El totalitarismo macroniano y sus enemigos – por Youssef Hindi
El 7 de agosto, Gérald Darmanin anunció en Twitter [1] un procedimiento de disolución de Civitas, sin recurrir a los tribunales, a raíz de las declaraciones de Pierre Hillard en la universidad de verano de la organización católica sobre el tema de la adquisición de la ciudadanía por los judíos en 1791.
La disolución de asociaciones y organizaciones se ha convertido en una práctica habitual. Desde que Emmanuel Macron llegó al poder, se han disuelto 34 asociaciones y se han prohibido numerosas manifestaciones. Este frenesí del poder político por atacar de forma espectacular a las pequeñas asociaciones tiene un objetivo muy concreto y refleja una transformación del régimen que debemos examinar aquí.
El totalitarismo macroniano y sus partidarios
En un texto muy pertinente, el abogado Régis de Castelnau analiza este anuncio de disolución señalando con el dedo la deriva del Estado bajo Macron.
“Estas medidas de disolución se están volviendo sistemáticas y constituyen tantos precedentes que instalan una práctica peligrosa” [2], escribe el veterano abogado.
Régis de Castelnau también aprovecha la ocasión para abordar a Jean-Luc Mélenchon, que aprueba el plan de disolución de Civitas. El 7 de agosto, el trotskista del Grand Orient tuiteó:
“Darmanin da una respuesta clara al cuestionamiento de los Insumisos y de la Licra. El antisemitismo será castigado. Civitas será disuelta y los comentarios de Pierre Hillard han sido remitidos al fiscal”. [3]
Este episodio confirma lo que ya sabíamos: Mélenchon es y siempre ha sido un auxiliar del poder. La novedad de este Estado totalitario privatizado por la oligarquía es que ha convertido a la izquierda melenchoniana y a la derecha marinista (por no hablar de la LR) en las dos alas del partido único macrono-rothschildiano que controla el Estado.
Además de la extrema izquierda oficial, la tiranía macroniana también cuenta con el apoyo del likoudnik sin fronteras Gilles-William Gofabolildnadel -quien, por cierto, estaba a favor del pase sanitario, de la vacunación obligatoria para el personal sanitario [4] y escupía en la cara a los no vacunados [5]-. El 7 de agosto, el abogado franco-israelí amenazó a Civitas y a Pierre Hillard en Twitter: “El apestoso cadáver de la extrema derecha antisemita sigue moviéndose. Avocats Sans Frontières va a por él”.
¿Como está haciendo el Estado hebreo con los cristianos de Palestina?
La conclusión de Régis de Castelnau está impregnada de sentido común y servirá para profundizar en el análisis:
“Esta nueva manipulación demuestra que Gérald Darmanin es un ministro del Interior peligroso para las libertades civiles. Estas libertades no pueden dividirse, y debemos oponernos a estos abusos sabiendo que este tipo de medidas pretenden claramente trivializar su uso. Los verdaderos objetivos no son grupos ridículos e inofensivos. [6]
El fenómeno totalitario al que nos enfrentamos no es obra únicamente del sarkozista Darmanin. El Ministerio del Interior se ha convertido gradualmente en una herramienta en manos de la oligarquía, que está librando una guerra contra el pueblo [7]. En la actual secuencia histórica, la policía se ha transformado en una policía política indispensable para proteger a un régimen en crisis.
El aparato represivo se hace más eficaz gracias al estado de excepción, que se justifica por la existencia de enemigos reales o imaginarios, tanto internos como externos: los terroristas, la gripe, el calentamiento global, Rusia, la extrema derecha, los católicos, los musulmanes, cierta extrema izquierda, etcétera.
El Estado totalitario, para justificar la normalización de medidas excepcionales, debe designar constantemente enemigos en todas partes, preferentemente marginales, minoritarios, para que la mayoría y otras minorías ignoren o aprueben estas medidas; en este caso, la disolución de organizaciones y asociaciones políticas y la prohibición de manifestaciones.
El principal enemigo de Macron es el pueblo, y es la disolución del pueblo su objetivo. Ninguna de las asociaciones que se están disolviendo, ya sean de extrema izquierda, de extrema derecha, musulmanas o católicas, pone en peligro al pueblo. Tampoco suponen una amenaza inmediata para la casta dirigente. Lo que sí amenaza a la oligarquía que se ha apoderado del aparato del Estado es el pueblo en revuelta -que ya no soporta la presencia física de Macron y sus ministros, que ahora evitan todo contacto con ellos- y, posiblemente, una organización política susceptible de surgir y representar al pueblo en este periodo de crisis.
