DOSSIER: La Guerra de Darfur o como es importante mantener a África en el olvido
La guerra sicológica no es más que una parte de la guerra misma y no se trata de una noticia falsa por aquí y otgra por allá sino de campañas perfectamente diseñadas, muy parecidas a las campañas publicitarias para vender marcas comerciales, vehículos o votos.
Como el resto de la guerra, esas campañas publicitarias se emprenden desde los grandes centros de poder que, en el caso de los asuntos internacionales, se reconducen al imperialismo y, por lo tanto, a Estados Unidos y sus aliados, difundiéndose a través de todos yt cada uno de los canales de comunicación imperialistas: televisión, prensa, radio e internet.
>>>>>>>>>> para sacar un PDF de este texto, hacer clic en PRINT FRIENDLY abajo del texto
Los demás son gregarios, como las ONG, pequeñas hormigas que llevan el mensaje hasta el último rincón del planeta porque las subvenciones de las viven dependen de ello.
Hace 15 años la Guerra de Darfur fue un ejemplo de lo que luego hemos visto reproducirse en Ucrania, Libia o Siria, con los mismos lugares comunes a los que ningún ser humanos se puede resistir y que se resume en palabras mágicas como genocidio, derechos humanos o campos de concentración para homosexuales.
La capaciudad de penetracion de ese tipo de mensajes se multiplica cuando las responsabilidad no recae sobre un Estado sino sobre un “régimen”, que es otra palabra mágica habitual en cualquier clase de campaña de intoxicación y que, además, va ligada al racismo y la xenofobia, es decir, al menosprecio hacia determinadas culturas, como las africanas.
El gobierno de Sudán que emprendió la guerra en Darfur fue calificado como un “régimen árabe e islamista” que masacraba a las “poblaciones africanas” de la región occidental de Sudán. Es bien sabido que la vida de un africano importa un bledo cuando son nuestras víctimas, pero podemos hacer una excepción si son víctimas de árabes y musulmanes. El asunto no depende del muerto sino del que lo mate.
Cuando se produce una matanza aparecen los humanitarios para pedir su cese. Las noticias se llenan de sangre y de cadáveres mutilados, incluidos niños, una imagen que siempre entra fácilmente por los ojos. Las ONG piden la intervención militar para detener la sangría.
En 2002 en Darfur se estaba gestando un levantamiento. La región sudanesa es más grande que España pero sólo tiene 6 millones de habitantes, marginados y pobres. La movilización estuvo dirigida por intelectuales pertenecientes a tres grupos étnicos: los fur, los massalit y los zaghawa. Nada los unía entre sí. Unos eran islamistas y otros querían un Sudán laico, pero tenían el apoyo de político y militar en los Estados vecinos: Chad, Libia, Eritrea.
En abril de 2003 la rebelión llevó a cabo su primera operación militar contra una base aérea que el ejército sudanés tenía en Darfur. Un mes después el gobierno respondió brutalmente contra la población. Sin embargo, como el ejército sudanés se compone gran medida de habitantes originarios de Darfur, reclutó milicias (conocidas localmente como Jenjaweed) entre las poblaciones nómadas más pobres de la región: pastores de camellos sin derechos sobre la tierra.
Apoyadas por la fuerza aérea, las milicias arrasan las aldeas a cuya población acusan de apoyar la rebelión debido a su origen étnico. Se producen masacres, incendios, violaciones, torturas, destrucción de cultivos y fuentes de agua que causan el éxodo de dos millones de habitantes de Darfur, que se refugian en grandes campamentos, generalmente ubicados cerca de las ciudades de guarnición, donde la policía y las fuerzas regulares proporcionan un nivel mínimo de seguridad. Otros huyen y se refugian en el Chad.
Se estima que la represión gubernamental mató a 131.000 personas entre septiembre de 2003 y junio de 2005. Una cuarta parte de las víctimas fueron asesinadas (41.000); las otras murieron de hambre y enfermedades durante su huida.
A finales de 2004 el gobierno sudanés interrumpe las matanzas y empieza una calma precaria, marcada por enfrentamientos breves y localizados. En los campamentos de refugiados internos se despliega una cantidad considerable de asistencia humanitaria. A partir de 2005 más del 85 por ciento de la población afectada es atendida en sus necesidades básicas. La situación sanitaria mejora y las tasas de mortalidad y malnutrición están por debajo de los umbrales de emergencia en la mayoría de los campamentos.
