los documentos filtrados. En vez de abordar la ideología que alimenta el terrorismo, el gobierno apoya una estrecha versión de la religión.

Los documentos demuestran que el gobierno laborista siguió una política de apaciguamiento hacia el islam radical que puede tener graves consecuencias para Inglaterra. Algunas de las comunidades musulmanas de Inglaterra se senten amordazadas por la alianza del gobierno con los islamistas. El gobierno ha favorecido una versión del islam altamente politizada.

En diciembre de 1972 un oscuro mandarín del Foreign Office regresaba de un viaje por Oriente Medio convertido en una persona muy confusa. Como la mayoría de funcionarios y expertos de la época, James Craig creía que la principal amenaza a los intereses británicos en la región venía de los nacionalistas árabes y de los marxistas revolucionarios. Pero como buen diplomático que era, Craig mantuvo sus oídos abiertos, y el rumor en la calle era intrigante: en Jordania y Líbano, el arabista de 48 años de edad escuchó rumores de un resurgimiento islamista.

Craig escribió a Sir Richard Beaumont, embajador británico en Egipto, que había recogido rumores de un resurgimiento similar en Egipto y los compartió con el personal de las embajadas en Oriente Medio para alertarlos y pedir respuestas. “Una teoría que escuché en Beirut era que, ante el fracaso del nacionalismo árabe, la gente estaba virando hacia la alternativa de nacionalismo islámico. Repliqué que también esto había fracasado; efectivamente, fracasó hace mucho. La respuesta fue que la cantidad de tiempo transcurrida desde ese fracaso hacía posible intentarlo una segunda vez”.

En la época de la carta de Craig las respuestas, reveladas en documentos del National Archive desclasificados en 2003 fueron negativas casi por entero. En Líbano el embajador escribió: “Le mantendremos informado de los hechos, pese a que no esperamos que esto sea importante en el futuro cercano”. Nuestro hombre en Jordania dijo a Craig: “No vemos señales de un resurgimiento fundamentalista islámico aquí”. Jerusalén simplemente afirmó: “No vemos señales en la Franja occidental de un resurgir islamista”. Solamente R.A. Burroughs, embajador británico en Argelia, había empezado a recoger los mismos mensajes que Craig y Beaumont. Informaba de que los “síntomas” de un resurgimiento islamista no eran difíciles de encontrar. De hecho, Craig y Beaumont habían tropezado con la reactivación de la Hermandad Musulmana, conocidos en árabe como Jamiat al-Ikhwan al-Muslimin. Fundada por Hassan al-Banna en 1928, llamaba a un regreso a los principios del islam y al establecimiento de la shariá. Pese a que a menudo se presentan como “moderados” en comparación con los psicópatas yihadistas de Al-Qaeda, la consigna de la Hermandad sigue siendo hoy “Alá es nuestro objetivo. El profeta es nuestro guía. El Corán es nuestra constitución. La yihad es el camino. Morir por Alá es nuestra más alta esperanza”.

La Hermandad Musulmana fue brutalmente eliminada en Egipto tras un intento de asesinato del presidente Nasser en 1954 y una creencia común la consideraba como una fuerza desaparecida. De hecho, sus miembros se reagruparon en el exilio en Oriente Medio y en 1981 el Presidente Sadat fue asesinado por cuatro miembros de una escisión de la Hermandad. Sadat fue asesinado por islamistas pese a haberse acercado inicialmente a la Hermandad para distanciarse del panarabismo de izquierda de su antecesor y para demostrar sus devotas credenciales musulmanas. Liberó a miles de islamistas de prisión, legalizó la Hermandad e hizo de la shariá “la principal fuente de toda la legislación pública”. El destino de Sadat es una lección objetiva de lo difícil que es asimilar al tigre islamista.