En Alemania, por ejemplo, el gobierno está considerando prohibir el partido político AfD, que está “subiendo hasta el 21% en las encuestas”, mientras que, según los servicios de inteligencia, los miembros de AfD son “cada vez más extremistas” [8]. Cualquier cosa calificada de “extrema” puede ser y será disuelta y prohibida en esta Europa encerrada en una tiranía supranacional.
Por eso el aparato mediático e ideológico de la derecha de Macron apoya a la policía, no a los policías.
El número del 13 de agosto de 2023 del JDD, semanario con sede en Bolloré, lleva el titular “La policía exige justicia”. Incluye una entrevista con Manuel Valls, que dice rechazar “con la mayor determinación” el concepto de “violencia policial”, al igual que Zemmour, el protegido de Vincent Bolloré, que dijo que “no había violencia policial” contra los manifestantes contra la reforma de las pensiones [9], que era lo que pretendía el fondo de inversión BlackRock [10].
“La violencia no es apoyada ni promovida por el Estado, ni tampoco por la propia policía. Por tanto, esta violencia no está institucionalizada”, argumenta Valls.
El único artículo relativamente comedido, sobre el uso de la LBD, es de Charlotte d’Ornelas; pero ni una sola palabra sobre los Gilets jaunes que fueron apuñalados y a los que arrancaron las manos. En cuanto a la violencia policial contra las familias de La Manif pour tous, la derecha burguesa la ha borrado de su memoria.
Bajo el pretexto de apoyar a la policía – “el último bastión frente al caos” (según Thibault de Monbrial, presidente del Centre de réflexion sur la sécurité intérieure, en la JDD)- es al gobierno, que utiliza a la policía como una milicia privada, a quien se apoya.
Esta incoherencia, o más bien la colaboración de la burguesía conservadora con el régimen, recuerda a Drumont, citado por Georges Bernanos en La Grande Peur des bien-pensants (1931):
“Los conservadores no están menos apegados al régimen que los republicanos, tal vez esperan sacar provecho de él… Cuando estudiemos de cerca los años que acaban de pasar, veremos que lo que los caracteriza es la ficción, la mentira generalizada, la exhibición verbal y escritural de sentimientos que en realidad no sentíamos, la amenaza perpetua de llevar a cabo actos que no teníamos intención de realizar.” [11]
Estado total y posliberal
Como vimos durante el periodo covidista, los controles y equilibrios ya no existen en Francia. El Parlamento se ha convertido en una cámara de grabación de las decisiones de un inestable Presidente de la República, y el Consejo Constitucional, el 78% de cuyos miembros fueron nombrados por Emmanuel Macron, es un teatro presidido por el responsable de la sangre contaminada, Laurent Fabius.
En cuanto a los partidos de la “oposición”, ausentes durante la tiranía sanitaria, siguen ciegamente a Macron, que a su vez sigue a Washington en el asunto ucraniano, con el riesgo de arrastrar a Francia a una guerra con Rusia. Mélenchon y su partido reaccionan mucho mejor pidiendo la disolución de una asociación católica que impidiendo que Macron arrastre a todo el país a un enfrentamiento con una potencia nuclear.
El Consejo Constitucional demuestra regularmente su inutilidad como garante de la Constitución, su complicidad con el poder tiránico y oligárquico. El Consejo Constitucional, presidido por Fabius senior, ha validado las políticas covidianas de Macron asesorado por Fabius junior (Victor Fabius, director asociado en McKinsey), y recientemente ha validado la ley de reforma de las pensiones a la que se opone el 80% del pueblo francés.
La voluntad del pueblo es sistemáticamente rechazada, en particular desde el voto negativo a la Constitución europea en 2005. La casta dirigente gobierna en contra de la voluntad y los intereses del pueblo, y eso es un hecho que los franceses conocen. Según una encuesta realizada en 2021, el 61% de los franceses cree que la democracia está en peligro [12]. Lo que ven cada vez más claramente es una oligarquía que dirige un Estado total.
Vivimos una situación paradójica. Hemos visto surgir a plena luz del día un Estado totalitario que dicta cuándo podemos salir de casa, dentro de qué perímetro, cuándo abrir y cerrar nuestros comercios, que nos obliga a llevar mascarillas en la calle, que nos obliga a inyectarnos un peligroso producto experimental… en resumen, un Estado que interfiere en todas las esferas de la vida colectiva e individual. Pero este Estado totalitario es débil, carece de varios de sus órganos de soberanía. La moneda, la ley, el ejército y la diplomacia ya no están bajo el control del Estado francés y, sin embargo, el pueblo nunca ha sentido tanto el peso del Estado como hoy. Porque la oligarquía, aunque sea supranacional y trabaje para borrar las naciones, sigue necesitando el aparato estatal para mantener al pueblo bajo control.
