Nuestro Hitler malo de cada día

 

La Historia conocida de la humanidad, que entre una cosa y otra abarca algo así como unos 10.000 años, está llena de grandes personajes; algunos reales, otros probablemente solo mitológicos y algunos casi seguramente mezcla de ambas cosas. La cuestión es que, de todos ellos, solo recordamos a algunos. El resto duerme plácidamente bajo el polvo que cubre los libros y los documentos originales, en los estantes de las bibliotecas de erudición que solo consultan los especialistas.

Hay varias razones por las cuales esto es así. En primer lugar está la cantidad: es prácticamente imposible retener en la memoria humana  los nombres de todos los grandes personajes más alguna noción sobre qué hicieron y qué significaron para que la posteridad los considere “grandes”. Entre quienes leen bastante, algunos posiblemente recuerden a Pedro el Grande de Rusia y a Federico el Grande de Prusia. Con más lectura se podrá recordar a Alejandro Magno de Macedonia y, con muy buena memoria, quizás algunos recuerden las clases de Historia del colegio secundario y a Sargón el Grande de Arcadia. Para el resto están las memorias electrónicas, Google, y, si todo falla, siempre se puede probar con la Wikipedia.

En segundo lugar, más allá de los personajes propiamente dichos, la Historia que realmente conocemos, la que realmente tenemos en mente y consideramos en nuestras reflexiones, nunca es toda la Historia. Es la Historia que conocemos, la que leímos o la que nos explicaron y contaron los que nos enseñaron. De modo que no hay ninguna garantía en cuanto a que los “grandes personajes” hayan sido realmente “Grandes” porque en todos los relatos de carácter histórico los que se destacan son los personajes que el historiador consideró importantes. La historiografía que componen los eruditos no es sino una aburrida, insoportable, cronología de fechas, hechos y personas. Es el fastidioso y prosaico del cuando-quien-qué de los hechos de los hombres. Lo que le da vida y hasta verosimilitud en muchos casos, es la interpretación que hace el historiador de los datos que le suministra el historiógrafo.

En tercer lugar y por último: tampoco hay que olvidar lo que decía George Orwell: “la Historia la escriben los vencedores“,  o bien, como lo formulaba Lito Nebbia: “Si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia, quien quiera oír que oiga“. ¿Será que muchos no quieren oír? ¿O es que algunos no quieren que se oiga?

De cualquier forma, todo eso ya lo sabía el jefe galo Breno en el Siglo IV AC; solo que él, en especial cuando tenía que expresarse en latín, era más lacónico y decía: “Vae victis” – “¡Ay de los vencidos!”.

Hitler – qué duda cabe – es uno de esos vencidos. Terminó sus días en su bunker quitándose la vida junto con su esposa Eva Braun, en medio de un Berlín reducido a escombros por las bombas inglesas y norteamericanas.

Bueno, sí; ya sé. También está la otra teoría según la cual en los últimos días de Abril de 1945 una nave Haunebu III levantó vuelo raudamente de Berlín con Hitler y Eva Braun a bordo, pasó por la base nazi de Neu Schwabenland en la Antártida donde ambos abordaron un submarino que los depositó en la costa patagónica argentina a partir de donde fueron hasta el Hotel Eden en la provincia de Córdoba para finalmente instalarse en Inalco, una residencia cercana a Villa La Angostura en la provincia de Neuquén. Y, si quieren, puedo seguir con la tontería haciéndolos subir a la EvaAdolf a otra nave Haunebu para trasladarlos a Aldebarrán en la constelación de Tauro en donde fueron recibidos por los Grandes Maestros de las Damas del Vril y…. sarasasasa y sarasasasa….  En fin; basta. Me cansé. Cualquier detalle adicional pregúntenle a Abel Basti, a Simon Dunstan o a Gerard Williams que tienen una fantasía a prueba de cuestionamientos.

