El patriarcado nos oprime en el cuarto de baño – por Candela Sande
Una se alegra de haber llegado a estas alturas del siglo XXI, porque si no ya me dirán cómo iba a enterarme de lo oprimida que estaba. Estar oprimido, en nuestro tiempo, tiene premio: no solo cuotas y preferencias, sino ese placer inefable de saber que nada de todo lo malo que te pasa es culpa tuya.
Sí, en Irán las mujeres tienen que llevar velo y en Arabia Saudí no pueden salir de casa sin que les acompañe un varón, pero aquí mismo, en nuestro propio país, en el supuestamente avanzado Occidente, los hombres tienen más espacio para orinar que las mujeres. La lucha no ha hecho más que empezar, hermanas, y el baño es nuestro próximo campo de batalla.
Que no es que lo diga yo, cuidado: es ciencia. Ya saben, una investigación de esas de las que siempre estamos quejándonos que no le dedicamos suficiente presupuesto. Es un alivio ver que nuestros bien ganados euros, confiscados por Hacienda, tienen un uso provechoso.
Lo leo en El Ideal de Granada: “Tesis pionera en Granada: ‘Los hombres tienen más espacio para orinar que las mujeres’. Ahí lo tienen, no hay lugar, por íntimo que sea, donde no se haya metido el insidioso Patriarcado.
Esta pavorosa injusticia, de cuya ignorancia solo la venda que el machismo ha puesto durante milenios ante nuestros ojos es responsable, la ha desvelado, naturalmente, una de las nuestras, Oihana Cordero Rodríguez, autora de este trabajo de la Universidad de Granada, quien afirma: “Si eres feminista deberías sospechar de los aseos segregados”. Es modesta, Oihana: si eres feminista debes sospechar absolutamente de todo. Es relajarse cinco minutos y se te cuelan dos o tres micromachismos.
‘Aseos públicos y ficciones de sexogénero: prácticas artísticas para el análisis y la transformación del discurso espacial. Universidad de Granada’ es el modesto título de esta obra monumental, que quedará ya para siempre en los anales de la liberación femenina, igual que el musical nombre de Oihana quedará para siempre grabado con gratitud en nuestro corazones. En dicha investigación, que dará el merecido lustre a la Universidad de Granada, Cordero Rodríguez desvela “los mecanismos del espacio para excluir a aquellas personas que no encajan en el sistema heteropatriarcal, cisexista y capacitista”. Todo así, de una tacada, sin tomar aliento.
Es una espinita que, pasando ya al plano íntimo y personal, llevo clavada desde la infancia, cuando mis hermanos jugaban a ver quién llegaba más lejos, y es para mí motivo de indecible alivio que alguien haya sacado a la luz semejante agravio sexista.
Por otra parte, esta joya de la investigación universitaria, de la que me haré con un ejemplar en cuanto tenga ocasión, me servirá de prueba innegable, irrefutable, CIENTÍFICA, frente a las absurdas quejas del patriarca doméstico, del que tengo asignado en casa, que todavía tiene la audacia de decir que mis cosas ocupan todo el espacio del cuarto de baño. Bueno, dice lo mismo del espacio en los armarios. Necesito YA que Oihana se ponga con una segunda lección magistral demostrando, pese a lo que puedan decir los engañosos ojos, que ‘ellos’ nos oprimen ocupando espacio innecesario en los armarios.
Una se alegra de haber llegado a estas alturas del siglo XXI, porque si no ya me dirán cómo iba a enterarme de lo oprimida que estaba. Y estar oprimido, en nuestro tiempo, tiene premio: no solo cuotas y preferencias, sino ese placer inefable de saber que nada de todo lo malo que te pasa es culpa tuya, por no hablar del goce paradisiaco de tener una pataleta que todo el mundo tome en serio.
Y es que no cabe duda de que la competición a la baja, a ver quién está más oprimido, es de lo más entretenido, aunque a veces resulta un poco lioso. Hace falta un verdadero experto (o experta, o experte), sutil como un escolástico e ingenioso en sus veredictos como Salomón (o Salomona, o la reina de Saba), para sopesar matices y determinar casos complejos, como uno que me encontré hace unos días en la red social Twitter. Se lo resumo y ustedes juzgan:
Hete aquí que un(a) activista transexual acusa de tránsfobas a las lesbianas que no se sienten atraídas por las mujeres con pene. Sí, yo también tuve que leer la frase (“Si una lesbiana no se siente cómoda con un pene repito: tiene un serio problema que tendría que tratar con un profesional”) varias veces. Hasta ahí, la queja es clara: si el pene no determina quién es macho, y tú dices que te gustan las mujeres, quien se declara mujer, así tengan barba cerrada y biceps de leñador, además de la dotación que viene de serie, tienen que gustarte. Es un derecho humano de esos, no hay excusa.
Pero la cosa no quedó así, porque una lesbiana recogió el guante y respondió al fuego con fuego, es decir, a una acusación de fobia con otra acusación de fobia, y determinó que el/la activista estaba demostrando su ‘lesbofobia’. ¿Quién gana? Las dos personas pertenecen a respetados colectivos protegidos, imaginamos que de un grado de poder similar, y ambas han empleado la artillería convencional para estos casos, una palabra acabada en -fobo. Si tuviera que apostar, diría que gana la persona transgénero, porque el lesbianismo está un poco pasado ya, es casi aburridamente convencional, mientras que lo otro es el último grito, y aquí la novedad lo es todo.
No sé, quizá la universidad pública debería plantearse impartir una carrera que forme a los árbitros para disputas sutiles entre víctimas certificadas. Sugiero que Oihana se ocupe del plan de estudios, y que la Universidad de Granada sea la pionera.