Craig se convertiría en embajador británico en Arabia saudí y Siria. El 27 de abril de 2004 el Guardian decía que era uno de los 52 ex diplomáticos que avisaron al primer Ministro de que la política que estaba llevando a cabo con Estados Unidos sobre el problema árabe-israelí e Irak era un error. Con el tiempo, Craig se alineó con el consenso general del Foreign Office, concluyendo que hablar de un resurgimiento islamista era exagerado. Ahora admite que se quedó tan sorprendido como cualquiera por la revolución islámica iraní en 1979. Esta posibilidad estaba tan lejos de las mentes del Foreign Office en 1972 que Irán era uno de los pocos países de Oriente Medio que Craig no consultó en 1972. Pero Burroughs en Argelia conocía el futuro: un partido islamista, el Frente Islámico de Salvación, venció al gobierno del Frente Nacional de Liberación nacionalista en la primera vuelta de las elecciones a finales de 1991, para encontrarse con que los militares suprimieron la segunda vuelta a principios de 1992. La amarga guerra civil entre el gobierno y los islamistas que siguió costó más de 100.000 vidas.

Han pasado tres décadas desde la carta de Craig, y otro hombre en el Foreign Office intenta desesperadamente luchar a contracorriente. Esta vez nadie duda de la “vuelta del nacionalismo islámico”: la inevitable marcha del islam político se acepta a ciegas ahora en los círculos del Foreign Office igual que se negó como una cómica curiosidad histórica en 1972. Algunos han llegado a elaborar planes para una alianza abierta con la Hermandad Musulmana, la principal fuerza en Egipto tras las elecciones de 2005 con 88 diputados en una Asamblea Popular de 454 escaños. El 23 de junio de 2005 Derek Plumby escribía al director político del Foreign Office, John Sawers: “Detecto entre nosotros la tendencia hacia el acuerdo por el acuerdo; a confundir ‘compromisos con el mundo islámico’ con ‘compromisos con el islamismo’, y a menospreciar los aspectos ocultos para nosotros contenidos en las probables políticas exteriores y sociales de los islamistas, si alcanzaran el poder en países tales como Egipto”. En su carta, Plumby recomendaba una precaución extrema, sugiriendo que el Foreign Office se confundiría si creía que el compromiso afectaría de algún modo la futura dirección de la Hermandad Musulmana. “Sospecho que habrá relativamente pocos contextos en los que seamos suficientemente capaces de influenciar los planes islamistas”. Plumby había sido avisado de los movimientos en la política respecto a la Hermandad Musulmana en una mesa redonda sobre compromisos con islamistas en el mundo árabe, que había tenido lugar en París el 1 y 2 de junio de 2005. Esa mesa redonda incluía a funcionarios de toda Europa, que escucharon a académicos y analistas expertos en el área. Publiqué los primeros detalles de la carta de Plumby en el New Statesman en febrero, pero también tengo una copia de una circular interna del Foreign Office resumiendo detalles de la mesa redonda que había causado a Plumby tal preocupación. La carta la dirige Angus McKee, alto funcionario del departamento de Oriente Medio y norte de África en el Foreign Office, a Frances Guy, jefe del grupo “Relaciones con el Mundo Islámico”, que también desempeña un papel importante en el trabajo con los musulmanes británicos. Pese a que la carta se considera un informe objetivo del debate en torno a si los gobiernos occidentales debieran establecer conversaciones con los islamistas, revela que los altos funcionarios no estaban preguntando si Inglaterra debía llegar a acuerdos con los radicales islámicos sino, más bien, cómo hacerlo.

La lista de países en los que ahora se comprueba una presencia islamista significativa fueron precisamente los países contactados por Craig en 1972: Marruecos, Argelia, Egipto, Palestina, Jordania, Siria y Líbano. Pero ahora el consenso parece ser que los islamistas intervinientes en los procesos políticos en Oriente Medio debieran ser buscados como socio en la reforma de las estructuras democráticas en la zona. Olivier Roy, del CNRS en París y autor de “El fracaso del islam político” se ve mencionado de forma aprobadora en el resumen de Angus McKee, diciendo que las tradicionales políticas occidentales de contención y represión hacia los islamistas han sido un fracaso. “El argumento de que el autoritarismo crearía una sociedad secular que llevaría por sí misma a la democracia se ha demostrado erróneo”, afirmaba Roy en el encuentro. “Ahora tenemos regímenes incapaces de reforma, que en la práctica han aumentado el atractivo del islamismo. Si occidente esta interesado en reformas, tendría que considerar cómo integrar a los islamistas en el sistema político”.