La Unión Africana envía 6.000 Cascos Blancos, cuyos primeros contingentes llegan en agosto de 2004 para vigilar un alto el fuego, firmado cuatro meses antes entre el gobierno y los insurrectos. Las negociaciones de paz se llevan a cabo bajo una mediación internacional, mientras el 31 de marzo de 2005 el Consejo de Seguridad de la ONU remite las violaciones del derecho internacional humanitario en Darfur al Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI).
Las negociaciones políticas culminan en mayo de 2006 con la firma del Acuerdo de Paz de Darfur (APD) entre el gobierno y una única facción rebelde minoritaria. Sobre la base del Acuerdo, en agosto de 2006 el Consejo de Seguridad decide, a propuesta de Estados Unidos, sustituir los Cascos Blancos de la Unión Africana por una fuerza de la ONU, pero Sudán se opone a su despliegue, obligando al Consejo de Seguridad a retirarse en julio de 2007 para enviar una “fuerza híbrida” de 26.000 efectivos bajo el mando conjunto de la Unión Africana y la ONU.
La fuerza tiene por objeto hacer cumplir un Acuerdo de Paz rechazado por casi todos los movimientos rebeldes y la población de Darfur, así como proteger a la población civil y al personal de socorro. Tras intensas negociaciones diplomáticas, el 1 de enero de 2008 los primeros ”híbridos” toman el relevo de la Unión Africana.
Paradógicamente, la firma del Acuerdo de Paz da lugar a la reanudación de la guerra. Surgen enfrentamientos entre los rebeldes partidarios del Acuerdo (apoyado por el ejército) y los que se oponen al mismo.
Abandonadas por el Acuerdo, algunas de las milicias nómadas también se vuelven contra el gobierno; atacan a la policía y al ejército o se unen a la revuelta. Se entablan sangrientas batallas por el control de los territorios arrebatados a las poblaciones campesinas que se han trasladado a los campamentos de refugiados.
La fragmentación de la oposición y las milicias va acompañada de un crecimiento exponencial de la delincuencia organizada. La regionalización del conflicto se intensifica. Chad, que alberga las bases de la retaguardia de la rebelión, aumenta su apoyo a los insurgentes. Sudán hace lo propio con la insurgencia chadiana.
Las zonas rurales se vacían y los campamentos de refugiados crecen. Su población alcanzó los 2,45 millones de habitantes a finales de 2007. Sin embargo, el número de muertes violentas parece estar disminuyendo, de 4.470 civiles y militares en 2006 a menos de 3.000 en 2007 y 1.800 en 2008, según la Unión Africana y la ONU.
La Guerra de Darfur apareció en los medios de propaganda del imperialismo en marzo de 2004, un año después de la intensificación de las hostilidades. Los que rompen el silencio son los diplomáticos de la ONU. En una entrevista con la prensa internacional en Nairobi el 19 de marzo de 2004, el Coordinador Humanitario de la ONU para Sudán, Mukesh Kapila, comparó la crisis de Darfur con la de Ruanda en 1994, sugiriendo que el genocidio estaba en marcha.
La prensa internacional difunde ampliamente sus palabras. El 7 de abril de 2004, aniversario del estallido del genocidio de Ruanda, Kofi Annan insta al mundo a no repetir los errores y pidió al gobierno sudanés que permitiera el libre acceso a Darfur a los trabajadores humanitarios y a los investigadores de derechos humanos, bajo la amenaza de una acción militar internacional.
El New York Times sube el volumen del altavoz. Las declaraciones de los representantes de la ONU van acompañadas de una enorme ola de movilización en Estados Unidos, incluidos senadores, congresistas y “humanitarios” que desde la década de 1980 hacen campaña a favor de la causa de Sudán del sur.
En julio de 2004 el Congreso de Estados Unidos aprueba por unanimidad una resolución calificando de “genocidio” la Guerra de Darfur, lo que el Secretario de Estado Colin Powell (el de las armas de destrucción masiva en Irak) aprobó en septiembre de 2004 y Bush en junio de 2005.