El problema con todas las versiones imaginadas e imaginables respecto de Adolfo Hitler es que el hombre nació un 20 de Abril de 1889. Lo cual, si mi calculadora no me engaña, significa que hoy tendría unos 129 años. De modo que no solamente se trata de alguien que perdió el poder y perdió una guerra sino de una persona que hoy, necesariamente, tiene que estar muerta por elementales razones biológicas. Y sin embargo sigue presente en la memoria colectiva. No solo sobrevive en el misterio de la ausencia de su cadáver sino hasta en las quiméricas fantasías acerca de como supuestamente sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial.

Hablando de la Segunda Guerra Mundial, ¿Alguno de ustedes sabría decirme quienes fueron y qué hicieron Harold Alexander, Albert Lebrun, Lin Sen, Wladyslaw Raczkiewicz, Edvard Benes, Robert Menzies, John Buchan y Hubert Pierlot?

Son todos líderes de los Aliados – es decir: de los vencedores – contemporáneos de Hitler. En algunos casos ni sus propios conciudadanos se deben acordar de algunos de ellos. No sé si algún joven australiano sabe hoy quién fue Robert Menzies. En cambio, de lo que sí estoy íntimamente convencido es de que a Winston Churchill se lo recuerda más por haber sido el archienemigo de Hitler que por otras razones. Al fin y al cabo no fue mucho más que un astuto alcohólico irrecuperable que logró estar entre los vencedores al precio de rifar el Imperio Británico transfiriendo el poder inglés a los norteamericanos. Honestamente no sé si los ingleses tienen realmente motivos muy válidos para estarle agradecidos; como que tampoco sé si es realmente auténtica la cita según la cual, hacia el final de su vida, Churchill dijo “sacrificamos al cerdo equivocado“. Pero, auténtica o no, por el solo hecho de resultar creíble, la cita no deja de tener un sabor bastante amargo.

El hecho es que hasta Idi Amin Dada sabía quién fue Hitler. Incluso alguna vez cuando alguien lo llevó a Alemania manifestó su extrañeza diciendo que le llamaba la atención que, habiendo sido Adolfo Hitler un personaje tan famoso, en ningún lugar de Alemania había podido ver una estatua suya, cosa que él – Idi Amin – pensaba corregir ocupándose personalmente de levantarle un monumento. Claro que la ironía de todo el asunto solo la podrán entender quienes recuerden quién fue Idi Amin Dada.

¿Por qué Hitler sigue tan presente en la memoria colectiva? La respuesta a esta pregunta es muy simple: porque sus enemigos no nos dejan olvidarlo.

Como sé que las simples opiniones no resultan demasiado convincentes si no están debidamente documentadas, desde el 9 de Septiembre hasta el 9 de Noviembre de este año me tomé el trabajo de hacer un listado anotando, día por día, las páginas de Internet en las que aparecía algo directa o indirectamente relacionado con Hitler. Es decir: relacionado ya sea con él puntualmente, ya sea con sus partidarios, con su ideología, o bien con sus subordinados de otrora. En lo principal me dediqué a las páginas web de Infobae, que fueron las que más me llamaron la atención desde el principio, pero también consigné algunas páginas de otras fuentes.

Cualquiera que siga el listado puede comprobar que constantemente se nos habla de él. No hay personaje del pasado cercano al que se le hayan dedicado tantos caracteres de texto, tantas fotografías, tantos minutos de video y tantas menciones como a Adolfo Hitler y su época. En los medios masivos uno no se encuentra con Hitler; uno directamente tropieza con él a cada rato. En cuanto te descuidás, te lo llevás por delante.  Quienes queremos estar más o menos informados, casi todos los días nos encontramos con algo en donde, en forma directa o indirecta, se nos recuerda a Hitler y a la Alemania de entre 1933 y 1945.

— ¿Casi todos los días? – me preguntarán ustedes.

Pues sí. Casi todos los días. No exagero en lo más mínimo. La lista del Anexo está compuesta por 52 artículos que en 61 días hacen un promedio de casi un artículo todos los santos días. Con esta insistencia, la pregunta de ¿por qué sigue vigente Adolf Hitler? se contesta sola: sigue vigente porque no lo dejan morir.

