Mirara ambos lados de la calle antes de cruzar no es justificar un atropello – por Ana Pavón
Que los cinco mamarrachos de “La Manada” merecen un castigo mucho peor que esos 9 años de cárcel, no se le escapa a nadie. Que su execrable comportamiento no tiene justificación alguna, lo sabemos todos. Lo que parece más misterioso es el motivo por el que otros episodios similares no provocan tanta indignación.
Manadas llegadas de Argelia, como la compuesta por los diez argelinos que secuestraron y violaron a una niña de trece años durante tres días en Alicante, y de los cuales cuatro ya están en libertad. Manadas de marroquíes como la que en octubre del pasado año violaba salvajemente a una turista en Tenerife. Manadas que no serán “trending topic”, ni abrirán telediarios, ni harán salir a las calles a todas esas feministas y sus aliados pagafantas, pidiendo machete al machote.
Tampoco se escuchó el clamor popular frente al Congreso cuando se hizo pública la sentencia sobre el asesinato de Marta del Castillo. Ni se pedía la sangre de aquel jurado popular que condenaba a prisión a un octogenario por disparar al asaltante que estaba torturando a su mujer.
Ayer, recogidas de firmas y declaraciones “en caliente” de tanto político moderno, clamando por el endurecimiento de penas. Cuando no hace ni un mes que estos mismos demagogos pedían calma y comprensión para la dominicana que asesinó a sangre fría a un pequeño de 8 años.
No reaccionemos ante las evidencias. No ofendamos al violador o al asesino si es más oscuro que nosotros. Es preferible que sigan ocurriendo episodios como estos a ser tachados de racistas.
Nadie se plantea que “La Manada” es un producto, un síntoma. Una muestra de lo que engendra una sociedad cuyo concepto de diversión es sinónimo se degeneración. Cientos de miles de jóvenes esperan a la llegada del fin de semana para beber hasta no poder más y buscar parejas sexuales ocasionales. Cuanto más alcohol y más sexo, mejor. Y este comportamiento no es exclusivo de los varones, ni mucho menos.
Los Sanfermines eran una fiesta religiosa y tradicional en un principio. Hoy, como todas las fiestas multitudinarias, se ha convertido en un congreso internacional de borrachos que sólo buscan desfasar y aparearse en plena calle. La escena se vuelve tragicómica cuando muchas chicas denuncian acoso después de pasearse en top-less por una plaza llena de borrachos o de retarse con sus amigas para ver quién se lía con más guiris.
El culpable de una violación es SIEMPRE el violador, y consejar a las muchachas que no beban hasta perder el conocimiento, que no se paseen desnudas entre una multitud alcoholizada o que no se metan en un portal con cinco desconocidos que han manifestado su intención de mantener relaciones sexuales con ellas, no es justificar una violación, sino tratar de prevenirla. Del mismo modo que aconsejar no desatender nuestras pertenencias en espacios públicos no es justificar un posible robo y recomendar que se mire a ambos lados de la calle antes de cruzar no es justificar un atropello.
Ana Pavón, 28 abril 2018