Desde la firma de la Convención sobre el Genocidio de 1948 es la primera vez que el gobierno y el Congreso de Estados Unidos declaran que se está produciendo un genocidio, el primero del siglo XXI; en vivo y en directo. Otros prefieren hablar de “limpieza étnica”, que es casi igual.
Era la palabra del mismísimo dios y, a partir de entonces, el “genocidio de Darfur” desata la intoxicación mediática en Estados Unidos. Es la consigna. Hay que “hacer algo”. Está de moda la expresión R2P: tenemos la obligación de proteger, incluso aunque sean africanos. Si llegaran en patera cruzando el Estrecho de Gibraltar no importaría nada; pero se trata de Sudán y ahi los africanos sí nos importan; y mucho.
La palabra mágica “genocidio” moviliza a los judíos, los armenios, los ruandeses y, de rebote, a los negros, a los “humanitarios”, a los estudiantes, intelectuales, actores y gente de la farándula. La mejor manera de proteger a los africanos es una intervención militar estadounidense (o de una “coalición internacional”, como en Siria) para proteger a la población civil indefensa.
Las iniciativas, inicialmente dispersas, se coordinan en colectivos más amplios, uno de los cuales es la Coalición “Save Darfur”, fundada en julio de 2004 por el Servicio Mundial Judío Americano y el Museo del Holocausto de Washington, que, por primera vez en su historia, emitió una alerta sobre la existencia de un genocidio.
En tres años la coalición crece exponencialmente. En 2007 reune a 181 asociaciones del más diverso tipo con un total de 135 millones de miembros, es decir, uno de cada dos estadounidenses. En 2007 administra un presupuesto de al menos 15 millones de dólares, dedicado íntegramente a la propaganda y a “exigir” a Bush que detenga el genocidio.
A partir de ese momento el mundo entero empezó a bailar al son de la música que llegaba de Washington.
En 2006 “Save Darfur” extiende su campaña a Europa y para ello contrata los servicios de la empresa estadounidense de comunicaciones Weber Shandwick. En Francia, apoya al colectivo “Urgence Darfour” formado en febrero del año anterior por seis grupos (entre ellos SOS Racismo) que aún estaban en fase embrionaria. Entonces se multiplican las movilizaciones mediáticos (concentraciones, manifestaciones, peticiones, cartas abiertas, campañas de carteles) que ponen en marcha a más de un centenar de grupos y a cerca de 250 personalidades de los medios de comunicación, especialmente a los amantes del postureo.
En julio de 2006 “Urgence Darfour” organiza su primer gran encuentro en el Teatro de la Magdalena de París, al que asistieron numerosos personajes del mundillo político, intelectual, artístico y deportivo. En noviembre el colectivo compra varias páginas de publicidad en los más importantes periódicos franceses para pedír a los candidatos a las elecciones presidenciales del año siguiente que se comprometan a enviar personal de mantenimiento de la paz a Darfur para impedir “el primer genocidio del siglo XXI”.
En colaboración con sus homólogos europeos y americanos, el colectivo organiza movilizaciones, como una jornada de solidaridad con las mujeres violadas en Darfur apoyada por 100 mujeres del famoseo político y artístico.
En marzo “Save Darfur” financia el viaje a Darfur del canalla Bernard-Henri Levy, un viejo dinosaurio del Mayo del 68 parisino reconvertido en un acérrimo defensor de todas y cada una de las guerras imperialistas y sionistas de las últimas décadas. Levy acude a las zonas controladas por el Ejército de Liberación del Sudán (SLA), una de las facciones insurgentes, cuyo dirigente vive en París. Gracias a sus influyentescontactos, Levy publica dos largos artículos en el periódico “Le Monde” y “Libération” y dedica varias páginas de su cuaderno semanal en “Le Point” al mismo tema.
El punto culminante se produce el 20 de marzo de 2007 con una importante reunión en la Maison de la Mutualité de París, a la que asisten numerosos personajes, entre ellos los cinco principales candidatos en la elecciones presidenciales, que firman al unísono un solemne compromiso con Darfur, en el que prometen, entre otras cosas, enviar una fuerza de la ONU a Darfur con o sin el acuerdo del gobierno de Sudán si resultan elegidos. Internet, la prensa escrita, la radio y la televisión cubren ampliamente el evento.