Si tuviera que darle un pequeño consejo a la gente de la colectividad les diría: está bien muchachos, Hitler a ustedes no los quería, eso es sabido y nadie lo discute. Los simpatizantes de Hitler tampoco los querían a ustedes y, mientras estuvieron en el poder, los judíos no fueron tolerados ni admitidos y, en general, los alemanes los trataron muy mal; eso también es sabido y nadie lo discute. Pero yo diría que tengan un poco de cuidado con reclamarle tanto a Hitler porque, en cuanto le despierten la curiosidad a cualquiera que le guste bucear un poco en la Historia, va a resultar que, para empezar, él y sus partidarios no fueron los únicos en tratar mal a los judíos. De hecho, considerando solamente los lugares de los cuales los judíos fueron expulsados, la lista se hace sorprendentemente larga.

Año y Lugar Año y Lugar Año y Lugar
 250 Cartago 1453 Francia 1615 Worms
 415  Alejandría 1453 Breslavia 1619 Kiev
 554 Francia 1454 Wurzburgo 1648 Ucrania
 561 Diócesis de Uzés 1462 Maguncia 1648 Polonia
 612 España visigoda 1483 Maguncia 1649 Hamburgo
 642 Imperio visigodo 1484 Varsovia 1654 Bielorrusia
 855 Italia 1485 Vicenza (Italia) 1656 Lituania
 876 Sens (Francia) 1492 España 1669 Orán
1012 Maguncia 1492 Italia 1669 Viena
1182 Francia 1495 Lituania 1670 Viena
1182 Alemania 1496 Nápoles 1712 Sandomir
(Polonia)
1276 Baviera 1496 Portugal 1727 Rusia
1290 Inglaterra 1498 Nuremberg 1738 Wurtemberg
1306 Francia 1498 Navarra 1740 Bielorrusia
1322 Francia 1510 Brandeburgo 1744 Praga, Bohemia
1348 Suiza 1510 Prusia 1744 Eslovaquia
1349 Heilbronn
(Alemania)
1514 Estrasburgo 1744 Livonia
1349 Sajonia 1515 Génova 1745 Moravia
1349 Hungría 1519 Ratisbona 1753 Lituania
1360 Hungría 1533 Nápoles 1761 Bordeaux
1370 Bélgica 1541 Napoles 1772 Deportación a “la región” – Rusia
1380 Eslovaquia 1542 Praga y Bohemia 1775 Varsovia
1388 Estrasburgo 1550 Génova 1789 Alsacia
1394 Alemania 1551 Baviera 1804 Aldeas en Rusia
1394 Francia 1555 Pésaro (Italia) 1808 Aldeas en Rusia
1420 Lyons 1557 Praga 1815 Lubeck y Bremen
1421 Austria 1559 Austria 1815 Franconia, Suabia y Baviera
1424 Friburgo 1561 Praga 1820 Bremen
1424 Zurich 1567 Wurzburgo 1843 Frontera Rusia, Austria y Prusia
1424 Colonia 1569 Estados papales 1862 Áreas de USA [4]
1432 Savoya 1571 Brandeburgo 1866 Galitzia, Rumania
1438 Maguncia 1582 Países Bajos 1880 Rusia
1439 Augsburgo 1582 Hungría 1891 Moscú
1442 Países Bajos 1593 Brandeburgo 1919 Baviera
1444 Países Bajos 1597 Cremona, Pavia 1938/45 Areas  bajo dominación alemana
1446 Baviera 1614 Frankfurt 1948 Países árabes

Para decirlo con pocas palabras. A lo largo de 1698 años los judíos fueron expulsados de 108 lugares. Si uno va y hace los cálculos, en números redondos la media nos da que a lo largo de unos 1700 años cada 16 años fueron expulsados de alguna parte. Y hasta varias veces del mismo lugar.

De modo que yo aconsejaría proceder con un poco más de cuidado en eso de la memoria. Tanto machacar una parte de la memoria histórica puede muy fácilmente despertar el interés por otras partes de la Historia y el resultado puede llegar a ser políticamente muy incorrecto. Que durante 1700 años, cada 16 te echen de algún lado no le deja a uno más alternativa que pensar: una de dos; o todo el mundo estuvo confabulado en no quererte durante 17 siglos o bien algo de antipático tuviste que tener.