El atractivo de los diversos movimientos islamistas se discute en detalle, y puede resumirse de la siguiente manera: se oponen a regímenes opresivos o a un ocupante extranjero; tienen un mensaje anticorrupción seductor; tienen habilidad para implantar estructuras de asistencia social alternativas a las proporcionadas por el Estado. Bajo el titular de “Motivos para el acuerdo”, el informe de McKee en la mesa redonda de París incluso sugiere que podría resultar beneficioso dar ayuda a los grupos islamistas en vez de a los gobiernos: “Dado que los grupos islamistas están a menudo menos corrompidos que la generalidad de las sociedades en las que operan, debiera considerarse canalizar recursos de ayuda a través de ellos, en la medida en que se disponga de suficiente transparencia”.

McKee dice que en París ningún momento no se discutió sobre la ideología islamista, ni sobre las consecuencias de la principal preocupación de Derek Plumby, la llegada al poder de un partido islamista. A veces, el análisis es lamentablemente de una visión muy corta: solo unos meses antes de que Hamas ganara las elecciones palestinas, Angus McKee pudo hacer una afirmación sobre los islamistas palestinos: “Muchos quieren participar en el sistema político, pero temen asumir poder y responsabilidad. Para Hamas, el convertirse en parte del Gobierno podría indicar una complacencia de su parte en entablar un diálogo con Israel, una noción a la cual se opone implacablemente”.

Al final fueron los daneses quienes aportaron su política pragmática de no negociar con Hamas como tal, pero llegar a negociaciones con todos los políticos electos, incluso si pertenecía a partidos islamistas. Era una estrategia que el Foreign Office encontró atractiva, y parece ser admisible que ese principio orientara las discusiones posteriores sobre la negociación con la Hermandad Musulmana sin aparentar conversar con grupos extremistas. Pese a la alta sintonía del Foreign Office con los islamistas, Angus McKee sin embargo se sorprendió del enfoque “directo” de Alemania de permitir a sus representaciones negociar con cualquiera que “pudiera llegar al poder en un plazo de cinco años”.

En su carta al director político del Foreign Office, John Sawers, de 23 de junio de 2005, Plumby acepta conversar con los islamistas. Las preocupaciones de Plumby giran en torno a negociaciar sin un detallado conocimiento de lo que el gobierno británico espera obtener de ello. Pero tiene sospechas de que el gobierno ya ha adoptado una política general de compromiso, sin tener en cuenta las consecuencias para determinados países. “Si entramos en una postura que considere un principio general [esa negociación] entraremos en dificultades específicas en determinados países, incluyendo éste. Visto desde aquí, sería mejor adoptar una postura para cada país individual, en orden a seguir nuestros objetivos mundiales de reforma. Los principios generales debieran ser de aplicación universal (democracia, libertad de expresión, respeto a los derechos humanos, etc.)”. Pero la sugerencia de Plumby de que sería mejor continuar tras el telón, recogiendo información país por país sobre la Hermandad Musulmana, fue aparentemente rechazada a favor de la adopción de un principio general de acuerdo con los islamistas.

Las conversaciones de París llevaron en 2005 a la difusión de un informe sobre las políticas de la Hermandad Musulmana titulado “La Hermandad Musulmana, ¿terroristas?”. Este documento, muy revelador, subraya la historia de esa organización y es un convincente argumento para llegar a acuerdos con la versión moderna y reformada del movimiento. Un mes después de la reunión en París, el Foreign Office se orientaba hacia una política de compromiso total, pese a las preocupaciones de Plumby.