La campaña de intoxicación llega, pues, en Francia tres años después del auge de las hostilidades en el oeste de Sudán y dos años después del fin de la campaña de tierra quemada y las masacres de 2003-2004.
Cuando en 2007 el colectivo organiza en París su mayor concentración, en Darfur la guerra es mucho menos mortífera y más compleja. En ese momento la lucha entre los insurgentes y el gobierno central está estrechamente ligada a otras tres guerras. Una enfrenta a los gobiernos de Chad y Sudán entre sí por la interposición de la fuerza aérea y la rebelión, el otro por las facciones insurgentes resultantes de la fragmentación de la oposición, y el tercero, por las diversas milicias paramilitares reclutadas de entre las tribus nómadas. Los mediadores internacionales tratan desesperadamente de reunir a los movimientos rebeldes que no han firmado el acuerdo de paz. Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos quieren que el Consejo de Seguridad de la ONU apruebe una resolución para sustituir las tropas de la Unión Africana por Cascos Azules. A pesar del aumento del bandidaje y de los obstáculos a la entrega de la ayuda humanitaria, la situación alimentaria y sanitaria sigue siendo estable en la mayor parte de Darfur.
La situación sobre el terreno choca con la campaña de intoxicación en occidente. Es una imagen muy parecida a la que se ha reproducido luego con la Guerra de Siria: los islamistas radicales (gobierno) exterminan a los moderados (insurgentes). “Darfur Emergency” habla de un supuesto genocidio perpetrado por un régimen árabe e islamista contra las poblaciones negro-africanas que practican un islam moderado. En 2004 el ministro francés de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, aseguró que “las milicias árabes persiguen a las poblaciones negras, los musulmanes fundamentalistas intentan imponer la shariah a los moderados”.
Otro mantra también los hemos oído muchas veces en la boca de las ONG y los “humanitarios” hipócritas: el primer genocidio del siglo XXI se está produciendo en medio de una indiferencia generalizada, cuando bastaría con romper el silencio para detenerlo…
Para “Darfur Emergency” la guerra en Sudán no es una guerra civil entre beligerantes con intereses políticos antagónicos, sino un intento de exterminar a una población indefensa por parte de un Estado que practica la limpieza étnica.
El canalla Levy se pone los altavoces mediáticos en la boca cuando la situación de Darfur se describe en términos de guerra o lucha entre dos o más partes: “¡No hableis de ‘conflicto’! Cuando un gobierno ataca a su propia población, cuando, en algunas regiones la liquida y cuando esa población es tan indigente como los civiles masacrados en Darfur, ¡ya no estamos en presencia de un conflicto, una guerra o algo similar!” En Darfur, asegura Levy, “no hay facciones rivales en lucha. Menos aún hay fuerzas ‘darfuri’ que se oponen al ejército regular sudanés, y que éste trata de someter”; lo que hay es “una masacre decidida fríamente por un Estado”.
El genocidio tendría como objetivo a las poblaciones “africanas” de Darfur (como si las demás no lo fueran). Es perpetrado por milicias “árabes” y por un “régimen” que actúa por odio racial hacia los “africanos negros”. Levy insiste en “el carácter racista, puramente racista de un conflicto […] cuya única fuente es el odio, por parte de los árabes blancos del norte, de una población cuyo crimen es demasiado negro”.
Como se ve, la religión y la raza siempre ayudan a que los canallas enmascaren el carácter político de cualquier guerra. Para ello basta poner en primer plano las masacres, el hambre y las epidemias que acompañan a cualquier guerra. Según “Darfur Emergency”, desde 2003, 400.000 personas habían sido masacradas por el ejército y las milicias Jenjaweed. Las mujeres habían sido violadas y luego cortadas en pedazos. Los niños son arrojados a pozos, dice Kouchner. Los campos de desplazados se convierten en prisiones al aire libre, acosados por las milicias progubernamentales. La ayuda humanitaria de la que dependen millones de personas, también es saqueada, secuestrada y atacada por las milicias Jenjaweed. Como consecuencia de ello, los supervivientes de las masacres mueren lentamente, por desgaste.