 

El otro Hitler

El otro riesgo de machacar hasta el cansancio con el tema es que alguien termine interesándose de verdad por la cuestión y empiece a enterarse de una serie de aspectos que no son tan conocidos.

Como, por ejemplo, que Hitler fue el autor del diseño básico del Volkswagen; un automóvil cuyo nombre significa, literalmente, “auto del pueblo” y que, con el seudónimo cariñoso de “escarabajo”, siguió fabricándose durante décadas aun después de la II Guerra Mundial. O que, durante los primeros seis años de su gobierno, se construyeron muchos kilómetros de autopistas en Alemania, se investigó la relación entre el tabaquismo y el cáncer, se construyó el estadio olímpico de Berlín y se celebraron exitosamente las olimpíadas de 1936.

Paralelamente, se enderezó una economía que había pasado por una de las hiperinflaciones más desastrosas que se conocen y esa recuperación ni siquiera estuvo a cargo de algún “fanático partidario” del NSDAP amigo de Gottfried Feder, sino de Hjalmar Schacht, liberal hasta la médula, íntimo amigo del inglés Montagu Norman, masón para mayores datos y que incluso terminó absuelto en el Juicio de Nuremberg.

Es cierto que buena parte de la gran actividad económica se invirtió en el reequipamiento de la maquinaria militar alemana. Pero también es cierto que entre 1933 y 1939 el gobierno de Hitler no solamente revirtió las duras consecuencias de la derrota en la Primera Guerra Mundial y el posterior Tratado de Versalles, sino que, en seis años, convirtió a una Alemania postrada, escarnecida y humillada en Potencia Mundial.

Lo otro que un lector curioso de las notas dedicadas a Hitler puede llegar a descubrir es que, gracias al enderezamiento de la economía, la desocupación se eliminó en menos de 6 años de gobierno. Hitler accedió al poder en Enero de 1933 con más de 6 millones de desocupados. Para Julio de ese año la cifra ya había caído a 4.46 millones. Al año exacto de gobierno, en Enero de 1934 los desocupados eran 3.77 millones. Al año siguiente, en Enero de 1935 fueron 2.97 millones que se redujeron a 1.75 millones en Julio. Para fines de 1936 ya se había logrado tener el desempleo en cifras por demás manejables y para fines de 1938 Alemania ya había logrado el pleno empleo.

Aparte de la reactivación y la estabilización, esos primeros 6 años también fueron testigos de muchas otras iniciativas con programas tales como el de la estética en el lugar de trabajo, viviendas con financiación estatal para empleados y obreros, iniciativas para las vacaciones, incluso con transatlánticos como el Wilhelm Gustloff construido bajo el programa sindical Kraft durch Freude dirigido por Robert Ley, fomento del deporte, especialmente para la juventud, con campamentos, alpinismo y vida al aire libre más un amplio abanico de otras actividades.

Y claro; después vino la guerra. Con todos sus horrores, sus bombardeos, sus ciudades incendiadas, sus muertos civiles y militares; sus inenarrables sacrificios y miserias, sus venganzas, matanzas y masacres. Al final, todo terminó reducido a escombros, sembrado de cadáveres y manchado de sangre. Y eso es lo que, en forma principal, insiste en querer recordarnos la Historia Oficial. Lo cual, hasta cierto punto, tampoco estaría tan mal – al menos en principio – porque que alguien te recuerde que la guerra es una sangrienta estupidez no le hace mal a nadie. Pero también, como ya fuera dicho muchas veces, la guerra es mala pero lo peor de todo es perderla.

 

Cuidado con la memoria

La memoria es, como todas las cosas, algo que hay que manejar en dosis saludables. La falta de ella puede borrar un conocimiento ya obtenido obligándonos a volver a adquirirlo, pero su exceso también puede hacernos regurgitar y rumiar siempre los mismos hechos impidiéndonos prestar atención a cosas más actuales, más urgentes y, en una de ésas, hasta más importantes.

