De visita en la Casa Blanca, el 28 de abril de 2011, el presidente panameño Martinelli en un aparte con la secretaria de Estado Hillary Clinton.
Un pueblo espera siempre que su presidente esté a su servicio y que lo represente dignamente, aún cuando esté al borde del patíbulo. El ex presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, al parecer, ha olvidado este primer mandato constitucional: ¡Dignidad! ¡Dignidad! Toujours la dignité!
Cansado de aguardar una ayuda de Estados Unidos que lo salvara de la extradición a Panamá –su país– para encarar diversas acusaciones, el ex presidente Martinelli pensó que una llorosa carta al pueblo y al gobierno estadounidenses en la que les cuenta cuán leal ha sido a Washington, le ganaría la simpatía necesaria para que lo liberasen de su ordalía tras un año en prisión [1].
En humillante exhibicionismo, Martinelli confiesa que siempre fue un leal servidor de Washington, concretamente de la CIA (Central Intelligence Agency); confiesa que detuvo el barco norcoreano Chong Chon Gang «por instrucciones de la CIA»; que votó 100% a favor de Israel, motivo por el cual fue declarado persona no grata por organizaciones árabes, como el Hezbollah; que ayudó a escapar de la INTERPOL al jefe de estación de la CIA en Italia, sentenciado por secuestro y tortura a supuestos “terroristas”; que se alió a Estados Unidos en la guerra estadounidense contra las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia); que autorizó conectar 19 radares (de bases aeronavales) al Comando Sur estadounidense; que instaló cámaras (“Matador”) para obtener información nacional e internacional; y que almorzó, junto a su ministro de Seguridad, José Raúl Mulino, en la sede de la CIA, en Langley, donde le garantizaron protección contra Varela [actual presidente de Panamá].
Luego de este vergonzoso striptease, el ex presidente Martinelli confiesa:
«Cuando la CIA pidió que yo detuviera un barco norcoreano proveniente de Cuba, no pestañeé.»
No pestañeó, pero, soplón y mendicante de pacotilla, el vergonzante reo le dice a la CIA que «su enemigo», el hoy presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, mantiene una «estrecha relación» con el presidente cubano Raúl Castro, quien lo amenazó a él, incidente que Martinelli reportó al entonces presidente estadounidense Barack Obama.
Parece que Martinelli ignora que «la mujer del César no sólo debe serlo, sino también parecerlo» y que el imperio no tiene amigos sino intereses. En evidente “descuido”, el suplicante reo olvidó reconocer que su “enemigo”, el hoy presidente Varela, era a la sazón su vicepresidente y ministro de Exteriores y, por ende, su compinche, por lo que el paraguas de la CIA también acoge bajo su sombra protectora al propio Varela.
Anécdotas aparte, veamos lo relevante de sus confesiones.
Martinelli mete a Estados Unidos en un gravísimo problema: su confesión sobre los “servicios” que desde la presidencia de Panamá prestó la CIA, y no a la nación que lo eligió o al Derecho Internacional (Artículo 4 de la Constitución de Panamá) significa que la navegación por el Canal de Panamá no se rige por el Tratado de Neutralidad –que garantiza un tránsito abierto, sin discriminación y libre de tropas extranjeras– sino por una política de navegación dictada por… la CIA, política basada en una Declaración canalera monroísta que se remonta al presidente Rutherford Hayes, de 1880 [2].
Martinelli nos revela que fue el gobierno de Estados Unidos el que ordenó detener –¡en alta mar!– el barco norcoreano Chong Chon Gang y lo entregó a Panamá, en violación conjunta (por parte de Estados Unidos y de Panamá) de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, un delito adicional y no menos grave que la violación de la neutralidad del Canal [3].
Al votar siempre a favor de Israel en la ONU y declarar que ese país es el “Guardián de Jerusalén” (Esto lo aporto yo. Nota del Autor.), Martinelli ofende al pueblo palestino y al mundo árabe y viola el Derecho Internacional, lo cual, junto a la no entrega a Italia de un miembro de la CIA prófugo de la justicia italiana [que lo reclama por secuestro y tortura], constituye un crasa violación de los derechos humanos en ambos países.
La instalación de bases aeronavales y radares y el alineamiento de Panamá contra las FARC, constituyen una violación descarada del Tratado de Neutralidad y un distanciamiento radical de la neutralidad y del pacifismo tradicionales del pueblo panameño, así como de la política de No Alineamiento adoptada por la República de Panamá desde 1975.
La confesión del ex presidente Martinelli lo hace responsable de atentar contra la personalidad internacional del Estado panameño, contra la seguridad interna y externa de la República de Panamá, de sumisión a poderes extrarregionales, de propiciar la intervención extranjera en asuntos internos de Panamá, de violar la Carta de la ONU y la de la OEA, el Tratado de Neutralidad, los derechos humanos de los pueblos de Palestina e Italia y de traición a la Patria panameña.