“En el Estado total -ya sea el Estado ‘total por debilidad’ que es el Estado administrativo-burocrático de las democracias parlamentarias, mero órgano de arbitraje entre los diversos grupos sociales, o el Estado ‘total por fuerza’ de tipo fascista o comunista- es difícil, si no imposible, distinguir entre lo que es político y lo que no lo es. En consecuencia, esta configuración, que de una forma u otra toma el relevo del imperio de la razón objetiva que el Estado moderno se había esforzado por ser, tiende a borrar cualquier delimitación clara entre lo que entra dentro de la competencia del Estado y lo que queda fuera de ella” [13], explica el filósofo del derecho Jean-François Kervégan.
El Estado total, a diferencia del Estado liberal, suprime la demarcación entre la esfera política (estatal) y la esfera no política (social). Con la desaparición de las instituciones del parlamentarismo, que debían garantizar la expresión política de los intereses sociales organizados en partidos, el Estado sustituye a los partidos políticos y se introduce en la sociedad.
En Francia, el equilibrio que impidió un giro completo hacia un Estado total se basaba en la oposición entre dos Francias, una católica (en la que estaba anclada la Iglesia) y otra atea (los bastiones del comunismo y del socialismo opuestos a la Iglesia). Los partidos políticos, enraizados en estas tradiciones religiosas e ideológicas, estructuraban y equilibraban el sistema político.
La desestabilización del sistema político francés comenzó en los años setenta con la descatolización sociológica de la derecha, a raíz, sobre todo, del Concilio Vaticano II (1962-1965) [14].
“El republicanismo, el socialismo y el comunismo fueron derrotados en la práctica por el catolicismo tradicional que los estructuró, por así decirlo, de forma negativa. La muerte de esta religión ha acabado con las ideologías modernas como por rebote. Este es uno de los puntos nodales de la crisis que, lejos de afectar sólo a la superficie política de las cosas, está afectando en realidad a los cimientos metafísicos de la sociedad, a los cimientos de creencias irracionales e inconscientes de un pasado muy lejano”. [15]
La consecuencia a largo plazo fue la integración de la izquierda y la derecha en un solo arco republicano, luego en un partido único nacido de Mayo del 68, es decir, un poder financiero, liberal, libertario, que estableció una sociedad anómica como explicamos en nuestro artículo anterior.
Una vez que el poder oligárquico terminó de integrar a todos los partidos de la oposición en su partido único, designó al pueblo como su enemigo, ya que gobierna contra él y ya no existen partidos políticos importantes que defiendan los intereses del pueblo. La democracia liberal y representativa ha sido enterrada y la guerra civil se ha desatado desde arriba.
La cuestión importante hoy en día no es si una determinada asociación u organización política disuelta es islámica, católica fundamentalista, de extrema izquierda o de extrema derecha. Lo que importa es comprender que el poder político oligárquico ha hecho del estado de excepción la norma, lo que le permite deslegitimar y eliminar toda disidencia de la arena política.
Si el criterio de la política es la distinción entre amigo y enemigo, entonces todas las fuerzas y organizaciones, así como las categorías sociales designadas como enemigas por la macronía deben aliarse o desaparecer.
Youssef Hindi, 19 agosto 2023
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Notas
[1] https://twitter.com/GDarmanin/status/1688566694095306752?s=20
[2] https://www.vududroit.com/2023/08/darmanin-contre-les-libertes-publiques
[3] https://twitter.com/JLMelenchon/status/1688579658030182401?s=20
[6] https://www.vududroit.com/2023/08/darmanin-contre-les-libertes-publiques
[7] Véase: Youssef Hindi, La guerre des États-Unis contre l’Europe et l’avenir de l’État, Strategika, 2023.
[11] Georges Bernanos, La Grande Peur des bien-pensants, París, Grasset, 1931, Gallimard, 1969, pp. 145-146.
[13] Jean-François Kervégan, “Carl Schmitt et ‘l’unité du monde'”, en Les Études philosophiques 2004/1 (nº 68), pp. 3-23, Presses Universitaires de France.
[14] Jérôme Fourquet, L’Archipel français, Seuil, 2019, pp. 23-23.
[15] Emmanuel Todd, Aprés la démocratie, Gallimard, 2008, pp. 32-34.
Fuente: https://www.zejournal.mobi/index.php/news/show_detail/28523
Traducción: Enric Ravello Barber, republicado en Red internacional