En cuanto a los hechos históricos, la constante y deliberada reinyección en la conciencia colectiva de un episodio histórico nos obliga a vivir retrotrayéndonos sistemáticamente al pasado. Y eso no es bueno. No es bueno para nadie. Es como si al hacer un racconto de nuestra propia vida, nos dedicáramos en forma exclusiva y excluyente al período en que tuvimos de 18 a 20 años y nos concentráramos en forma obsesiva en el presidente que por aquellos años gobernó al país. De esa forma es que la memoria se convierte en obsesión y eso es lo que a algunos les ha pasado con Hitler.

¿Qué se puede hacer para evitar que una figura política de una fuerza excepcional se convierta en una obsesión que hasta garantice su inmortalidad histórica? Lo irónico es que la respuesta a esta pregunta ya la dieron los egipcios hace unos 3.400 años atrás.

Como es sabido, en el sistema egipcio las principales figuras fueron los faraones, unos personajes razonablemente asimilables a nuestros reyes. Lo que ya no se menciona con tanta frecuencia es que el sistema tradicional egipcio, más que una monarquía, fue una teocracia. Así como en la actualidad la plutocracia es el verdadero poder detrás de la democracia, en la época de los faraones la casta sacerdotal constituyó el verdadero poder detrás del trono. Y esto fue así porque, miles de años antes de que lo descubrieran Alvin Toffler y los genios del management norteamericano (y unos 300 años después de que lo señalaran Francis Bacon y Thomas Hobbes), los sacerdotes del Antiguo Egipto ya habían descubierto que el saber es poder. Estos sacerdotes no solo fueron expertos en teología. En realidad, fueron expertos en arquitectura, medicina, matemáticas, hidráulica y astronomía; con el agregado de que no les gustaba para nada compartir su conocimiento con cualquiera. Sabían que ceder conocimiento es equivalente a ceder poder y por eso, entre otras cosas, guardaron ese saber bajo siete sellos y, cuando tenían que mencionarlo o consignarlo, lo expresaban en metáforas enigmáticas que solo ellos, los iniciados, entendían.

Así las cosas, el sistema funcionó sin alteraciones durante casi 1.700 años hasta que entre 1352 – 1336 AC le tocó gobernar a Amenhotep IV – el esposo de Nefertiti – quien, después de los primeros cuatro o cinco años de su reinado, se cambió el nombre a Akhenatón. Pero no solo se cambió de nombre sino que inició una reforma religiosa muy seria mediante la cual intentó cambiar toda la mitología egipcia por un culto solar con lo que la figura del faraón se colocaba muy por encima de la clase sacerdotal.

Le resultó pasablemente bien. Por un tiempo. Realizó un gran número de reformas en lo religioso pero también en lo político y en lo cultural; hasta que murió, quizás de muerte natural, muy joven, en algún momento de su década de los 30 años. Y tenemos que ser muy ambiguos en cuanto a estos detalles porque sus sucesores, y naturalmente los sacerdotes que recuperaron el poder,  hicieron lo imposible por borrar todo lo que pudiera recordar a su figura.

Retiraron su cuerpo de la tumba, inhumaron su momia en el Valle de los Reyes, destruyeron su sarcófago, la ciudad que había fundado como nueva capital de Egipto fue abandonada y, más tarde, terminó sistemáticamente demolida. Destruyeron los monumentos erigidos en su honor, las piedras de los templos que construyó fueron usadas para construir otras edificaciones, y borraron a fuerza de cincel y martillazos toda referencia a él de las pinturas y otros monumentos.

Demás está decir que la casta sacerdotal volvió, se hizo aun más poderosa que antes y nunca más un faraón intentó alterar el régimen político o reformar la religión egipcia. La cuestión es que hace 3.400 años el clero egipcio encontró la forma de deshacerse de una figura histórica incómoda: en lugar de hacer vivir la memoria del personaje, la borraron para que nadie lo recuerde. Y el recurso funcionó porque, desde más o menos Tutankamón en adelante, nadie recordó a Amenhotep IV, llamado Akhenatón, hasta fines del Siglo XIX y principios del XX. Es más: salgan hoy a la calle y pregúntenle a todos los que encuentren quién fue y qué hizo un sujeto llamado Akhenatón y les apuesto lo que quieran a que el 99.99% de los entrevistados no tiene la más remotísima idea.

Denes Martos, 24 noviembre 2018

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