La ONG “Emergence Darfur” y otras fabricaron la imagen de que en Darfur los campamentos de desplazados eran un refugio y que el resto del territorio era un desierto, donde era imposible sobrevivir. La descripción de los campos y de las zonas rurales se basaba en los relatos de los campos de concentración nazis. Levy relata: “Acabo de regresar de Darfur. Y ahora tienes una humanidad que es casi otra humanidad. No hay estado, no hay nación, no hay sociedad, hay cientos de miles de muertos, un estado de desesperación absoluta”. No hay ningún análisis, sino mera literatura. En una charla asegura que “la carne de darfuri que se ha convertido en cenizas y humo”. Los africanos se mueren de hambre, “roídos por la malaria, la mirada atormentada […] de los ya fantasmas que tienen, como todos los espectros, un pie en el otro mundo y el otro en éste, el nuestro […] He visto a estos muertos vivientes […] Estos supervivientes de las masacres, reunidos como manadas esperando la muerte”.
El número de muertos aumentaba cada día: al menos 10.000 civiles masacrados al mes. Las matanzas se intensifican: “Esta guerra, que comenzó hace tres años, está a punto de alcanzar cimas de salvajismo y horror”.
La magnitud de la catástrofe demográfica daba fe de la realidad del genocidio y pone fin al debate sobre la necesidad de intervenir: “Estas cifras son espantosas y reflejan la evidencia de actividades genocidas”, dijo Glucksman, otro intelectual posmoderno, en 2007. No sólo no es necesario explicar y entender sino que cualquier análisis es contraproducente: “Las cifras hablan por sí solas. Siempre podemos ir más allá en complejidad, en la explicación fina […] pero la delicadeza de la explicación no impide las masacres en curso”.
En una entrevista en “Le Monde”, un estudiante de la Universidad de Jartum explicó muy bien esta reconversión de la guerra en genocidio: “Hay varias cosas que nadie discute. Por ejemplo, el hecho de que fueran los ‘jenjaweed’ quienes causaron la muerte y el terror en Darfur. Y también que el gobierno les ayudó y entregó armas. Donde hay opiniones divergentes es sobre el significado que debe darse a la violencia. Algunos creen que el gobierno les está utilizando para eliminar a los africanos de Darfur, para hacer que se vayan; otros creen que es para restaurar el orden y silenciar la rebelión”.
La primera posición se basa en la identidad de los objetivos de la violencia del gobierno y las milicias, que afecta principalmente a las minorías massalit, cuatro y zaghawa, de las que procede la insurgencia. Esta interpretación es apoyada por el imperialismo, la Casa Blanca y el Congreso de Estados Unidos, los humanitarios y ONG como “Darfur Emergency”.
Es indiscutible que las luchas políticas en Sudán tenían un cierto carácter étnico, pero se trata de averiguar si el gobierno de Jartum tenía una intencionalidad genocida. Los académicos e investigadores, como Alex de Waal en Estados Unidos o Roland Marchal en Francia, consideran que se trató de una política contrainsurgente extremadamente brutal por parte del gobierno de Jartum. En un intento de cortar de raíz la insurgencia, armó a milicias tribales, reclutadas de sociedades agropastorales. Al igual que en el Sudán meridional, estas milicias han demostrado ser terriblemente destructivas, al tiempo que son aliados poco fiables que persiguen sobre todo sus propios intereses.
Esta tesis también es la que sostiene la Comisión de Investigación de la ONU sobre los crímenes de Darfur y unas poc as organizaciones humanitarias, como la sección francesa de Médicos sin Fronteras.
En efecto, la guerra no opuso a los árabes con africanos, ni siguen la línea divisoria entre verdugos y víctimas. La gran mayoría de las tribus árabes de Darfur, como los pastores del sur de Darfur, permanecieron neutrales en la guerra. Algunos incluso se unieron a la rebelión o formaron una alianza con ella, principalmente después de la firma del Acuerdo de Paz de Darfur.
Por el contrario, hubo grupos no árabes en el bando gubernamental, ya sea en el ejército o en algunas milicias, como los Gimir o los Tama.
Por último, cada vez hay más conflictos internos entre las tribus árabes nómadas de Darfur. Casi la mitad de las muertes violentas registradas en 2007 y 2008 se debieron a los enfrentamientos entre milicias tribales.