El análisis del Foreign Office está en profunda sintonía con la Hermandad Musulmana, prohibidos en Egipto, y se muestra crítico con los intentos del presidente Hosni Mubarak de demonizar a la organización como “terrorista”. El autor es también Angus McKee, quien se muestra como una de las principales fuerzas impulsoras tras la facción del Foreign Office favorable al acuerdo, o al menos un efectivo abanderado de la política previa. “Se trata de una política consistente, que, junto con detenciones periódicas y otros acosos, intenta mantener a la Hermandad Musulmana ‘dentro de la caja’. Sin embargo, pese a ello, la Hermandad Musulmana siguen siendo la mayor y más efectiva oposición en Egipto. Su capacidad para movilizar apoyo y su crítica del actual sistema son mucho mas efectivas que las de los partidos de la oposición oficiales”.

A medida que se desarrollaban las conversaciones en el verano de 2005, los mandarines del Foreign Office hicieron circular un informe con el título “Debemos hablar con los islamistas políticos en Oriente Medio, y no sólo en Irak”. Fue redactado por Richard Murphy, Asistente al Secretario de Estado de Estados Unidos para Asuntos de Oriente Medio en el gobierno Reagan, y por Basil Eastwood, antiguo embajador británico en Damasco, una impresionante pareja en la propaganda interna de guerra del Foreign Office. Los dos veteranos arabistas escribían que ellos habían dialogado con “un pequeño grupo de gente cercanos a las diferentes ramas nacionales de la Hermandad Musulmana, con Hamas y con Hezbollah”. Su entusiasmada conclusión era a favor del diálogo. En esencia, categorizan la ideología islámica de la Hermandad Musulmana en tres campos: el “islam oficial” de los regímenes de Oriente Medio y Asia, que desprecian por no liberal y antidemocrático; el “islam yihadi” de Al Qaeda y otros grupos, comprometido con la violencia como estrategia revolucionaria, y el “islam político”, que busca reformas en el islamismo a través de procesos democráticos.

Las tesis de Murphy y Eastwood a favor de los acuerdos con los islamistas son claras y ordenadas y se resumen en el siguiente párrafo: “Tal vez la mejor prueba a su favor [de los islamistas políticos] es el hecho de que son duramente criticados por musulmanes extremistas que abogan por la violencia para implantar una dirección clerical autoritaria. Porque, cuando se trata de política, los musulmanes no están más unidos que los cristianos. El islam político varía de un país a otro, pero existen diferencias mucho más grandes entre los islamistas políticos y el ‘islam oficial’ por una parte y entre ellos y los yihadistas por otra. Incluso dentro del islam suní (ortodoxo) hay grandes divisiones entre los exponentes del ‘islam oficial’, los islamistas ‘políticos’ que buscan cambios pero no abogan por la violencia para derrocar regímenes y los yihadistas, los extremistas islámicos que sí lo hacen”. Los autores no aclaran que las tres ramas que identifican no están tan definidas como ellos quisieran. En el mundo musulmán individualmente, muchos pasan fácilmente de una categoría a otra, o bien ocupan dos o más a la vez.

En efecto, Murphy y Eastwood abogan por un diálogo inmediato con el islam político para evitar una conflagración y su conclusión es apocalíptica: “Creemos que los gobiernos del G8 deben ahora, tal vez de forma indirecta, entrar en diálogo con dichos movimientos e implicarlos en la vía de la sociedad civil del proyecto ‘Broader Middle East Initiative’ del gobierno Bush. Si queremos evitar un choque de civilizaciones entre el islam y occidente (o, incluso más serio, con en islam en occidente) y si somos serios respecto a las reformas en Oriente Medio, tenemos que negociar con aquellos que luchan por adaptar su fe al mundo como es ahora, y no como era en los tiempos del Profeta”. Es fácil ver que este tipo de argumento clásico de “tercera vía” puede parecer atractivo a funcionarios deseosos de agradar a los ministros del Nuevo Laborismo proclives a las políticas de compromiso y triangulación. No sorprende que venciera a los enfoques más cautos de funcionarios como Plumby.

