- El líder nacionalista iraquí Moqtada al-Sadr.
El 12 de mayo hubo elecciones legislativas en Irak. La consulta debía consolidar la Alianza de la Victoria del primer ministro Hader al-Abadi, o sea la repartición del país entre Estados Unidos e Irán.
Pero sucedió algo muy diferente. Resultaron ganadoras la «Alianza de los Revolucionarios Por la Reforma» y la «Alianza de la Conquista», dos coaliciones contrarias a la presencia estadounidense en Irak.
Es posible que los iraquíes que votaron lo hayan hecho bajo la influencia del anuncio, el día mismo del voto, de la salida de Estados Unidos del acuerdo sobre el programa nuclear iraní, conocido como “5+1” o JCPOA. En todo caso, lo cierto es que sólo un tercio de los electores iraquíes acudió a las urnas y los que lo hicieron votaron masivamente contra Estados Unidos.
Observemos de paso que el pacto de no agresión entre Estados Unidos e Irán [1] que Donald Trump decide abandonar se aplicaba no sólo a Irak sino también al Líbano, lo cual explica la falta de reacción de Washington ante la elección de Michel Aoun –en 2016– como presidente de la República Libanesa.
Luego de un silencio inicial, numerosos ex diputados iraquíes emitieron denuncias de fraude y exigieron la anulación de la elección. Al principio sólo fueron impugnaciones de los resultados en ciertas circunscripciones pero ahora están exigiendo que se repita la elección en todo el país.
Sorprendiendo a todos, el líder de la Alianza de los Revolucionarios Por la Reforma (que recogió la mayor cantidad de sufragios), Moqtada al-Sadr, ha declarado que no tiene nada que objetar a los reclamos de repetición de la elección. O sea, según él, aunque se haya producido algún tipo de fraude en algunos lugares en particular, estos sólo tuvieron como consecuencia la eliminación de alguna personalidad en particular pero no modificaron la estructura de la tendencia expresada por los electores, que es el incremento del rechazo a la presencia estadounidense.
El programa del religioso chiita Moqtada al-Sadr es extremadamente fácil de entender: poner fin a toda presencia extranjera en Irak –exceptuando la representación diplomática–, sea estadounidense, turca o iraní. Sin entrar a analizar lo que pasará con las tropas turcas ilegalmente estacionadas en Bachiqa y sabiendo que los iraníes no necesitan enviar tropas a Irak para estar representados en ese país, el mensaje de Moqtada al-Sadr se dirige prioritariamente a los 100 000 estadounidenses aún presentes en suelo iraquí. La quinta parte de esos estadounidenses son soldados.
El otro mensaje de Moqtada al-Sadr –con apoyo del Partido Comunista– es el fin del sectarismo. Los iraquíes parecen haber entendido que, ya sin un régimen despótico como el de Saddam Hussein, sólo la unión nacional permite defender el país. Es por eso que, antes de la elección legislativa, Moqtada al-Sadr se volvió hacia Arabia Saudita y las demás potencias sunnitas del Golfo Pérsico. Al-Sadr se define como nacionalista en el sentido del baasismo original, o sea no como un nacionalista iraquí sino como nacionalista árabe.
Esto explica porqué los electores no apoyaron masivamente la Alianza de la Victoria del primer ministro. Invocando su victoria sobre el Emirato Islámico (Daesh), Haider al-Abadi rechazaba a los ex baasistas que, por defecto, habían apoyado a ese grupo terrorista [2].
La propaganda de la administración Bush había asimilado los baasistas de Saddam Hussein a los nazis. Washington había calificado el Baas iraquí de «organización criminal» e incluso prohibió a sus miembros toda actividad política. Quince años más tarde esa decisión sigue siendo la principal causa de los desórdenes que agitan el país. A ese factor se agrega la Constitución sectaria redactada para Irak por el israelo-estadounidense Noah Feltman e impuesta por el Pentágono, una Constitución que pone permanentemente a los iraquíes ante el espectro de la división del país en 3 Estados separados (chiita, sunnita y kurdo). Lo cierto es que ha quedado atrás la época en que la CIA podía organizar en secreto la guerra civil para enemistar a los iraquíes entre sí y convertir así la cólera de la población contra los ocupantes en enfrentamientos de carácter confesional.
En Irán, los partidarios del presidente Hassan Rohani han decidido interpretar el resultado de la elección legislativa iraquí como una erupción populista contra la corrupción mientras que los seguidores de los Guardianes de la Revolución destacan el carácter unificador de la Alianza de Moqtada al-Sadr.
Si Irán tratara de imponer su voluntad a los iraquíes, estos también lo rechazarían. Aunque actúa discretamente para unir los opositores a Moqtada al-Sadr, Teherán nada dice públicamente. Y es evidente que los acontecimientos están siéndole favorables. Es verdad que Estados Unidos acaba de abandonar el acuerdo con Irán, pero la potencia estadounidense debería acabar perdiendo su influencia en Irak y su capacidad para actuar desde el suelo iraquí tanto en Siria como en Turquía.
Turquía también guarda silencio. ¿Por qué? Porque Moqtada al-Sadr tendrá que dedicar mucho tiempo y energía ante Estados Unidos y no podrá ocuparse simultáneamente de expulsar las tropas turcas, que son en definitiva mucho menos numerosas. Todavía no ha llegado el momento en que tendrá que asumir posiciones ante los problemas regionales y la rivalidad entre Irán y Arabia Saudita.