No hubo propaganda racial del gobierno pidiendo el asesinato de los africanos, ni en los medios de comunicación, ni en las instituciones, ni en el ejército, ni en las mezquitas. La ausencia de expresiones genocidas ha llevado a muchos investigadores a examinar las consignas, amenazas e insultos de los milicianos durante los ataques a las aldeas, las violaciones y las ejecuciones, para determinar si revelaban o no una intención genocida. Los atacantes utilizan con frecuencia epítetos racistas, como “zurgas”, que puede significar tanto esclavo como derrotado, “nubas”, que tanto puede significar “negro” como “nubio” del valle del Bajo Nilo o de las montañas Nuba. A menudo también lanzaron invectivas sin connotaciones racistas o étnicas, refiriéndose a las cuestiones políticas del conflicto: “Toma tus vacas, vete y deja el pueblo”, “Tú eres la madre de los que matan a nuestro pueblo”, “No cortes la hierba porque se la comen los camellos”, “Tú, hijo de Torabora, te mataremos”, “No es tu tierra” o “Tú no eres de aquí”.
Paradógicamente, los refugiados se escondieron al abrigo de los cuarteles del gobierno y es difícil imaginar a los antifascistas de la Europa ocupada por los nazis, refugiarse en los campamentos de la Wehrmacht. Muchos dirigentes del gobierno, de la administración y del ejército, son originarios de Darfur. “En general, no se comete un genocidio con los miembros de la familia”, comenta al respecto Roland Marchal.
La valoración de la gravedad de la situación por parte de “Darfur Emergency” fue falsa. La cifra que presentó con al menos 400.000 muertos que se utilizó en el verano de 2007 en las campañas de carteles de “Save Darfur” en Gran Bretaña, fue condenada por la autoridad reguladora de la publicidad británica por ser información engañosa.
Sin embargo, la cuestión no es tanto si el número de muertes está más cerca de 200.000 que de 400.000, sino si los habitantes de Darfur siguieron muriendo a razón de 10.000 personas al mes entre 2006 y 2007. Si así fuera, la intervención internacional en curso no sería más que una falsa pretensión destinada a enmascarar una política de exterminio.
La cifra de 10.000 muertes al mes se remonta en realidad a agosto de 2004. El jefe del Servicio de Urgencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS), David Nabarro, propuso la cifra sobre la base de una extrapolación de estudios retrospectivos de mortalidad que abarcan el período comprendido entre junio y agosto de 2004 en los campamentos internos de refugiados. Cualquiera que sea la validez de esta estimación, refleja la situación en el segundo semestre de 2004, período en el que continuaban las masacres y en el que el despliegue de la ayuda humanitaria aún era limitado.
En 2006 y 2007 la situación había cambiado radicalmente. Aunque persisten enfrentamientos localizados, el gobierno ya no ejecutaba una estrategia de tierra quemada, ni asesinatos a gran escala. La periferia de los campos de refugiados seguía siendo peligrosa, pero los más importantes de ellos se habían convertido en bastiones firmemente controlados por los insurgentes. En 2006 el Departamento de Seguridad de la ONU informó de que se producían entre 200 y 400 muertes violentas al mes en Darfur, y menos de 250 en 2007, incluida una gran proporción de combatientes y milicianos.
La mortalidad asociada con el hambre y las enfermedades era en Darfur inferior al promedio de Sudán en 2006-2007 y significativamente inferior a la del Sudán meridional. Según encuestas realizadas por organismos de la ONU y el gobierno sudanés, las tasas brutas de mortalidad infantil estaban muy por debajo de los umbrales de emergencia y disminuyeron casi constantemente desde 2004. Aunque estas cifras deben interpretarse con cautela, son coherentes con los datos y las observaciones sobre el terreno de las organizaciones de asistencia.