En enero de 2006, después de que la Hermandad Musulmana lograran un quinto de los diputados en las elecciones egipcias, el Foreign Office aprovechó la ocasión para cambiar su política sobre ellos, algo que llevaba preparando algún tiempo. Un memorándum a los ministros fechado el 17 de enero de 2006 subrayaba las opciones preferidas:

– “Incrementar la frecuencia de contactos de trabajo con los parlamentarios de Hermandad Musulmana (que no abogan por la violencia), especialmente con los miembros de comités parlamentarios.
– Cambiar el contenido de nuestro diálogo para centrarlo en comunicar nuestra política, así como estar en actitud de escucha
– Animar a otros países a adoptar una política similar de compromiso, incluyendo a la Unión Europea y a los Estados Unidos”.

Pese a que el documento afirma que ese cambio en su política tiene la aprobación de “Egipto” (es decir, de Plumby), el razonamiento tras las modificaciones parece estar en contradicción directa con lo que el embajador en El Cairo había dicho en su carta de junio de 2005, sobre no caer en el autoengaño de pensar que podamos usar nuestros contactos para influenciar sobre los islamistas políticos. El informe, que fue trasladado al entonces Secretario de Exteriores Jack Straw y al ministro de Oriente Medio Kim Howells afirmaba: “El incremento de los contactos puede ayudar a desanimar la radicalización. Interactuar con el ‘islam político’ es un importante elemento de nuestra estrategia contenida en el ‘Compromiso con el Mundo Islámico’ y debiéramos intentar influenciar estos grupos, que a menudo tienen una significante influencia en las ‘raíces’. También nos da la oportunidad de poner en duda su percepción de Occidente, incluyendo al Reino Unido, y sus recetas para resolver los desafíos respecto a Egipto y el área”.

La posición del gobierno británico fue clarificada en las respuestas parlamentarias a principios de 2006, en respuesta al ministro en la sombra conservador Michael Gove. Preguntado sobre los contactos entre el gobierno y la Hermandad Musulmana desde septiembre de 2001, Kim Howells respondía el 11 de mayo de 2006: “Funcionarios británicos han tenido contactos con miembros del parlamento egipcio, incluyendo contactos ocasionales con miembros de la Hermandad Musulmana desde septiembre de 2001. Los funcionarios también se han reunido con representantes de la Hermandad Musulmana en Jordania, Kuwait y Líbano. Además, los funcionarios han tenido contactos limitados con la Hermandad Musulmana en Siria, cuyos dirigentes están exiliados en Londres”. Interpelado en los Comunes el 23 de mayo por Keith Simpson, un portavoz de Asuntos Exteriores en la sombra conservador, sobre si algunos de los individuos con los que el gobierno estaba hablando estuvieran relacionados con el terrorismo, las respuestas de Howells fueron incluso mas reveladoras: “Ciertamente no tengo información sobre ello, y no tengo conocimiento de que alguien con los que hemos hablado estuviera relacionado con tales actos. El Honorable Caballero recordará, sin duda, que este Parlamento tiene alguna historia de conversar con organizaciones terroristas como el IRA. Me esforzaré en asegurar que no nos comprometemos con nadie que abogue por el terror, sea islamista o de otro tipo, que amenace matar a gente inocente”. La respuesta de Howells apunta a la profunda confusión dentro del gobierno sobre como enfrentarse a este desafío. Y plantea la pregunta de si contempla a la Hermandad Musulmana como una organización terrorista, o no.

¿Quién se beneficia de llegar a tales organizaciones? Ciertamente la Hermandad Musulmana sabe aprovechar tal aparente incertidumbre. El 2 de junio de 2006, el boletín semanal de la Hermandad Musulmana publicado en Londres informaba de la sesión de la Cámara de los Comunes del 23 de mayo con evidente alegría. Con el titular de “La Hermandad Musulmana domina las sesiones parlamentarias británicas”, aplaude la nueva postura de Gran Bretaña sobre el diálogo y se congratula de su éxito al colocarse como un destacado protagonista en Egipto. Promoviendo el diálogo, el gobierno británico ha reforzado por tanto la credibilidad internacional de la Hermandad Musulmana. El acuerdo no es una calle de un solo sentido, claramente.

Martin Bright, 29 septiembre 2004

Fuente original

Fuente resumen/traducción

 

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