Migraciones: una revolución mundial en marcha?
En períodos de turbulencia global, las migraciones se convierten en “armas de guerra”. Quien controle los flujos migratorios tendrá ventajas sobre sus rivales geopolíticos. Mientras, otros pueden sufrir crisis internas como consecuencia de migraciones masivas fuera de control.
Hubo un largo período en el cual los flujos migratorios eran más o menos estables y previsibles. Durante la fase final del colonialismo se registraron migraciones importantes desde Europa hacia Norteamérica y América Latina, por ejemplo. Más tarde, fueron los latinoamericanos los que tendieron a emigrar hacia EEUU y Europa, pero también hacia Australia.
Sin embargo, en las últimas décadas los flujos migratorios están mutando de forma drástica. Las causas se multiplican. Al tradicional atractivo de los países más prósperos respecto a las poblaciones del mundo pobre, se suma ahora un elemento que décadas atrás no tenía el menor peso: el cambio climático. Las Naciones Unidas prevé que para 2050 habrá 200 millones de “desplazados climáticos”, siendo mujeres alrededor del 80%.
Los cambios demográficos indican los lugares de partida de los migrantes. Mientras que la población del planeta llegará a 9.700 millones en 2050, la de los dos países más poblados tiende a estancarse: India con 1.500 millones pasará a China que se quedará en 1.200, pese a haber puesto fin a la política de un solo hijo.
Lo más notable es el cambio demográfico de África. De los 1.200 millones de africanos en la actualidad, se pasará a 4.000 millones en 2100. El resultado, como nos recuerda el analista Sami Nair, es que el 40% de la población del planeta será negra. El crecimiento del África subsahariana está siendo fenomenal, lo que anuncia que la presión sobre las fronteras europeas será imparable, ya que al hambre se suma la presión de la desertización por el cambio climático.
En América Latina las cosas también están cambiando. Durante el siglo XX, las migraciones fueron mayoritariamente hacia Europa y EEUU, pero también hubo fuertes migraciones desde Perú, Bolivia y Paraguay hacia Argentina, cuya industria siempre estuvo escasa de mano de obra. Otras corrientes se fueron consolidando con el tiempo: de México y Centroamérica hacia EEUU y desde Uruguay hacia Argentina, por poner apenas dos ejemplos.
En estos años, las tendencias se entrecruzan y multiplican, caminando hacia una suerte de caos migratorio. Alrededor de 300 mil peruanos se instalaron en Chile en los últimos años, mientras dominicanos y cubanos llegan masivamente al río de la Plata. Un reciente informe de la Organización Internacional de las Migraciones sobre Venezuela, destaca que de los casi dos millones de migrantes, más de la mitad se dirigió a países sudamericanos, siendo esta tendencia una verdadera novedad, tanto por su magnitud como por los destinos.
De los 900.000 venezolanos que migraron hacia Sudamérica, más del 60% está en Colombia, seguido por Chile, Argentina y Ecuador. Para algunos países pequeños como Uruguay, el impacto de las 3.000 residencias legales otorgadas cada año se deja sentir, modificando una tendencia histórica que colocaba a los argentinos en el primer lugar.
Los cambios en los flujos migratorios permiten sacar algunas conclusiones que habrán de impactar en el futuro inmediato en toda la región latinoamericana.
El primero es que estamos apenas en la primera fase de una previsible explosión de migraciones múltiples. En la actualidad hay apenas unos 250 millones de migrantes, cifra que crece de forma vertiginosa. Se calcula que en 2065 el 40% de la población de Italia será migrante, frente al 8% actual, lo que puede dar una idea de los cambios en curso.
El mismo informe de la ONU destaca que de 1950 a 2100, el peso mundial de la población europea bajará del 22% al 7%, mientras el de la africana crecerá del 9% al 40%.
La segunda es de carácter cualitativo. Desde que sabemos que la caída del imperio romano se produjo por las llamadas ‘invasiones bárbaras’ —migraciones masivas desde el siglo III al VII de nuestra era que provocaron el colapso de aquella civilización—, las grandes potencias toman medidas para controlar los flujos migratorios.
En este punto hay políticas contradictorias. Por un lado, las economías desarrolladas necesitan migrantes para revitalizar su economía y contrarrestar el rápido envejecimiento de la población. La Unión Europea estima que la llegada de inmigrantes a España impulsó en 3,2% el crecimiento anual del PIB per cápita durante la década 1995-2005. Casi todos los países europeos registraron tendencias similares.
Por lo tanto, más allá de las excentricidades de Donald Trump, el debate no es inmigrantes sí o no, sino cuántos, desde qué países y con qué características. EEUU mantiene una política migratoria selectiva, ya que los necesita para trabajar sobre todo en las áreas rurales, pero tampoco quiere abrir el grifo de forma indiscriminada. Esa regulación le permite presentar uno de los mejores perfiles demográficos de los países desarrollados, suavizando el envejecimiento de su población.
La tercera cuestión consiste en el grave problema de aquellos países que no puedan dotarse de una sólida política migratoria. Este es el caso de América Latina, que ha dejado librado casi al azar los flujos migratorios. A comienzos del siglo XX, cuando existían proyectos nacionales de larga duración, se fomentó la inmigración de colonos europeos que garantizaran la producción de alimentos y se les dieron facilidades incluyendo tierras fiscales.
Por otro lado, la existencia de territorios con muy escasa población es una seria desventaja, sobre todo si esos espacios albergan riquezas naturales. Un buen ejemplo es la Patagonia argentina, codiciada por países y grandes empresas del Norte. La crisis de 2001 fue la última oportunidad en la que se habló de una ‘secesión’ del sur argentino, con una notable cobertura de portada de The New York Times.
Lo cierto es que la ausencia de políticas migratorias planificadas a largo plazo, agudiza las debilidades de los países más frágiles, en particular durante períodos de hondas turbulencias. En el sentido inverso, hay países latinoamericanos que se están quedando sin profesionales, lo que representa un pesado lastre para su desarrollo y para su cohesión social y cultural.
Raúl Zibechi, 8 agosto2018