En contra de lo que afirmaron las ONG, Darfur fue el escenario de la mayor operación de socorro humanitario del mundo entre 2006 y 2007. Desde finales de 2004, más de 13.000 trabajadores humanitarios, incluidos 900 internacionales, se desplegaron en Sudán occidental. Cerca de 80 ONG, 13 agencias de la ONU, el Comité Internacional de la Cruz Roja y unas diez sociedades nacionales de la Cruz Roja trabajaron allá. Con un puente aéreo y una flota de cientos de camiones, el Programa Mundial de Alimentos transportó 30.000 toneladas de alimentos cada mes a unos 100 lugares diferentes. A diferencia de las décadas de 1980 y 1990, cuando la política de tierra quemada del gobierno fue seguida por hambrunas, éstas se evitaron en el oeste de Sudán gracias a un esfuerzo de ayuda sin precedentes en la historia del país.
La falsedad del diagnóstico realizado por “Urgence Darfour” en 2006 y 2007 fue puesta de relieve por varios observadores en la región, lo que desencadenó una reacción violenta de sus acólitos. Así, el canalla Levy escribió demagógicamente en junio de 2007: “Los verduleros del horror nos quieren explicar y ponen una calculadora en lugar del corazón […] Como el ritmo de los asesinatos se ha ralentizado, hay que enfriar el calor de una opinión demasiado tierna […] Creo que es, proporcionalmente, como si se hubiera argumentado en 1944 que, como el ritmo de las deportaciones se había ralentizado en una Polonia y una Alemania que se habían convertido casi en Judenfrei, era urgente calmarse y negociar con Hitler”.
A riesgo de contradecirse, los partidarios de “Emergency Darfur” avanzaron una segunda interpretación del conflicto: las masacres de Darfur no son sólo fueron producto de un proyecto genocida, sino también de una guerra religiosa. “Los musulmanes fundamentalistas intentan imponer la sharia a los moderados”. La guerra se entabla contra el Sudán fundamentalista, islamista y racista, que aplica la shariah desde 1983 y acogió a Bin Laden. Al régimen sudanés también se le califica de “nazi”.
Por el otro lado, las poblaciones musulmanas rebeldes luchan por un Sudán democrático y unificado, basado en la ciudadanía y el laicismo. Levy insiste en que no hay ni guerra ni conflicto en Darfur, sino una población indefensa, destinada a la aniquilación por el color de su piel. El canalla pinta un retrato laudatorio de la facción rebelde que visitó en Darfur: “El más importante, el más popular y, sobre todo, el más respetable de los movimientos rebeldes de Darfur”, dirigidos por un miembro “de la hermosa Internacional del Islam antislamista”.
Darfur, asegura Levy, “es uno de los frentes donde se desarrolla una de las batallas más importantes de nuestro tiempo: entre el Islam de la sharia y la yihad, entre el Islam donde las mujeres que violan las reglas de su sumisión son quemadas vivas y ese Islam iluminado y luminoso, cuya tradición se remonta a la más alta Edad Media y cuyos herederos son ahora los darfuríes”. Hay que defender a los habitantes de Darfur “porque ellos defienden nuestros valores. Debemos ayudarlos en su lucha porque su lucha es nuestra lucha”. Un portavoz de “Darfur Emergency” explicó que “Darfur es la última muralla musulmana frente al ataque islamista de este a oeste […] Los verdugos están en Jartum, su objetivo no se limita a Darfur, donde los hombres luchan por su libertad y nuestro futuro”.
Estas ideas son aún más extrañas que las anteriores. Como reconoce Mohamed Nagi, redactor jefe del sitio web de la oposición sudanesa “Sudan Tribune”, desde que el gobierno sudanés tuvo reivindicaciones islamistas ha pasado mucho tiempo. El ideólogo de la revolución islamista, Hassan Al-Turabi, fue marginado y detenido en 1999 tras un intento fallido de recuperar el control sobre el ejército, que le había ayudado a tomar el poder en 1989 antes de expulsarlo. “El general Al-Bashir está marginando cada vez más al partido islamista en el proceso de toma de decisiones”, admitió Mohamed Nagi. El partido gobernante está tan aburguesado que sueña con levantar las sanciones económicas americanas”. No quieren el islamismo sino el capitalismo.
Los militantes islamistas más recalcitrantes estaban en el bando de la rebelión. La rama militarmente más poderosa de la insurgencia, el Movimiento por la Justicia y la Igualdad, estaba dirigida por antiguos miembros del partido islamista, que creían que la revolución llevaría a la igualdad política, y estaban decepcionados por la deriva comercial del régimen y la persistencia de la discriminación étnica en su interior.
Por último, hay que recordar que la cuestión que está en juego en la guerra no es la imposición de la sharia, que durante mucho tiempo fue uno de los pilares del sistema jurídico sudanés.
Para la ONG “Emergency Darfur”, en ese lenguaje cutre de la posmodernidad, las potencias imperialistas tenían una obligación doble para intervenir en Sudán: el “deber de injerencia” y la lucha contra el “totalitarismo”. Sin embargo, mostraban una inacción total, como en Munich en 1938: “Hasta ahora las democracias [léase imperialistas] han dejado a las víctimas solas frente a sus verdugos. Desesperadamente solas”.
La pasividad era grave porque “aún tenemos los medios para poner fin al genocidio”. No hay nada más fácil que detener esta “tragedia”, dijo uno de los candidatos en las elecciones presidenciales. “Sabemos, más o menos, cómo detener la matanza”, explica Levy. Es mucho menos complicado “que derrocar a Saddam Husssein … Frenar a Jartum no requeriría mucho más esfuerzo que hace diez años, después de cinco años de dilación y cobardía, para parar a Milosevic. Entonces, ¿a qué esperamos?”
“Sólo se necesitarían dos aviones [de guerra extranjeros] para detener eso”, escribe el vicepresidente de la ONG. La comunidad internacional debe ignorar la negativa del régimen “ilegítimo” de Jartum a albergar una fuerza internacional como “pretexto para la no intervención”.
Como viene ocurriendo, los pacifistas y los humanitarios llamaban a la guerra o, mejor dicho, a sustituir una guerra civil por otra exterior, imperialista. Pero rara vez aclaraban el propósito de la invasión militar. En un principio, “Emergency Darfur” fijó como horizonte el cambio de “régimen” y la imposición de un gobierno “democrático”, como en Siria, o en Venezuela, o en Corea.
A veces las ONG sabían ser más sutiles y lo que pedían era envío de “personal de mantenimiento de la paz” para salvar a los supervivientes de Darfur. Allí, en su propio suelo, el gobierno de Sudán no pintaba nada; había que enviar ese “personal” con o sin su acuerdo y “ordenar a las fuerzas francesas estacionadas en Chad y en la República Centroafricana que protejan eficazmente a los refugiados, a las personas desplazadas y a los miembros de las organizaciones humanitarias que operan en estos países”.
Como Levy tiene la cara muy dura no se esconde tanto y aboga por el apoyo militar a una de las milicias insurgentes: “Si no somos capaces de detener la masacre […] ¿no deberíamos al menos ayudar a aquellos que defienden a estas personas y lo hacen con las armas en la mano?”
Ocultando que Darfur ya se estaba beneficiando de la mayor operación de ayuda humanitaria del mundo, la ONG “Emergency Darfur” seguía exigiendo que el gobierno permitiera sin demora el acceso de la ayuda humanitario a la población. El ministro de Exteriores, Kouchner, seguía la corriente: era necesario establecer desde Chad “un corredor humanitario asegurado por la comunidad internacional y proporcionar alimentos y medicinas a las poblaciones aisladas y aterrorizadas que aún sobreviven”.
Lo importante no era el corredor humanitario, sino que el mismo estuviera, además, protegido por esa “comunidad internacional”, un eufemismo moderno para referirse a los ejércitos de las grandes potencias imperialistas.
Hay que poner de manifiesto que las ONG preconizaban la invasión militar y que ninguna de ellas hablaba de reanudar las negociaciones de paz, porque “como en Ruanda, mientras hablamos de un hipotético proceso de paz, las masacres continúan”. Por eso hay que olvidarse de la paz, es prfeferible una guerra que acabe con las matanzas. Esa es la paradoja de las ONG “humanitarias” en el imperialismo contemporáneo.
En los años 2006 y 2007 el gobierno sudanés se oponía al despliegue de tropas de la ONU, por lo que la injerencia que pedían las ONG era una declaración de guerra. “Emergency Darfur” llama, pues, a la guerra imperialista contra Sudán en nombre de un derecho a la injerencia que da una vuelta de 180 grados al único derecho reconocido en la Carta de la ONU: el derecho a la no injerencia.