Desde Estados Unidos hasta Europa, la «crisis de los migrantes» suscita duras polémicas nacionales e internacionales sobre las políticas que habría que adoptar ante los flujos migratorios. Pero esos flujos son representados en todas partes con un cliché que invierte la realidad: el de los «países ricos» que sufren la creciente presión migratoria de los «países pobres».
Ese cliché esconde la causa fundamental del problema: el sistema económico que permite que una pequeñísima minoría acapare la riqueza del mundo en detrimento de la mayoría, empobreciendo a esta última y provocando así la emigración.
El flujo migratorio de México hacia Estados Unidos es un caso emblemático. La producción agrícola de México se derrumbó cuando –gracias al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)– Estados Unidos y Canadá inundaron el mercado mexicano con sus productos agrícolas subvencionados a bajo precio. Millones de campesinos mexicanos se vieron sin trabajo y acabaron aumentando las filas de la fuerza de trabajo reclutada por las maquiladoras, término que designa los miles de establecimientos industriales creados en suelo mexicano a lo largo de la frontera estadounidense, en su mayoría propiedad de empresas estadounidenses –o bajo control de estas–, con salarios muy bajos y sin derechos sindicales.
En México, país donde cerca de la mitad de la población vive en la pobreza, aumentó así la masa de trabajadores que tratan de irse a Estados Unidos. La respuesta fue la aparición del muro a lo largo de la frontera estadounidense con México, muro cuya construcción comenzó en 1994, bajo la administración del presidente demócrata Bill Clinton, cuando entró en vigor el TLCAN. La construcción de ese muro prosiguió bajo la administración del republicano George W. Bush. El demócrata Obama lo reforzó y el republicano Trump quiere ahora extenderlo a la totalidad de los 3 000 kilómetros de frontera.
En cuanto a los flujos migratorios hacia Europa, el caso emblemático es el de África. Se trata de un continente riquísimo en materias primas: oro, plata, diamantes, uranio, coltán, cobre, petróleo, gas natural, maderas preciosas, cacao, café y muchas más.
Esos recursos, antes explotados por el viejo colonialismo europeo con métodos de tipo esclavista, son explotados actualmente por el neocolonialismo europeo con la complicidad de las élites africanas que ejercen el poder, explotando al mismo tiempo la fuerza de trabajo local a bajo costo y gracias un férreo control de los mercados nacionales e internacionales.
Más de 100 compañías cotizadas en la Bolsa de Londres, británicas y de otras nacionalidades, explotan en el África subsahariana recursos mineros por un valor de más de 1 000 millones de dólares.
Francia controla el sistema monetario de 14 ex colonias africanas a través del franco CFA (sigla que significaba «Colonias Francesas de África», antes de ser convertida en «Comunidad Financiera Africana». Para mantener la convertibilidad del franco CFA en relación con el euro, esos 14 países africanos están obligados a depositar la mitad de sus reservas monetarias en el tesoro francés.
El Estado libio, que pretendió crear una moneda africana autónoma, fue destruido en 2011 a través de la guerra. En Costa de Marfil (país de la órbita CFA y primer productor mundial de cacao), empresas francesas controlan la mayor parte de la comercialización de esa materia prima y los pequeños cultivadores perciben a penas un 5% del valor del producto final. Resultado: la mayor parte de esos cultivadores viven en la pobreza.
Presentada como un continente dependiente de la ayuda internacional, África paga anualmente al resto del mundo unos 58 000 millones de dólares. Las consecuencias sociales son devastadoras. En África subsahariana, con más de mil millones de habitantes –que son en un 60% personas de entre 0 y 24 años–, cerca de dos tercios de la población vive en la pobreza y unos 400 millones de personas viven en condiciones de extrema pobreza.
La «crisis de los migrantes» es en realidad la crisis de un sistema económico y social insostenible.
Manlio Dinucci, 27 junio 2018
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Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio